Vestido con un saco a cuadrillé, sin corbata y bastón en mano, Alfredo Allende nos espera puntual en el café Scuzzi, en Recoleta. Notable desarrollista, en una conversación de casi dos horas nos cuenta sus inicios en la vida política, cómo llegó con 27 años a ser el ministro más joven de la historia del país, sus encuentros con Arturo Frondizi y su admiración por Rogelio Frigerio. Allende lideró la cartera de Trabajo durante el gobierno desarrollista. En su su gestión se legalizaron los sindicatos, que volvieron a las manos de los legítimos representantes de los trabajadores, y se enfrentó a duras huelgas, como la del frigorífico Lisandro de la Torre. A los 85 años, lúcido y provocador, nos relata los momentos que marcaron su vida y los encuentros que mantuvo con algunos de los protagonistas del siglo XX.
Alfredo, ¿Cómo se interesó por la política?
A los 15 años comencé mi vida política atraído por la figura de Alfredo Palacios. Era muy cercano a mi familia y venía muy seguido a comer a casa. No pasó mucho tiempo hasta que me afilié al Partido Socialista. Mi primera charla política la di a los dieciséis años, sobre la guerra ruso-japonesa, charla que tuve que ofrecer a la juventud del Centro que estaba entonces en la calle Republiquetas, hoy Crisólogo Larralde, y Ciudad de la Paz
En 1952 entré en el Sindicato de Seguros y me tocó un jefe que era radical: César Hipólito Garat, luchador, militante de Merlo. Un día me preguntó si quería conocer al presidente del partido, que era Frondizi. Fui a verlo, me recibió y me dijo: “¿Así que usted, joven, es un simpatizante del socialismo? Respeto mucho las ideas de Justo, Repetto y Palacios. Soy gran admirador de ese sector”.
Ese fue su primer encuentro con Frondizi, tenía apenas 23 años. ¿Qué le impresión le generó?
Y… imagínense. Me convenció, me llenó. Me dijo que lo que había que hacer era superar al peronismo, no combatirlo frontalmente. Claro, la visión hegeliana. Había que buscar una etapa superior. No podíamos negar todo y destruir. Recuerdo que le pregunté sobre la mejora de las clases obreras y me respondió que ello venía en profundidad y de manera permanente con el crecimiento industrial. Nos sorprendimos mutuamente por el tema de la conversación y comentamos lo poco que se trataban estos asuntos de fondo en el radicalismo.
PARTE 1 | FRONDIZI Y FRIGERIO
¿Frondizi tenía en mente la idea del desarrollo antes de conocer a Frigerio?
Sí, tenía los matices, pero sin la profundidad frigerista. Para ser Frigerio tenés que poseer una mente creativa superior, una concepción ideológica, política y hasta diría empresarial excepcional. Además, Frigerio era más admirador del movimiento peronista, por una razón que me enseñó de joven y que no me puedo borrar: la ley sobre los trabajadores del campo. Esta norma estableció que los peones eran trabajadores, no eran tipos que se levantaban sólo para ir a cuidar las vacas. Podían tener una agrupación sindical, eran proletarios, con derechos a vivienda digna, escuelas y salarios. Y al voto libre de interferencias patronales. Me sacudió enormemente.
¿La cuestión de los derechos de los trabajadores?
Claro, claro. Pero también debo reconocer que le guardaba una fuerte prevención a Perón por la falta de libertades. Era algo muy propio de la faz radical y socialista que tenía internamente en mi alma. Por eso no me hice peronista. Ustedes no vivieron esa época, fue tremenda. Para darles una idea, tuvieron que pasar casi 10 años para que un opositor pudiera hablar por la radio. Y fue Frondizi. Se paralizó el país para escucharlo. Diez años, viejo… Acá se han olvidado de ese fenómeno. ¡Qué increíble!
¿Recuerda algún momento que lo haya marcado durante la etapa peronista?
En la empresa de seguros en la que yo trabajaba vivimos experiencias que nos marcaron la vida durante el régimen peronista. Por ejemplo, cuando murió Evita. Teníamos que quedarnos 15 minutos parados y compungidos, en silencio, en homenaje a su muerte, durante un mes. Por supuesto, lo hice el primer día porque no entendía nada. El segundo día, me fui al baño. Con mi jefe radical íbamos al baño y fumábamos un poco para olvidarnos de esa situación absurda y humillante. Ese choque con la dignidad humana marcó mucho mi actitud no peronista. Y después, sumale las patadas que te daban los policías en todo acto radical. Te fajaban, te tiraban los caballos encima, literalmente; cuando no terminabas en la comisaría.
¿Se sumó a la Juventud Radical después del encuentro con Frondizi?
Sí, eso fue definitivo. Me sumé a juventud radical frondizista. A la intransigencia frondizista. En el partido tenías el unionismo y la intransigencia. En el unionismo estaba Vítolo, que fue ministro de Interior de Frondizi. Lo supo conquistar, fue un gran ministro. En la intransigencia actuaban Balbín, Noblía, Uranga, Lebensohn. También Mac Kay, entre otros. Era gente valiente, de honestidad sin concesiones ni con sus propias familias; fueron presos todos por simples razones políticas. Y Lebensohn era talentoso. Hubiera sido, de no fallecer prematuramente, el primer presidente judío en la Argentina, según Frondizi. Careció, me parece, de una concepción industrialista, pero fue una especie de guía, con una presencia brillante en la convención nacional constituyente del 49, convocada para viabilizar la reelección indefinida de Perón.
¿Cómo vivió el quiebre de la intransigencia, la ruptura entre Balbín y Frondizi?
Con un gran alivio. Algunos radicales y socialistas querían que no opinara la mitad del país, que no tuviera representación. Una situación que generaba violencia y una división profunda de quiebre en la sociedad. En fin, una actitud poco seria que hubiese llevado a un trágico enfrentamiento armado.
¿Cuando aparece Frigerio en escena?
Tuvo una entrevista con Frondizi en lo de Narciso Machinandiarena. En esa reunión concluyeron que se debía ganar la confianza del peronismo para anular a todos los elementos reaccionarios y profundizar la lucha por la industrialización del país, pero desde la industria de base, con un instrumento cívico: la alianza de los sectores sociales y de las fuerzas políticas afines. Había que concentrar el país en la construcción de rutas y caminos, en el fortalecimiento de la metalurgia, en las producciones de electricidad, de acero, de petróleo y de la química en sus diversos aspectos y hacer del campo un vasto sector agro-industrial. Parece mentira que estemos hablando del pasado cuando el núcleo de nuestras crisis actuales, 60 años después, reside en esas carencias.
Frigerio impresionó mucho a Frondizi, a quien enfatizó que el poder dependía de los factores reales del país, máxime si se querían esos resultados de expansión. Le dijo que no había que pelearse con las fuerzas armadas, no debía intentar hacer del peronismo una basura ni un enemigo, no tenía que chocar con la Iglesia ni hacer izquierdismo, como querían algunos radicales, apegados al “izquierdismo a la violeta”, como solíamos decir. Las transformaciones tecnológico-productivas iban a facilitar evoluciones culturales formidables.
¿Cómo conoció a Frigerio?
Me llamó por teléfono. Yo había ido ascendiendo gremialmente en la empresa y había sido consagrado delegado general. Fue el título más importante que pude tener en mi vida, porque era el aval-condecoración otorgado por tus compañeros de trabajo. Y tengo un inocultable orgullo por ello. Obtuve 200 y pico de votos en una elección en la que sufragaron unos 350 empleados y trabajadores. Y, luego, los delegados de todas las compañías aseguradoras me votaron para llenar la vacante de interventor en el sindicato pues hubo corrupción y eso obligó a que los interventores anteriores a retirarse. Creo que es el único caso de interventor electo en un sindicato. Recuerdo, además, que dirigí una huelga nacional durísima durante la Revolución Libertadora. Caí preso, me fugué de la unidad policial. Frigerio me llamó y me dijo: “Comprendo lo que usted está pidiendo, son todas justas reivindicaciones. Pero debe encuadrarse en el contexto nacional. Estamos frente a un ambiente electoral donde no nos va a regalar la victoria. Le quiero pedir una conversación para ver si conviene continuar en forma indefinida con esta huelga”.
Me reuní con él y me ocurrió lo que a muchos de los que lo conocieron personalmente: me deslumbró, porque continuamos, es un decir, la conversación que había sostenido con Frondizi en un análisis nacional e internacional de gran profundidad. Él partió de la premisa de que formando parte del subdesarrollo, la Argentina debía lanzarse con obsesión a subir por el sendero de un crecimiento sostenido, permanente y excluyente de otras preocupaciones que no fueran las imprescindibles a tales efectos. Entendía que todos los esfuerzos debían converger hacia la explotación de las capacidades materiales, científicas y educacionales de la Argentina. Algo así, como decir, “lo de más es cartón pintado”.
¿Frigerio le dio a Frondizi el marco doctrinario que necesitaba?
Sí. Ha sido Frigerio la persona más inteligente que me tocó conocer en el mundo. Y eso que conocí a Eisenhower, a Chiang Kai Shek… El único que encontré comparable con Frigerio fue al italiano Andreotti, al que frecuenté durante cinco años, cuando residí en Roma como embajador. Y debo agregar a muchos comunistas italianos, de una lucidez incomparable: eran todos desarrollistas, tanto ellos como Andreotti [se ríe]. En verdad lo eran, desde sus posiciones partidarias que obviamente no fueron rígidas, excepto en la necesidad de promover el desarrollo italiano en todas sus manifestaciones posibles. Despreciaban al Partido comunista argentino, donde se formó en alguna medida Rogelio Frigerio hasta que se dio cuenta, desde su juventud, de que no era el camino para la Argentina. Los comunistas no veían la Nación. Dependían hasta económicamente de Moscú y seguían sus instrucciones, por supuesto. Vivíamos la “Guerra Fría”, y el PC quería que formáramos parte del bloque estratégico de la URSS y de sus posturas internacionales. Esto explica que fuera relativamente fácil para Perón captar los deseos de las masas con la riqueza atesorada durante el conflicto mundial desde los sentimientos nacionales y el distribucionismo.
PARTE 2 | MINISTRO DE TRABAJO DESARROLLISTA
¿Cómo llegó a ser el ministro de Trabajo de Frondizi?
Cuando ganó Frondizi, yo era el secretario general del Sindicato del Seguro. Empecé a olfatear algo porque Frondizi había dicho públicamente que el movimiento obrero iba a tener un ministro obrero o sindicalista. Fue en un acto en el Luna Park, al que ni siquiera asistí porque todavía no estaba tan involucrado. Allí se habían reunido una cantidad importante de dirigentes radicales del movimiento obrero. Ninguno tenía una incidencia importante, pero existían. Cuando el ya candidato Frondizi dijo eso, todos se preguntaron quién sería el encargado de Trabajo. Y yo tenía el apoyo de Frigerio, teníamos una buena relación. Fue él el que le dijo a Frondizi que me eligiera a mí. Éramos cuatro o cinco los que estábamos sobre la mesa. Y también me veían con simpatía Noblía, y, sobre todo, los dirigentes de las 62 organizaciones peronistas.
¿Recuerda cómo le avisaron que iba a ser ministro?
Tenía 27 años. Estaba en una clase de derecho, cursaba tercer año en los inicios del mes de mayo de 1958. Me tocaron el hombro y alguien me dijo: te llama el presidente, Frondizi quiere hablar con vos. Me levanté y me fui en el coche que me esperaba en la puerta de la Facultad. El profesor, me contaron, se enojó “¿Qué pasó, por qué se fue el alumno?”. “Es que va a ser secretario de Estado”, le respondieron. “Dejemos las bromas aparte”, señaló molesto.
Frigerio fue el primero que me lo comunicó oficialmente, apenas llegué a la Casa Rosada. Me dijo: “Bueno Allende, ha llegado el momento de que ocupemos posiciones importantes. Usted está en esta línea y va a ser nombrado al frente del Ministerio de Trabajo, por ahora Subsecretaría” [En esa condición lo había dejado la Revolución del 55]. Recuerdo que lo primero que pensé fue: “No tengo traje adecuado”. En esa época no se robaba en los sindicatos…
Juré como subsecretario a cargo de la Secretaría laboral y ya en junio me hicieron jurar formalmente como ministro de Trabajo y Seguridad Social. Nadie se opuso, excepto un grupo militar que me achacaba de ser comunista y peronista, simultáneamente. Cosa de locos…
No era el único joven. Florit fue canciller con 29 años. ¿Por qué había cuadros tan jóvenes en el gabinete?
El criterio era poner gente nueva en el Gobierno. Aunque seguramente, hay que decirlo, debe haber revoloteado alguna picardía maquiavélica del tipo “a estos muchachos los podemos manejar mejor”. Lo que era verdad, en cuanto no teníamos compromisos más que con nuestras conciencias.
¿Cuál fue la primera medida importante que tuvo que implementar?
Al segundo día tuve que dar el 60% de aumento salarial. El famoso 60% de aumento. Le dije a Frondizi y a Frigerio: “Miren que no es necesario tanto, yo vengo de ahí y sé que van a aceptar menos”. Pero Frondizi me dijo que le interesaba el impacto psicológico del 60%. Era una actualización salarial por el atraso inmenso que había en todas las ramas económicas, al que seguiría una convocatoria a paritarias. Debo indicar que sólo porque era joven y sano pude llevar adelante semejantes tareas.
¿Era sostenible el aumento?
Sí, porque simultáneamente se lanzó la batalla del petróleo, se impulsó la metalurgia, los automóviles… Políticas que tuvieron un impacto enorme, inaudito. Además, sinceramos el valor del dólar y hubo buenas cosechas. Tuvimos divisas para sostenerlo y otorgar créditos baratos a las pequeñas empresas.
¿Cómo fue el proceso de normalización de los sindicatos?
Me junté con los líderes peronistas y les dije que podíamos hacer elecciones en el 90% de los sindicatos. Nombré a más de doscientos interventores y convocamos a elecciones. Logramos la normalización, pero fue un desgaste personal inmenso.
Los empresarios me pedían por favor que se reorganizará al movimiento obrero casi al estilo peronista, para tener un interlocutor válido. Y dictamos la Ley de Asociaciones Profesionales.
¿En qué consistía?
La Libertadora había eliminado la ley del peronismo sobre los sindicatos. Nosotros la tomamos como base, con algunas modificaciones que le daban más amplitud para que no se organizaran como cuadros fascistas verticalistas. Se resistieron a las elecciones aquellos que se habían encaramado sin representatividad, pero la mayoría sí aceptaba el reordenamiento y, por lo tanto, conseguimos en pocos meses reorganizar el movimiento obrero. Aunque no sin sobresaltos.
¿Cual considera que es el mejor modelo sindical?
Depende de las circunstancias históricas. En esos años, sin duda el sistema de una entidad gremial por actividad, la que tuviera mayoría de afiliados. Nos interesaba que hubiera sindicatos poderosos porque, repito, se venía una política de fuertes inversiones extranjeras promovidas por el Estado y necesitábamos organizaciones sindicales que equilibraran las cosas. Ello no significaba que no aceptábamos entidades paralelas en virtud de la representatividad que ostentaban y su antigüedad. Un ejemplo: los empleados estatales siguieron contando con la Unión del Personal Civil de la Nación y de la Asociación de Trabajadores del Estado. También estaban la Unión Ferroviaria y la Fraternidad, que agrupaba a los conductores de trenes; Correos y Tegrafistas… Podría dar muchos casos más. El monopolio sindical por actividad fue un relato de opositores o ignorantes.
PARTE 3 | EL FRIGORÍFICO LISANDRO DE LA TORRE
Tuvo que enfrentarse a una huelga muy dura en el frigorífico Lisandro de la Torre, que alcanzó niveles de violencia importantes. ¿Por qué se llegó a ese punto?
El frigorífico estaba mal gestionado por la Municipalidad de Buenos Aires y se intentó privatizarlo. Un frigorífico… ¡No era YPF! Como todo grupo estatizado dentro de pautas populistas resultaba deficitario y un sórdido centro de corrupciones: había sueldazos desiquilibrantes y hurto hormiga de carne a diario, que era distribuida entre el excesivo personal y hasta vendido a terceros.
Se armó un estado de efervescencia feroz, sobre todo en Mataderos, la zona “beneficiada” con ese estado de cosas. Se levantaron barricadas desde donde lanzaban lluvias de cascotes. Los dirigentes del sector me habían avisado: “Si se pone muy feo el asunto, no vamos a poder pararlo. La cosa no es contra usted, Allende, no nos vaya a renunciar”. Fui a ver a Frondizi y a Frigerio, pero no compartieron mi impresión de que podía ser un problema grave.
Se armó algo fuerte, combativo, pero no hubo ningún muerto. Se tomaron todas las precauciones para que las Fuerzas Armadas y la policía no se excedieran en la represión. Ahora dicen que hubo represión. Sí, la hubo, como tenía que ser para mantener el orden. Pero no hubo un solo muerto. Hasta Illia tuvo muertos a pesar de que cedía en todo. Años más tarde, Frondizi me dijo: “Tuvimos capacidad en esas circunstancias difíciles, pero además tuvimos mucha suerte, porque los balazos se disparaban desde los sectores de la provocación”.
La alianza de clases y sectores, ¿es un argumento retórico o una estrategia que se puede llevar a la realidad?
En la práctica es una política de Estado entre el sector sindical y el empresariado. Por ejemplo, fijar como objetivo que en el año 2000 y pico no importemos más de un determinado producto, que los salarios tienen que ser de esta o aquella proporción y que se deben tomar tales medidas. No es necesario que inicialmente toda la base entienda el significado profundo del desarrollo nacional, basta con que la conducción de cada sector lo asuma, a fin de concientizar a los trabajadores.
¿Por qué no lograron convencer a los sindicatos para que acompañen el proyecto desarrollista?
El problema era que la base sindical no tenía conciencia desarrollista. Había varios tipos lúcidos de la dirigencia sindical peronista, como Eleuterio Cardozo del Sindicato de la Carne, que era más desarrollista que yo. Él creía absolutamente en el desarrollo económico como único camino posible hacia la paz y grandeza nacionales, en dar un sustento sólido a lo que Perón había comenzado. Pero la base era sentimentalmente peronista y cuando tuvo que hablar en la barricada… Cardozo tomó las banderas de combate al mando del alzamiento en el frigorífico Lisandro de la Torre, aún en contra de sus propias creencias. Lo metimos preso y me mandó un mensajero para que no lo sacáramos de la cárcel, porque quería hacerse el mártir. Lo liberamos igual, por supuesto. Después de estos acontecimientos, con mucho desgaste, dejé el Ministerio.
Frondizi me ofreció viajar al exterior. Me aconsejó irme por un tiempo, y tenía razón. A mi me gustaba mucho ser dirigente sindical, comprendía al trabajador y al patrón, pero sobre todo la necesidad de desarrollo económico para todos, sin crear inútiles fricciones de carácter personal.
PARTE 4 | DESPUÉS DEL MINISTERIO DE TRABAJO
¿A dónde lo enviaron?
Antes, tuve el honor de ser el primer caso de un embajador rechazado por el Senado de la Argentina [se ríe de nuevo]. La misma UCRI manejaba la cámara alta, pero el radicalismo antifrigerista me veía como un discípulo de él. Yo tenía una excelente relación con muchos de los legisladores, pero querían joder a Frigerio.
Como fui rechazado, me enviaron como encargado de negocios, una designación que no necesita la aprobación del Senado. Primero fui a Filipinas, donde pasé quizá la mejor etapa de mi vida. Tuve ocasión de ver la desaparición de un legado cultual por acción intencionada del imperialismo: se suprimió prácticamente la lengua española por el inglés. De todos modos conseguí abrir el mercado de carnes con exportaciones de 5 millones de dólares de aquel tiempo. Publiqué una revista, en inglés y castellano, sin gastos para nuestro erario público, gracias a la ayuda de sacerdotes argentinos que misionaban en Filipinas. El embajador de los Estados Unidos reunió el vasto personal bajo sus órdenes y me puso como ejemplo de labor diplomática tesonera. Es que, además, había creado en esos días, cerca de la fecha del 25 de mayo, una asociación filipino-argentina, presidida por quien llegó a ser el primer cardenal del Asia. ¡Cómo me habrán odiado los muchachos de la misión estadounidense, pienso ahora! Luego, fui a China-Taiwán. Era una época muy especial en la zona, porque en aquellos años estalló la Guerra de Vietnam.
Taiwán es una islita del tamaño de Tucumán, montañosa, donde Chaing Kai-Shek hizo una obra de arte en materia de avances sociales y tecnológicos. Claro que no se puede decir lo mismo en temas de libertades y derechos. Lo que no pudo llevar a cabo en China continental, antes de la sublevación de Mao, lo hizo en Taiwán. Para que se den una idea, volví 15 años después y no reconocí la calle donde había vivido. Incluso algo que parecerá increíble: la gente joven era más alta, porque comía mejor. Vivían en un nivel superior, incluso en el plano moral. ¡En quince años se había transformado el país, en sentido positivo!
¿Cómo lo consiguió, aplicó una estrategia desarrollista?
Simplemente mantuvo buenas relaciones con Estados Unidos, que quería un socio sólido y confiable en la región. Y así llegaron las inversiones, a las que se los otorgó beneficios especiales dentro de un esquema de consolidación y acumulación de los resultados de la acción que se desplegaba. Por ejemplo, la transformación agraria, a la que se incorporó maquinaria, créditos y fertilizantes elaborados en el propio Taiwán. Y, por supuesto, un plan educacional profundo.
Recuerdo una visita de Eisenhower a Taiwán, en el último año de su mandato. Estábamos los representantes diplomáticos de todos los países acreditados. Yo no era ni embajador, sino encargado de negocios. De repente, vino un funcionario de la embajada norteamericana y me pidió que lo acompañe: el jefe del desembarco de Normandía quería tener unas palabras conmigo. Me temblaban las piernas. Lo saludé y me dijo: “Mire yo quiero hablar con usted porque sé que ha sido parte de ese gobierno extraordinario, el del gran estadista de América Latina, Arturo Frondizi”. Me emocioné y no dije nada lúcido, solo le pedí permiso para transmitirle sus palabras a Frondizi. Sí, por supuesto, intercalé algo con relación a la necesidad del desarrollo argentino a fin de evitar los desórdenes propios de las naciones económicamente débiles. Estuvo, diría, casi de manera entusiasta de acuerdo. Me acerqué, como haciéndole una pequeña reverencia de despedida, y él me dio un abrazo, ante el asombro de los otros diplomáticos.
¿Coincide con Eisenhower, cree que Frondizi fue un estadista?
Frondizi fue un noble y auténtico estadista. Era capaz de amoldarse a distintas situaciones y adoptar medidas que no le convenían a él, a su pensamiento, porque comprendía que eran buenas para la Nación. Eso me pareció maravilloso. Y se juntó con Frigerio, un tipo que tenía el mismo criterio. Frigerio era un ideólogo y un hacedor, tenía la capacidad para ser presidente.
PARTE 5 | EL ALEJAMIENTO DEL MID Y LA ETAPA ALFONSINISTA
¿Cómo fue su relación con el MID?
Fui uno de los fundadores, aunque me echaron varias veces [se ríe]. Mi alejamiento definitivo vino en 1982. Estaba harto de ser furgón de cola de las FF AA o del propio peronismo sin platearnos algo más que programas, que sí teníamos, una estrategia propia sin dependencias de los criterios contradictorios de un peronismo sin un conducción democrática seria ni objetivos de desarrollo nacional. Una noche estaba con mi mujer en el jardín y lo vi pasar a mi vecino Melchor Posse, que vivía cerca de mi casa. Posse era un caudillo, desarrollista, con un amor inmenso por la gente popular. Lo invité un café, que era su vicio; se tomó 10. Esa noche nació la idea de preparar un documento que analizaba la irrupción del alfonsinismo. Empezamos a repartir volantes que explicaban por qué lo apoyábamos, firmados por Posse y por mí. Y entre otras cosas decíamos que era el nuevo Movimiento Nacional, al que yo tuve la mala idea de llamarlo “el tercer movimiento nacional”.
¿Fue idea suya?
Sí. La idea salió un día que estábamos almorzando en la casa de Julio Saguier con Raúl [Alfonsín] y con Melchor [Posse]. Raúl pidió consejos y le propuse que se acercara a las políticas económicas de Frondizi. Alfonsín me dijo que no le pidiera de inmediato tanto, que le tenía un gran respeto a Frondizi pero que todavía no era el momento. Y, entonces, le sugerí que denominara a su movimiento como el Tercer Movimiento Histórico Nacional. Y el le dijo a renglón seguido al secretario y consejero Raúl Borrás: “Flaco, anotá: Tercer Movimiento Histórico Nacional”.
Años después recibí a Alfonsín en Roma, yo era embajador, y le pregunté si se acordaba de que yo era el culpable de ese concepto. Y me respondió: “No me diga, las veces que lo habré puteado, embajador”. El término Movimiento lo acercaba a la idea de que los partidos políticos estaban superados, una concepción próxima al fascismo. Pero al que sería Presiente le había gustado cuando lo escuchó, porque tenía cierta remembranza peronista. Al final, le trajo problemas dentro del partido.
¿Cómo fue la ruptura con el desarrollismo?
Nunca fue completa, algún lazo quedaba. Pero hubo mucha bronca. Durante el alejamiento, antes de las elecciones del ‘83, con Posse defendíamos que el alfonsinismo podía ser la nueva vanguardia Nacional y que el MID estaba superado. Eso enojaba mucho a Frigerio, que creía que el peronismo no podía perder una elección. Ni con el triunfo de Alfonsín cedió en este punto, decía que era inevitable que volviera el peronismo porque Alfonsín no estaba en condiciones de gobernar. Alguien le preguntó a qué condiciones se refería, objetivas y subjetivas. Las objetivas, respondió, eran que la mayoría de los gobernadores eran peronistas y el senado también. La subjetiva, que no había un plan de gobierno. Era cierto. El único plan era la Democracia y “las buenas costumbres”. Si querés persuadir a un radical tradicional de que lo principal es construir la base material de la nación para asentar graníticamente los valores culturales y espirituales, cree que sos un loco. Ellos piensan, o pensaban, que la Nación es la Constitución, las leyes, el preámbulo…
¿Dejó de ser desarrollista cuando se unió al alfonsinismo?
No, nunca. Al contrario, me afinqué más en esos conceptos porque día que pasaba notaba la ausencia crítica del ideario desarrollista. Por eso, cuando fui como embajador a Italia pergeñé un plan de desarrollo binacional.
¿Un plan de desarrollo binacional?
Sí, armé el tratado económico más importante que hemos suscripto con Italia con el impulso invalorable del Canciller Dante Caputo. Un plan Marshall para la Argentina. Lo hice con Andreotti, sobre la base de que una crisis grande en Argentina podía provocar que una masa de gente quisiera volver a la tierra de sus ancestros y, por lo tanto, que era un problema compartido. Se lo llamó el Tratado de Asociación Especial Ítalo-Argentino. Muchas empresas lo aprovecharon y en los organismos internacionales se lo tuvo como modelo de acuerdo entre un país del primer mundo y otro del tercero.
El mundo cambió desde el gobierno de Frondizi. ¿Qué debería cambiar el desarrollismo para adaptarse al contexto actual?
Creo que hoy el eje cronológico tiene que ser el sector agrario. Argentina tiene problemas de divisas y la mejor forma de resolverlo es potenciando el campo y la agroindustria. Es la batalla más accesible, la más fácil de ganar. Si se bajan las retenciones, se permitirá comenzar un estallido productivo [la entrevista fue antes del triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015].
¿La industria es un desafío pendiente?
Eso viene después y de inmediato, sin duda. No se negocia. Hay que hablar con las potencias y ofrecerles ventajas para que inviertan, como hicimos con los petroleros en el ’58-59. ¿Qué industria? Todas las que potencien el desarrollo de los productos para los que somos más competitivos y nos garanticen los insumos que necesitamos.
¿Por qué sigue siendo desarrollista? Alfredo Allende Alfredo Allende Alfredo Allende
Porque nada lo superó. Cuando recibí la llamada de ustedes, me entusiasmó la idea de la proyección hacia el futuro. No quiero dejar esta vida sin saber que hay una posibilidad, que hay un proyecto para el futuro en ustedes, los jóvenes.
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