Las Leñas es uno de los centros de esquí más importantes de Argentina con 30 pistas de distintos niveles /larutanatural.gob.ar
Las Leñas es uno de los centros de esquí más importantes de Argentina con 30 pistas de distintos niveles /larutanatural.gob.ar

Que Argentina es un país con evidentes atracciones naturales y culturales para el turismo, es algo innegable. Incluso, el sector es visto acertadamente como una oportunidad de alcanzar el desarrollo federal, promover el empleo e ingresar divisas; virtuosas cualidades que muy pocos sectores productivos generan a la vez. El problema es que -al mismo tiempo- se cree que alcanza con una simple y voluntarista consecuencia de la promoción sostenida. Por el contrario, el turismo bien orquestado, aquel que impacta en más visitas y mejores puestos de trabajos, implica mucho más que buenos profesionales, atracciones locales y buena voluntad. Implica inversión.

La inversión ocupa un lugar central para desarrollar una política turística nacional, baste el ejemplo de los principalísimos destinos turísticos del mundo que fueron creados a pura inversión, en el desierto o en pantanos: Las Vegas, Disney, Dubái etc. También el modelo español es digno de imitarse: representa allí el 15% del producto, incluye destinos turísticos inteligentes, con activa participación privada. Han incorporado activamente en los circuitos turísticos a los centros comerciales a cielo abierto, a los sitios históricos patrimoniales, la vida cultural, los eventos transversales, es decir la identidad de la vida social de cada comunidad. Cualquier pueblito -por pequeño que sea- tiene un icono turístico, histórico, patrimonial o religioso y cuenta con conectividad vía terrestre o aérea con los principales centros turísticos. Así lo trabajan y promueven el turismo los países desarrollados.

Por el contrario, nuestro subdesarrollo nos condiciona profundamente a la hora de aprovechar al sector como un verdadero impulsor del desarrollo. Atracciones naturales, excelentes profesionales y tipo de cambio favorable no alcanzan para dicho objetivo, tanto para el plano local como para el turismo extranjero. En el primer caso porque la propia inestabilidad económica limita la cantidad de argentinos con propensión a viajar y sobre todo a gastar en servicios complementarios y de calidad. Vale reconocer que en contra de esta situación, la salida pospandemia tuvo en el Pre Viaje una medida brillante, acercada por el sector privado, Cámara Argentina de Turismo, y tomado por el ministro Lammens de inmediata. La medida fue incluso virtuosa para la recaudación fiscal, por cuanto muchos emprendimientos turísticos blanquearon esa operatoria y el peso de la ayuda, se recuperó el 85% de lo invertido. Sin embargo, no debería dejar de ser una medida coyuntural ajena a la solución de fondo, si es que realmente queremos que el turismo sea: no solo un foco de consumo, sino un motor del desarrollo nacional.

Los desafíos del turismo pospandemia

Respecto al turista extranjero, o receptivo, el subdesarrollo se evidencia en la todavía insuficiente prestación de servicios de calidad complementarios y dinamizadores, limitándose a casi exclusivamente al aspecto gastronómico y de artesanías. En relación a estos últimos, se da incluso la particularidad en la cual se brindan servicios monopólicos y con escasa participación local: Una empresa española (Air Europa), transporta pasajeros a una ruta directa (Madrid- Iguazú), en sus buses lleva sus pasajeros a un Hotel de su propiedad “Meliá” (ex Sheraton). Como incorporación de empresas locales le vendemos suvenires y gastronomía, no mucho más.

El antecedente local de este fenómeno, típico del turismo en el mundo subdesarrollado, lo encontramos a principios del siglo XX, en 1904 aproximadamente, cuando una empresa británica, vinculada a las líneas de Ferrocarril Buenos Aires, Bahía Blanca y Buenos Aires, Córdoba, desarrolló hoteles lujosísimos en Sierra de La Ventana y Alta Gracia, orientados a turistas internacionales y locales de gran nivel adquisitivo. Era una oferta premium para disfrutar del aire propicio para los problemas respiratorios, con centenares de plazas de alojamiento, canchas de golf, de tenis, piscinas, usinas eléctricas, panaderías, granjas, orquestas y fundamentalmente casinos. Funcionaba completamente encapsulado, como un enclave turístico, en el cual una misma empresa británica ofrecía: ferrocarril, transporte en la puerta del hotel, y todos, absolutamente todos los servicios turísticos sin la menor interacción con el ecosistema local, más que los empleados, el paisaje y el aire. Funcionó exitosamente hasta que tuvo un drástico final por dos motivos principales: la primera guerra mundial y la prohibición de los casinos por parte del gobierno de Irigoyen.

En todos los casos con naturaleza y excelentes profesionales, a mi juicio, no alcanza. Si no le agregamos valor, el mismo turismo es un comodity más. Aquí la causa y evidencia de nuestro subdesarrollo. Resulta imprescindible una integración social que no atente contra la seguridad física del turista extranjero y multiplique casi por dos nuestro propio mercado; infraestructura, caminos, aeropuertos, etc.. Incluso el análisis de las cadenas de valor vinculadas al turismo permite detectar oportunidades para generar integración productiva de las mismas.

En el marco de un país desarrollado el turismo integraría no solo la alfarería y tejidos precolombinos, sino también la fuerza y la pujanza de una nación que se permita poner su impronta al mundo. Pero por sobre todo, comprender que el turismo debe trascender por su relevancia en la promoción de la actividad económica, lo que es coyuntural, y planearse y trabajarse sobre su dimensión de vector del desarrollo, capaz de transformar e integrar tejidos sociales y productivos que a la vez generen aún mayor actividad económica. Y la clave para hacerlo es la inversión.