Turismo
Miembros del comando de la octava Brigada de Montaña en una expedición en el cerro Aconcagua. / argentina.gob.ar

El turismo es una de las actividades más castigadas por la pandemia de COVID-19. Antes de la crisis, el sector estaba en una fase de gran dinamismo y expansión. En realidad, una fase larga. El turismo es uno de los fenómenos culturales y económicos que más cambió en el siglo pasado. Tanto cualitativa como cuantitativamente. El sector movilizó en 1950 a 25 millones de viajeros internacionales; en 2019, a cerca de 1.500 millones. Se multiplicó por 60. El turismo generó uno de cada 10 empleos el año pasado, según la Organización Mundial del Turismo (UNWTO).

En la década del 60, cuando el problema del subdesarrollo ocupó el centro del debate económico, el turismo no tenía gran relevancia a nivel mundial ni en Argentina. Solo era importante para algunas localidades con tradición turística: la costa argentina y las ciudades cercanas a atractivos naturales, como las cataratas del Iguazú o el glaciar Perito Moreno. El salto que se produjo en el último medio siglo posicionó al sector en un lugar estelar como generador de divisas genuinas.

Los 10 países que reciben más turistas al año son también los 10 países con mayor número de turistas. Son casi todos paises desarrollados, con la excepción de México y algunos destinos del sur de Asia. Esto demuestra que contar con atractivos naturales no alcanza. La inversión es una variable central en el sector.

Las cadenas de valor del turismo

El turismo, tal como está planteado actualmente, no es un factor que contribuya al desarrollo nacional en Argentina. El sector solo es analizado por los gobiernos en función del aporte a la balanza comercial y pocas veces se considera el resto de los beneficios que genera para la economía del país. El turismo, al igual que el comercio, no manufactura bienes con valor agregado, pero demanda inversiones en infraestructura turística para consolidar el atractivo de los destinos. Y ese también es un proceso de acumulación y transformación.

La mayoría de los bienes utilizados por el sector turístico, lamentablemente, son importados. Desde los materiales de las calderas de los hoteles hasta las sábanas de cada habitación, algunos materiales de construcción, los aviones, los barcos, los automóviles y la mayor parte de los insumos para el confort del turista. Todos son importados. El análisis de las cadenas de valor vinculadas al turismo permite detectar oportunidades para generar integración de la economía.

Una correcta reconfiguración de la actividad permitiría no solo generar divisas, sino movilizar las fuerzas productivas del país. La industria textil, por ejemplo, tiene un mercado importante en los hoteles y la venta de artesanías, que en gran medida son importadas. La industria automotriz puede diseñar vehículos aptos para la travesía. La metalmecánica puede construir las aerosillas que se utilizan en los centros de esquí.

El turismo es un motor para el desarrollo federal y permite que provincias como Mendoza replanteen sus cadenas de valor. Un ejemplo es la ciudad de Uspallata, que podría ser el centro de distribución hacia varios destinos atractivos como el cerro Aconcagua, el Puente del Inca, Penitentes o Villavicencio. La ciudad es, además, el centro de servicios turísticos que permitirian desarrollar actividades como el ecoturismo, el esquí, los safaris y el turismo cultural. Es inentendible que todavía no cuente con hoteles cinco estrellas, espacios de esparcimiento, buena conectividad de internet, gas natural y una oferta de actividades que inviten al turista a quedarse varios días en la ciudad para disfrutar de los atractivos de cercanía. El sur mendocino —Las Leñas, Malargüe, San Rafael— tienen una situación similar.

Explotar atractivos turísticos naturales sin darle valor agregado es el equivalente a exportar granos cosechados sin ningún proceso. O a exportar las uvas y no hacer el vino.