Político, periodista, abogado, escritor e historiador, Rodolfo Terragno es ante todo un intelectual con clara vocación política que bien supo llevar a la práctica. Por eso no ha de sorprendernos que sus primeros pasos en la militancia hayan sido en la UCRI y la Usina que Rogelio Frigerio lideraba, donde el estudio de las problemáticas nacionales era una cuestión fundamental para poder hacer política militante. De posiciones más progresistas, su preocupación siempre giró más en torno a la distribución de la riqueza que a la generación de la misma, lo que le produjo discusiones con referentes desarrollistas más conservadores, pero por sobre todo estar en la mira de una dictadura militar. Obligado a marchar al exilio, en Venezuela y Londres, donde estudió en la London School of Economics. A partir de esta vivencia generó una síntesis de nuevas ideas y propuestas que plasmo en un libro disruptivo para la época que fue La Argentina del Siglo 21. Allí planteaba los desafíos que debía afrontar nuestra Nación frente a la revolución tecnológica que estaba aconteciendo (Tercera Revolución Industrial). Convocado por Alfonsín, volvió del exilio y fue funcionario en la segunda parte de su gobierno. Ya militando en el radicalismo fue diputado en 1993 además de precandidato a presidente por la Lista 3 en 1998, tras lo cual acompaño al presidente De la Rúa como jefe de gabinete, el primer año de su gestión, sin haber podido lograr su propósito de salir de la convertibilidad. Tras un mandato como senador durante la década kirchnerista, asumió como Delegado permanente de Argentina ante la UNESCO durante el gobierno de Mauricio Macri. Hoy desde Paris nos responde vía correo electrónico nuestras inquietudes respecto a su trayectoria, ideas y el porvenir de nuestro país.
INFLUENCIA Y CRÍTICA AL DESARROLLISMO
El inicio de su larga trayectoria política fue en el desarrollismo. ¿Cómo fue aquel momento?
Tenía 18 años cuando fui a tocar el timbre en la casa de Alfredo Vítolo, quien se convirtió en mi padrino político. Frondizi estaba preso. Me incorporé entonces al Movimiento Nacional y Combatiente, que desconocía al gobierno de facto de José María Guido y defendía al presidente constitucional. En 1968 tuve la suerte de que Frondizi me invitara a las reuniones de gabinete que él hacía todos los miércoles, de 9 a 13, en su casa de Beruti 2526. Estaban Frigerio, Real, Prieto, Ódena … Yo dirigía una revista Resultado, dedicada a difundir las ideas desarrollistas.
Allí, en la Usina Desarrollista, aprendió un método y un ideario para la acción política que aún se basa en la idea entonces disruptiva de que Argentina es un país subdesarrollado. ¿Cómo puede explicar en pocas palabras al desarrollismo? ¿Cuáles serían sus desafíos en el marco del siglo XXI?
El desarrollismo se trata de acumular o atraer capital para dirigirlo a los sectores más indicados a fin de reproducir y reinvertir es capital. La economía debe ser de mercado, pero el Estado debe tener una función directriz y crear fuertes estímulos para orientar la inversión. En los años 50 había que orientarla hacia la producción de petróleo, carbón, arrabio, acero… Hoy sería al desarrollo de la economía digital y los servicios. El mundo no es el de hace 60 años y el desarrollismo no es una receta fija. Es un concepto perdurable. Mi crítica al desarrollismo extremo es que, a mi juicio, el fin del desarrollo es crear sociedades más equitativas y satisfechas. Los desarrollistas extremos dicen: «Primero hay que crear riqueza y luego repartirla; una política distributiva que succione recursos a la inversión termina distribuyendo pobreza». Hasta un punto, esto es así; pero a poco andar el desarrollo económico y el social deben retroalimentarse. (NdE: con relación al concepto de desarrollistas extremos, en una entrevista al diario Página 12, Terragno relata respecto a estas discusiones que «mis posiciones siempre eran más próximas a las de Juan José Real, a las de Isidro Odena, y siempre muy contradictorias con las de Oscar Camilión…»)
LA INVERSIÓN EN CIENCIA y TECNOLOGÍA COMO FACTOR ESCENCIAL PARA EL DESARROLLO
En 1976 marcha al exilio a Venezuela y luego a Londres donde estudio en la London School of Economics. De esa vivencia surge en 1985 un libro muy disruptivo para la época que fue La Argentina del siglo 21. ¿Qué mensajes buscaba dar en ese momento? ¿En qué se parece la Argentina actual a esa visión? ¿En qué no?
El mensaje era que la Argentina debía anticiparse al desarrollo de la cibernética, la inteligencia artificial, la ingeniería genética, los nuevos materiales: cosas que en la Argentina se ignoraban y con las cuales debía construirse el futuro. El principal instrumento tenía que ser la educación, con mayor contenido científico en permanente actualización. Hay cosas que se dieron, como la ingeniería genética, que permitió la multiplicación de la soja. Y experiencias exitosas en el mundo digital, como Mercado Libre, un gigante mundial. La Argentina, por otra parte, exporta reactores nucleares y pone satélites en órbita. Pero ni la educación, ni la ciencia ni la tecnología se han integrado en una estrategia de desarrollo.
En dicha obra usted señala que la acumulación de capital es una condición necesaria, pero no suficiente, del desarrollo económico y que ahora hay otro requisito sine qua non: una capacidad tecnológica de la cual disponen sólo las sociedades que han desarrollado la investigación. ¿Qué relevancia tiene la inversión en i+d en el aumento de la productividad y la lucha contra la pobreza?
Hace algunas décadas, Corea del Sur era un país agrario, con 90 por ciento de su población rural. Hoy exporta industria y tecnología. En el Índice del Desarrollo Humano se ve la correlación entre ciencia y calidad de vida.
EN LOS GOBIERNOS RADICALES
En parte gracias al impacto de este libro, Raúl Alfonsín lo convocó a su gabinete en 1987. Primero como Secretario de Gabinete y luego como Ministro de Obras y Servicios Públicos. Se trataba de desafíos aún vigentes como la reforma del Estado, privatizaciones y asociaciones estratégicas. ¿Qué aprendizaje hace de esa experiencia personal y de aquel gobierno?
Alfonsín es recordado por su honestidad, que es innegable. Pero él tuvo una visión que parece olvidada. Metíó a los dictadores en la cárcel. Profundizó la democracia. Forzó la paz con Chile. Convirtió a Brasil en socio, sentando así las bases para el Mercosur. Encargó a Saburo Okita, el artífice del desarrollo japonés, un plan para Argentina. Propuso la creación de un sistema parlamentario de gobierno. Inició la reforma del Estado, asociando capital privado a las empresas públicas. Un modelo de sus llamadas privatizaciones fue el proyecto de Aerolíneas: el Estado retenía 51 por ciento y, por tanto, el poder de decisión. SAS (Scandinavian Airlines System) adquiría 40 por ciento y debía manejar la empresa pero (por ley) no podía comprar ni vender acciones. Sólo podía recuperar su inversión y obtener rentabilidad si con su manejo hacía que Aerolíneas ganara plata. El 9 por ciento era para el personal
Frondizi y Alfonsín: dos grandes proyectos que todavía perduran
Tras aquella experiencia y ser diputado nacional, volvió a desempeñar un rol en el ejecutivo en el gobierno de De la Rúa como Jefe de Gabinete. ¿Qué balance hace de esa experiencia? Y en particular, ¿cómo se podría haber evitado la crisis del 2001?
De la Rúa cayó por continuar con la convertibilidad. Durante el gobierno de Menem yo tuve dos grandes debates por televisión con Cavallo. Mi tesis era que la convertibilidad había sido necesaria y exitosa para acabar con la inflación, pero implicaba una sobrevaluación del peso que iba a llevarnos a una crisis sin precedentes. Lo mismo sostuve en 1998 como precandidato presidencial, mientras que mi rival, De la Rúa, decía «conmigo, un peso un dólar». Él ganó y yo acepté ser su Jefe de Gabinete. Como tal presioné para que se saliera de la convertibilidad. Habría tenido un alto costo, pero habría evitado la catástrofe. No pude convencer a De la Rúa ni a sus ministros y dejé el gobierno a los pocos meses.
CONSENSOS PARA EL DESARROLLO
Años más tarde, impulsó la propuesta Plan 10/16 enfocada en diversas políticas de Estado para el desarrollo nacional. ¿Por qué no lograron implementarse?
Cuando era Jefe de Gabinete, lancé y comencé a ejecutar el Plan Bicentenario, que promovía consensos sobre una política de transformación destinada a llegar a 2016 con una Argentina en pleno desarrollo. Ese plan fue abandonado cuando dejé el gobierno. Yo lo seguí desde la Fundación Argentina Siglo 21 y años más tarde lo relancé como plan 10/16, que requería la conformidad de los distintos sectores políticos sobre una serie de políticas de estado. Lo firmaron todos, pero debo decir que el único que verdaderamente lo adoptó e impulsó fue Eduardo Duhalde, que por otra parte tiene en su instituto (el Movimiento Productivo Argentino) un salón al que bautizó Rogelio Frigerio.
¿Por qué cree a los argentinos les cuesta tanto consensuar?
Creo que hay una hipertrofia de la competencia. Es como si cada uno creyera que se puede estar 100% en desacuerdo con el otro. Yo no comparto esa actitud. Fui un severo opositor a Menem, pero reconocí el mérito de aprobar ingeniería genética (que permitió entre otras cosas el posterior desarrollo de la soja transgénica). Precisamente, multiplicar la producción de soja, cuando China esta entrando en el mercado mundial, fue junto con el abandono de la convertibilidad, el origen de la gran recuperación económica de 2002. El glifosato no tardará mucho en ser sustituido, y la deforestación deberá ser detenida mediante una estricta regulación. A Kirchner, de quien también fui un severo opositor, le reconocí su formidable renegociación de la deuda.
Además de político y periodista es un reconocido historiador. Alguna vez dijo “si San Martín hubiese hecho una encuesta, no cruzaba los Andes. Si Belgrano hubiese leído los diarios, no daba la batalla de Tucumán ni la de Salta” ¿Qué atributos y virtudes considera debe tener el liderazgo que necesita Argentina para salir de su crisis?
Objetivos. Estrategia. Táctica. Honestidad. Perseverancia. Impermeabilidad a las críticas. Aceptación de grandes desafíos. Modestia. Capacidad de sacrificio.
¿Considera que el desarrollismo tiene aún vigencia para impulsar el bienestar y la paz social que tanto añoramos los argentinos?
Creo que no hay modo de hacer una Argentina grande sin un desarrollismo actualizado y con un objetivo de justicia social.
¿Cómo se puede combinar virtuosamente la generación y la distribución de la riqueza?
La redistribución solo puede lograrse mediante el sistema impositivo, pero si no se sistematiza puede ser un arma de doble filo. Sustraer recursos a la inversión y afectar los márgenes de ganancia frena la producción. El proceso debe ser paulatino y secuencial. Primero hay que reducir el gasto público, para que el Estado deje de requerir una excesiva presión tributaria. Luego, premiar con condiciones especiales a las actividades con alto nivel reproductivo y desgravar parcialmente a las que requieren mayor cantidad de personal. Por último, ir ajustando el sistema para resolver problemas e inequidades involuntarias que se produzcan en el proceso. Esto requiere un gobierno con coraje político y fuertes espaldas. Redistribuir es algo fácil de proponer pero difícil de hacer, pero su realización derivaría en un Estado más eficiente, el aumento de la productividad y un mayor poder adquisitivo.