Cuando a mediados del siglo XX Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio les hablaban a los argentinos del subdesarrollo y planteaban el desafío de la transformación de la estructura económica, la dirigencia política, las elites intelectuales y el establishment económico sentían que se enfrentaban a marcianos. Era incomprensible que pretendieran hacer política planteando temas de tal nivel de sofisticación, y aun más, quisieran explicar esos problemas a la ciudadanía, eludiendo los típicos debates comunismo-anticomunismo, peronismo-antiperonismo, liberalismo-nacionalismo, campo-industria, laica-libre.
Tal vez tuvieran razón. Frigerio duró menos de un año en el gabinete, del que fue excluido tras uno de los tantos planteos militares que terminaron derrocando a Frondizi. Para la izquierda, eran entreguistas a sueldo de las potencias coloniales. Para los militares, espías marxistas. Para el peronismo (lo tenía más claro), rivales intolerables en caso de tener éxito su programa. En conjunto, los demolieron.
El desarrollismo se había propuesto completar la industrialización liviana del país dotando a la economía de su “base estructural”: energía, infraestructura, transporte, industria pesada. Quería, para eso, inversiones masivas, distribuidas por toda la geografía nacional, abarcando todos los rubros de la economía, alentadas por un Estado con claro sentido de las prioridades, y a un ritmo vertiginoso. Para eso sostuvo, además, la idea de atraer la inversión extranjera directa.
Esta política se desenvolvió en varios frentes: energía, siderurgia, minería, industria automotriz, petroquímica, con resultados arrolladores. La inversión pública y privada, nacional y extranjera, trepó a niveles récord.
Pero la prueba de fuego y síntesis de las ideas desarrollistas fue el petróleo. En tres años se firmaron contratos, se atrajeron capitales, se perforó y se tendieron redes de distribución para una producción que se triplicó, logrando por primera vez el autoabastecimiento energético.
Muy tardíamente, la sociedad les reconoce hoy a Frondizi y Frigerio no sólo su estatura política, sino la extraña combinación de hombres de ideas y de acción, su definido carácter de estadistas, la idea clara de un proyecto o, todavía más, un programa de largo plazo, desde sostuvieron con coherencia el gobierno o el llano. La reincidente crisis argentina probó más tarde que tenían razón, como también el hecho de que sigamos enfrentando los mismos problemas.
Frigerio intentó, en todo caso, enseñar, explicar, eludir las trampas de la ideología y los falsos debates. Sus demoledoras críticas a los programas liberales (Krieger, Martínez de Hoz, Cavallo) o populistas (Gelbard) y su insistencia en unos pocos temas centrales del desarrollo (sinceramiento de precios, rol rector del Estado, inversión masiva, capital extranjero, integración económica) siguen pudiendo leerse con provecho décadas después. Murió hace diez años, el 13 de septiembre de 2006.
El debate político argentino sin dudas lo sigue echando de menos.