Peirano
Fernando Peirano, presidente de la la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i)

Salir de la crisis actual es más difícil que fundar un país, según Fernando Peirano. Y, sin embargo, se muestra optimista. «Sin esa confianza en el futuro, en que lo vamos a escribir nosotros, nada podría movilizarse”, razona el presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i) en una entrevista con Visión Desarrollista. Justifica su optimismo en tres ventajas que considera singulares de Argentina, ya que pocos países las tienen: una buena dotación de recurso naturales, un sistema científico tecnológico amplio y capacidad industrial. Para Peirano, la industria es el eje del desarrollo, ya que potencia al resto de los sectores y explica el 80% de la inversión privada en I+D. Pese a las capacidad que tiene el país, los elevados niveles de pobreza, como consecuencia de 40 años de neoliberalismo y malas decisiones, ponen a Argentina ante dos problemas de difícil solución: el desarrollo y una crisis social impostergable. «Desplegar estas capacidades demanda tiempo y recursos que están permanentemente requeridos por la urgencia y por la deuda», lamenta. Ve a la  crisis del COVID-19, sin embargo, como una oportunidad. «Hay que ser vanguardia y dar el salto. Dejar de estar a la defensiva y pasar a ser un país que vuelva a ofrecer futuro», plantea.

¿Por qué te identificás como desarrollista?

La primera pregunta cuando uno piensa en el desarrollismo es: ¿cuál es el eje de acumulación de una sociedad? Creo que ese eje es la producción y el trabajo. Siguen siendo los grandes ordenadores de la sociedad. El esquema de articulación del esfuerzo que hacemos diariamente tiene que permitir la expansión de la capacidad reproductiva del capital. Y sigo pensando que la industria es un protagonista muy importante en ese esquema. Esto no va en desmedro de otras actividades; ni del campo, ni de los servicios. Pero la industria todavía tiene un rol protagónico 

¿Por qué tiene un rol protagónico?

Primero, porque potencia los recursos naturales y da una utilidad a los servicios. Además, el salario industrial es más alto que el del sector servicios a igual calificación. Una persona que terminó el secundario puede ganar el doble en una industria que en un comercio. Esto se explica por un nivel de productividad que permite sostener esos salarios y por la organización de los sindicatos, que garantiza que esa mayor productividad se traduzca en una distribución mucho más participada por los actores. Esto no está hoy en los grandes servicios. Por otro lado, la industria explica el 80% de la inversión privada en I+D en el mundo. También se invierte mucho en software, pero siguen pesando el sector farmacéutico, el de bienes de capital, la industria automotriz, la electrónica y la química. 

¿Cuánto invierte el sector privado en I+D en Argentina?

La inversión privada en I+D está estancada en un 0,15% del PBI. Este estancamiento es un poco ilusorio porque el PBI ha tenido muchas fluctuaciones. Eso quiere decir que la inversión privada acompaña las subas y bajas del PBI. La misión de las políticas públicas es romper esa inercia, lograr un despegue. Lo hizo la inversión pública, que creció casi un 50% en muy pocos años. 

¿Por qué es tan baja la inversión?

Creo que faltan políticas como las que queremos crear desde la agencia para vincular los instrumentos de promoción con  los impuestos y el crédito. En los últimos años se puso mucho énfasis en la responsabilidad del investigador para concretar la unión entre el conocimiento y la producción. Incluso llegamos la extremo de pedirle al becario que traiga un proyecto que una estos mundos, cuando es el eslabón más débil de este sistema. Este es un juego de instituciones y no de personas. Es un enorme desafío para las políticas públicas.

¿Las multinacionales invierten en I+D en Argentina?

Somos un país periférico y las casas matrices no nos tienen en el mapa. Hay excepciones, como el sector de laboratorios. Pero no vamos mucho más allá. La I+D en Argentina se explica por la capacidad de los laboratorios para hacer algunas adaptaciones y por la ingeniería, el soporte y la adaptación de la industria automotriz. También por la industria del software. 

Muchos consideran que la prioridad de la industria es una idea del siglo XX, que hoy deberíamos apostar por la revolución 4.0 y la economía del conocimiento. ¿Qué opinás?

Cuando se habla de la revolución 4.0, el primer desafío es entender en qué paradigma lo planteamos. La visión del Foro de Davos deja a casi todos afuera: automatización, pérdida de empleo y concentración. En Argentina debemos pensar la revolución 4.0 desde nuestra propia realidad. Así vamos a ver que hay posibilidades que quizás no estábamos percibiendo. 

¿En qué sentido?

Acá nunca hemos tenido muchas industrias de grandes lotes, aunque hay algunas empresas emblemáticas de gran escala. La mayoría de las PyMEs trabaja por lotes pequeños, a los que dedican mucho diseño, trabajo y preparación. Las tecnologías que hoy se están difundiendo son las que permiten hacer eso mejor, por lo que nuestra industria debería verse favorecida por este cambio. La automatización y el software permitieron ganar eficiencia en los últimos años, llegar de mejor manera al consumidor final y comprar mejor los productos industriales. 

¿Existe margen en este contexto global para pensar en un desarrollo con centro en la industria?

Es un factor importante. Sin pensar lo internacional, no hay viabilidad de un proyecto industrial. Pero muchos países han vuelto a ver a la industria como una locomotora para potenciar el agro y los servicios. Por eso han rediseñado las políticas industriales —a las que han renombrado de industria 4.0—, con un paquete muy agresivo de transformación de la infraestructura productiva. Desde el lado tecnológico, sin dudas, pero también desde el lado tributario, para abaratar y acelerar la transformación del equipamiento y la producción. Creo que la revolución 4.0 tendría que llevar a los argentinos a revalorar nuestra industria. Pero no desde los talleres y los tornos, sino desde los intangibles que están en ese entramado industrial. Eso es lo que nos distingue realmente y lo que va a perdurar en el tiempo. En Argentina existe una cultura del trabajo alrededor de la industria que no todos los países tienen y que valoran mucho las empresas multinacionales, que saben que acá cuentan con un entramado de PyMEs que pueden atender esas exigencias que hoy tiene la producción.

En los 60, la industrialización era el gran proyecto transformador en gran parte del mundo, no solo en Argentina. Hoy muchos piensan en la industria como un sector débil que se debe proteger. ¿Puede volver a convertirse en una visión de futuro para el país?

En Argentina se ha perdido la capacidad de proyectarnos a futuro. De tener una narrativa respecto de cuál es nuestro lugar en el mundo, de qué podemos aportar. Faltan discusiones elementales sobre cómo generar valor, cómo aumentar la productividad, cómo encontramos trabajos que nos permitan realizarnos de manera individual y colectiva. En el contexto de la ausencia de estos debates, la representación de la industria ha quedado disminuida. Pero también la del agro, hay críticas infundadas en su contra. Pasa lo mismo con los servicios, que se simplifican y se imagina un mundo que no es. Los argentinos no apreciamos que tenemos tres grandes activos que no sabemos articular entre sí: la capacidad científica tecnológica, los recursos naturales y la industria. 

En el imaginario colectivo, los recursos naturales de Argentina están bien valorados, pero no tanto la industria ni la capacidad científica

En términos de los recursos naturales, no estamos en el top per cápita. Pero estamos en una línea intermedia y eso nos pone en un piso alto para generar divisas y muchos insumos críticos que, si no los tuviéramos, serían cuellos de botella para el de desarrollo. También tenemos una plataforma de investigación muy extendida y diversificada. Hoy estamos tomando un poco nota de que somos capaces de producir test de diagnóstico rápido para el COVID-19. Eso nos pone en un club muy selecto de ocho o nueve países. Pasa lo mismo con los satélites. Somo un país que, en plena crisis, descubrió que tenemos dos PyMEs cordobesas capaces de producir respiradores artificiales que llegaban a Alemania. La capacidad científica es un gran activo. Por último, somos un país que tiene industria. Es ciertos que hay sectores que tienen retrasos en la tecnología y la organización. Pero también tenemos una industria exportadora, que quizás no está tan presente en el imaginario colectivo. El desafío central es cómo combinamos estos tres elementos. El vector de desarrollo hoy no es tanto la inversión bruta de capital, como era durante el gobierno de Frondizi, que se traducía en nuevas máquinas para las industrias clave y la autonomía energética. El desafío de hoy es cómo combinamos el conocimiento, los recursos naturales y la producción. Esto es una singularidad, porque, en general, los países que tienen mucha ciencia no tienen recursos naturales, los que tienen muchos recursos naturales no tienen mucha industria, o los que tienen industria no tienen los otros elementos. 

Destacás que Argentina tiene capacidades singulares para desarrollarse, sin embargo, el desarrollo no ocurre. ¿Por qué?

Desplegar estas capacidades demanda tiempo y recursos que están permanentemente requeridos por la urgencia y por la deuda. Hoy partimos con un nivel de pobreza  muy bajo, no como en los 60. Alcanza con ver la estructura del gasto público: está puesto en contener a un 40% de pobreza. Es la consecuencia de un proyecto de raíz neoliberal que cambió la estructura de Argentina y la puso en otro eje, que fabricó pobres y deuda externa, desmembró el aparato productivo y debilitó las instituciones de los trabajadores. No estamos al principio de la partida, estamos en menos 10. Salir de esta crisis es mucho más difícil que fundar un país. Un país empieza sin deudas, nosotros tenemos una enorme carga por 40 años de malas decisiones. El golpe militar de 1976 fue la bisagra en todo esto. Hay una dificultad enorme para atender estos dos frentes: el desarrollo y la emergencia. La demanda social es urgente y no se puede dejar de lado. Esto hace que los bienes públicos esenciales —la salud, la educación, la ciencia y la tecnología—, estén subinvertidos. Por eso somo un país de desarrollo intermedio a la baja. Tampoco hay que sentirse muy singulares en esto, al fin y al cabo, se ha dedicado mucho esfuerzo a estudiar la trampa de los países de ingresos medios. Hay países que han podido superarlo a cabo de 20 o 30 años y hay otros, como Argentina, que aún no lo han logrado. La conclusión es que la transición de una economía básica a una desarrollada se debe al conocimiento y la innovación como fuentes de rentabilidad, acumulación y aumento de productividad. 

La crisis desencadenada por el COVID-19 planteó un cambio de escenario rotundo. ¿Es una oportunidad para el desarrollo de Argentina?

Hay mucha teoría que dice que el desarrollo no es solo una iniciativa del que se quiere desarrollar, sino siempre una invitación de las grandes potencias que definen la geopolítica de cada momento. Argentina tiene que hacer una buena lectura y entender que esta crisis abre una oportunidad. Con el golpe que están recibiendo las economías por la crisis del COVID-19, tiene más vigencia que nunca plantearnos un proyecto como sociedad. El  mundo no está muy firme. Lo vimos en las crisis anteriores, como la de 2008. Ninguna de esas crisis vino a replantear un sistema incoherente a nivel internacional que lleva a una concentración muy brutal de la riqueza de los ingresos y que está en una fase de agotamiento. Y ahí me parece que hay ser vanguardia y dar el salto. El salto es dejar de estar a la defensiva, negociando la deuda, y pasar a ser un país que vuelva a ofrecer futuro. El margen para hacerlo se reduce al mínimo cuando estamos sobreendeudados, cuando tenemos una política exterior errática, cuando no invertimos en salud y educación. Por el contrario, el margen de acción se agranda con una buena inserción internacional, cuando se invierte en ciencia y tecnología vinculada a la producción y cuando aparecen nuevas empresas que crecen.

¿Qué cambios van a marcar el mundo que viene?

Hay tres equilibrios que definen los contextos: entre local y lo global, entre los individual y lo colectivo, entre lo público y lo privado. Estos tres equilibrios se van a reescribir. Argentina va hacia un escenario con más presencia de lo público, lo colectivo y lo local. Es una respuesta al colapso de las cadenas globales de valor y a la incompetencia de los organismos internacionales para tener una voz en esta crisis. Las grandes ausentes han sido Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial del Comercio (OMS). La Unión Europea ha dejado que Italia y España atiendan la crisis por sí solos. No reforzaron ningún sentimiento de comunidad. Son organizaciones sin espíritu, que caminan como zombies y expresan esa globalización que ya estaba desarticulada antes de la crisis. Además de estos tres equilibrios, hay una cuestión geopolítica. Asia —China en particular— mostró una fortaleza frente a esta situación que la coloca muy bien en la discusión del mundo que viene.

¿Cómo evaluás la crisis del Mercosur en este contexto?

Nosotros hemos delegado en Brasil la actitud desarrollista. Quizás más atados a una representación del pasado que a la realidad actual. Brasil hace tiempo que dejó de ser un país que busca el desarrollo. Hace tiempo que dejó de ser un país industrialista. Apostó por los agronegocios como el eje de su inserción en el mundo. Eso llevó a la crisis del Mercosur. El Mercosur nació con un ideario que fue abandonado por sus socios. 

Planteaste que Argentina se tiene que pensar un proyecto como sociedad y volver «a ofrecer futuro».  ¿Por qué este contexto es una oportunidad para hacerlo?

Si uno analiza la historia, sabe que los cambios profundos nacen con dolor y con crisis. Es muy difícil que en otras circunstancias puedan emerger. La crisis nos vino a buscar con esta pandemia. La industria venía golpeada por el gobierno anterior. Incluso algunos dirigentes señalaban que el problema de Argentina era su industria, sus PyMEs, sus derechos laborales. Yo discrepo totalmente. Por el contrario, son parte de las capacidades para encontrar la solución. La crisis nos golpeó, es un momento muy duro, pero el esfuerzo para superarla puede servir para alcanzar ese ejercicio colectivo. La soluciones de ninguna manera van a ser mecánicas. No es que salimos mejores de acá y el mundo va a ser más solidario. Tenemos que desprendernos de esa ilusión. Viene un mundo mucho más agresivo, en disputa. En disputa  por las ideas y la renta. Tenemos  que saber construir el espacio de oportunidad para que nuestras capacidades tengan tiempo de desplegarse y atender a los que más sufren. 

Peirano

¿Creés que debe cambiar el rol del Estado para lograrlo?

Es un buen ejercicio preguntárselo. Cuando gobernó Frondizi, el Estado era muy distinto a lo que es hoy. No era un Estado bombero para las emergencias sociales. Hoy el Estado es débil. Muchas veces se confunde grande con fuerte. Este es un Estado al que le cuesta mucho llegar a asistir a la gente. Y, por otro lado, es un Estado intermediado por toda una red de organizaciones sociales. Hay discusiones muy de base que son el ejercicio inicial del desarrollo: imaginarnos hacia dónde queremos ir. Eso es algo que no se está haciendo. 

Muchos sectores se han beneficiado del modelo actual, de cómo funciona el país. ¿Se puede pensar un proyecto de desarrollo con estos mismos actores?

Quizás la conclusión más fuerte a la que se puede llegar es que al desarrollo argentino le faltan actores. Es una obra que no tiene quien la actué. Le faltan más empresas, otra dirigencia, debates sobre qué vamos hacer como país. No solo falta la conclusión, ni siquiera tenemos estructurada y organizada la reflexión, una lectura de las capacidades y las oportunidades que plantea el mundo. Faltan actores, pero han emergido otros como los movimientos sociales y los movimientos de mujeres. Es importante lo que puedan opinar la universidad y los sindicatos. El problema es que no todos tienen la capacidad de esperar las transformaciones porque hay necesidades urgentes. 

¿A nivel global se están debatiendo visiones alternativas para el desarrollo?

Hay que pensar un nuevo paradigma del desarrollo que integre todas las agendas que están sin atender: la ambiental, la de los jóvenes, la feminista. La síntesis de esas agendas es el gran desafio. Fue audaz el planteo que se instaló en EEUU de pensar el futuro con el eslogan del Green New Deal. Bueno, ¿cuál es el Green New Deal argentino? Esa debería ser la pregunta disparadora para movernos de esta situación de insatisfacción y empezar a interpelar a estas otras agendas. 

Frondizi planteó prioridades muy claras para su gobierno. ¿Se puede hacer algo así hoy?

Mariana Mazzucato habla de la importancia de que los Estados vuelvan a definir misiones. Que dejen atrás esa idea del desarrollo a través de instrumento horizontales que no tienen compromisos respecto a la orientación de hacia dónde tienen que ir la sociedad y el cambio. Me parece que las políticas con orientaciones tienen un doble desafío. Por un lado, definir a dónde queremos ir. Por otro, comprobar si tenemos las capacidades para ir hacia ahí. Estuve a cargo del plan Argentina Innovadora 2020. Ahí pude ver que es muy difícil definir prioridades. Esto nos lleva a preguntarnos qué es la planificación hoy, porque no es lo mismo que en los años 60. Pero no es imposible. El plan Argentina Innovadora 2020 quizás no fue tan fino a la hora de marcar el norte, pero mostró que se puede construir legitimidad en torno  a un consenso sobre las prioridades. Y que puede hacerse a través de un proceso representativo, democrático, sin que nadie tenga que imponer nada. 

A pesar de tu diagnóstico, que plantea un pasado de desaciertos y un futuro difícil, sos optimista. ¿Por qué?

Sin esa confianza en el futuro, en que lo vamos a escribir nosotros, nada podría movilizarse. Ni en la universidad ni en el sector científico tecnológico. Y hay razones para ser optimista. La Agencia I+D+i es el soporte para la actividad de 25.000 investigadores, casi 5.000 PyMEs innovadoras y grupos de emprendedores. Nos relacionamos con una red sectorial y territorial que realmente están actuando para potenciar esa trama y buscar una competitividad anclada en el conocimiento. Es una Argentina que funciona. A baja intensidad, es cierto, pero está presente . Lo que tiene Argentina no es algo habitual. Son singularidades que deberían movernos del pesimismo que otros tienen tan aferrado.