Desigualdad, Revolución digital y fragmentación ¿Qué hay de común, junto a la tendencia que marca el acrecentamiento de las desigualdades y la progresiva erosión del “estado de bienestar” que afecta a Occidente, que no sea otra cosa que la la revolución digital y, más específicamente, sus múltiples efectos sociales asociados a las redes y las plataformas, lo que está presente en la vida cotidiana de pueblos que poseen idiosincrasias, hábitos, culturas y tradiciones políticas bien distintas?

En su obra La era del individuo tirano, que lleva como subtítulo El fin de un mundo común, el escritor y filósofo francés Éric Sadin analiza en profundidad la cadena de implicancias sociales que conlleva la generalización de las nuevas tecnologías digitales, deteniéndose en una minuciosa descripción de sus efectos sobre la psicología individual y colectiva que sirven de base para explicar los cambios profundos y estructurales que afectan al mundo de la sociabilidad.

Fenómenos como los mencionados de Trump, Bolsonaro, Milei y tantos otros difícilmente puedan explicarse sin considerar, además de las fracturas y el aumento de la desiguadad creadas por la polarización económica y social, estas transformaciones originadas en el cambio tecnológico, que además de ser portador de efectos ambivalentes y contradictorios, llegaron, indudablemente, para acelerar el “ritmo de la historia”.

Hay una transformación de las relaciones sociales que erosionan los fundamentos del “contrato social” en tanto el nuevo sujeto – modelado y asistido en sus demandas y deseos por un sistema de tecnologías que hacen realidad la hiperindividualización (la cual no es otra cosa que el sumun de la segmentación del mercado) ofreciéndole a cada individuo de forma automática, gracias a la inteligencia artificial, aquello que personalmente mayor interés, satisfacción y placer le provoca – tiene, entre otras consecuencias, el efecto de socavar el entramado social que constituye la base material de lo público.

¿Por qué? Un factor (no el único) que contribuye a impulsar la erosión de lo público se relaciona con que ese nuevo sujeto, que dedica buena parte de su tiempo del día a interactuar a través de las redes y las plataformas -conformando así una práctica socialmente extendida- ejerce su protagonismo e interviene con su actividad en el territorio virtual sin encontrar allí resistencia alguna que limite sus deseos, intereses o demandas.

Más bien, sucede lo contrario, en tanto los algoritmos tienen la capacidad de interpretan sus propias preferencias en cualquier terreno del consumo, sea este material o espiritual, para ofrecerle instantáneamente aquello que potencialmente maximiza su bienestar. En ese campo de relaciones virtuales, demás está decir, se crea el acostumbramiento de recorrer (navegar) el territorio virtual a gusto y piacere, a moverse sin restricciones en un espacio donde no existe tensión alguna que ponga límites a nuestra libertad (virtual), sin mencionar, además, el hecho de que existe en el propio individuo el poder absoluto de bloquear, eliminar o cancelar a un “otro” que interfiera con sus opiniones, gustos o deseos.

Se trata de una práctica que a fuerza de internalizarse está modificando la forma en que se establecen los vínculos, en detrimento de la centralidad que tenían (antes) las relaciones sociales establecidas en el “mundo real”, es decir, sin mediación de lo virtual.

No es difícil comprender que dicha metamorfosis crea a la vez la predisposición a la intolerancia, mucho más aún cuando el individuo, habituado a ejercer su libertad (virtual) sin reconocer límite alguno, se enfrenta en el mundo de la sociabilidad real a las restricciones, tensiones y diferencias que nacen del hecho, imposible de soslayar, de estar obligado a convivir con lo distinto, es decir, con lo plural.

Una predisposición, cada vez más naturalizada, para que, en determinadas condiciones, ayude a crear el caldo de cultivo para que afloren las reacciones antisociales que se manifiestan a través de las corrientes de la antipolítica. Éstas las explota y las potencia, haciendo que la intolerancia frente a lo distinto se traslade al mundo de las relaciones sociales reales. Así lo “social virtual” crea su antítesis, lo “antisocial real” que colisiona con la condición de ciudadanía.

Consecuentemente, asistimos a un proceso que tiende a diluir esa unidad de referencia, representada por lo público, donde el sujeto se construye y desarrolla integrando en su interior realidades diferentes que conviven comunicándose entre sí, comprendiéndose unas a otras, reconociendo sus desencuentros, a veces en tensión y otras veces en abierto conflicto, pero en el marco del sentido de una pertenencia común, cuya expresión superior es el estado como representante del orden público.

En palabras de Sadin: “El ciudadano se considera libre de actuar según su propia voluntad pero dentro de un “orden público dado”; el consumidor se ve remitido antes que nada a sí mismo, a tal punto de vivir en la total indiferencia del otro. Hoy estamos pasando de la era moderna – que mostró cómo los ciudadanos buscaban afirmar su singularidad y defender sus intereses, pero obligados a tener como referencias, de un modo u otro, un registro de códigos compartidos – al estadio de una proliferación de individuos no ya aislados sino autárquicos”.

En las expresiones ideológicas de la antipolítica pueden encontrarse con facilidad los rastros de un mensaje que parte de la contraposición, llevada al extremo, entre lo “individual” y lo “colectivo”, propiciando la ruptura de esa relación a favor de un individualismo a ultranza para el cual le es ajeno todo aquello que no forme parte de su micromundo de necesidades, intereses y deseos. Y no solo que les es ajeno sino que, más aún, su presencia representa una amenaza que debe ser “eliminada” o “cancelada”, tal como la ideología del anarco-capitalismo proyecta sobre la existencia del propio estado.

El basamento objetivo del debilitamiento entre el vínculo de “lo individual” y “lo colectivo”, conectado con los cambios de la economía, fue desarrollándose en el terreno de las redes sociales y las plataformas al punto de ser naturalmente internalizado según las lógicas y los códigos que gobiernan las relaciones “sociales” en el campo virtual.

Twitter (ahora X), Facebook, Instagram y TikTok marcan, por decirlo así, etapas evolutivas del proceso que conduce, en palabras del mismo Sadin, a la “la súbita sensación de la suficiencia de uno mismo”, a la “negación del prójimo” y al advenimiento de “particularimos autoritarios”, no importa de la naturaleza que éstos sean.

Dicho de otro modo, el proceso en curso pone en acción fuerzas, inherentes a las reconfiguraciones de la economía y el mercado que hacen realidad las nuevas tecnologías, que naturalmente fluyen como una corriente que va horadando el orden público, provocando la disociación entre la condición unidimensional del individuo-consumidor y la multidimensional del individuo-ciudadano y, en el curso de ese mismo proceso, llevando al extremo la contradicción entre una y otra condición hasta el punto de provocar su ruptura irreparable, con la preminencia del primero por sobre el segundo.

Un fenómeno que, siguiendo el hilo de sus efectos, se traduce en el debilitamiento y progresiva disolución de los lazos sociales que les otorgan un soporte real a valores como los de la solidaridad y la justicia social, entre tantos otros, y que son violentamente cuestionados por los libertarios; y sobre los que, como se decía, se sustentan el orden público y las instituciones del estado.

Proceso que, dicho entre paréntesis, llama a la reflexión sobre la vigencia del concepto acerca de cómo los cambios profundos de orden económico provocan, tarde o temprano, alteraciones que modifican las relaciones sociales y el séquito de sus instituciones representativas. Una correlación que históricamente se sucedía en períodos de tiempos prolongados, haciéndola, la mayoría de las veces, imperceptibles para el observador que se limita a registrar solo como verdadero lo que existe en la superficie empírica de la realidad social, pero que ahora la podemos observar actuando a la luz del día, casi podría decirse irónicamente en “tiempo real”, y que nos hace recordar una vez más aquello de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

¿Acaso no es un lugar común señalar que las nuevas tecnologías, fruto de la cuarta revolución industrial, que conllevan una transformación estructural de los modos del producir, distribuir y consumir, están alterando nuestras vidas en todos los órdenes?, ¿No estamos siendo testigos de cómo, aceleradamente, se evaporan ante nuestros ojos las formas de un mundo que se nos escurre entre las manos?

Lo cierto es que este proceso provoca una afectación general en tanto no existe país alguno que pueda sustraerse de ser arrastrado por el torbellino de la revolución digital y sus consecuencias. No existen países, ni tampoco clases o grupos sociales que aún en situación de exclusión no estén en conexión, directa o indirecta, con las nuevas tecnologías y sus efectos.


Extraído de: https://www.carasycaretas.com.uy/politica/javier-milei-como-sintoma-y-causa-n67050  publicado en Caras y caretas, Montevideo