Coatz
Diego Coatz, director ejecutivo de la Unión Industrial Argentina (UIA)

Diego Coatz se define, en términos gramscianos, como un optimista de la voluntad. Porque es consciente de que Argentina tiene pocos elementos favorables para plantear un programa de desarrollo, pero aún así insiste en la idea, trabaja para promoverla. El director ejecutivo de la Unión Industrial Argentina se identifica como desarrollista y reivindica las políticas de Frondizi y Frigerio. Advierte, sin embargo, de que el énfasis en la estructura económica hizo que los desarrollistas analizaran poco la macroeconomía, donde radica uno de los grandes problemas del país. En especial, por la inestabilidad de las últimas cuatro décadas. «Por la propia historia, obviamente, los empresarios tienen una mirada muy defensiva, de corto plazo», plantea en la entrevista con Visión Desarrollista, en la que sostiene que hay que reconstruir la capacidad del sector público para que sea un articulador de la estrategia productiva.

INFLUENCIA DESARROLLISTA

¿Cómo te acercaste al desarrollismo?

Gracias a un gran amigo, Mariano de Miguel. Su padre había sido una figura relevante del MID [Movimiento de Integración y Desarrollo]. Me crucé con Mariano de casualidad en un curso de la UBA. Llamativamente en la UBA no hay mucha formación desarrollista. Creo que es así porque el progresismo no se identificó con estas ideas. Mariano había escrito un texto para el homenaje de los 90 años de Rogelio Frigerio, ese fue mi primer encontronazo con el desarrollismo argentino. Desde entonces empecé a leer a Frigerio, a [Marcos] Merchensky y conocí la famosa revista Qué. Entendí la relevancia de la política de [Arturo] Frondizi, el rol de la tecnología nacional y su vínculo con el capital extranjero, siempre con una mejora del bienestar de la población, a partir de la creación de empleo genuino y una estructura productiva más acorde a los países desarrollados. A partir de esas lecturas y esas discusiones empecé a volverme desarrollista.

En la actualidad hay dirigentes políticos con pensamientos antagónicos se definen hoy como desarrollistas, ¿por qué creés que pasa esto?

En Argentina es difícil leer con objetividad los procesos históricos. Uno puede recortar la parte que quiera de la historia. Uno puede recortar la imagen de Frondizi con Frigerio o la de Frondizi con sus ministros de economía, que eran mucho más conservadores y estaban enfocados en la macro tradicional. Es así con la mayoría de los grandes personajes históricos. En los gobiernos hay coaliciones, nunca son un bloque homogéneo de pensamiento económico con la misma mirada de los temas internacionales o locales. En este caso, Frondizi fue una personalidad tan relevante, con tal capacidad discursiva, política y analítica que es muy difícil que todos los actores políticos no recorten cosas valiosas. Por otro lado, creo que el desarrollismo no terminó de saldar cuál era su modelo macroeconómico y ahí aparece una oportunidad para que diferentes espacios políticos puedan rescatar lo que cada uno interpreta que es el desarrollismo. 

Para vos, ¿qué es lo esencial del desarrollismo?

Entender que la estructura productiva y las políticas industriales son importantes, que la geopolítica es relevante y uno no puede tener un rol pasivo en la integración mundial. Hay tres o cuatro elementos, que son compartidos por muchas fuerzas, pero que después tienen diferencias muy importantes desde la macroeconomía hasta las relaciones internacionales.

LA INDUSTRIA NACIONAL EN EL SIGLO XXI

¿Por qué seguimos debatiendo en el siglo XXI si debe haber, o no, una industria nacional?

Para mí, el problema político argentino es justamente que no se haya saldado ese debate. Creo que la industria es fundamental. Con Daniel Schteingart debatimos mucho el tema. Esto quedó plasmado en su tesis de doctorado, donde explica que un país con más de 40 millones de personas, de la extensión de Argentina y con poca importancia geopolítica, necesita una industria importante porque hay que generar divisas. La industria ahorra divisas o las genera. Por otro lado, la industria es un núcleo de generación de tecnología e innovación, aporta al desarrollo regional y genera empleo formal. 

¿Cómo debe pensarse la industria hoy?

Frigerio planteaba la fórmula carne más petróleo, igual a acero. Creo que esa frase tan importante y elocuente habría que actualizarla. La fórmula del desarrollo hoy es soja más energía, igual a industria 4.0. La soja es nuestra principal exportación y tenemos una posibilidad de generar energía a través del gas, el petróleo y las renovables. El tema es cómo traducir eso en una industria 4.0 capaz de aumentar la productividad, exportar y ahorrar divisas. En ese punto hay una diferencia con los grandes autores de aquella época: cuando hablamos de industria, no solo es aguas abajo, sino también aguas arriba. Muchos sectores tienen más potencial de desarrollo de proveedores y tecnología. Es el caso del agro, donde es tan importante la maquinaria agrícola y la biotecnología como agregar valor a la soja y exportar carne porcina. Pasa lo mismo con la minería. Tenemos que desarrollar el cobre, pero no nos da la escala para elaborar productos a partir de esta materia prima. En cambio, sí podemos desarrollar servicios y algunos rubros industriales para proveer al sector.

Mencionaste la maquinaria agrícola como una oportunidad, sin embargo, Argentina es una fuerte importadora y no una exportadora relevante. ¿Por qué?

Por la falta de una estrategia industrial, por los cambios pendulares y por no tener una estrategia internacional clara. El complejo de maquinaria agrícola es hoy más chico en términos relativos al que había en 1970. El sector agropecuario es muchísimo más grande, pero el de maquinaria agrícola no pudo acompañar ese crecimiento. Quizás era imposible que siguiera ese crecimiento exponencial, pero pudo crecer mucho más. Si Argentina no puede fabricar y exportar cosechadoras, con la escala del agro, claramente en otros sectores va a ser mucho más difícil. Más dramático es lo que pasó con el sector naval. Con el tamaño del Mar Argentino, el país debería tener una marina mercante y una industria naval mucho más fuerte. Desde 1975, Argentina ha retrocedido en la gran mayoría de los sectores.

Hay industriales que piden un tipo de cambio alto para favorecer al sector. ¿Considerás que es una buena política para fomentar el desarrollo?

El tipo de cambio tiene que ser relativamente competitivo, pero lo más importante es que sea previsible. Hay que eliminar la volatilidad macroeconómica que hace imposible entender cuál va a ser la demanda esperada y la rentabilidad. Si hay una devaluación y un tipo de cambio alto, pero al año siguiente se vuelve a apreciar para que mejoren los ingresos reales, es imposible planificar y no hay precios de referencia para un proceso de inversión. El primer elemento que necesita Argentina es la previsibilidad. Se necesita una rentabilidad previsible en el tiempo y que permita amortizar la inversión. Y más en el sector industrial, porque las inversiones en tecnología y recursos humanos son más elevadas y los horizontes se amplían. No le podemos pedir todo al tipo de cambio.

¿Qué otras políticas hacen falta para promover la industria?

Juegan un rol importante las políticas industriales, como el reintegro a las exportaciones en sectores donde hace falta mejorar la rentabilidad. En el metalúgrico, por ejemplo, es importante el financiamiento y los reintegros. En el textil, no alcanza con el tipo de cambio alto para competir con los precios de Bangladesh, China o India. Ahí tienen que jugar otros elementos, como los aranceles y los antidumping para resguardarel mercado interno frente a la competencia desleal. 

Una crítica frecuente a la industria nacional es que no es competitiva y sobrevive solo por la protección, ¿cómo respondés ese planteo?

Aldo Ferrer decía que si Tonomac, la empresa de Marcelo Diamand, hubiese nacido en Japón, hoy sería Sony. En Argentina hay una base empresarial que sobrevivió a pesar de las crisis recurrentes. Para el deterioro que hubo, hay bastante base productiva. Por la propia historia, obviamente, los empresarios tienen una mirada muy defensiva, de corto plazo. De todos modos, la economía argentina es menos cerrada de lo que uno piensa. Cuanto más grandes son los países, menor es el peso de las importaciones y las exportaciones sobre el PBI. Medido así, los más cerrados del mundo son Brasil, Estados Unidos y Japón. Las comparaciones no son tan simples.

Uno de los sectores más criticados por el liberalismo es el automotriz, ¿tiene sentido protegerlo?

El sector automotriz grafica el gran problema de Argentina en los últimos 20 años. Llegamos a producir 900.000 autos y en los últimos años bajamos a 300.000. Uno soñaba en 2011 con un mercado de 5.000.000 de autos en el Mercosur y exportar con esa escala a otros mercados. En ese momento la agenda era cómo bajar el déficit autopartista y generar tecnología. Esa era la agenda del 2011. La agenda hoy es de supervivencia y con la pandemia todavía más. No podemos perder tiempo, hay que definir el modelo de movilidad y energético. El puente hacia la electrificación pasa por los híbridos, pero sobre todo por el gas, que tendrá un lugar importante. El mundo automotriz requiere cada vez más de nuevos componentes de software así como de los negocios que se generarán en torno a la gestión de los datos.

¿Cuál creés que es la mejor estrategia para el sector?

Hay que generar escala y cierta especificidad en la producción, como con los utilitarios y las picks up. Como lo que que vemos el modelo Toyota. Hay que saber que las decisiones se toman en los países centrales. Una cuestión poco estudiada, difícil de entender, es cómo se dialoga con las filiales de las trasnacionales y cómo se generan los incentivos para que tengan proyectos a largo plazo. Para que las decisiones de inversión sean favorables para el desarrollo. 

INTEGRACIÓN AL MUNDO E INVERSIÓN EXTRANJERA

¿Hubo un cambio en la forma en que se deciden las decisiones de inversión extranjera?

En 1959, la Inversión Extranjera Directa era muy funcional al desarrollo. Con los esquemas arancelarios y un mercado en crecimiento en América Latina, con economías semicerradas. Había muchos incentivos que se podían usar para que vengan tecnología e inversión, como lo logró Frondizi. Hoy es mucho más difícil. Hay que ver cómo seducir y generar incentivos para que esa inversión sea funcional al proyecto de desarrollo del país. En el sector automotriz se pone muy de manifiesto. 

¿El acuerdo UE-Mercosur es una oportunidad o amenaza para la economía argentina?

Creo que hubo un optimismo desmesurado, sobre todo por una cuestión de reputación. Lo logrado en materia agrícola es bastante poco y no hay mucho para ganar, aunque se pueden encontrar espacios en el mercado vitivinícola y de alimentos elaborados. En materia industrial es negativo, pero da bastante plazo hasta la desgravación. Cuando uno hace un acuerdo tiene que buscar masa y volumen. La Unión Europea lo tiene, pero es un mercado poco dinámico, estancado.

¿Dónde están las mejores oportunidades para Argentina en el mercado global?

A mí me parece que la estrategia de inserción internacional tiene que estar enfocada primero en América Latina, donde tenemos superávit industrial, con la excepción de Mexico y Brasil. Y después más asociados a países como Vietnam, Tailandia o Etiopía, que tenían tasas de crecimiento de 8% o 9% anual y tienen sectores de alimentos de muy baja productividad. Lo contrario que la Unión Europea. Hay que sacarse el sesgo ideológico: ni creer en una apertura ingenua como la del gobierno anterior ni pensar que un cerramiento y el mercado interno son el único elemento de desarrollo. Eso lleva al fracaso. 

¿Hay algún país que pueda servir como modelo de desarrollo para Argentina?

Argentina es un país de ingresos medios rumbo a tener 50 millones de habitantes. Hay pocos países de ese tamaño que haya partido de salarios medios, no tengan un interés geopolítico y se hayan desarrollado en los últimos 50 años. España tuvo las transferencias fundamentales de la Unión Europea en los últimos 30 años. Es muy difícil copiar ese modelo. Australia es parte de la Commonwealth, tiene muchos más recursos naturales por habitante que Argentina y emite deuda como si fuera Estados Unidos. Durante 40 años tuvo déficit de cuenta corriente y su macro nunca tambaleó. 

Andrés Malamud dijo en una charla de la Usina Desarrollista que hay países que se desarrollaron temprano, otros que lo hicieron luego con ayudas geopolíticas y el resto no pudo. ¿Es posible el desarrollo de países como Argentina?

De diez condiciones objetivas que tenemos hoy para desarrollarnos, creo que solo contamos con una o dos. Porque es un mundo muy difícil, más con la pandemia y una Asia más productiva, además de la falta de consensos internos. Pero, como diría Gramsci, hay que ser optimistas de voluntad. Por eso destaco que tenemos algunos activos. El potencial de la minería es inmenso; Vaca Muerta es una posibilidad de pensar de vuelta la estructura energética (hidrocarburífera); en el agro tenemos sectores para desarrollar, como la industria forestal o porcina. Son tres sectores con base en recursos naturales que tienen potencial. Ahora, a esos recursos naturales hay que vestirlos. Hay que agregar valor. No es lo mismo exportar aceite de soja a granel que carne porcina. Por ahí viene la discusión del desarrollo.

¿Qué rol juega la industria 4.0 en este esquema?

La industria 4.0 es lo que va a rodear a todos estos sectores. El problema es que hoy funciona como compartimentos estancos. El agro por un lado, la industria por otro. Pasa incluso con la farmacéutica, la biotecnología y los servicios de salud. Ahí está el gran desafío: cómo conectar todos los eslabones y desplegar el potencial. Cómo conectar la minería con los servicios basados en el conocimiento, como hace Australia.  Pasa que si no hay una macro razonable es muy difícil pensar políticas industriales que tengan un horizonte de 10 años, que es lo mínimo que necesita.

UN PROGRAMA PARA EL DESARROLLO 

¿Cómo se debería pensar un programa para el desarrollo en el siglo XXI?

Cuando uno habla de desarrollismo, habla de estructura. Por lo tanto, lo que importa son los sectores y qué aporta cada uno a un proyecto de desarrollo. Hay cuatro temas a tener en cuenta. El primero son los dólares para superar la restricción externa. El gran problema que tiene el país es que los argentinos ahorran en dólares. Los desarrollistas tenemos que dedicarle más análisis a la macro y la cuenta de capital porque no podemos exigir a los sectores que solucionen este problema. Si nos quedamos con nuestra parte, que es la cuenta corriente —las importaciones y las exportaciones—, diríamos que hay que generar más divisas. Pero no hay forma que el sado comercial financie la dolarización permanente de los ahorros.

¿Cómo se evita la dolarización de los ahorros?

Hay que entender que el compra dólares no es un especulador sino que es alguien que está buscando cuidar un excedente, como en cualquier parte del mundo. Lo hacen las familias y las grandes empresas. ¿Cómo logramos que ese excedente no se dolarice? Cumpliendo una regla básica: que la tasa de interés en moneda local le gane a la devaluación esperada más una prima de riesgo. Que el que apueste al dólar pierda plata. 

¿Qué más tienen que aportar los sectores?

El segundo tema es el empleo. Claramente se vienen cambios por el uso de las nuevas tecnologías. Hay una gran discusión sobre cuánto va a impactar al mercado laboral. Una visión más apocalíptica señala que los países con una estructura productiva más tecnológica van a expulsar más empleo, pero dos datos lo rebaten. Japón y Corea del Sur son los países con más robots por habitante, pero también los que tienen menos desempleo industrial. ¿Por qué? Porque tienen un ecosistema productivo que absorbe empleo. La revolución 4.0 va ser mucho menos agresiva para ellos que para América Latina. El tercer tema es el desarrollo regional. La famosa idea de la integración de la que hablaban Frondizi y Frigerio. Lamentablemente, creció desde esa época más el AMBA que el interior. Hay que promover sectores que ayuden a ocupar más el territorio. Que el NEA y el NOA crezcan más que el AMBA. El último tema tiene que ver con los sectores que no generan divisas ni empleo, pero sí innovación tecnológica. En Argentina hay 600 empresas que hacen investigación y desarrollo, pero 60 empresas representan el 90%. Son grandes industrias de los sectores siderúrgicos, farmacéutico y alimenticio. Tenemos que lograr que las 5.500 empresas que aplicaron a algún programa de innovación en los últimos nueve años puedan invertir.

La UIA publicó un documento con propuestas para la reactivación económica pospandemia. ¿Qué plantean?

Primero, entender que no va haber una pospandemia en el corto plazo. El virus va seguir circulando acá y en el mundo. Segundo, hay que tener una mirada de lo nacional a partir de una perspectiva internacional y regional. Estamos observando cambios financieros, tecnológicos y productivos. Creo que la respuesta de los países desarrollados ha sido muy audaz desde el punto de vista tributario, financiero y fiscal, pero es probable que eso no alcance y se morigere en el tiempo.

Uno de los factores que resalta el documento es la inversión pública en infraestructura, ¿cuán relevante va ser para la reactivación?

Es un factor clave para mejorar la competitividad. Si algo se ha demostrado en cualquier proceso de desarrollo es la importancia de mejorar la infraestructura, en particular la relacionada al sector transable, en logística y energía. Los pocos recursos que se puedan volcar a la obra pública tienen que estar bien seleccionados.

¿Qué otras políticas consideran importantes para la reactivación?

El acceso al financiamiento para que llegue a empresas que no son sujetas de crédito y la implementación de esquemas para fomentar la inversión, como la amortización acelerada o la devolución anticipada del IVA. Una reducción generalizada impuestos es complicada con el déficit fiscal que hay, pero es importante que no aumenten Ingresos Brutos ni las tasas municipales, que afectan mucho las exportaciones. Otro punto es que desde 2017 se han eliminado muchos reintegros a las exportaciones y hoy hay derechos a las exportaciones de productos con valor agregado, algo que no tiene sentido. Eso hay que cambiarlo rápidamente. 

¿Qué consensos son necesarios para encarar un programa de desarrollo?

A mi me gusta mucho el término de [Juan Gabriel] Toklatlian de insolvencia estratégica. Hay que tener un mínimo de consenso en la política externa, en la macro, en la importancia de la estructura productiva, algún tipo de acuerdo vinculado a salarios y productividad y en la distribución. Hay que reconstruir la capacidad del sector público para que sea un articulador de la estrategia productiva.