Un hombre despliega la bandera patria frente al Congreso de la Nación |(Muhammed Emin Canik - Agencia Anadolu).
Un hombre despliega la bandera patria frente al Congreso de la Nación |(Muhammed Emin Canik - Agencia Anadolu).

El año 22 cierra con un balance complejo. El desquicio inflacionario (apenas atenuado por acuerdos corporativos con el gobierno en las últimas semanas) acosa la mesa de los argentinos en las fiestas navideñas, pero el estado de ánimo general se reanimó con el triunfo de la selección en el campeonato mundial fútbol. Reforzó la capacidad de aguante de un pueblo que no merece el sufrimiento que le imponen sucesivas conducciones ineptas de distinto signo pero fuertemente articuladas por la perversa y rentable dinámica de la grieta.

Finos analistas describen la fortaleza del sistema político como un valor en sí, cuando al mismo tiempo –a juzgar por los pésimos resultados de las gestiones que se alternan en la administración de la cosa pública– bien puede describirse ese dispositivo como un afianzado sistema de dominación que monopoliza la representación de la voluntad popular sin dejar lugar a la aparición de fuerzas que propongan y practiquen transformaciones sustanciales en la economía, la participación popular y la creatividad que se requiere para organizar una sociedad sustancialmente menos desigual.

Los índices de pobreza, medidos como se quiera, son escandalosos y completamente inmerecidos por quienes los sufren directamente. Son invocados o denostados como armas arrojadizas sin abrir un debate imprescindible sobre cómo integrar una sociedad que tiene cada vez más familias en el oprobio de las carencias que, estratificadas en diversos niveles (educación, salud, vivienda en primer plano) no pueden asegurar hoy un nivel de vida aceptable ni un porvenir esperanzador para las nuevas generaciones que representan, en porcentaje de total poblacional, una lacerante mayoría.

Esta situación, que se ha vuelto estructural a lo largo de la vigencia del régimen constitucional desde 1983 y, configura –al decir de conspicuos observadores insospechados de golpismo– la gran deuda de la democracia en la Argentina, no se corresponde con las posibilidades de que dispone el país para albergar, dar trabajo, alimentar y educar a una población que todavía se reconoce como una entidad nacional orgullosa de su identidad y con aspiraciones absolutamente legítimas de mejora y calidad de vida.

Y no hablamos sólo de la dotación extraordinaria de recursos naturales que disponemos, sino sobre todo de las capacidades y aptitudes miles de veces demostradas que anidan en los diversos grupos sociales que, en su conjunto, constituyen la comunidad nacional.

Romper el esquema de poder que perpetua al subdesarrollo

Las explicaciones simplistas y mezquinas como descargar la culpa en la “puja distributiva (lo cual indisimuladamente hace foco en las pretensiones del progreso de los trabajadores) se han instalado como presuntas verdades que no logran ser removidas como bloqueos ideológicos inmensamente dañinos para el fortalecimiento de una conciencia nacional integradora y solidaria.

Las justificaciones y coartadas para no encarar un amplio y generoso proceso de desarrollo a pesar de su rusticidad y, como lo definía Rogelio Frigerio: indigencia teórica, siguen imponiéndose en las decisiones que toma la dirigencia a cargo de la gestión gubernamental. Pocas y malas ideas que, apenas remozadas, se aplican una y otra vez sin tomar nota de su sistemático fracaso que, no obstante, refuerza el statu quo donde los ganadores son una ínfima minoría que no deja de capturar la porción disponible de la renta nacional.

Esos ganadores ignoran, fuese por miopía o por avaricia, que participando activamente en la movilización de la riqueza argentina, en lugar de evadir y especular, dispondrían de mayores recursos de los que hoy obtienen, aunque es probable también que tendrían menos poder relativo del que hoy detentan, pues en otro marco fuertemente expansivo aparecerían nuevos protagonistas de emprendimientos e inversiones de riesgo que en las actuales condiciones no se encaran con la amplitud que las posibilidades del país permiten. La dominación nunca es sólo económica.

En los análisis menos crudamente distorsionados por las ideologías legitimadoras del actual statu quo la pregunta a la que se arriba frecuentemente es ¿Cómo lo hacemos? refiriéndose a por dónde plantear el sendero de construcción de un proceso robusto de desarrollo que no sea saboteado rápidamente por los intereses instalados y hoy hegemónicos, en particular los financieros. Esa pregunta surge de un dato indudable de la realidad: nadie quiere arriesgar un ápice de su situación actual. Todo parece abrochado y remachado, en un marco de estancamiento inocultable.

Mirar sin preconceptos

Una reflexión desprejuiciada debiera asumir que la situación actual no es sostenible. Vivimos en la emergencia continua y ello atenta directamente contra los proyectos que requieren horizontes relativamente claros y estables para diseñarse y ponerlos en práctica.

Las “soluciones” que se reiteran son casi siempre precarias y tiran sistemáticamente la pelota para adelante. Nada más torpe cuando en realidad se trata de garantizar procesos de inversión a mediano y largo plazo.

El “empate” entre las fuerzas en pugna, siendo sus dirigencias entre sí más socias que antagónicas, es sin duda un síntoma de la parálisis. Para estos segmentos apoltronados en sus parcelas es indispensable que no haya más jugadores disputando la torta. Para los desclasados (hoy con representaciones en apariencia más vigorosas que las tradicionales del capital y el trabajo) se diseñan paliativos y pases de magia (financiados por el FMI y el Banco Mundial, dicho sea de paso) pero cuidando muy especialmente que no se modifique el dispositivo establecido de distribución de la renta. El llamado “gasto social”, sobre el cual la queja para las almas bellas es que se financia la vagancia, es hoy una parte clave de la trabajosa paz ambiental con que se reconduce el equilibrio de poder y nada cambia en sustancia.

Del lado de los desposeídos, sus más notorios voceros no hacen hincapié en lo sustancial, que es crear trabajo genuino, lo cual requiere favorecer la inversión de todos los modos posibles. Parten de la base de que “la plata está” y sólo hay que distribuirla, convalidando así el estrecho contexto estructural donde la Argentina permanece estancada. La plata sólo está en una distribución determinada de la renta y desparece en el mismo momento en que la estructura de poder se modifica. Esto es elemental, Watson.

En la esfera política estos planteos son muy incómodos. Si todo funciona bien, se preguntan los operadores más eficaces, ¿por qué ponerse a cambiar con resultados inciertos lo que nada garantiza que va a resultar mejor? Allí es donde acierta Milei, en la denuncia de la casta, a la que promete erradicar para dejar una tierra arrasada, y abonada, donde las hegemonías no corran riesgo de estar en manos de representantes de intereses populares concretos.

Las barricadas donde se agrupan los contendientes resultarían sorprendentemente endebles en un contexto expansivo con alta participación popular en la creación de nueva riqueza social. Sin embargo, ahora parecen murallas imposibles de horadar.

Descontado está que la Argentina puede albergar, dar trabajo, salud y educación a una población superior a la existente. Es inadmisible que no lo haga. Tomar conciencia de estos extremos lleva a replantear los supuestos no sometidos al debate público. La opción no es república versus manipulación populista. Constituimos una democracia plebeya con nichos de privilegio que deben desmontarse uno por uno y por eso es un sistema perfectible, necesario. La vitalidad de las instituciones se prueba justamente en su capacidad para resolver los desafíos que plantea cada etapa histórica.

Ahora el problema principal es la desigualdad, expresada en amplios sectores sin acceso a posibilidades reales de progreso personal y familiar, algo que no obstante la evidencia constituye el paradigma al que apela el embauque meritocrático. Abrir las perspectivas de promoción social sólo puede hacerse con un muy vigoroso plan de desarrollo productivo, inclusivo y territorial. Nada que esté en los planes de la dirigencia actual.

Existen diversas taras ideológicas que hay que remover para encarar el despliegue del potencial argentino. Por lo pronto, dejar de utilizar categorías de política económica y social que reportan a otras condiciones que no son las nuestras. El coloniaje se expresa hoy en repetir los criterios con que se analizan los desafíos de las sociedades opulentas, que también experimentan hoy –como resultado de la hegemonía del capitalismo financiero a escala mundial–  formas inéditas de desigualdad. Esos intereses son, por su naturaleza, de visión y operatoria mundial. Es indispensable comprender del modo más afinado posible su dinámica y su mecánica, puesto que el encierro es garantía de derrota. No es posible ignorarlos.

Necesitamos una economía política que privilegie el diagnóstico de lo que necesitamos para consolidarnos y desenvolvernos como comunidad nacional. Lo que ocurre en el mundo es el marco ineludible en el cual hay que interactuar. Pero el centro de gravedad debe estar en identificar el interés común, aquí y ahora, en este momento histórico-concreto. Y actuar en consecuencia, disponiendo los instrumentos que favorezcan la expansión productiva, la inserción social de quienes están apenas colgados de una dádiva, sobre el sagrado principio del respeto a toda persona humana y sus derechos esenciales. Suena simple, pero en realidad es complejo, porque implica cambiar sustancialmente el modo en que se analizan y se toman las decisiones que conciernen al conjunto. Y cómo se reparten los recursos, hoy sustraídos en gran medida de los circuitos formales.

Es un desafío, ante todo, para la totalidad de la dirigencia, que hoy anda distraída atendiendo asuntos menores y facciosos. Es un voto de Navidad, donde lo que importa es la fraternidad. Es posible sólo si se dejan de lado los factores divisionistas y se construye sobre las tendencias hacia integración que, a poco que se mire sin prejuicios, están disponibles muy claramente en las necesidades y aspiraciones de todos los grupos sociales.