Detrás del sector agroindustrial, y disputándole de cerca el segundo lugar a la industria automotriz, la denominada economía del conocimiento es el tercer sector exportador argentino. En 2019 exportó más de 6000 millones de dólares. No es un fenómeno autóctono, sino global, que ha irrumpido con fuerza en las últimas dos décadas en el marco de la revolución 4.0 y gana cada vez más fuerza. La economía del conocimiento crece tres veces más rápido que el promedio de la economía mundial, según la Organización Mundial del Comercio.
La economía del conocimiento está formada aquellas actividades productivas que se caracterizan por el uso intensivo de tecnología y que requieren capital humano altamente calificado, según la definición de Argencom, entidad conformada por empresas prestadoras de servicios basados en el conocimiento. Es el sector económico que usa la información y el conocimiento para generar valor y ofrecer a la sociedad productos y servicios que mejoran su calidad de vida.
La economía del conocimiento está en todas partes. Es posible que trabajes en una empresa de la economía del conocimiento y no lo sepas. Abarca desde productoras audiovisuales, como Mundo Loco, del director Juan José Campanella, hasta Globant, un unicornio informático de Argentina. Los unicornios son las empresas que tienen un valor en bolsa superior a los mil millones de dólares. Pero también incluye al INVAP, la compañía estatal argentina que produce reactores nucleares y satélites. «Una empresa tecnológica es aquella donde parte del proceso productivo tiene lugar en el cerebro de alguien», define Lino Barañalo, ex ministro de Ciencia y Tecnología, en entrevista con Visión Desarrollista.
La economía del conocimiento esta entrelazada en una amplia variedad de sectores económicos y productos. En las chombas Lacoste, por ejemplo, destaca el economista Luciano Pizarro en una charla organizada por la Usina Desarrollista. A pesar de que su elaboración tiene un componente manual muy importante y el proveedor textil, de Rumanía, entrega la chomba prácticamente terminada, solo el 8% del precio llega al fabricante, explica Pizarro. El resto del valor va al dueño de la patente, el diseñador y la publicidad, entre otros. En tantos casos como este así se evidencia el impacto de la economía del conocimiento.
Los unicornios
La firma emblema de la economía del conocimiento, y en particular de la actividad de servicios basados en el conocimiento, es Mercado Libre. El unicornio fundado por Marcos Galperín vale hoy 10 veces más que YPF. Vale aclarar que mucho tiene que ver lo fuerte de la comparación entre ambas empresas el hecho de que el precio del petróleo está en su valor histórico más bajo. Consecuentemente, alguien podría deducir que esto evidencia que el eje del desarrollo ya no son recursos naturales. Lo cierto es que nunca lo fueron.
La clave del desarrollo fue, es y será siempre el agregado de valor. Los países desarrollados compiten desde siempre por la riqueza global y para eso generan actividades económicas de mayor valor, el cual se genera del aporte del conocimiento, en lo concreto en investigación, innovación y desarrollo, explica el científico Fernando Stefani en entrevista con Visión Desarrollista. Ahora está de moda hablar de la economía del conocimiento, subraya Stefani, pero el conocimiento siempre fue el mayor generador de valor.
Esa falta de visión estratégica, y de esfuerzo colectivo, fue precisamente la trampa del subdesarrollo argentino. El país no tuvo un plan superador del modelo agroimportador hasta que estadistas como Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio buscaron trascenderlo con la industrialización, algo que hizo desde el primer momento Estados Unidos. Hoy seguimos reproduciendo las causas del subdesarrollo, con preponderancia de exportaciones de bajo valor agregado basadas en recursos naturales. Como bien demostró Frondizi, quien dio impulso al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET) y creó el Consejo Nacional de Educación Técnica (CONET), no se trata ni de prescindir de los recursos naturales ni tampoco dormirnos en la fácil de exportarlos sin agregar valor, sino de aprovechar que los tenemos, diversificar y agregar valor. La evidencia se encuentra de manera negativa en el caso de Venezuela o Nigeria, o positiva en el deEstados Unidos, que es el primer productor mundial de petróleo. Un caso revelador es el de Emiratos Árabes, que busca diversificar una economía fuertemende dependiente del peróleo hacia… el conocimiento.
Al igual que en el gobierno desarrollista, el desafío sigue siendo combinar conocimiento, los recursos naturales y atraer capital para la inversión productiva. Sobre todo porque Argentina es una economía descapitalizada en un sistema que se llama capitalista. Es errado pensar que la economía del conocimiento lleva al fin de la industria o las necesidades de capital. Sí es cierto que hay nuevas cuestiones y desafíos a considerar, como el paso de la lógica cultural de poseer bienes a la de consumir servicios o los cambios en la secuencia del modelo productivo. «En el modelo de hoy, se trabaja con el usuario, existe un codiseño antes de que se fabrique el producto», plantea Raquel Ariza, directora de industrias 4.0 del INTI en su exposición la Usina Desarrollista. Lo mismo con respecto a que el cambio del modelo de negocio repercute en la organización de la economía en general. «Hoy no importa tanto el capital, quién tiene las máquinas, los medios de producción, sino quién entiende mejor las necesidades y da las mejores respuestas», explica Ariza. Si bien es cierto, pero no por eso deja de serlo los robots requieren inversión de capital. Si no, que lo digan las pymes e industrias que deben atravesar el proceso de adaptación que implica la revolución 4.0.
La economía del conocimiento demanda inversiones menores que las necesarias para construir una represa, perforar pozos en Vaca Muerta o instalar una planta industrial. Pero eso no significa que sea completamente cierto que «el desarrollo ya no viene de la mano de los capitales», como señala el presidente de la Fundación Clementina Carlos Pallotti en su exposición en la Usina Desarrollista. Esta es una más visión sectorial, propia de las compañías vinculadas a la venta de servicios basados en conocimiento, que una concepción holística que contemple la economía como un todo dinámico, sistémico y transversal, donde realmente la economía del conocimiento se transforma en un driver para el desarrollo. Y esto es fundamental.
Hay un caso global que quizás justifique un modelo de foco sectorial de economía del conocimiento: Israel. En este país están las oficinas de todas las grandes compañías globales haciendo investigación y desarrollo (I+D), vive de eso. Las vacunas desarrolladas por científicos israelíes se fabrican en otros países, como Tailandia, señala Barañao. Israel lidera el ranking mundial de I+D,invierte muchísimo en educación y fomenta la cooperación público y privada. Pero no es un modelo que Argentina pueda imitar directamente. En primer lugar, porque tiene solo nueve millones de habitantes. Y esto sin mencionar las características geopolíticas muy particulares, combinadas con el desarrollo de una importante industria armamentista.
La primarización tecnológica
La economía del conocimiento tiene capacidad para potenciar del desarrollo en el agregado de valor a otras actividades más tradicionales, pero también entraña el riesgo de profundizar el subdesarrollo si no existe esa dinámica transversal: la primarización tecnológica. Este factor, que no es tan evidente, pues asociamos a este sector con el valor agregado, parte de ver al sector aislado del resto de la economía y solo ponderar el factor de estar produciendo y exportando bienes y servicios tecnológicos y no valorar la integración de las cadenas productivas de manera vertical y horizontal. Exportar horas de programación o proyectos tecnológicos e importar programas o bienes de mayor valor tecnológico se vuelve a análogo a lo que fue en su momento exportar el cuero e importar los zapatos. Stefani da un ejemplo que ilustra la cuestión: “Imaginen que una emprendedora argentina desarrolla una nueva antenita para celulares, mucho mejor que las existentes. ¿Qué puede ocurrir? La va a vender a Huawei o Motorola, ganará algunos millones de dólares y va a salir en todos los diarios. Será objeto de nuestro orgullo. Y al poco tiempo compraremos el teléfono con la antena de la emprendedora argentina. Pero el balance para el país será negativo: invirtió en criarla, educarla y formarla, le permitió desarrollar su emprendimiento hasta el punto en que una empresa lo consideró suficientemente interesante.” El valor agregado se incorporó afuera, a productos industriales más elaborados que después les compramos a ganancias exponenciales. En clave desarrollista, no nos hizo más Nación.
Los avances tecnológicos que definen la revolución 4.0, como la big data, el internet de las cosas, la robotización, la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y la impresión 3D, los sensores, la realidad virtual, los servicios en la nube y la nanotecnología son el eje transversal productivo que afectan a todos los sectores revolucionando la manera de producir bienes y servicios. Son estas tecnologías del conocimiento los factores transversales que impactan en toda la vida cotidiana de las personas, de las ciudades y de todos los ecosistemas y sectores de la economía y la producción. Lejos de ser obsoleta, la industria, en su versión 4.0, es la nave insignia de la innovación y desarrollo a nivel mundial al punto que no sólo la I+D de los países desarrollados se orienta a la industria (80%), sino que incluso ese ritmo de inversión sirve para medir al propio avance al desarrollo. La revolución 4.0 debería ser la oportunidad para que los argentinos revaloricemos nuestra industria, en particular «los intangibles que están en ese entramado industrial», señala el presidente de la Agencia I+D+i de la Nación, Fernando Peirano. En Argentina, explica Peirano, existe una cultura del trabajo alrededor de la industria que no todos los países tienen y que valoran mucho las empresas multinacionales, que saben que acá cuentan con un entramado de PyMEs que pueden atender esas exigencias que hoy tiene la producción.
De esta revalorización de la industria en los países desarrollados se debe comprender en relación a nuestro asunto de que la economía del conocimiento sin articular con los sectores productivos tradicionales no sólo no alcanza, sino que profundiza el subdesarrollo. Generar una economía basada en los servicios, sin ese sustento productivo es algo suicida que solo pudimos haber hecho los argentinos como sucedió en la década del 90 cuando se desindustrializó la matriz productiva y se promovió el modelo de país de servicios, esa vez en el marco de la globalización y el lanzamiento de Internet. Los servicios, incluso los basados en el conocimiento, en un modelo de desarrollo sustentable, agregan valor a un bien o servicio tangible de generación nacional. En un modelo de desarrollo sustentable la economía del conocimiento se debe pensar más por su capacidad de impacto transversal en los sectores tradicionales de la economía que por un fin en sí mismo. Es esa oportunidad estrategia del sector y es lo que hacen los países desarrollados. Luis Galeazzi explica precisamente esto al decir que «si hablamos de la manufactura, tenemos que hablar de la robótica. No solo es un motor de la economía en sí mismo, sino también por lo que genera en la productividad de los sectores».
Un caso concreto bien nacional es el que cuenta Rosana Negrini, presidenta de Agrometal, firma líder en el mercado de sembradoras, con planta en Monte Maíz y una red de concesionarias en todo el país. Hoy las maquinas son mitad fierros y mitad electrónica y sistemas, explica. La cadena de producción misma de las maquinarias agrícolas hace foco en los desarrollos tecnológicos como algo prioritario y eje de la competitividad. Incluso los perfiles requeridos para la cadena productiva han cambiado hacia las nuevas tecnologías. Esa es la economía del conocimiento y las nuevas tecnologías aplicada al agro: Agro 4.0. Otro caso lo dio Luciano Pizarro en su charla para la Usina: una hectárea de maíz en EEUU rinde un 25% más que en Argentina, y la diferencia no se deba al tipo de tierra ni el clima, sino el conocimiento invertido en tecnología y capital humano. Es decir, la economía del conocimiento hasta en las materias primas puede marcar la diferencia.
Las oportunidades del sector para la Argentina son amplias, así como sus desafíos. Galeazzi enumera entre los atributos positivos a una base de talento muy fuerte, un sistema educativo público y universitario muy desarrollado, emprendedores muy activos y un entramado empresarial con mucha capacidad y vocación exportadora. Por otro lado, explica, tiene desventajas fuertes: por supuesto la inestabilidad económica, no saber cuánto va a valer el dólar el mes que viene, la inestabilidad normativa (hay un bache normativo muy grande para el sector) y la burocracia y la poca legislación laboral afín al sector. Precisamente para resolver esta cuestión se encuentra con media sanción la nueva ley de economía del conocimiento que busca reemplazar la que se había dictado en la gestión de Macri pero que nunca se reglamentó. El titular de Argencon celebra en sí mismo que haya una ley y explica lo relativo a las dos propuestas “dependiendo cuál sea la actividad sectorial, estos cambios juegan mejor o peor que la ley anterior. Es decir, no a todas las empresas le significan lo mismo.”
El capital humano, como bien señala Galeazzi, es una fortaleza, pero también un desafío y hasta puede ser amenaza. El crecimiento del sector no es problema de demanda sino de la oferta de capital humano. Pero eso también implica que la economía del conocimiento no es accesible para cualquiera. Demanda un adecuado nivel de formación y de preparación profesional. Especialistas en el sector, como Pallotti o Pizarro, coinciden que hay un problema en la desproporción de egresados en carreras duras con respecto a las carreras blandas y dar así respuesta a los desafíos de las nuevas tecnologías y empleos subyacentes. Reconvertir la mano de obra fue algo necesario en todas las revoluciones industriales anteriores, remarca Pallotti. Los países que son referentes en materia de economía del conocimiento tienen sistemas educativos fuertes y enfocados a la ciencia y la tecnología y acá eso no sucede enfatiza Pizarro quien manifiesta su preocupación por el efecto de la desproporción que implica que de cada ingeniero que se recibe todos los años en las universidades nacionales se reciban tres psicólogos.
La educación es entonces el insumo fundamental para la economía del conocimiento, pero requiere mucho más que enseñar programación en las secundarias. Quien cree que con la economía del conocimiento podemos dar respuesta problema de la pobreza estructural lamento decepcionarlo. Las deficiencias educativas sobre todo en los sectores más pobres los ponen a años luz de hasta las tareas menos exigentes como un data entry. La educación ya no puede ser considerada un instrumento de nivelación socioeconómica, porque ni eso puede cumplir ya, y ni hablar del desafío de integrarse a un modelo de desarrollo y cuyo más profundo análisis se refleja en la imperdible charla que con magistral pericia y evidencia brindó para la Usina Desarrollista el especialista en temas educativos Alieto Guadagni.
Esas carencias y asimetrías se ven sobre todo a nivel federal. Muchas actividades del sector favorecen el teletrabajo, pero para eso se requiere sumar también las condiciones de conectividad pertinente a la disponibilidad de capital humano ya planteada. Si esto no sucede la economía del conocimiento, que será al fin de cuentas por su perspectiva transversal la lógica de la economía competitiva, no hará más que profundizar la falta de acceso a las oportunidades, generándolas solo a quienes pudieron tener buen nivel educativo y excluyendo aún más al resto, de los cuales la economía del conocimiento y la revolución 4.0 serán fenómenos muy ajenos de los cuales quizás nunca sepan existieron. Por esta razón no es la robotización la gran amenaza para el desempleo, sino la falta de políticas educativas acordes a estos desafíos.
La economía del conocimiento es un componente muy valioso del país que, sin lugar a dudas, hay que incentivar. Pero es fundamental hacerlo desde una visión sistemática de integración vertical y horizontal de la cadena de valor como hacen los países desarrollados.