*)Por Héctor Valle.

A pocos días de morir Rogelio Frigerio (13 de septiembre 2006), la Revista de FIDE publico está editorial a modo de reseña y homenaje. Transcribimos la nota de quien fuera uno de sus discípulos y Director de FIDE, Héctor Valle.

Las condiciones de la victoria

En marzo de 1978, a dos años de instalada la dictadura militar y en plena vigencia del Programa Martínez de Hoz, primer ensayo de la restauración neoliberal en la Argentina, nació nuestra Fundación. Y en agosto del mismo año aparecía el primer número de FIDE Coyuntura y desarrollo. Rogelio Frigerio fue el inspirador de este emprendimiento que aún persiste. FIDE pretendía, yendo a contracorriente del pensamiento hegemónico, cuestionar el modelo prevaleciente e instalar una alternativa cuya fundamentación propositiva no fuera meramente un discurso vacío de contenidos, sino que se basara en la sistemática compilación y el análisis objetivo de los datos estadísticos disponibles.

No era la primera vez que Frigerio alentaba esfuerzos de este tipo; es inevitable recordar la huella dejada por la revista Qué, en la génesis del gobierno del doctor Frondizi. Esa constituía, en última instancia, “su” forma de hacer política, la única que concebía: someter a la racionalidad del método analítico cada acto destinado a modificar la realidad, asumiendo el carácter dinámico de la misma y la necesidad de que la praxis política tomara nota de ello. Más adelante, a partir de 1981 y por una década fue, inclaudicable, el casi exclusivo sostén material de nuestro proyecto.

Para una adecuada valoración de tal conducta, bueno es recordar que estábamos en los años del gran auge en la ideología neoliberal y que esto último no sólo sucedía en la Argentina, sino que tenía carácter hegemónico en las recetas para todos los países subdesarrollados con sus seculares problemas de balance de pagos, inflación y agudas fluctuaciones en el ciclo económico. Tal corpus ideológico reaccionario era aceptado acríticamente por los sucesivos ejecutores de política económica, como si se tratara de una verdad revelada. El debate, por lo tanto, quedaba clausurado. Es por eso, quizá, que con la experiencia recogida durante tantos años cuestionando al pensamiento dominante, podemos valorar mejor el aporte que este hombre venía haciendo ya desde mucho antes, con triunfos y derrotas vividos en los últimos 60 años de la Argentina y los costos que debió pagar por todo ello. Valía la pena.

El eco mediático que recientemente tuvo su desaparición no debe entonces sorprendernos, ya que es acorde con la nueva realidad que vive el país. Luego del derrumbe de la convertibilidad y la exitosa superación de la crisis, la Argentina ha cambiado —aunque ciertos mensajes de su dirigencia política más tradicional parecieran ignorar esta novedad— porque el modelo de acumulación y la relación capital/trabajo son otros. En consecuencia, las ideas del desarrollismo ganan consenso. En este recodo de la historia aparece, entonces, una de esas oportunidades para transformar la realidad que no suelen repetirse. Sería fatal si nos equivocáramos a la hora de acercarnos a Frigerio.

Una buena ocasión para discutir ideas

En ese sentido, los homenajes, recuerdos y discursos de poco sirven cuando se limitan a vacuos elogios que pretenden construir otro personaje para el bronce y luego dar vuelta la página. Pero son extremadamente útiles cuando intentan rescatar el método dialéctico, la experiencia recogida en su aplicación concreta para interpretar la realidad argentina contemporánea, y la posibilidad de construir a partir de esa matriz ideológica una prospectiva superadora. El mejor homenaje a Frigerio, entonces, será reabrir el debate sobre tópicos tales como la existencia o no de una burguesía nacional y de una clase obrera organizada, el rol del Estado en la movilización de los medios de producción, la relación con el capital extranjero y la posibilidad de la alianza de clases para motorizar el desarrollo; ese manojo de cuestiones que siempre lo apasionaron. Estos fueron temas sobre los cuales, como ahora lo reconocen hasta quienes fueran sus más enconados adversarios, la visión de Frigerio constituyó un relevante aporte al pensamiento y la acción política por más de medio siglo en la Argentina.

Puede afirmarse entonces que, luego de haberse superado con éxito la crisis final del neoliberalismo, cuando llega el momento de preguntarse «¿y ahora qué?», hay una cada vez más generalizada convicción de que deben rescatarse los paradigmas del desarrollo para otorgarle sustentabilidad de largo plazo a la actual fase expansiva del ciclo. Pero, a tales fines, es inevitable contar con un corpus teórico que fundamente cabalmente al propósito de integrar a la Nación geográfica, material y socialmente, evolucionando a ritmos muy altos de crecimiento y por varias décadas.

No nos cabe duda de que un «revisionismo positivo» del frigerismo es imprescindible para el abordaje de los novedosos problemas que se manifiestan en la presente etapa. Sería trágico convertir al pensamiento del Tapir en algo que se reverencia pero no se aplica. Pero no sería menos patético interpretar esta realidad que nos toca vivir a principios del siglo XXI con el discurso de otra, transcurrida varias décadas atrás. El instrumento analítico merecer ser actualizado para discutir problemáticas de la hora en temas tales como la búsqueda de aquella inserción internacional más conveniente, garantizar una elevada tasa potencial para el PIB, alcanzar un armónico desenvolvimiento de las distintas regiones, preservar el medio ambiente y, el objetivo más importante, recomponer la condición salarial (recordemos que en 1961 la masa salarial representaba el 43% del PIB). Estas son condiciones todas que en la etapa presente de nuestro país constituyen requisitos básicos para que no se frustren las posibilidades del desarrollo con equidad. Más allá de algunas novedades, se trata de temas que tienen poco de nuevo. Pero tampoco es novedosa la reacción del establishment -fastidiado además con cada uno de sus augurios catastróficos que no se cumplen- ante aquellas iniciativas que pueden afectar sus privilegios de siempre.

Con la distancia que dan los años, tomar conciencia de las condiciones objetivas en que debe llevarse a cabo el proceso de cambio permite tanto advertir el carácter pionero que tuvieron las ideas de este hombre como valorar su perfil de luchador inclaudicable por hacerlas realidad y rescatar el coraje que siempre es necesario tener para poner en marcha las acciones que el proyecto nacional requiere. Pensemos en el escenario prevaleciente a fines de los años ’50 del pasado siglo cuando se encara el proyecto del ’58, las dificultades que parecían insuperables para ingresar a la modernidad en aquellos tiempos en que el peronismo estaba prohibido y las fuerzas políticas y sociales tradicionales soñaban con volver a la Argentina pastoril del novecientos, librecambista y casi una parte más de la corona británica. Pero la voluntad del cambio fue más fuerte y, ahora, se reconocen sus virtudes.

Rogelio Frigerio fue Secretario de Relaciones Socio Económicas en el Gobierno del doctor Frondizi.

Interpretando la realidad y sus tendencias

Vale la pena ejemplificar con tres casos concretos para apreciar mejor el aporte de Frigerio en materia de política económica práctica. A la hora de elaborar el proyecto desarrollista, nadie como Rogelio supo leer con tanta nitidez las grandes tendencias que predominaban en la economía mundial, que ya había superado los problemas de la reconstrucción de Europa y el Japón en la segunda post guerra y las oportunidades que por entonces se abrían para la Argentina. Recién mucho después supimos que el mundo estaba ya inmerso en una fase larga de prosperidad, aquello que los teóricos franceses luego definirían como «los gloriosos años» del Estado benefactor. Nuestro país no podía, por ignorancia o el egoísta cuidado de intereses creados, dejar pasar esa oportunidad que se le abría para desenvolver la etapa más compleja de su industrialización. Pero ello sería una utopía si continuaba destinando el 25% de los mil millones que constituían sus limitados ingresos en dólares originados en exportaciones a la compra de petróleo. Crear las condiciones para el ingreso de capital extranjero de riesgo y fortalecer a las empresas estatales en áreas como el petróleo, la siderurgia y la energía no sólo era posible, sino que debía constituir el núcleo duro de un proyecto industrial integrado, que no soportara cuellos de botella en materia de infraestructura y abastecimiento de insumos básicos.

Este no era un mero emprendimiento sustitutivo de importaciones, como se quiso interpretar desde la burocracia de los organismos internacionales y en ciertas usinas «académicas» locales, entre otras cosas porque era imposible sustituir lo que en ese momento no se podía importar (automóviles, por ejemplo), sino que se trataba de la creación de nuevas cadenas de valor hasta entonces inexistentes, verdadera incubadora de una dinámica generación de nuevos empresarios y nuevos empleos de calidad, todo lo cual maduraría años después (autopartistas, por ejemplo). Paradójicamente para algunos, lo cierto es que, en el presente, la sustitución de importaciones, condenada a la desaparición por agotamiento ya a mediados de los años ’70, ha venido a constituirse en el ingrediente principal de la expansión verificada en la actividad manufacturera y que ya lleva 17 trimestre consecutivos de existencia.

Segundo, en el momento de mayor auge del revanchismo gorila, nadie como Frigerio supo advertir que era imposible constituir una sociedad moderna, un país que abandonara el subdesarrollo, excluyendo a la clase trabajadora de tal proyecto colectivo. Y eso, en aquel tiempo, significaba devolverle sus organizaciones gremiales y eliminar la proscripción del peronismo. Como se recordará, el resto de la clase dirigente, todo el arco político, siempre se opuso a estas ideas y el golpe de 1962 tuvo como una de sus excusas el peligro del retorno peronista.

En esta materia, Frigerio fue profético una vez más; veamos, si no: actualmente entre los cientistas sociales más relevantes, se destacan aquéllos que plantean como uno de los requisitos para que las sociedades no estallen en el caos social la vigencia de la «condición laboral» que implica, entre otras cosas, no sólo el reconocimiento pleno de las organizaciones de los trabajadores en cualquier proyecto de concertación social que sea sustentable en el tiempo, sino también garantice la igualdad de oportunidades y la preservación de los valores de la clase trabajadora.

Tercero, años más tarde, de nuevo, nadie como él supo advertir que los mecanismos de integración que estaban proponiendo los organismos multinacionales constituían un instrumento al servicio de los monopolios. Hace 40 años lo explicó en un libro memorable. «La integración regional, instrumento de los monopolios» es su título, que fue desdeñosamente ignorado por nuestra intelectualidad progresista. Hoy, en la Argentina, luego de la experiencia acumulada en la materia, existe un generalizado consenso acerca de la necesidad de plantear el Mercosur sobre bases diferentes a «las del mercado», las que permitan la integración productiva, energética y social de la región en su conjunto para construir un poder autónomo que pueda discutir en un pie de igualdad con los otros bloques del mundo.

Esta opinión se ha formado a partir de sentir en carne propia las asimetrías constituidas en contra de nuestros intereses y verificar que la integración, como fue llevada, nos condujo a una situación dual donde el eje Río-São Paulo constituye la base de operación elegida por las multinacionales manufactureras (ya se ha llevado puesta a una porción importante de la vieja burguesía paulista, por ejemplo, que terminó globalizada), mientras nuestra pampa húmeda es cada vez más empujada a la especialización como abastecedora de soja. Pero lo ocurrido también enseña que la solución pasa por rescatar la integración latinoamericana, frente al canto de sirena de los acuerdos bilaterales con los Estados Unidos.

Frigerio y la Argentina que viene

Puede concluirse que el tiempo, que todo lo clarifica, permite ahora valorar cabalmente la madera de estadista que tenía Rogelio, tantas veces ignorado por el pensamiento oficial. Resulta imposible entender la cuestión del proyecto nacional, sus logros y frustraciones a lo largo de nuestra historia de los últimos 50 años, excluyendo su invalorable aporte. Pero más importante aún es consignar que otro tanto ocurre a la hora de proyectar el futuro deseado. Si esto es así, el reconocimiento a Frigerio no puede limitarse al protocolo del homenaje póstumo, sino constituirse en el punto de partida para la imprescindible actualización ideológica y el ejercicio de una praxis política modernizante llevada a cabo con la misma convencida vehemencia que «el Tapir» ejercitaba día a día.

La oportunidad es hoy más propicia que nunca para volver a Frigerio. Seguramente, podremos encontrar la mejor solución a muchos de los desafíos que la Argentina debe enfrentar si nos iluminamos con las ideas del viejo Tapir y nos atrevemos a elaborar una continuidad superadora de las mismas, que siguen siendo tan actuales, potentes y esperanzadoras como siempre fue su mensaje sobre el destino de la Nación.

Fuente: FIDE