* Por Francisco Uranga y Sebastián Ibarra. Acuerdo UE-Mercosur
Ni proteccionismo férreo, ni aperturismo ingenuo. Ese es el espíritu crítico con el que se debe leer el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur para la firma de un tratado de libre comercio (TLC). Es una gran oportunidad, pero, como a toda oportunidad, hay que saber aprovecharla. Y viene con enormes riesgos bajo el brazo, que tornan más urgente que nunca el debate sobre el modelo de desarrollo argentino.
La firma de un TLC entre ambos bloques expondrán a las industrias argentinas a una dura competencia. El acuerdo prevé una plazo de hasta 15 años para alcanzar el arancel cero en algunos sectores. Para el automotriz se definieron los tiempos más largos. Durante ese periodo de transición se deberá avanzar en la transformación productiva. El reloj que definirá el futuro de la industria nacional ya empezó a correr.
El acuerdo firmado en Bruselas es un éxito diplomático, sin dudas. Aunque el camino hasta la firma del TLC es largo. El texto deberá ser aprobado por el Parlamento Europeo y por los estados que integran los dos bloques. Son 32 países —incluyendo a Reino Unido, que aún no resolvió el Brexit—. La ratificación del acuerdo tardará al menos dos años, y no se descarta que el texto sufra modificaciones. También es una excelente oportunidad para replantear el funcionamiento interno del Mercosur.
Aún resta conocer los detalles del acuerdo para hacer una evaluación precisa del impacto que podría tener en la economía argentina. Aunque ya hay algunas certezas. Los sectores más beneficiados son los vinculados a la exportación de materias primas, donde Argentina es más competitiva que los países europeos. El texto prevé la definición de cuotas para la carne vacuna, la carne aviar, la miel y el arroz del Mercosur, por lo que se podrá vender hasta un volumen determinado con aranceles cero o reducidos.
La industria y las pymes sudamericanas son las que enfrentan el mayor desafío. Las ramas más afectadas, se prevé, serán la automotriz, la química, la farmacéutica, la textil y la del calzado, entre otras. Las pymes manufactureras competirán con empresas que producen en mejores condiciones y con mejor calidad. Es que el costo argentino atenta contra la competitividad. Las compañías nacionales se enfrentan a dificultades para acceder al financiamiento, a un elevado costo de logística por una infraestructura deficiente, a una alta presión tributaria, al retraso tecnológico, y forman parte de cadenas de valor escasamente integradas y con menores economías de escala. Esta es la base de la gran asimetría de productividad ente los dos bloques.
Un plan de desarrollo
Una apertura económica en estas condiciones, sin un plan de desarrollo ni políticas para corregir las deficiencias del aparato productivo argentino, podrían traducirse en una agudización de los problemas actuales, con un efecto de desindustrialización y reprimarización de la economía. Esto afectaría la oferta de empleo y profundizaría la crisis social. El intercambio actual de Argentina con el bloque europeo es ilustrativo: es superavitario en bienes primarios y deficitario en industriales.
La alternativa no es la defensa de empresarios prebendarios o que buscan mantener mercados capturados o monopolios protegidos por el Estado. Ellos son una traba para el desarrollo, pero no son la mayoría de los hombres de negocios del país. Existe una preocupación legítima entre sindicalistas y empresarios sobre cómo se van a emprender las reformas que el país deberá llevar adelante y sobre la letra chica del acuerdo con al Unión Europea.
El objetivo principal del acuerdo es generar más comercio. Generará una zona de libre comercio con 800 millones de habitantes. En ese sentido, es más relevante para el Mercosur que para la Unión Europea. El 22% de las exportaciones del bloque sudamericano tiene como destino la UE. El Mercosur, en cambio, solo representa el 2,5% de las exportaciones de la UE. Otras definiciones, sin embargo, son más relevantes desde su punto de vista. Como la posibilidad de que las empresas europeas participen en las licitaciones de obra pública en igualdad de condiciones que las nacionales. Las compras públicas son un instrumento que muchos países usan para promover la industria nacional.
La apertura hacia el mundo es el camino correcto. Pero no va a venir de afuera la solución de los problemas domésticos. La agenda que comienza con este acuerdo pone sobre la mesa la discusión las reformas estructurales que son impostergables. Y la necesidad de que las clases dirigentes consensúen un modelo de desarrollo. Es un debate que debe ser abordado de forma seria y sin fanatismos. Festejar el acuerdo o tildarlo de tragedia es una frivolidad. No es ni lo uno ni lo otro. Es un desafío. Y del esfuerzo y la inteligencia que se dediquen para afrontarlo dependerá que sea beneficioso para la sociedad. Esto es, que más allá de los sectores ganadores y perdedores, el saldo sea más producción, más generación de valor y más exportaciones. Pero también más empleo, salarios más altos y una mejor calidad de vida. Que sea una herramienta para el desarrollo y la lucha contra la pobreza, y no un golpe más para la muy castigada economía nacional.
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