Miércoles 22 de julio de 2015, Buenos Aires. Bar "El Federal", Barrio de San Telmo.
Miércoles 22 de julio de 2015, Buenos Aires. Bar "El Federal", Barrio de San Telmo.

Entrevistamos a Guillermo Ariza, politólogo y periodista, quien formó parte de la última «usina», como se llamó al equipo de trabajo que dirigía Rogelio Frigerio. A lo largo de nuestra conversación nos contó qué era y cómo funcionaba ese equipo, cuáles fueron las influencias del desarrollismo en el pensamiento nacional y compartió con nosotros su opinión sobre la vigencia de esas ideas en la actualidad.


Guillermo, buenas tardes. Lo primero que queremos preguntarle es cómo llegó al desarrollismo y cuáles fueron sus inicios en la política.

Llegué leyendo, es decir por medio de la bibliografía. Y por supuesto atraído por las figuras de Frondizi y de Frigerio y sus trayectorias políticas.

Comencé mi militancia en Mendoza en la escuela secundaria, a la que ingresé en 1961. Me incorporé en tercer o cuarto año del bachillerato a un movimiento que se denominaba Federación de Estudiantes Libres, la FEL, y cuando tuve mi carné que lo acreditaba me sentí orgulloso de pertenecer a una corriente que defendía la libertad de enseñanza, aunque no tenía tan claro entonces que era una continuidad de la lucha que se libró durante el gobierno desarrollista, que se recuerda como laica o libre. Era un movimiento de inspiración socialcristiana. Cuando ingresé más tarde a la Facultad, para estudiar ciencias políticas en la Universidad Nacional de Cuyo, seguí dentro de esa corriente y tuve activa participación en la vida estudiantil desde el primer año, cuando fui elegido delegado, hasta que obtuve mi licenciatura, en 1972. En ese lapso me tocó presidir el Centro de Estudiantes, que era una organización no reconocida, porque en junio de 1966 el golpe de Onganía ilegalizó la política universitaria. Con el paso de tiempo la inspiración socialcristiana no me alcanzaba para deducir una respuesta bien coherente y sólida, y sobre todo completa, a los desafíos de la realidad nacional, incluyendo tanto la economía como la cultura. Especialmente, discrepaba en la interpretación sobre el peronismo. Un segmento del socialcristianismo, expresado en la democracia cristiana, se inscribía en el antiperonismo, aunque más tarde, en los 70, iba a confluir en el frente nacional.

¿El peronismo no tiene una base socialcristiana?

Aquí hay algo curioso porque Perón definía al peronismo como un movimiento “humanista y cristiano”. Recuerdo que el legendario Ramón Prieto, con esa picardía que lo caracterizaba, preguntaba: “¿a usted le parece que se puede ser al mismo tiempo humanista y cristiano?”. Lo decía porque el humanismo viene de una raíz agnóstica y él, que había sido primero comunista y vivido una militancia amplísima hasta ser más tarde delegado de Perón, señalaba así una contradicción. De esa época, con mis primeros pasos en la política, recuerdo una consigna que me quedó grabada. Se nos recomendaba que para ser militantes formados había que aplicar tres pasos: “primero ver, luego juzgar y después actuar”. Creo que es una recomendación que tiene algo en común, aunque de un modo elemental, con el método que luego encontraría en el desarrollismo.

¿La pertenencia a una fe tenía importancia política entonces?

En mi familia estaba presente la misma tensión que se daba en todas las familias argentinas: había antiperonistas, por los ataques a la Iglesia, por un lado, y peronistas por el otro. Tuve un tío que fue muy influente para mí y era peronista, José Manuel (Lito) Ulloa. Había sido secretario general de la Bancaria y era también diputado nacional, en 1955, cuando fue detenido por la Libertadora y estuvo más de dos años preso, sin que se le formularan cargos, es decir sin causa, sólo por razones políticas. No encontraron motivos para abrirle un proceso, porque no los había. Era un hombre austero que vivía en el barrio bancario, en Godoy Cruz de Mendoza. Un sindicalista que convivía como vecino con sus compañeros, no como algunos que hoy en día viven en barrios cerrados y se comportan como ricachones. Lo que la dictadura le hizo a ese tío admirado representaba para mí las arbitrariedades del poder. Tengo otro recuerdo de la infancia sobre la influencia de Perón. En la plaza Chile, donde iba a jugar hasta los 6 ó 7 años, había un cartel que decía: “En la República Argentina, los únicos privilegiados son los niños”, y lo firmaba Juan Domingo Perón. Entonces me parecía que eso era muy sabio, porque establecía una prioridad. Es asombroso que un niño de esa edad tuviera esa comprensión, por limitada que fuera, y la adjudico a la capacidad comunicacional que tenía aquel justicialismo.
¿Y cuando aparece el desarrollismo?

Más tarde, al estudiar ciencias políticas en la universidad me encontré frente la necesidad de confrontar con otras ideasariza2. Como estudiaba justamente las concepciones y los regímenes políticos, tuve que leer sobre el desarrollismo. En esa época, año 1966, Frondizi no era seguido masivamente, pero se lo respetaba mucho, aunque probablemente no tanto como hoy en día. En mi facultad tenían mayor influencia los profesores que venían del nacionalismo, aunque había algunos peronistas y radicales, pero dominaban los ultramontanos, algunos de los cuales eran muy buenos docentes, pero no escondían su sesgo ideológico, más bien lo imponían. No había desarrollistas en el cuerpo docente, pero algunos estudiantes se inscribían en la tradición radical intransigente, sin embargo no milité con ellos, como ya expliqué. Cuando rendí la última materia, Historia Argentina II, el profesor Enrique Díaz Araujo daba una amplísima bibliografía para el siglo XIX y casi la primera mitad del siglo XX pero al llegar al peronismo y al gobierno de Frondizi sólo indicaba dos textos que yo consideré directamente difamatorios y me dispuse a “matar o morir” y, si me tocaba la bolilla de esa parte (en esa época se giraba un bolillero y el tema sobre el que tocaba exponer inicialmente resultaba del azar), me había preparado especialmente, con muchos elementos, para confrontar con la mesa examinadora. Pero me tocó el primer radicalismo y la sangre no llegó al río. Sin embargo, recuerdo divertido ese momento porque fue de algún modo mi primer “acto de fe” en el desarrollismo, hermanado con el peronismo, ante la arbitrariedad de un docente, que sin embargo era un erudito, aunque no tuve oportunidad de demostrarlo.

¿Llegó al desarrollismo sin conocer antes a ningún desarrollista?

Había tenido ya algunos contactos. En mi condición de dirigente estudiantil, me había reunido con Frigerio en un viaje que hizo a Mendoza, ocasión en la que estuve conversado extensamente con él. Aprovechábamos las visitas que hacían a la provincia personalidades de la política nacional. Así conocí a Illia y a Balbín, a Tróccoli y a Pugliese, del radicalismo, pero también a Vandor, a Abelardo Ramos, a Blas Alberti. Y a los políticos mendocinos más notables como Leopoldo Suárez (UCR), Corvalán Nanclares y Serú García, peronistas, Ernesto Ueltschi, el recordado ex gobernador de la UCRI, y también Benito Marianetti, que era una figura tradicional del partido comunista, muy respetado. A varios de ellos los llevamos a dar conferencias a la facultad, desafiando las prohibiciones existentes. Hacia el final de mi mandato en el Centro de Estudiantes (año en el cual rendí una sola materia y fue para conservar la condición de alumno regular, como establecía la ley que pretendía eliminar a los dirigentes “crónicos”, como se los llamaba), me postulé para una beca de la Fundación Universitaria del Río de la Plata para hacer un viaje de estudios a Estados Unidos formando parte de un grupo que seleccionaba justamente a dirigentes universitarios para integrar la delegación. En un curso que hicimos en Buenos Aires antes de viajar se realizaban reuniones con referentes políticos argentinos de diversa extracción. Una de esas reuniones fue con Frondizi y otra con Frigerio. Pero también nos vimos con Alsogaray, con Marcelo Sánchez Sorondo y con el democristiano De Vedia, entre otros.

¿Allí empieza su relación con Frigerio?

A Rogelio ya lo conocía, como dije, pero tenía de él la idea de que era un economista muy interesante, aunque no mucho más que eso. Frigerio discutió con el grupo en esa ocasión sobre la integración latinoamericana y al día siguiente nos envió a cada uno un ejemplar de “La integración regional, instrumento del monopolio”, su tesis de 1967 en Arica, al que en ediciones posteriores se le ha modificado algo el nombre. En su conferencia destacó lo que había expuesto en ese libro: la conveniencia de que los países se integren primero a escala nacional para luego poder emprender una genuina integración continental que beneficie a los pueblos además de los negocios. Fue una conferencia excelente por la riqueza de los temas que trató. Viajé a EE.UU. y me llevé el librito como lectura de cabecera. Lo leí, lo subrayé, lo medité y volví ya siendo completamente frigerista.

¿Mantiene todavía esa opinión sobre aquél libro?

Al releer ahora el libro entiendo porqué tenía ese encanto tan irresistible como para entusiasmarme. En ese libro explica Frigerio el funcionamiento del capitalismo a escala mundial y cómo las grandes corporaciones (habla de la competencia monopólica) concentran los recursos financieros y la innovación, y eso se traduce en un progreso para la humanidad al cobrar un impulso cada vez mayor. Pero advierte también que este proceso por sí mismo no garantiza que los beneficios de ese avance impetuoso se repartan en forma justa entre todos los miembros del género humano, pudiendo llegar a perjudicar los procesos de desarrollo de las naciones más rezagadas. Por eso hace falta la política nacional, para orientar ese proceso general en beneficio de cada pueblo. Esa obra clave en el pensamiento desarrollista argentino tenía además el sabor épico de que se había formulado en un debate con intelectuales y funcionarios que, afianzados en organismos internacionales, querían restarle todo valor a lo que se había elaborado y realizado en la Argentina, cepalianos o no.

Ese fue su bautismo desarrollista…

Sin embargo, no me afilié enseguida al MID porque pensaba que como dirigente estudiantil tenía la obligación de mantenerme independiente. Ahora creo que esa demora fue un error, aunque intrascendente. Cuando terminé la universidad, me afilié al partido. Como ya era desarrollista, el proceso se dio muy rápido. Al poco tiempo me eligieron delegado al Comité Nacional por la juventud. Eso fue en un congreso que se hizo en Buenos Aires, donde entonces conocí a José Giménez Rebora, a Enrique Bulit Goñi, a Guillermo Sábato, que eran de una generación inmediatamente anterior a la mía. A Paulino Pena y a Pachi Aguirre los trataría después, muy fugazmente al primero, que murió muy prematuramente. Entre los jóvenes recuerdo a Miguel Márquez, Claudio Arrechea, y seguramente, la memoria no es perfecta, a Daniel Tambone, Jorge Decavi, y muchos compañeros con los que luego compartiríamos años de militancia. En Mendoza se habían sumado y enriquecido mucho el grupo juvenil Angel Cirasino, Silvia Salzman, Raúl Saal y mi hermano Pablo. En esos años se editaba Reconstrucción, como periódico partidario, tamaño sábana.

¿En ese momento ingresó a la usina?

No, yo militaba en el partido en Mendoza y tenía esa cierta presencia nacional por el lado juvenil. En el ’73 gané una beca para hacer un posgrado en Francia sobre desarrollo regional. Recuerdo que cuando fui a verlo a Frigerio para contarle que me iba, me dijo “¿Cómo que se va? Si usted fuera un hijo mío no dejaría que se fuera, los jóvenes tienen que hacer experiencia aquí, para luego aprovechar mejor los estudios en el exterior”. Rogelio era muy posesivo, pero tenía una pasión transformadora que atraía muchísimo, de modo que el carácter personal quedaba como oculto en esa fuerza que ponía en todo lo que hacía. Era muy difícil decirle que no, pero yo ya tenía la beca y me fui, aunque mantuve fluido contacto por correspondencia con quien ya tenía un lazo político muy firme. También le pedí a la secretaria de Frondizi, Marta Acuña de Bulit, que me enviara por favor una foto del presidente del partido, para tenerlo a la vista, y aún la conservo en mi biblioteca.

¿Se dedicó a la política tiempo completo desde entonces?

Cuando volví de Francia ingresé como investigador en la Universidad de Cuyo e hice un trabajo sobre cómo articular a Mendoza en la economía regional cuyana y en el marco nacional para potenciar su desarrollo. En esos tiempos ocurrió un episodio que nos marcó mucho. Fuimos secuestrados mi hermano, mi cuñado y yo por un grupo de tareas integrado por policías y militares que no se identificaban como tales ni actuaban por orden de un juez. Estamos hablando de noviembre del ’75, durante el gobierno constitucional de Isabel Perón. Finalmente nos liberaron, pero algunos de los que en esos operativos fueron detenidos nunca volvieron a aparecer. El partido, tenía una posición pública asumida en contra de la lucha armada justamente porque iba a generar esa reacción criminal, el terrorismo de Estado, y nos defendió haciendo gestiones de todo tipo y lograron que nos fueran soltando, pero Frigerio evaluaba que en esas circunstancias no había garantías de seguir con vida si me quedaba en Mendoza y entonces, durante todo el 76 me mantuve cambiando de vivienda y de ocupación; la universidad no renovó mi contrato como investigador y estuve trabajando principalmente en política y viajando a Buenos Aires durante semanas, donde me fui incorporando gradualmente a la usina, tutelado por Marcos Merchensky, que era en ese momento de hecho el coordinador del equipo y la persona más cercana a Frigerio en lo que a elaboración política se refiere. Hacia fines de ese año me dijo Marcos, a quien considero mi maestro de periodismo, que Rogelio me iba a ofrecer entrar en Clarín, para trabajar en el sector cultual. Y así fue.

¿En Clarín qué trabajos hizo?

El primer día hábil del año 77 empecé a trabajar en Clarín, en la sección política y poco después pasé al suplemento Cultura y Nación, donde estuve casi un lustro, hasta fines de 1981. Cuando me fui, además del suplemento, era el editor de la sección Opinión y de Artes Visuales. Durante todos esos años mi militancia se volvió algo clandestina, para decirlo de un modo romántico, puesto que trabajaba en la usina todas las mañanas, casi en el anonimato, y por la tarde iba a la redacción a cumplir mis tareas periodísticas que obviamente eran más públicas y muy diferentes. Luego de mi renuncia en Clarín, en un episodio que se anticipó a los despidos masivos de desarrollistas, me integro tiempo completo a la usina. Marcos se había enfermado (murió en 1982) y otros miembros del equipo se habían dispersado (Zaffore, por ejemplo, se alejó del país para sumarse a un organismo internacional, luego de haber trabajado en la Multipartidaria con varios especialistas, como Luis María Ponce de León y Osvaldo Trocca, entre otros) de modo que me tocó la responsabilidad principal de coordinar el equipo político a partir de entonces. Personalidades como Arturo Sábato, Oscar Camilión o los que integraban FIDE (Héctor Valle, Aníbal Martínez Quijano, Rafael Prieto), aportaban su sabiduría en asuntos puntuales, y eran muy valiosos siempre sus envíos y memos. Por el equipo que trabajaba en la recordada “calle Córdoba” (esquina Talcahuano, que había sido formalmente el estudio de Narciso Machinandiarena e históricamente integraron junto a los nombrados anteriormente Isidro Odena y Ramón Prieto) pasaron después Gonzalo D’hers y Manuel García Solá, entre otros. Enrique Marotías colaboraba con nosotros, de un modo que hoy llamaríamos de “tiempo parcial”, con una dedicación que se incrementó con el tiempo.

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PARTE 1 | LA USINA

¿Qué fue históricamente la usina? ¿Un laboratorio?

Era el equipo que trabajaba más estrechamente con Rogelio Frigerio y que atendía todas las tareas de elaboración que demanda una acción política orgánica: redacción de documentos, reportajes, correspondencia (no se había impuesto aún masivamente el correo electrónico), memos y guiones para diversos protagonistas, y era también un lugar de reflexión e intercambio permanente, aunque para esto se realizaban, de un modo más específico, los famosos seminarios. Una aclaración histórica: la usina no era en sus comienzos lo mismo que la redacción de Qué, aunque muchos de los trabajos que salían de ella se publicaban en la revista. El primer núcleo comenzó funcionando en 1956 y fue el Centro de Investigaciones Nacionales (CIN), en la avenida Luis María Campos, el antecesor del Centro de Estudios Nacionales (CEN) que más tarde se instalaría en Cangallo, pero allí se reunieron la biblioteca y los archivos de Frondizi. Luego el equipo que dirigía Frigerio se mudó varias veces. Tuvieron oficinas en la calle Uruguay, que no conocí, y en Sarmiento, donde estuvo la redacción de Resultado, y finalmente en los setenta, en lo que sería ya exclusivamente el despacho de Rogelio Frigerio, cuando murió Narciso, en Córdoba y Talcahuano. Córdoba 1309, 3ro izquierda, para ser más preciso, una dirección mítica que era como un imán para los amigos que venían del interior.

¿Qué rol cumplió la usina durante el gobierno?

Por lo que fui conociendo en diálogo con algunos de sus protagonistas, su primer objetivo fue preparar lo sustancial del programa para el gobierno de Arturo Frondizi. La usina escribía discursos, notas, editoriales, folletos y libros (se publicaron muchos después del derrocamiento del gobierno, en diversas áreas y temáticas). También los materiales para Frondizi que él, lógicamente, revisaba y corregía. Pero la relación entre la usina y Frondizi la concentraba casi exclusivamente Frigerio. Él era el nexo. Eventualmente nos tocaba alguna tarea que implicaba trabajar con don Arturo en su casa de la calle Beruti, como fue mi caso cuando se preparó el libro “Qué es el MID”, en 1983. Una constelación de personas que no estaban vinculadas orgánicamente a la usina aportaban ideas, datos, tareas específicas y tenían relación indistinta con Frondizi o con Frigerio. Es el caso de Albino Gómez, que estaba en la Cancillería durante el gobierno, como Horacio Rodríguez Larreta y Oscar Camilión. El primer canciller de Frondizi, Carlos Florit, había sido reclutado en la primera usina y provenía de los sectores nacionalistas católicos. Así como Juan Ovidio (el “Rubio”) Zavala venía del radicalismo político, enfrentado con su tío Zavala Ortiz, Alfredo Allende lo hacía desde el sindicalismo (gremio del Seguro) con origen también radical, como lo era Enrique Gussoni, desde la bancaria, donde era secretario adjunto nada menos, (ellos, con Rubén Virué en la subsecretaría, llevaron adelante la primera y decisiva  gestión en la secretaría de Trabajo, titularizada por Allende) y colaboraron con el jefe del bloque de la UCRI, Héctor Gómez Machado, en la redacción de la injustamente poco ponderada Ley de Asociaciones Profesionales. Un peronista olvidado por el propio peronismo (que no tuvo nunca una ley gremial de esa claridad y calidad), el doctor Horacio Ferro, participó muy activamente es esa gran iniciativa. Se trabajaba con gente de todos los rayos del espectro ideológico nacional. El economista José María Rivera, por ejemplo, venía de Forja. Es sabido que la usina fue un crisol rarísimo por la unidad que logró a partir de orígenes muy disímiles, y todo lo que les estoy contando lo tengo por lecturas y relatos, porque cuando Frondizi fue derrocado yo tenía 14 años.

¿Qué tuvo de especial la ley sobre los gremios?

Estableció como no lo hizo nunca el propio justicialismo, que debía haber un solo sindicato por rama de producción y una única central de los trabajadores. Es la concepción que garantiza la unidad de la clase obrera, elemento político e institucional clave para impulsar un programa de desarrollo. Obviamente funciona si el Estado promueve y garantiza la más transparente democracia interna en su seno. Un desiderátum del que casi nadie habla, porque se prefiere manipular la división de los trabajadores, aunque en ese camino se desgaste su potencia como factor activo de transformación económica y social. Y eso se promovió desde la usina.

No hay muchos casos en la historia argentina como aquella usina…

Hay un documento muy valioso y muy revelador, exhumado recientemente. Es la minuta de la reunión que tuvieron los miembros de la usina con Frondizi, sin la presencia de Frigerio, cuando el ex presidente salió de prisión en 1963. Hubo un planteamiento muy franco y muy crudo, porque en la usina varios de sus actores consideraban que no se les dio en el gobierno suficiente participación política en relación al aporte que se había hecho. También puede leerse como una autocrítica de la propia usina, puesto que Frigerio concentraba bastante la relación con Frondizi.

¿Cómo era trabajar con Frigerio? ¿Se podía debatir con él o era muy intransigente?

Cuando uno trabajaba con Frigerio sentía que estaba tratando con un genio y sobre todo con un patriota al nivel de un Belgrano o de un Alberdi, por la visión que tenía de las posibilidades de nuestro país. Esta percepción surgía de la riqueza de su pensamiento, que no era solamente económico, sino que abarcaba áreas muy amplias, tanto de la ciencia como del arte. Lo guiaba la pasión de convertir a la Argentina en una nación plena, que resolviera los desafíos de satisfacer las necesidades materiales de su población, pero también que desenvolviera todo su genio creador, en lo que nos ha dotado especialmente la historia particular de nuestra sociedad. Claro que era un hombre concreto y también se equivocaba. En cuestiones menores y hasta ajenas a lo que era el eje de su vida, esto es la política nacional, podía a veces hasta parecer un diletante que se divertía con ciertas provocaciones intelectuales que su cabeza fabricaba. Les doy un ejemplo divertido de esto último: durante un campeonato mundial de fútbol, cuando se refería el desempeño de las diversas selecciones llegó a sostener que el equipo de la Unión Soviética era muy bueno porque se movía en el campo con una planificación perfecta como si aplicara el materialismo dialéctico al fútbol (se ríe), aunque no, ciertamente, eso nunca llegó a decirlo, es una exageración mía que él no llegó a formular así, pero anduvo cerca. Y el equipo de la URSS, por supuesto, no pasó a cuartos de final (se ríe más abiertamente).

¿Era más un provocador intelectual que un maestro?

Hasta en esos juegos de la inteligencia quería siempre ser didáctico, obligarlo a uno a pensar los temas en un nivel muy alto de abstracción, para encontrar lo esencial que estaba en la mesa del análisis, en eso era muy exigente y estimulaba el debate a fondo. Había que animarse, por supuesto, porque se requerían muy buenas razones para sostener cualquier posición, incluso alguna que podía resultar insólita. Uno podía hacer aportes durante el proceso de análisis de un problema concreto, así lo inducía Frigerio que incluso exigía disponer de la información más fidedigna para fundamenta posiciones, y luego de debatirlo todo, se conciliaba y sacaban conclusiones plasmadas en un curso de acción, donde se resumía una posición determinada. Esto era lo que se llevaba a la práctica y entonces el asunto salía de la discusión y se llevaba al terreno concreto, aunque más adelante podía revisarse críticamente, por supuesto. Pero no se trataba de aportar meros comentarios ingeniosos, sino apoyarse en datos fidedignos y estudios previos, y formular sobre todo reflexiones serias. Ahora, cuando Rogelio tenía una posición tomada, luego del análisis y sus conclusiones, ahí sí era inflexible. Pero sabíamos, y lo comprobábamos en cada instancia, que para tomar una posición había que trabajar y decantar mucho. Frigerio decía: “prefiero equivocarme analizando y trabajando con el equipo que tener razón en soledad”. Esta confianza en el método y en la elaboración grupal es a mi juicio muy poco resaltada en las menciones que se hacen de él.

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PARTE 2 | DOCTRINA E INFLUENCIAS DEL DESARROLLISMO

¿Cuáles considera que fueron las corrientes de ideas que más influyeron en el desarrollismo?

Bueno, en su tesis Horacio García Bossio habla de la influencia de la doctrina social cristiana en la génesis del desarrollismo. Y, de hecho, Frondizi citaba con mucha frecuencia la encíclica Populorum Progressio, de Paulo VI, lo que muestra que no había una contradicción entre ambas concepciones. Pese a la simpatía que esa interpretación me genera, por mis orígenes y mi propia evolución intelectual y política, no creo que haya habido una influencia decisiva desde esa vertiente, pero tampoco son pensamientos contrapuestos, sino más bien convergentes en ciertos campos. Lo que hubo inicialmente fue un reconocimiento del desarrollismo al inmenso aporte que hizo la Iglesia Católica al actualizar su doctrina social, que si bien empieza con León XIII y las encíclicas sobre el trabajo y la condena del liberalismo, adquiere un rango universal, que concierne al conjunto de la sociedad y de los valores humanos fundamentales, con la Pacem in Terris de Juan XXIII. Fue un aporte gigantesco que rescató a la Iglesia de la trampa conservadora en que los siglos la habían encerrado.

Como muy bien destacó Odena en su ineludible Entrevista con el mundo en transición, hubo una bisagra histórica a mitad del siglo XX, en la que participaron personalidades fuera de serie como el papa bueno, mal llamado el papa campesino, pues Juan XXIII era un diplomático de altísima calificación y formación, y también John Kennedy y Nikita Kruschev o Jrushchov, según quien lo escriba. La historia ha sido más cruel con este último, por sus debilidades humanas, pero fue una figura trascendente en el deshielo de la guerra fría. En ese contexto, que Frondizi y Frigerio “leyeron” con toda precisión y anticipación, se sitúa la propuesta que luego se llevó a cabo como política de gobierno durante la gestión desarrollista.

Además de los economistas clásicos y los que se plantearon la necesidad de desenvolver las economías nacionales, también hubo una importante influencia marxista en la definición de la teoría desarrollista, pero esto requiere hacer algunas precisiones para no caer en simplificaciones. Tanto Frondizi como Frigerio tenían una sólida base teórica que no podía dejar de incorporar el aporte del marxismo en sentido general, cultural, o como “espíritu de época” si se quiere. Frigerio, por su parte y antes de conocerlo a Frondizi, aplicó deliberadamente el método dialéctico para analizar la realidad nacional. En el caso de Frondizi su base conceptual es, me parece, más ecléctica, y por lo tanto en cierto sentido más amplia, enriqueciéndose con los aportes de Croce y Laski.

¿Qué es el método desarrollista?

Es el método dialéctico, pero no en abstracto, sino aplicado a una realidad histórico-concreta, como solía señalar Frigerio, y esa realidad asumida deliberadamente como objeto de análisis era la Nación Argentina, con su historia, sus trabas, sus avances y sus posibilidades.

Hoy se habla mucho del método… pero Frigerio siempre decía que muchos confunden método con procedimiento, rescatando un mayor rango epistemológico para la aproximación que él practicaba sobre los hechos. Un procedimiento es como un protocolo, o sea una lista de acciones a seguir: abra acá, cierre allá, mueva esto o aquello… El método no es un pensamiento lineal, es una forma de analizar la realidad en toda su complejidad pero extrayendo de ese análisis las cuestiones esenciales, las contradicciones de fondo que deben ser resueltas. Cuando uno tiene una idea, para no caer en el recitado ideológico que es la negación del conocimiento, la contrasta con la realidad y ésta le responde, y a partir de esta respuesta hay que reformular la idea original. Frigerio decía que había que enfrentar los problemas para comprenderlos. Al hacerlo, uno podía distinguir qué era lo esencial en cada problema. Ese reclamo de diferenciación entre lo principal y lo que es secundario tiene una estirpe filosófica antiquísima, que se remonta a Aristóteles, por supuesto, y recorre todo el pensamiento occidental.

Un componente importante dentro de la aplicación del método era la pregunta “¿qué nos hace más Nación?”. Cuando se analizaba un problema, la forma correcta de pensar las posibles soluciones era preguntarse si van en el sentido del interés de la Nación o si significaban un retroceso. Entendiendo a la Nación no como imagen estática o un conjunto de sentimientos, sino como unidad compleja de diversos componentes forjados en el tiempo, tanto materiales como espirituales, que se articulan dando un perfil cultural identificable y propio.

¿Qué significa que el método no es un pensamiento lineal?

Quien crea que crecimiento es lo mismo que desarrollo, para plantear un tema medio de moda, tiene un pensamiento lineal. Por ejemplo, pensar que hay que apostar fundamentalmente por la producción agropecuaria porque durante el auge del modelo agroimportador de fines del siglo XIX y principios del XX el país tuvo su mayor PBI per cápita, en términos relativos al resto del mundo, es un pensamiento lineal. No considera los cambios que se produjeron en la estructura económica mundial y aún en la local y su conformación social desde aquel entonces. Como se advierte, el pensamiento lineal, simplista, está muy extendido, a pesar de lo cual  en los últimos años se amplió la comprensión de que crecimiento no es igual a desarrollo, lo cual es un avance importante. El modo más integral y fecundo para analizar la realidad tiene en cuenta ante todo la noción de estructura, donde hay partes y proporciones que se relacionan unas con otras y que nos permiten hacer una evaluación crítica del punto en el que estamos como sociedad y la capacidad que hayamos desenvuelto para garantizar bienestar y acceso a la cultura a toda la población. Pero todo hay que verlo en términos dinámicos, para determinar el sentido de los procesos en marcha y evaluar su impacto en la sociedad.

¿Cómo se aplicaría el método a ejemplos concretos, como los casos de YPF o Aerolíneas Argentinas?

En el caso de YPF, pensar que estatizándola (o, antes, privatizándola) se resuelve el problema del abastecimiento energético del país es un planteamiento limitado, lineal y erróneo. Hay que comprender la realidad en toda su complejidad, de otro modo nos la estamos imaginando o simplificando a conveniencia para eludir los verdaderos desafíos. El problema de fondo es la necesidad de autoabastecimiento energético, algo que no todos los economistas admiten como prioritario, y su pérdida condiciona todo el despliegue de la producción a escala nacional. Para lograr ese objetivo fundamental no es objetivamente necesario en términos teóricos tener una empresa estatal, sino abrir el juego a más empresas privadas y/o públicas, atraer inversiones, aumentando la producción local para satisfacer la demanda interna y exportar, lo cual incluye a su vez como desafío simultáneo, invertir a futuro, es decir explorar fuertemente para ampliar las reservas e ir poniendo en valor nuevas fuentes energéticas, diversificando la matriz actual que depende en una proporción enorme de los hidrocarburos. Frigerio sostenía, cuando se privatizó YPF, que convenía mantener una empresa estatal pequeña y eficiente que funcionara como empresa-testigo, pero en el marco de una política expansiva de inversiones para todo ese sector estratégico, donde un conjunto de compañías nacionales y extranjeras contribuyeran a alcanzar el objetivo que interesaba a la Nación en su conjunto. No se hizo así, y la YPF que emergió de la privatización se deshizo de activos poco rentables y alcanzó gran eficiencia, liderando el sector y autoabasteciendo el país de petróleo y gas. Ese éxito se hizo sintonizando nuestra actividad extractiva y de refino con los precios internacionales, lo que no impidió que los españoles de Repsol compraran la empresa y la sometieran a su estrategia internacional que consistía en mejorar su perfil bursátil, incorporando yacimientos y reservas, explotar los activos que más ganancias daban en el corto y mediano plazo y desestimar el resto, es decir, atar su gestión a un esquema que no tenía en cuenta las prioridades locales, y nadie se las recordó. Y cuando las dificultades aumentaron por el tope a los precios internos impuestos por Kirchner directamente se hizo un estropicio que dio lugar a la maniobra de hacer entrar socios locales que actuaban de pantalla mientras siguió cayendo la producción de la empresa. Se trataba de socios parásitos y glotones, o sea un desastre. Eso es lo que se corrigió con la toma del 51% de las acciones y la puesta en funciones de una gerencia profesional, que revirtió la tendencia declinante de la producción de YPF, pero no la del resto del sector petrolero y gasífero, frente a una demanda interna creciente, con lo cual la brecha de importaciones se amplió. A eso no se le puede llamar “recuperación de la soberanía energética”, por cierto, y hacerlo sería una muestra de pensamiento lineal.

Con respecto a Aerolíneas, el problema principal a resolver es la necesidad de conectar fluidamente un país tan extenso como el nuestro que está geográficamente desintegrado, con distancias enormes y zonas que deben ser todavía pobladas, con una o varias compañías aéreas que además tengan una gestión financieramente equilibrada. No alcanza con que sea estatal ni con tener un servicio con aviones nuevos si al mismo tiempo no aumenta sustancialmente la proporción pasajero/kilómetro y la cantidad de destinos de cabotaje. Si es buen negocio tener viajes internacionales, perfecto, está bien que genere beneficios, suponiendo que se logre, lo que no es el caso. Pero lo importante es conectar el país. Y en eso se avanzó, pero poco. Y al precio de un enorme déficit. O sea que es un éxito relativo y carísimo del que no podemos decir que nos tenga mejor conectados. Se hizo campaña electoral hablando de lo bien que anda Aerolíneas y a los pocos días todo entró en colapso, simplemente porque hubo algo más de pasajeros de lo habitual tratando se subirse a un avión. Lo peor de todo en estos casos es creerse la propia propaganda.

¿Ve algún elemento que vincule ambos ejemplos?

Una confusión muy frecuente, y no pocas veces interesada, es confundir “estatal” con “nacional”. El Estado preside la Nación y la al mismo tiempo la expresa, con la obligación que hace a su esencia de conducirla a un estadio superior de cultura, trabajo y calidad en la convivencia entre compatriotas. Si el Estado en lugar de promover concentra, el resultado suele ser el achicamiento de la Nación. En sentido inverso, años atrás se puso de moda un eslogan que decía “achicar el Estado es agrandar la Nación”, otra estupidez, esta vez de cuño liberal y un buen ejemplo del pensamiento lineal. Ni agrandar, ni achicar el Estado garantiza por sí mismo que la Nación se desarrolle. El Estado, que es Nacional cuando preside y gestiona el conjunto, pues de otro modo es sólo “central” o, tampoco, “federal”, y tiene un papel fundamental en el que no puede ser sustituido por ningún sector parcial.

La pregunta “¿qué nos hace más nación?” tiene ciertas reminiscencias nacionalistas. ¿El desarrollismo es una doctrina nacionalista?

No. El desarrollismo es una doctrina nacional, que no es lo mismo. La crítica al nacionalismo como un enfoque que se encierra sobre si mismo e impide ver lo que pasa en el mundo es pertinente. Y en ese enfoque es acertada la crítica al nacionalismo si lo ves como un núcleo ideológico que desprecia a los países vecinos, que considera que somos mejores que los demás, lo cual no sólo carece de fundamento sino que es un engaño que puede tener consecuencias atroces. Pero un pensamiento nacional significa otra cosa. Significa entender el país como una unidad compleja, supone integrar en un proyecto el conjunto de las regiones y sectores económicos y sociales, para que todas las personas tengan la posibilidad real de alcanzar una mejora en sus condiciones de vida y de cultura. Aquí se aplica un viejo dicho de que “no hay que tirar al niño con el agua sucia”, que tiene una raíz medieval, pues se lavaba a un niño en una palangana y el agua se tiraba a la calle, por la ventana o por la puerta. No hay que tirar por la ventana la conciencia nacional (en este caso sería renunciar a tenerla), o sea que no hay que menospreciar la necesidad de cohesión mínima en los objetivos básicos que fundamentan la convivencia. No hay que perder conciencia nacional junto con el necesario descarte del agua sucia del nacionalismo patriotero y retardatario.

¿Estado Nacional y Estado-Nación son sinónimos?

Tampoco es lo mismo el concepto de Estado-Nación que el de Estado Nacional, que tienden inadvertidamente a confundirse en su uso. El Estado-Nación es una figura jurídica determinada que apareció con la formación de los estados europeos desde el siglo XV o XVI en adelante, con una épica propia y un sistema de dominación interno nada equitativo, en un contexto histórico donde la guerra era la forma de dirimir las supremacías y que, por contagio inevitable, pasó a América e influyó en la formación de los estados que se construyeron tras las Independencia. El Estado Nacional, en cambio, es un concepto más actual; es aquel que busca integrar al país y garantizar el bienestar de todos los habitantes, asumiendo sus diferencias, incluso las culturales, sobre una plataforma común signada por la equidad y la creciente igualdad de oportunidades para todos. El Estado Nacional tiene un rol activo e irrenunciable en la creación de las condiciones para que haya un desarrollo nacional vigoroso. Y esto no disminuye sino que se acrecienta con la incorporación de nuevas tecnologías, que el propio estado debe incorporar a su gestión y promover masivamente en la economía y la sociedad.

La “cultura nacional” es un concepto que se repite muy seguido, a veces contrapuesto a la idea de “cultura liberal”. ¿Cómo lo definiría?

Bueno, el contrapunto es a priori válido porque el liberalismo tuvo una influencia cultural enorme en nuestro país. El mayor ejemplo es la Constitución del ’53. La cultura nacional no debe pensarse como una reivindicación cerrada de lo local, sino como amalgama dinámica que va cambiando y debe estar conectada con el mundo, que se enriquecerse en el intercambio con otras culturas. La idea de Frigerio, que llevaba a la práctica a través de Clarín, era que había que investigar y difundir los avances de la ciencia, la tecnología y la cultura que se van generando en todas partes porque esas influencias se asimilan aquí y nos van potenciando. Es decir, al hacerlo propio, en el contexto de nuestros valores y formas de vida, surge una síntesis nueva que debe ser entendida como un despliegue de la propia identidad. No es un tema simple que tenga sentido encasillar, dado que en la formación de nuestra cultura nacional están presentes los componentes ideológicos liberales, puesto que estuvieron acompañando todo el proceso histórico e institucional. Cuando desde la ideología liberal se hace omisión del resto de los componentes de la cultura nacional, o se los menosprecia como “barbarie” o como atraso despreciable, se practica un reduccionismo del mismo modo que cuando se exalta el criollismo como lo único genuinamente nacional o cualquier fundamentalismo con exclusión de otras manifestaciones culturales también muy nuestras.


PARTE 3 | DESARROLLISMO Y CLARíN

¿Cuál era el rol del diario Clarín? ¿Era el medio de difusión del desarrollismo?

No, no fue así. Frigerio buscaba que Clarín fuera el mejor diario que se pudiera hacer en la Argentina, donde se expresaran el conjunto de los intereses reales y todas las corrientes de ideas que forman parte de la cultura nacional. Bajo su influencia llegó a ser el diario de mayor circulación en idioma español. No hubiera conseguido si se hubiese reducido a ser un medio partidista, y logró tal éxito porque reflejaba lo que pasaba en todos los sectores con un estilo periodístico muy ágil. La condición era que no se censurase al desarrollismo como lo hacían los medios ligados el establishment en aquel entonces. Fíjense que el mayor adversario de nuestras ideas, Álvaro Alsogaray, era frecuentemente consultado y aparecía en las páginas de Clarín. Pero no ocurría lo mismo con los medios donde Alsogaray era “como de la casa” que no tenían la misma amplitud y sabían “ningunear” a aquello que podía amenazar sus privilegios. El argumento de que la influencia desarrollista en Clarín era un factor que limitaba al diario es absolutamente falso, y fue elaborado y repetido para brindar una coartada a quienes maniobraron para quedarse con el medio y usarlo en función de sus intereses comerciales. El punto más alto de diario en su calidad, tiraje y prestigio se alcanza bajo la dirección de Frigerio, dirección que nunca estuvo oficializada pero que funcionaba realmente. Rogelio nunca quiso tomar posiciones patrimoniales en el diario y cuidó y valorizó las acciones de la señora de Noble, ayudando a fortalecer esa compañía editora y logrando enriquecer a su propietaria de un modo extraordinario si se piensa cómo estaba la empresa en el punto que él intervino tras la muerte de Roberto Noble. Esto no se ha dicho con toda la claridad que la historia merece, pues se busca asignar méritos a otros protagonistas que organizan y tratan de imponer su propio “relato”. Es claramente una puja por la herencia de un capital simbólico muy destacado y muy poderoso, sobre cuyos frutos materiales se fundaron después otros negocios, también muy rentables, con los que Frigerio no tuvo nada que ver. Podría decirse, en una interpretación más neutra, que en la era del diario-papel (entre 1969 y 1982) y su éxito editorial la influencia de Frigerio fue determinante. También es cierto que los despidos masivos de cuadros desarrollistas se produjeron poco antes de que la dictadura militar se lanzara a la acción irresponsable de ocupar las islas Malvinas por la fuerza y cabe entonces preguntarse si ambos hechos no estuvieron conectados.

¿En su opinión, entonces, hubiese sido posible sumar a Clarín al exitismo con que la mayor parte de la dirigencia argentina apoyó la gesta de Malvinas si Frigerio mantenía su influencia en el diario?

Yo pienso que gravitando Frigerio sobre la línea editorial ese seguidismo no se hubiese podido hacer, de ningún modo. La reacción de Frigerio fue instantánea el 2 de abril del 82. Dejó un sanatorio en Córdoba donde hacia una dieta y tratamientos para su cadera maltrecha por un antiguo accidente, viajó de inmediato a Buenos Aires y se dirigió desde el Aeroparque a la casa de Frondizi, donde fijaron la posición crítica que el desarrollismo asumió frente a esa locura que iba a llevar al país en pocos meses a sufrir una derrota y perder muchas vidas de soldados que lucharon con valor y sin el equipamiento ni la preparación adecuados. El MID fue el único partido político que se pronunció orgánicamente en contra de la acción militar, explicando que no se fortalecía la posición argentina con una acción de este tipo y que las consecuencias significarían un gran retroceso en el reclamo legítimo que se hizo desde siempre y por vías legales. Ahora todo el mundo lo sabe, pero entonces fue muy difícil fijar esa posición, en el clima patriotero y hasta patotero que se generó entonces. Tiempo después, buscando antecedentes en los medios probritánicos, encontré que dos columnistas destacados del diario La Prensa, Manfred Schönfeld y Jesús Iglesias Rouco venían desde meses atrás batiendo el parche a favor de una “recuperación” de las islas por la fuerza, con el argumento de que era una verdadera y sana causa nacional que iba a unir al pueblo, ya muy castigado por el terrorismo de estado y por la crisis económica. O sea que se estuvo creando un clima a favor de ese estropicio, de donde es dable pensar que en última instancia la estupidez de los jefes militares de entonces haya sido utilizada para inducirlos a realizar esa operación bélica de la que la Argentina no podía salir victoriosa. Era nada menos que un enfrentamiento con la OTAN. Si Gran Bretaña estaba advirtiendo que su posición se volvía endeble en los ámbitos de negociación pacífica, un pretexto como la ocupación militar le aseguraba su permanencia en el archipiélago. Además, la política interna británica aprovechó la invasión argentina como una agresión y un ejemplo de violación del derecho internacional y Margaret Tatcher lo utilizó tanto para ampliar la adhesión a su gobierno como para mantener altos presupuestos en el gasto militar. Una joyita toda la operación, como se advierte al analizar el tema. Estudios posteriores han puesto énfasis en la manipulación de la opinión pública a través de los sentimientos patrióticos, pero han descuidado esta cuestión, que a mi juicio es importante en términos políticos e históricos.


PARTE 4 | FRONDIZI, FRIGERIO Y PERÓN

¿Frondizi tenía ideas desarrollistas antes de conocerlo a Frigerio?

Sí, claro. Frondizi escribía sobre economía, energía e industria mucho antes de conocerlo a Frigerio. Era el más lúcido y brillante de los radicales, reconocido y respetado hasta por sus adversarios. Por supuesto, sus concepciones eran propias de ese origen radical e yrigoyenista, que era su cuna ideológica. La noción de una YPF estatal venía desde Yrigoyen y Mosconi. Había apoyado el plan del general Savio para la siderurgia. También era un admirador del laborista inglés Harold Laski, un socialdemócrata y humanista quien fue uno de los inspiradores del Estado de Bienestar de la posguerra y alguien que se entendió bien con el presidente Roosevelt y que no dudó en definir a Hitler y su secuaces, antes que tomaran el gobierno en Alemania, como un “hato de forajidos”. Frondizi estaba inspirado en las mejores y más avanzadas ideas de su tiempo. Y cuando llegó al gobierno, ante el desafío inmediato de una gestión que tenía que resolver problemas acuciantes, no dudó en adaptar sus ideas y ponerlas a la altura de lo que tenía que sacar adelante. Y lo hizo en forma magnífica. Había planteado muy claramente que la cuestión energética era crucial y estratégica, y ya en el gobierno vio que ese objetivo requería revisar el criterio, para entonces anticuado, de la YPF monopólica. Claro que hubo un cambio en sus ideas y lo hizo con altura de estadista porque las cambió para mejor. Las actualizó y las hizo triunfar. Siempre me pregunté qué hubiera pasado si Moisés Lebensohn hubiera estado vivo en 1958. Quizás, hubiera habido un distanciamiento entre ellos, como de algún modo la hubo entre Frigerio y Raúl Scalabrini Ortiz, quien era columnista en Qué y sucedió a don Rogelio en la dirección de aquella mítica revista. RSO le escribió a Rogelio advirtiéndole que la convocatoria al capital extranjero para extraer el petróleo lo iba a desacreditar ante la opinión pública. Era la advertencia de un patriota que privilegiaba la forma sobre el fondo.

¿Qué piensa del Frondizi radical, antes de conocer a Frigerio?

Desde antes del derrocamiento de Perón y en los años inmediatos posteriores Frondizi estaba en el punto más alto de su prestigio. Era el político que más expectativas generaba en el país cuando sumó a Frigerio y con ello fortaleció su proyecto político. En realidad, Frigerio buscó conocerlo y se puso a su disposición. Pero Frondizi, a su vez, decidió tenerlo a su lado, a la misma altura, convirtiéndolo en su consejero más íntimo y ejecutor de tareas políticas estratégicas. Pongo ese gesto como ejemplo del “alto nivel de vuelo” de la mirada de Frondizi hacia el futuro porque lo que Frigerio le aportaba no era lo que el candidato ya tenía, sino una capacidad adicional clave para hacer una gran obra de gobierno. Puede decirse que la proyección de Frigerio fue obra del Frondizi presidente. Eso resultó insoportable para quienes quería evitar que la Argentina se transformara sustancialmente y por eso creo que los atacaron tanto, desde diversos ángulos de intereses e ideologías.

¿Considera que Frigerio era el ideólogo de Frondizi?

No, de ninguna manera. Se complementaban muy bien. Decir eso pondría a Frigerio en un lugar de un “monje negro” que no lo era y a Frondizi como un mero ejecutor, algo que es absurdo, y que se ha vertido como una interpretación, pero que es errónea absolutamente. Había entre ellos una división de tareas, pero analizaban todos los temas y se ponían de acuerdo. Había un respeto y admiración mutua, un trato de pares. Fue la alianza más fecunda de la historia política argentina.

Frondizi tenía una gran experiencia al frente de un gran partido, como la UCR, y era un político muy hábil. Frigerio, en cambio, era más un hombre acostumbrado a armar y conducir equipos técnicos, diríamos con lenguaje de hoy, aunque no había concluido sus estudios en la universidad, sino que venía de la actividad empresarial, o quizás por eso. El caso de la incorporación de Isidro Ódena a la Usina es un buen ejemplo de cómo trabajaban en conjunto. Ódena era un inquieto e inteligente correntino liberal que cuando estudiaba en la universidad se había pasado al socialismo, algo que no es tan extraño porque en el liberalismo están en germen algunos de los componentes progresistas del socialismo. Después de 1955 Isidro volvió de Estados Unidos, fue a verlo a Frondizi y se puso a disposición. Si bien era una persona con influencia en Corrientes, pues provenía de una familia tradicional y podría haber convenido enviarlo a su provincia para que fuera una especie de caudillo modernista, lo vinculó en cambio con Frigerio porque veía su gran potencial dentro de ese equipo. Esto explica la división de tareas y su complementación. Me parece que es un buen ejemplo de lo que venimos diciendo.

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¿Frigerio tenía admiración por Perón?

Para intentar comprender la relación entre ambos hay que leer la correspondencia entre Frigerio y Perón, que compiló Ramón Prieto. Rogelio le decía “usted es el jefe del movimiento nacional”, asumiendo la realidad política argentina. Perón organizó a la clase trabajadora en el país y eso para Frigerio era importantísimo. Hay que recorrer América Latina para valorar adecuadamente esto, pues durante muchos años no existió nada parecido en el resto de los países de la región. Frigerio lo explicaba muy claro, decía que lo esencial para comprender el papel de Perón era entender que él tenía el vínculo con las masas. Es cierto que Frigerio lo ayudó materialmente cuando estaba en Madrid, y lo hacía porque consideraba que había que contribuir con quien conducía el movimiento nacional mientras estaba aislado en el exilio.

Como es sabido, Perón era un gran conductor, pero tal vez el conductor limitó al estadista. Eso se puede analizar, por ejemplo, en el caso del contrato con la Standard Oil. Perón había comprendido la necesidad de celebrar ese contrato en un contexto de fuerte penuria energética teniendo petróleo en abundancia en el país y lo envió al Congreso, pero luego no le dio impulso y dejó que se cayera. Siendo el líder del movimiento, con todo el poder que tenía, no lo hizo aprobar. ¿Por qué? Era una medida impopular y la gravitación ideológica de los prejuicios nacionalistas era fuertísima, incluso dentro del Congreso dominado por el peronismo. Pienso que no quiso pagar el costo político de imponer una medida atípica que hubiese aliviado la crisis energética argentina la cual, para finales de su gobierno, era ya muy grave. Sin embargo, y a pesar de las diferencias que pueden haber existido entre este contrato y la política petrolera de Frondizi, aquél sin duda es su antecedente inmediato.

Frondizi, en cambio, decía: “Medidas antipopulares, nunca. Medidas impopulares, cuando sea necesario”. Eso lo define como un estadista.


PARTE 5 | INTEGRACIÓN REGIONAL

Mencionó la publicación “Integración regional, instrumento del monopolio”. ¿Considera que sigue siendo válida esta idea, teniendo en cuenta que ya comenzó el proceso de integración?

En realidad, la verdadera integración no se hizo aún. América Latina sigue estando formada por un conjunto de países subdesarrollados desintegrados entre sí y desintegrados en sí mismos, con diversos grados de prosperidad y de retraso. Lo que hay son algunos acuerdos débiles, pero muy superestructurales, que, o son meramente declarativos o establecen reglas de juego favorables al desempeño de las compañías multinacionales en la región, como ejemplo de ello, la industria automotriz. No hay una integración importante al nivel de la estructura económica, apenas existe en la infraestructura, ni, muchísimo menos, en la movilidad de la mano de obra y en la ampliación del mercado de trabajo.

¿Considera que el caso de la Unión Europea puede ser un ejemplo que le da la razón a Frigerio?

Sí, pero con algunas aclaraciones. La crisis actual en Europa es un ejemplo de las consecuencias de integrar países con niveles de desarrollo muy disímiles. La Unión Europea es un sistema que funciona bien para los estados con economías más fuertes, que se abastecen de mano de obra barata de los países periféricos, dentro y fuera de la Unión. El centro de gravedad está en Alemania, que es la economía que ha alcanzado mayor productividad y al mismo tiempo es la principal beneficiaria de la acumulación financiera, pero tiene consecuencias gravosas para el resto de los miembros.

Grecia es el país que peor lo está pasando actualmente. Y para salir de su crisis necesita un programa que le permita cambiar su matriz productiva y recuperar el crecimiento. No es sustentable si lo único que puede ofrecerle al mundo es turismo, aceitunas, higos y aceite de oliva, para decir una simplificación. Si a Grecia solamente se le ofrece financiamiento y no se cambian sus déficits estructurales, se habrá postergado la crisis para más adelante, recorriendo incluso un camino de penurias hasta una nueva inflexión por imposibilidad de pagar las deudas. Nótese que hay grandes similitudes con la situación de nuestros países, que padecen crisis recurrentes.

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PARTE 6 | VIGENCIA DEL DESARROLLISMO

Parece que el desarrollismo está de moda. ¿Qué opina el respecto?

Es un hecho objetivo que los tres principales candidatos a Presidente de la Nación se autoproclaman de algún modo como desarrollistas. Pero eso no quiere decir, necesariamente, que después vayan a hacer un gobierno con esa inspiración. Igualmente, es positivo que piensen que definirse como desarrollistas eso les suma algo a sus candidaturas.

¿A qué se lo adjudica?

Creo que después de tantos años de decadencia en Argentina, por cierto que con altibajos, se ve ahora al gobierno de Frondizi como un momento de la historia en el que se aplicó un coherente programa y que obtuvo logros importantes. Pero ustedes saben que no siempre se tuvo esta ponderación sobre el gobierno desarrollista. Durante mucho tiempo se dijo que había sido un fracaso, y los gobiernos que vinieron después lo criticaron mucho, especialmente los radicales  que se llamaban a sí mismos “del pueblo”, y conspiraron para su derrocamiento. Con el paso del tiempo se fueron diluyendo esos antagonismos extremos. Hoy, como el desarrollismo no es un partido político con posibilidades de acceder al poder, casi no le quedan adversarios. Salvo los grupos de izquierda más conservadores y en algunos ámbitos intelectuales, nadie critica a Frondizi, ni a Frigerio. El caso de ciertos intelectuales es llamativo y creo que debería estudiarse un poco más, aunque de un tiempo a esta parte hay un deshielo: el único presidente que puede ser considerado un intelectual es el más resistido por no pocos de ellos. Es una paradoja. En conclusión, creo que definirse como desarrollista hoy les suma al discurso y no les resta nada a los candidatos presidenciales. Eso no quiere decir que deban ser considerados desarrollistas realmente. Eso se verá. Hasta ahora parece sólo una postura para la tribuna.

¿Sigue estando vigentes las ideas del desarrollismo?

El programa del ’58 es ahora en gran medida anacrónico, pero no creo que haya perdido vigencia la forma de plantearse qué hacer para desarrollar la Argentina. Que sigamos teniendo algunos de los mismos problemas, como haber perdido el autoabastecimiento energético o la necesidad de inversión en ferrocarriles y en grandes obras de infraestructura muestra el nivel de atraso del país. Esos son en su mayor parte temas que ya hoy deberíamos haber superado y no solamente siguen sin solución sino que ni siquiera forman parte del debate político. Es más, la condición de país subdesarrollado es algo que no se menciona, como si se hubiese desgastado el concepto, pero con una realidad aún más conflictiva y desafiante, quizás mucho más compleja.

La situación social se ha agravado en las últimas décadas, con la peor inflexión histórica en la crisis de principios de siglo, que luego tuvo un repunte de mejora desde 2003 al 2011, luego se estancó y ahora retrocedió de nuevo. El nivel de pobreza que hay hoy es un problema gravísimo porque concierne casi a un tercio del total de la población. En el ’58 y durante el primer periodo peronista había pobreza, pero también había posibilidades concretas de ascenso social. El estrato inferior no estaba condenado a ver perpetuarse su situación y quedar arrinconado contra la ilegalidad y el clientelismo, que también lo es ahora del narcotráfico. Si conseguías trabajo como operario en una fábrica, progresabas, y tu hijo podía acceder a la universidad, sin que ello fuese algo generalizado, claro está. Como lo planteó Florencio Sánchez con “M’hijo el dotor”. Esa obra teatral es de principios del siglo XX y se refiere al hijo de un inmigrante en esa época, pero en los años de Frondizi todavía existía esa aspiración como una realidad. Luego, consolidándose mal en el último cuarto del siglo pasado, se generó un estrato social de pobreza estructural que para la teoría sociológica y económica corriente no tiene solución y sólo puede ser “administrada” es decir, manejada en el mejor de los casos con planes sociales. Por eso el desarrollismo, reformulando y actualizando todo lo que sea necesario, está más vigente que nunca, porque la única forma de solucionar la pobreza realmente es con el diseño y puesta en marcha de un programa de desarrollo potente, revolucionario diría, que ofrezca alternativas que hoy no están a la vista, no sólo de “equidad” sino de inclusión plena y ejercicio de la ciudadanía en sentido completo.

Además de la pobreza, ¿qué otros desafíos ve como más importantes?

Otro problema importante que tenemos es la capacitación del personal estatal, lo cual es la expresión del deterioro del propio Estado como aparato de servicios a la comunidad (educación, salud, seguridad, justicia), que es muy deficiente e incompetente, con las excepciones del caso, porque estamos poniendo satélites en órbita. Es un grave problema que se puede constatar en los requerimientos de esos servicios estatales y hasta en casi cualquier trámite que alguien deba hacer en una dependencia estatal, donde se encuentra con gente que no sabe, no está inspirada y formada en una actitud de servicio y que te hace perder tiempo, para decirlo de un modo banal. Y eso no es lo más grave, puesto que lo peor es lo que se llama ahora la “colonización del sector público” donde los diversos intereses con capacidad de corromper tienen a su servicio a segmentos o porciones del Estado el cual, por definición básica, debe ser imparcial en su conducta hacia la sociedad y conducir al conjunto a un estadio superior de convivencia. La solución de este problema ya estructural no puede hacerse sin el compromiso juramentado con los sindicatos del sector público, que ahora generalmente funcionan igualando hacia abajo. La independencia de los intereses particulares es condición indispensable para contar con un aparato estatal que no estrangule sino que potencie al todo nacional. Hay que seleccionar por idoneidad, como reza la Constitución, y hay que capacitar continuamente al personal estableciendo una carrera del servicio civil que no sólo sea obligatoria, sino que sea un orgullo seguir.

¿Cómo se logra un Estado eficiente? ¿La buena gestión acredita candidaturas?

Recuerdo que el Tapir decía que muchas veces para hacer un cambio en la gestión era necesario “poner otro edificio”. Se refería a crear una nueva estructura de personal bien capacitado hasta en un espacio físicamente diferente, con un diseño avanzado del nuevo servicio buscando su eficiencia, en lugar de tratar de corregir los vicios existentes en las estructuras burocráticas anquilosadas. El personal desafectado, por su parte, tiene un interés legítimo en reinsertarse y está muchísimo más predispuesto a capacitarse para poder acceder a sus nuevas funciones. Igualmente, la experiencia del actual gobierno deja una lección interesante tanto en el caso de la rapidez para tramitar los documentos de identidad como en el otorgamiento de jubilaciones, lo cual no se tradujo en una mayor intención de voto hacia quienes habían sido los protagonistas principales, o que así se presentaban, de esos cambios positivos. ¿Por qué? Quizás porque las candidaturas no surgen sólo de la trayectoria de los políticos y el “autobombo” que hagan, sino de un equilibrio de fuerzas en la sociedad en un momento determinado, y de lo que en ese sentido represente cada candidato.

Lamentablemente, ya no existen los partidos como organismos intermedios para la selección de candidatos. Aparentemente se eligen a dedo, pero esto en cierta medida también una ficción porque en realidad los promueven los intereses a los que le interesa colonizar al Estado, que son los grandes electores y financian la promoción de sus elegidos, instalándolos mediáticamente. Esto está dicho de un modo quizás demasiado rotundo, pues habría que analizarlo más. El verdadero problema para que haya una dirigencia que merezca llamarse así es que se ponga a la luz el gasto real que se hace en la política, que no figura en ninguna contabilidad y que es gigantesco. Es el lado oscuro de la democracia.

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¿Sigue siendo desarrollista?

Sí, por supuesto. Pero me pregunto qué quiere decir para el que lea este reportaje “ser desarrollista”, porque creo que hoy es un término que se volvió algo ambiguo. Soy desarrollista, pero con el significado que le reconozco a esta definición, es decir alguien que cree que hay que establecer un programa básico y ampliamente compartido de potenciación de la capacidad productiva y creadora de nuestros compatriotas y, como reza el Preámbulo de la Constitución Nacional que Alfonsín recitó con tanto éxito electoral, “para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el territorio argentino”. Esta es una magna obra política que está aún por hacerse, y concierne al conjunto de los partidos y fuerzas políticas, pues se tiene que basar en un acuerdo asumido por la mayoría sobre la necesidad de generar una economía expansiva, competitiva, repartida en todo el territorio nacional, con claras prioridades estratégicas de inversión para dinamizar al conjunto, y que tenga en la educación su principal herramienta de integración al trabajo y la creación de bienes físicos y obras de significación cultural. Esto nos lleva a no ser sectarios en el análisis de lo que se ha hecho y lo que falta por hacer, reconociendo la diversidad de la sociedad argentina y de las fuerzas políticas que en ella actúan. Y exigiéndoles que se “pongan las pilas” para dar un salto de calidad tanto en la producción de riqueza como en su distribución y en la consolidación institucional y democrática que ello supone.

Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo ArizaGuillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza Guillermo Ariza