*) Publicada la revista Tía Vicenta (año 1 – número 55), el martes 26 de agosto de 1958. Con dibujo y texto de Landrú.
Desde el primero de mayo pasado todo el mundo se pregunta: ¿cuál es la mejor hora para dar un golpe de estado? ¿Las ocho de la mañana, las quince o las veinte horas?
Las ocho de la mañana no nos parece conveniente, pues según nuestros servicios informativos, desde las 6,20 horas se encuentra en la Casa Rosada, atento y vigilante, el secretario Opel particular de Frondizi, señor Tito González.
Las quince tampoco nos parece una hora recomendable, pues los revolucionarios, a quienes les espera en caso de triunfar el golpe un arduo trabajo, deben a esa hora dormir la siesta para que las nuevas actividades no los sorprenda cansados.
Y las veinte tampoco nos parece conveniente, pues es la hora en que el doctor Zavala Ortiz toma sus claritos en el Petit Café, y un golpe de estado sin Zavala Ortiz es lo mismo que Alfredo Palacios sin bigotes, que Frondizi sin anteojos, que Aramburu sin Pinker y que Silenzi sin Stagni.
La elección de la hora, pues, es algo muy delicado, máxime si tenemos en cuenta que el gobierno está prevenido y alerta. Por eso debemos ser francos y enviarle al presidente este mensaje: “El golpe de Estado lo daremos mañana a las 17 horas”. Entonces el presidente tomará todas las providencias para aplastar el golpe de estado a las 17 horas. Pero nosotros, astutamente, no daremos el golpe a las 17 horas, sino una hora antes, a las 16, y tomaremos por sorpresa, sin ninguna dificultad, la Casa de Gobierno.
El presidente, vencido y muerto de rabia, nos preguntará:
—¿Pero, cómo? ¿No iban a dar el golpe a las 17 horas?
—Si —le contestaremos nosotros—. Pero a las 17, hora de Gubbio.
Y como Frondizi es italiano no podrá decir una sola palabra de protesta, y se retirará coloradísimo a Trujillo a formar el partido de la Ucrintegración nacional.
TÍA VICENTA