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Matías Longoni, periodista agropecuario y director del proyecto editorial 'Bichos de Campo' . / Twitter

Matías Longoni tiene un pie a cada lado de la grieta. Se define como «urbano y peronista», pero se dedica hace 27 años al periodismo agropecuario. «La profesión me permitió conocer al sector y su gente», explica Longoni en entrevista con Visión Desarrollista. «Cuando estoy con mi familia me puteo con mis hermanos progres y cuando me junto con los productores me peleo por sus posicionas más gorilas. Ese es mi dilema cotidiano», cuenta con humor el director de Bichos de Campo, un proyecto editorial especializado en periodismo agropecuario. Considera que la grieta es uno de los principales problemas para pensar un modelo de desarrollo para Argentina y que la solución pasa por «derribar prejuicios de los dos lados». agro

¿Qué es y por qué existe ‘la grieta’?

Es la perpetuidad de los dilemas entre peronismo y antiperonismo, entre campo y cuidad, entre alpargatas y libros, [Domingo Faustino] Sarmiento y [Facundo] Quiroga. Lo veo con más claridad en estos últimos 10 años, en los que el enfrentamiento fue muy visible y se llegó al extremo absurdo de que el Estado se ponga como enemigo del principal sector productivo. Que los productores sean buenos o malos, lo podemos discutir. Si es el campo es suficiente o insuficiente para desarrollar el país, también. Pero el ataque del Estado me parece una rareza patológica. En los últimos 13 años impidió que Argentina aprovechara un ciclo inédito de la historia de la humanidad por los precios altos de las commodities. Tuve la oportunidad de conocer a productores del campo y al progresismo urbano, de barrio, y llegué a la conclusión de que estamos frente a una gran confusión o un gran prejuicio. Y eso es muy doloroso para los intereses nacionales.

¿A qué se debe esa confusión?

La política doméstica aprovecha para exacerbar la discusión, la falsa dicotomía entre el campo y la ciudad, en función de intereses mezquinos. La demonización del sector permite que extraerle recursos de modo autoritario y grosero, a veces in respetar los tiempos biológicos. El macrismo también utilizó la confrontación y encendió los ánimos de los productores, que son una minoría intensa. La grieta es muy funcional a la política berreta.

¿Qué consecuencias prácticas tiene esa confrontación?

En el marco del conflicto no se discute política agropecuaria. Otros países desarrollan el agro y las industrias, tienen la discusión saldada. Los gobiernos hacen esfuerzos para generar certidumbre en los productores. Acá, al contrario.

¿Qué responsabilidad tienen los productores en este conflicto?

Aprendí a verlos casi como víctimas de esta situación. Más allá de su tamaño y su soberbia. Me refiero a los productores primarios, no a la corporación agroindustrial. Por un lado, no son tenidos en cuenta por las políticas públicas, no reciben estímulos. A pesar de que el campo es el sector más nacional de la economía argentina y la mayoría son PyMEs. Genera riqueza y arraigo. Y no solo son víctimas de la ausencia de políticas públicas, sino de los intereses de las corporaciones. Son como el jamón entre dos corporaciones muy visibles. Por un lado, las proveedoras de insumos y tecnología. Por el otro, las exportadoras y comercializadora de los productos. Creo que es clave el rol del Estado para regular la relación entre los productores y las grandes corporaciones, que en el caso de Argentina son bastante globalizadas.

¿Ves a todos los productores como víctimas?

Bueno, también hay una minoría de productores que construyó un discurso anticiudad que me produce rechazo. Tiene un mensaje muy agresivo que produce un efecto de repulsión en la sociedad urbana. Es una minoría selecta de la agricultura pampeana y algunos ganaderos que se apoderó del discurso político y se arroga ser la voz del campo. En realidad, es el campo más competitivo, el jamón de Parma de ese sándwich. El agro acomodado. Es un sector poco solidario con los demás productores, que se acuerda pocas veces de las economías regionales y de los tamberos, que asume posiciones corporativas. El problema es que muchos productores, gente buena trabajadora, cae en la trampa dialéctica de confrontar.

Planteás que existe un conflicto entre el campo y la ciudad. ¿Qué cuota de responsabilidad cabe a las ciudades?

Mis amigos de toda la vida, progresistas o peronistas de la ciudad, insisten en que está bien sacarle recursos al sector primario porque la pampa es rica, lo que ya ni siquiera es cierto. Es algo que aprendieron y repiten, entienden que está bien sacarle recursos al campo para eternizar el sistema de sustitución de importaciones. Para mantener la industria de los conurbanos. A mí me parece que a esta altura es un dilema agotado.

¿Y qué les respondes?

Que la consecuencia de perpetuar esta discusión histórica es generar más pobreza. Hace 40 años que se discute lo mismo, no se resuelve nada y aumenta la pobreza. Incluso intento demostrarles que a la ciudad también le iría mejor si al campo le va bien. Que no quiere decir que eliminen las retenciones de inmediato, sino que se generen condiciones de estabilidad para que el negocio se desenvuelva. Hay que llevar el desarrollo con infraestructura y caminos rurales para volver a tener un tejido rural sólido.

¿La dirigencia del agro puede hacer algo para mejorar el vínculo con los sectores urbanos?

El agro tiene que desmantelar sus discursos sectarios y abandonar las posiciones dogmáticas. Eso supone callar a las minorías intensas y para hacerlo tiene que construir representatividades sólidas, capaces de dar la discusión de cara al conjunto de la sociedad. Hay que cambiar la lógica: no es uno venciendo al otro sino uno con el otro. Además, en esa pelea el sector agroindustrial tiene todo para perder. La ciudad te gana con cuatro tuits de Liz Solari. Los políticos ya son todos veganos. Es mucho más potente el andamiaje comunicacional de los sectores urbanos. La cuestión ambiental es muy violenta y jodida. Es una de las mejores armas que tiene la ciudad para demonizar a los productores.

¿Cómo ves el vínculo entre los productores y la agenda ambiental?

Es un tema que está cambiando. Hay una nueva generación de productores agroecológicos, orgánicos. Si no hay un debate sobre el tema dentro de las entidades del sector, estos mismos productores van a terminar militando a favor de la ciudad y en contra del agro. Porque rechazan el discurso de confrontación, de que los productores son los salvadores y de que no se puede revisar nada. Un discurso dominante en algunas entidades.

¿Alguien está trabajando para salir de la lógica de la confrontación?

Hay intentos de sanar las heridas de otro modo. Lo veo en los jóvenes y en entidades como CREA y APRESID. La red de buenas prácticas también son un intento interesante de hacer algo más pragmático para acercase al resto de la sociedad. Pero gremialmente no hay nadie que exprese la amplia y diversa representatividad agropecuaria. ¿Qué entidad aglutina a las economías regionales? Ninguna. Falta un discurso agropecuario unificado.

¿Ves una crisis de representatividad en el sector?

Sí, solo el 12% de los productores está gremializado y hay demasiadas entidades. Esto no genera más representatividad, sino que fragmenta el poder de negociación. Son todos caciques y se impugnan mutuamente. Esto es lo más dañino. Pero los dirigentes agropecuarios no aceptan que hay un problema.

¿Cómo se podría resolver?

Se requiere de una institucionalización diferente. Un ejemplo es la CNA de Brasil [la Confederação da Agricultura e Pecuária es la principal entidad del agro]. Tiene un edificio en Brasilia más grande que el Ministerio de Agricultura. Ni Lula, ni Dilma, ni Bolsonaro se desviaron del proyecto Brasil Agropecuario y eso fue por la CNA. Hay además un consenso entre campo y ciudad muy importante. Pero la CNA está financiada con un aporte obligatorio y compulsivo de los productores agropecuarios. En Argentina las entidades tienen un grave problema de financiación.

¿Qué necesita la agroindustria para ser un motor del desarrollo?

Tranquilidad y estabilidad de las políticas públicas. Eso es lo esencial. Incluso en el pobre lapso de gobierno del macrismo, con ciertos estímulos hubo buenas reacciones. La estabilidad es un valor en sí porque implica frenar la decadencia, permite la búsqueda del valor agregado y que se inviertan los excedentes en hacer negocios. No debería haber mucha más discusión, por lo menos en esta urgencia económica y social. La discusión tendría que ser cómo construir un proyecto nacional que integre al sector agropecuario y aproveche los estímulos del mercado exterior. Hay que cerrar heridas para crear nuevos consensos. Mi sentido común dice que un estadista tendría que plantear esto. La política debería ser madura, bajar el copete y empezar a decir cómo resolvemos esto, en conjunto.