Cinco sectores estructuran la discusión económica en Argentina. Es un consenso implícito. A favor y en contra, tanto el ala más liberal como la más estatista del espectro político coinciden: los sectores con más potencial en el país son el campo, la energía, la economía del conocimiento, la minería y el turismo. Desde esta perspectiva de la producción y el desarrollo, la diferencia principal entre cada espacio político, es qué proponen para estos sectores y para el hijo pródigo: la industria manufacturera nacional.
Los más liberales consideran que el problema de Argentina es que estos sectores no despegan del todo por los lastres que los frenan. Entre ellos, una industria ineficiente que solo existe por los subsidios y el proteccionismo. Para ellos, la solución es sencilla: eliminar la industria y potenciar los sectores más dinámicos del país, que pueden atraer inversiones, generar exportaciones y crear empleo privado. De esto hablan cuando proponen seguir el ejemplo de Australia, que decidió deshacerse de la industria automotriz y concentrarse en las actividades más competitivas. Aunque no pueden proponerlo expresamente como hizo José Alfredo Martínez de Hoz, su razonamiento: para lograr una economía eficiente hace falta abrir las importaciones y obligar a las industrias a «competir».
Los más estatistas ven con malos ojos la rentabilidad de los sectores más dinámicos y tratan de frenarlos. Los ven comooligarcas que solo piensan en su propio beneficio. Por eso hay que “morder” de esa renta para distribuir a los más necesitados. Es lo que entienden como justicia social. También los ven como fuentes de recursos fiscales para solventar los subsidios a la industria. Los más afines al desarrollismo entienden que la industria es clave para diversificar e integrar la economía nacional y, por lo tanto, la consideran fundamental para la soberanía del país. Pero también entienden que es fundamental para contener a amplios sectores de la sociedad. O, en palabras de José Natanson: para garantizar la paz de los conurbanos. Porque al comprar productos nacionales pagamos salarios de trabajadores argentinos. En cambio, al importarlos esos salarios dejan de existir la economía nacional economía y pagamos salarios a trabajadores de otros países, lo que daña el tejido económico y social.
Son lecturas espejadas: las dos coinciden en cuáles son las actividades que generan riqueza en Argentina y en que la industria necesita auxilio para mantener una vida artificial. Unos quieren mantener el respirador artificial prendido para que subsista. Los otros desenchufarlo y que “compitan”. Son opciones falsas.
La falsa antinomia de elegir entre mantener una industria poco competitiva pero de fuerte contención social o dejarla librada a un sálvese quien puede nos aleja a paso firme del desarrollo inclusivo. La verdadera alternativa es reconvertir la industria para que sea un potente e integrador motor del desarrollo.
Industrias exportadoras
En su reciente visita a Argentina, el economista surcoreano Ha Joon Chang señaló que la clave estaba en aprovechar el mercado interno protegido para generar capacidades y competitividad y luego empujar esas industrias a la exportación “para que puedan a la vez generar las divisas que necesitas para desarrollar la próxima generación de industria”. Es el modelo que siguieron todos los países desarrollados y lo que hace actualmente China, que pasó de fabricar y exportar juguetes y chucherías a tecnología de última generación. “El problema de Argentina es que no ha hecho eso, protegió algunas industrias al principio, y luego mantuvo ese tipo de fallas al empujar esas industrias al mercado de exportación”, resaltó Chang en un claro diagnóstico de esa industria que, salvo en pocos casos, ha podido trascender su estadio de protección. El estatismo la vuelve cómplice de esto pues la protege con el objetivo que mantener la actividad económica y el empleo, pero al mismo tiempo la limita y condiciona. No mejora su competitividad y le hace un daño enorme frente a la sociedad que la considera ineficiente y prebendaría.
Al mismo tiempo, bajo las condiciones macroeconómicas en que se encuentra el país desde hace años y las condiciones que minan la competitividad, muchos empresarios logran sostener sus actividades. Son, a su manera, competitivos. Mientras que en otros países cuentan con todo tipo de incentivos fiscales y crediticios, en Argentina deben lidiar con todo tipo de contingencias, que los llevan a perder tiempo y recursos para la gestión. Habría que ver cómo le iría a un empresario coreano o europeo bajo las mismas condiciones. Esto no justifica el abuso de prebendas o los proteccionismos sin objetivos ni metas superadoras.
Desafíos estratégicos de la industria
Las condiciones macroeconómicas (tipo de cambio, crédito, presión fiscal, tarifas, salarios, etc.) favorables a la actividad económica crean un marco propicio para el despliegue de las más diversas ramas industriales y los miles de nichos y oportunidades que se crean para pymes que hoy temen tomar un empleado y correr un riesgo de quiebra. Es una característica de la cultura industrial del siglo XXI, que no se puede encasillar fácilmente y por lo tanto hay que abrirle el juego a todos, para que prosperen aquellas que vean oportunidades y las aprovechen. Pero distinto es el caso de las actividades estratégicas y prioritarias, que deben ser promovidas vigorosamente porque tienen efecto y propagación industrializadora, multiplican en muchas dimensiones la transformación de la materia prima y permiten acortar tiempos hacia una calidad general de vida que abarque al conjunto de la población y no sólo a los segmentos establecidos, que desde luego en ese contexto propicio prosperan mejor que nunca.
El caso de la petroquímica es el contraejemplo para el “modelo exportador empobrecedor” que se nos propone insistentemente. Es el modo de agregar valor y potenciar al máximo las exportaciones a los mercados más diversos. Pero para eso hay que dejar de seguir el negocio de los otros y pensar en el propio, el de todos los argentinos, que es pensar al gas como materia prima para la industria, no como un mero recurso extractiva para zafar de la escases de dólares. Hay un nuevo reduccionismo conceptual en marcha que nos pone un techo muy bajo, al desentenderse del conjunto y propone rediseñar la Argentina como, al decir de Jorge Castro, una “economía popular exportadora”. Hay que reconocerlo: es una reformulación de nuestra histórica inserción en el mercado internacional y al mismo tiempo tremendamente retardataria y desintegradora.
Asumir los desafíos de la cuarta revolución industrial
Mientras el mundo se reindustrializa al ritmo de la revolución 4.0 nosotros seguimos pensando que es mejor importar productos más baratos, incluso aquellos que usan esas tecnologías que nosotros mismos promovemos con desarrollos exportables. Es clave no solo que Argentina las desarrolle sino que en lugar de solo pensar en exportar sus desarrollos, a bajo nivel agregado, las incorpore e integre a la producción de todos sus sectores productivos, como el agro y la minería, en equipos y maquinarias «embebidos» de estas tecnologías. El encadenamiento que así se produce es sumamente virtuoso, fiscal, social y productivamente para todos los sectores y para el país en general, muchísimo más que importando dichos productos en todos los casos que sea posible desarrollar dicha integración.
La mentalidad del subdesarrollo –un nudo infernal de prejuicios ideológicos y de prácticas de supervivencia– es el primer escollo que debemos superar para entonces apalancar un programa de desarrollo que diversifiqué e integre todos nuestros sectores productivos promoviendo Una industria que podría ser competitiva con otras condiciones macro, otra infraestructura, otro acceso al crédito, otro esquema impositivo que, paradójicamente, aumentaría sustancialmente la recaudación con menos asfixia para las empresas. Con otra política económica y otra visión del país. Con un Estado inteligente que articule y priorice políticas industriales y una agenda de competitividad orientada hacia la exportación. Y por supuesto que la I+D sea prioritaria y mucho más alta en relación al PBI pues es el ritmo que marca la velocidad del desarrollo como bien explica el investigador Fernando Stefani.
Ese debería ser el consenso para sacar a Argentina de la larga crisis en la que se encuentra atrapada. Es el consenso que falta.