Martín Rapetti no es un economista más del ecosistema argentino. Se graduó en la UBA y luego obtuvo el doctorado en la Universidad de Massachusetts, sin embargo, cuando uno dialoga con él no solo se aprecia una sólida y sistémica visión técnica, heterodoxa, sino también una profunda y analítica capacidad política combinada con empatía social. «Si un esquema económico es sostenible desde el punto macroeconómico pero no lo es desde el punto de vista político y social, entonces no es realmente un esquema sostenible», declama. Miembro fundador y Director Ejecutivo de la Consultora Equlibra, es además investigador del CONICET y CEDES (Center for the Study of the State and Society) y profesor de Macroeconomía de la UBA y en el CIAS (Centro de Investigación y Acción Social). En esta entrevista con Visión Desarrollista, explica minuciosamente los problemas económicos argentinos y los desafíos de la agenda del desarrollo para explicar que la solución pasa por la política: «Se necesita mucha musculatura política para articular un proyecto que busque un desarrollo modernizador y mantenga la cohesión social. Necesitas justamente desagrietar para que haya una mirada común frente a este problema».
EL DIAGNÓSTICO
En 2020 publicaste un tuit que fue tendencia donde mostrabas que el PBI per cápita de Argentina era similar al de 1974. ¿Qué tan grave es la crisis?
Argentina es un caso excepcional de fracaso económico, sobre todo en los últimos 50 años. Es el país al que peor le fue con la globalización financiera, el que tuvo más crisis y recesiones. Le sigue la República del Congo. Eso inevitablemente impacta en forma negativa en las condiciones sociales. Esto no es opinión, es una descripción de evidencia y hechos concretos.
¿Cuál creés que es el síntoma que más se manifiesta en estas crisis?
Argentina se ahoga por la falta de dólares. Es un síntoma que tiene nuestra economía. Cuando crece, la economía demanda más dólares porque la gente importa más y ahorra en esa moneda. Esa demanda de dólares se financia con exportaciones o deuda externa. Desde antes de la globalización, en las décadas del 50, 60 y 70, cuando Argentina crecía, aparecía este problema que muchos llaman la restricción externa.
Hablabas de que Argentina es el país con más crisis y recesiones de los último 50 años. Pareciera que el fin de un ciclo económico, desde el Rodrigazo para acá, lleva acarreado una crisis…
Exacto. Pero el ciclo ya no es de stop and go como se lo conocía antes, sino de go and crash. El agravante es que estas crisis, ahora con la globalización, son crisis financieras y de deuda, que son tan profundas que dejan marcas sociales perdurables. Entonces, si vos miras la historia de la Argentina ves que desde fines de los setentas, después de cada una de estas crisis tenés una suba a la pobreza estructural muy grande, una empeoramiento de la distribución muy grande y que después con la recuperación económica no volvés a recuperar el terreno perdido, o sea que bajas escalones en las condiciones de vida de la gente. Como hablamos al principio, en el año 2020, con la gran crisis del COVID, que es la única crisis que no tiene la lógica del sector externo, el PBI per cápita de Argentina fue idéntico al del 1974. Tuvimos el mismo nivel de ingreso per cápita que hace 50 años. Pero además en 2020 tenías 40 y pico por ciento de pobreza, mientras que en 1974 era de menos del 10 y la distribución del ingreso era sensiblemente mejor. No solo no avanzamos, sino que una gran parte de la sociedad se empobreció.
Pero, ¿por qué sigue habiendo el mismo problema de restricción externa cuando Argentina tiene acceso, y ha recurrido, al financiamiento externo como fuente de divisas?
Ocurre que en esos casos entran muchos dólares, típicamente atraídos por oportunidades de inversión en el corto plazo. Además, en este caso, lo que pasa es que el flujo de entrada de dólares es tan potente que genera un atraso cambiario muy intenso. Un atraso cambiario significa que el dólar se vuelve barato domésticamente. Si el dólar está barato, los salarios medidos en dólares están altos. Eso es muy bueno desde el punto de vista social pero crean problemas macroeconómicos. Por un lado, estimulas mucho el gasto en todo lo que es importable, porque es barato importar, y al mismo tiempo generas muchos desincentivos y problemas a las actividades que son exportadoras o que compiten con importaciones. Entonces, se te genera el peor de los mundos para el desarrollo de las actividades que generan dólares porque están con problemas de rentabilidad. Lo que termina pasando es que cuando la economía gasta muchos dólares y produce pocos dólares, esto se traduce en un déficit en la balanza de pagos y como no hay signos de que vaya a revertirse, es decir que no se cuentan con los dólares para pagar lo que gastan, entonces llega un momento en que —casi siempre precipitado por algún evento externo—esos capitales se van y entonces el precio del dólar sube fuertemente y se produce una fuerte devaluación del peso.
¿Estas divisas de préstamos también van a financiar el mantenimiento del tipo de cambio y el gasto corriente en gran medida? ¿Creés que si fueran a parar la inversión productiva sería otro el desenlace?
Es buena la pregunta porque una lectura ligera de lo que dije antes puede interpretarse como contraria al financiamiento externo. Esa sería una lectura errada. Es vital para una economía en desarrollo como la nuestra que cuente con financiamiento externo. Pero la política económica tiene que orientarse para minimizar el financiamiento externo que va a parar al gasto de consumo y la especulación financiera de corto plazo y maximizar el financiamiento externo que sirve para expandir la capacidad productiva de la economía, especialmente en los sectores que generan dólares, que los economistas llamamos transables.
Este gráfico nos debería hacer reflexionar a todos. Muestra que el PIB por habitante de Argentina será en 2020 igual al que teníamos en 1974. Casi medio siglo perdido. El mismo ingreso, peor distribución y más pobreza. Un fracaso como sociedad. Busquemos una salida. Sin grietas. pic.twitter.com/NW63m1w2tF
— Martin Rapetti (@mgrapetti) May 27, 2020
LA PUJA ENTRE LOS TIPOS DE CAMBIO MACROECONÓMICO Y SOCIAL
Con este diagnóstico, ¿por dónde puede empezar a resolverse estructuralmente el problema?
Suelen haber dos miradas sobre el tema. Una rama de los economistas dice: el problema es la irresponsabilidad fiscal; gastamos más de lo que recaudamos con impuestos. Esta mirada es, tal vez, la más predominante. El problema es el exceso de gasto público. Otra corriente importante de economistas entiende que el problema son las cuentas externas. Ya no es el problema del déficit fiscal sino es el déficit de las cuentas externas, de la balanza de pagos. Simplificadamente: nuestras exportaciones no compensan lo que importamos. Dentro de esta corriente, hay un grupo relevante que ve el problema en la estructura productiva de Argentina. Ellos lo ven casi como un problema tecnológico: tenés una estructura exportadora primaria y el crecimiento económico te demanda importaciones de insumos y bienes de mayor densidad tecnológica para la industria y los servicios. Dada esta estructura productiva, dicen, hagas lo que hagas con el tipo de cambio o con la política fiscal, el crecimiento indefectiblemente te lleva a un problema de falta de dólares, a menos que cambies la estructura productiva. O sea, esta mirada no ve ningún problema en el gasto.
¿Cuál es tu mirada particular al respecto?
Tengo una mirada que combina elementos de las dos. Hay definitivamente un problema asociado al gasto. Pero, a diferencia de la mirada fiscalista, yo me enfoco en el gasto agregado en dólares. El crecimiento del gasto en dólares puede estar vinculado a una expansión del gasto público o no —generalmente sí— pero, por sobre todo, el gasto en dólares crece durante las expansiones económicas porque nuestra moneda se aprecia y entonces crece artificialmente nuestro poder de gasto —público y privado— en dólares. Y, al igual que los que tienen una mirada centrada en el sector externo, también creo que la principal restricción al crecimiento económico es que nos quedamos sin dólares. Comparto con esta mirada que tenemos un problema en la generación de dólares; vale decir, en el bajo crecimiento de las exportaciones. Pero no comparto que ese problema esté totalmente condicionado por la estructura productiva. Como te decía antes, creo que la falta de dólares que interrumpe nuestro crecimiento también tiene que ver con la propensión a que en las expansiones crece muy fuerte nuestro gasto —insisto, público y privado— en dólares.
¿Cómo se manifiestan estas diferentes miradas en materia de política económica?
Para la mirada fiscalista, en su versión más simplona, toda la cuestión se reduce a bajar el gasto público. Eso lo ordena todo. Para los que creen que el problema es la estructura productiva —también en la versión más simplona— el gasto no es ningún problema. El desafío es cambiar la estructura productiva y los instrumentos de política pública son la política industrial y la política comercial. Desde este enfoque el gasto público y el tipo de cambio son irrelevantes. Ponemos aranceles acá, ponemos subsidios allá, retenciones acá y créditos allá. Esta estrategia demanda que el Estado tenga toda una batería muy fina de instrumentos que van dando sector por sector para ir administrando un poco ese desequilibrio de importaciones y exportaciones. Se van limitando las importaciones, mientras se van estimulando las exportaciones.
Hablaste de la relevancia del tipo de cambio, ¿por qué consideras es un instrumento clave para ordenar la economía?
Para quienes pensamos que el problema está asociado al gasto en dólares y al bajo crecimiento de las exportaciones, el tipo de cambio es una variable clave de la política pública. ¿Por qué? Por el lado del gasto, si vos tenés un tipo de cambio muy bajo, muy atrasado, que implica salarios muy altos, estás sobreestimulando el gasto en dólares. Fomentas las importaciones, sale barato el turismo en el exterior. Un dólar barato —o, dicho de otro modo, un tipo de cambio atrasado— es el principal factor de expansión del gasto en dólares, que luego deriva en crisis externas. Estas crisis pueden darse incluso con superávit fiscal. Pero el tipo de cambio incide también en la generación de dólares por la vía de las exportaciones. Cuando tenés un dólar barato y, en consecuencia, salarios altos en dólares, lastimas la rentabilidad de muchos sectores exportadores y desincentivas la inversión en esos sectores. Si no crece la capacidad de producir de esos sectores, no crece la capacidad de generar dólares por la vía de las exportaciones. Fijate entonces un dilema muy argentino: hay un nivel del tipo de cambio que podemos llamar de equilibrio macroeconómico. Es el nivel que se necesita para estimular la inversión en los sectores que son exportadores y que, al mismo tiempo, permita un gasto doméstico en dólares que no genera crisis de balanza de pagos. En el caso argentino, ese nivel del tipo de cambio es más alto que el que quiere o le gusta a la sociedad, que yo lo llamo tipo de equilibrio social.
Tipo de cambio social y macroeconómico. ¿Cómo sería eso?
Podríamos decir que existe un nivel salarial que más o menos satisface las demandas de la gente. El valor del dólar compatible con ese nivel salarial es lo que llamo tipo de cambio de equilibrio social. Argentina es un país que históricamente ha valorado la equidad, con una clase media aspiracional y con una masa de trabajadores bien organizada a través de sindicatos que buscan garantizar buenas condiciones salariales. Somos una sociedad que exige servicios públicos amplios y de buena calidad. Salud y educación pública, universal y gratuitas. Esas demandas sociales necesitan un gasto público alto y un tipo de cambio bajo, que permite un salario alto en dólares. Cuando la sociedad funciona en ese nivel de tipo de cambio está en armonía, hay bienestar y justicia social. El problema, para mí, es que ese dólar que le gusta a la gente es generalmente más bajo que el de equilibrio macroeconómico. Esa incompatibilidad entre el tipo de cambio de equilibrio macroeconómico, más alto que el de equilibrio social es lo que explica, a mi juicio, esa recurrencia de crisis y expansión que ha tenido históricamente nuestra economía.
¿Qué momentos de nuestra historia podes señalar en los que se alcanzó el nivel de equilibrio social?
El primer gobierno de Perón. Los gobiernos que vinieron después también: Frondizi, antes de la devaluación, Illia [NdE: gracias a ese arrastre]. Incluso, si vos te lo pones a pensar, la época de la la plata dulce de Martínez de Hoz, sin este aspecto heredado difícilmente hubiera durado lo que duraron. Más acá Menem y el Kirchenrismo con un profundo atraso cambiario durante el último mandato de Cristina. A lo largo de la historia ves que, cuando la economía tiene margen para crecer, hay una tendencia a la apreciación cambiaria que luego no se puede sostener y le sigue una devaluación y crisis.
Este tipo de cambio social parece pasajero o artificial, como la convertibilidad, y, como señalabas antes, termina en un crash, en una gran crisis. ¿Por qué no se logra mantener ese tipo de cambio social?
El problema es que se empieza a generar un déficit en las cuentas externas porque el nivel del gasto en dólares es superior a lo que se puede financiar con nuestra generación de dólares. Se puede aguantar transitoriamente con una buena cosecha o buenos precios de las commodities que exportamos; con entrada de capitales, con restricciones como el cepo o vendiendo las reservas del Banco Central. Pero, en definitiva, es aguantarla. Ya sea la bonanza de precios internacionales, financiamiento externo o restricciones populistas, todas son situaciones insostenibles. El cepo es eso, reitero, es una medida defensiva y dañina si se sostiene mucho tiempo.
¿En ese contexto es que presiona el tipo de cambio macro, el de dólar más alto?
Así es, la situación de déficit recurrente te pide un nivel del tipo de cambio que sea consistente con un nivel de gasto en dólares doméstico acorde con los dólares que se generan.
¿Pero equilibrarlo lleva a una crisis económica social?
Los go and crash son producto de esto; de que tenemos un «conflicto distributivo estructural», como lo llamamos con Pablo Gerchunoff. Este conflicto se manifiesta en que el tipo de cambio de equilibrio social es más bajo que el de equilibrio macroeconómico. O, dicho de otra manera, que el nivel de los salarios compatible con el equilibrio social es más alto que el que permite el equilibrio macroeconómico. Esto significa que la aspiración de gasto de los argentinos no se condice con nuestra productividad.
¿El problema en el fondo es que el nivel de vida que aspiramos los argentinos no lo podemos pagar con lo que producimos?
Claro. Todo esto se ve en el gasto total de la economía en dólares. Queremos tener un nivel de vida en dólares incompatible con lo que generamos en dólares. Lo interesante es que, desde la visión fiscal, el problema es parecido. Cuando vos decís «quiero universidad pública gratuita y universal, salud pública gratuita y universal, quiero cobertura a la vejez universal, cobertura universal a los desplazados, tarifas de servicios públicas subsidiadas»; todo eso te da un nivel de gasto público que no tenes la forma de financiarlo con los impuestos que pagan las empresas. Que a la vez genera otro problema porque la falta de productividad y la alta presión fiscal lleva a un éxodo masivo a la informalidad. Entonces la gente se hace monotributista, cuando en realidad tendrían que ser autónomos. Las pymes operan en un gris absoluto y las grandes empresas también buscan la forma de eludir impuestos.
¿Considerás que el nivel del gasto público argentino es desorbitante?
Argentina tiene un gasto público de unos 40 puntos del PBI. Hay países desarrollados que lo tienen mayor pero el nuestro es un país en vías de desarrollo. La diferencia es que los desarrollados tienen mayor productividad. Entonces, también en el plano fiscal vos tenés un desfasaje entre la demanda de bienes y servicios públicos de la sociedad y la productividad de la economía. El problema es esa tensión que se manifiesta tanto en el desequilibrio de las cuentas externas como en las fiscales.
Los sectores más liberales usan ese argumento del exceso de gasto para ir contra el rol del Estado y lo que consideran el problema de fondo: la casta política, ¿considerás ese es el problema?
No, me parece que es una mirada errada. El problema de fondo no es que la clase política sea la casta, ni que los políticos sean unos gastadores irresponsables, sino que tenemos un desequilibrio entre las demandas de bienestar material de la sociedad y la productividad de la economía. Puede ser que haya casos de corrupción o de financiamiento de la política, pero es algo marginal. No tiene una dimensión macroeconómica. Obviamente condeno a la corrupción política y entiendo también que hay mucha ineficiencia en el sector público que hay que corregir, pero el Estado grande significa que toma recursos de una parte del sector privado y los transfiere a otra parte del sector privado. No se los quedan los políticos. Entonces, el Estado grande es un sistema de cobertura previsional grande, es educación pública universal, es salud pública universal, etc. El problema es la falta de productividad de nuestra economía que no puede financiar eso.
LA AGENDA DEL DESARROLLO
Muchos de los políticos hablan de acuerdos y coaliciones pero nunca explicitan para que, ni cuáles son los problemas y las soluciones a encarar. Imagínate se logra forjar esa coalición, ese movimiento nacional. ¿Por dónde ves pasen las prioridades de la agenda de desarrollo?
Yo fui revisando un poco mi mirada productiva. Creo que cada vez más Argentina tiene que apalancarse en sus recursos naturales. Con Vaca Muerta, por ejemplo, con estas inversiones en gasoducto y planta de licuefacción, con un marco normativo claro y una macro ordenada, el impacto se vería relativamente rápido. Podemos multiplicar por cuatro las exportaciones de energía en un lapso no tan largo.
¿Qué opinás del potencial de la minería?
Hay una gran oportunidad también. El hecho de que de un lado de la cordillera, Chile exporte 35.000 millones de dólares, mayormente cobre, y del otro, Argentina solo 3.000 millones es un dato relevante. Hablamos de una minería que tiene que ser ambientalmente sostenible ,sin duda. Pero esa pelea la tenes que dar. Me parece que con el litio también hay una gran ventana de oportunidad. Obviamente, todo el complejo de la agroindustria es un complejo que aún tiene mucho para crecer. Hay mucho para crecer en la producción y exportación de carne y lo mismo agregando valor en el complejo del maíz. Con estrategias para amplia la superficie de riego podemos expandir la frontera de producción y darles estabilidad a los rindes.
Sobre estos sectores hay cierto consenso, ahora bien, lo que no es tan así es que hacemos con las PyMEs del conurbano que tienen muy baja productividad pero dan empleo. Mientras algunos las quieren poner a competir con el mundo sin estar preparadas, otros las protegen a un costo alto e ineficiente. ¿Qué opinás al respecto?
Primero, me parece que en el discurso productivo de Macri, no con un Dante Sica, pero sí con Cabrera, hubo un discurso muy poco amigable y empático con la producción de la industria nacional, que se la consideraba inviable. Me parece que son mensajes que no hacen bien. Porque, ¿qué es la industria argentina? Se parece mucho a los clubes de fútbol argentinos. Vos tenés un Boca, un River que compiten internacionalmente, pero también tenés a Sacachispas. Entonces, es muy heterogéneo. Hablar de la industria como inviable es un error. La industria es muy heterogénea y tenés en el mismo sector fábricas totalmente automatizadas que sin costo argentino te competirían mano a mano con una alemana. Y tenes otras que sin subsidios y protección no aguantan. Me parece que dentro de la industria tenemos muchas ramas y empresas que con una buena macroeconomía y con buena política pública pueden crecer y competir internacionalmente. Pueden encontrar su lugar en el mundo. Otras que son de menor productividad y escala, aún con una buena macro no hay política sectorial que las pueda poner a competir internacionalmente. Esos casos creo que tenemos que mirarlos más que con ojo de política productiva, con ojo de política social. Es muy difícil pretender que un taller textil en una villa o barrio popular exporte a Holanda. Tal vez algunos sí lo logran, pero serían más la excepción que la regla. Para mí, la política pública debería buscar el objetivo que esas actividades (la economía social) sirvan de un puente. Lograr que mucha gente salga del asistencialismo y tenga un trabajo, que contenga a la familia, que recuperen la cultura del trabajo, a respetar los horarios de trabajo y la disciplina dentro de una organización. No es una meta menor. Pero claramente es otro enfoque. No es uno desarrollo económico, sino más bien uno de protección social.
LA POLÍTICA COMO SOLUCIÓN
A tu consideración las decisiones necesarias para encauzar al país implican un costo social que requiere mucho apoyo y consenso político. ¿Hablamos de un tipo de cambio más alto al actual para equilibrarlo?
Argentina necesita, para empezar a hablar, un ordenamiento macroeconómico. Necesitas un plan de estabilización para bajar la inflación. Eso va a implicar corregir tarifas, bajar el déficit fiscal, subir y unificar el tipo de cambio. Esas correcciones van a tener algún costo. Pero sin orden macro, no hay desarrollo.
Pareciera haber una relación entre estos dos tipos de cambio —el social y el macroeconómico— con los dos extremos de la grieta política. En el caso del tipo de cambio macro, que no pondera la equidad social, ¿consideras que hay sectores que lo consideran exclusivo y viable para forjar un modelo de sociedad?
Coincido. Es probable que algunos sectores políticos de derecha consideren que si pudieran lograr un esquema económico que es sostenible desde el punto de vista macroeconómico, aunque sin equidad social, no tendrían problema en hacerlo. Pienso que es una mirada muy errada. Pero mi crítica parte de una ideología que valora la equidad social. Me gusta vivir en una sociedad equitativa. Pero, esa no es la razón de mi crítica. La gente puede tener otra preferencia; puede preferir una sociedad menos equitativa que lo que yo prefiero. Es un tema de preferencias. Seguramente, no me sentiré tan cómodo comiendo un asado con esa gente, pero no es eso lo que fundamenta mi crítica. Mi crítica a esa postura es que si un esquema económico es sostenible desde el punto macroeconómico pero no lo es desde el punto de vista político y social, entonces no es un esquema sostenible. O sea, están proponiendo un esquema que no se va a sostener en el tiempo. Un proyecto destinado al fracaso. Un proyecto viable no puede ignorar la idiosincrasia argentina. Los argentinos somos, a mi modo de ver, una sociedad que valora la equidad y que el Estado brinde servicios públicos. Es un rasgo que ha estado siempre presente en los partidos de tradición popular de la Argentina. Tanto en radicalismo, como en el peronismo. Para mí, los libertarios y el ala dura del PRO tienen una idea que, en este sentido, tiende a menospreciar este aspecto clave de la sociedad argentina. Y al hacerlo, propone un proyecto que podría funcionar desde lo macroeconómico, pero no es sostenible desde lo político-social. Sobre este punto, me gustaría hacer una mención a una reflexión de Rodrigo Zarazaga, que a mí me encanta. Rodrigo dice que vos no podes aspirar a solucionar los problemas de Argentina si no querés a la Argentina. Yo interpreto el querer a la Argentina como entenderla. Es, entre otras cosas, reconocer ese valor de la equidad social que han interpretado el radicalismo, el desarrollismo y sobre todo, el peronismo. Concebir al peronismo como él problema de Argentina, como hacen esos sectores políticos, es un grave error. Sin considerarme peronista —me considero independiente desde el punto de vista político—,veo al peronismo como parte de la solución, no como el problema.
Esta sería la posición extrema que no pondera la equidad que identificas con el ala dura de Cambiemos y los libertarios Del otro extremo, del kirchnerismo, ¿Cuál sería la postura?
Paso algo parecido pero en sentido inverso. Del otro lado está el Frente de Todos. El ala dura —que podríamos identificar con el cristinismo— percibe con claridad la demanda social por la equidad. Creo que logran conectar muy bien, empatizar con los sectores más desposeídos. Pero la estrategia que ellos proponen es una que, para garantizar el equilibrio social, son capaces de en encepar toda la economía. Al tener un discurso hostil con la inversión, al no menospreciar el peso del gasto público sobre el sector privado, terminan menospreciando el objetivo de la inversión privada y la productividad. No tienen un proyecto de desarrollo, es asistencialista. Proponen un modelo que busca garantizar el equilibrio social a expensas de los equilibrios macroeconómicos. Al no ser viable desde el punto de vista macroeconómico proponen un proyecto que tampoco es sostenible. También está destinado al fracaso.
¿Cómo se sale entonces de esta polarización?
Los problemas que tenemos que resolver necesitan un gran volumen político. Creo que no los puede hacer una de las dos coaliciones en soledad. En 2015, yo decía «la magnitud de los desafíos que tiene Macri son tan complejos que si no convoca a la oposición no lo va a poder hacer”. En mi opinión, Macri se equivocó al no hacerle caso a Emilio Monzó en la necesidad de tener un volumen político más amplio, que tenga diálogo, empatía, capacidad de comunicarse mejor con los sectores sociales más vulnerables y que pueda hacer viable políticamente una estrategia de desarrollo, de productividad y modernización. Se trata de tener esa agenda, pero al mismo tiempo que tenga soporte político para bancarse las elecciones, que pueda explicar a la sociedad algunos ajustes que son necesarios hacer, como por ejemplo las tarifas energéticas. Ese es el trabajo y, por eso, creo que esto se resuelve desde la política. El problema es político. Está trabado desde la política. Y creo que la salida es política. Incluso muchos me critican en las redes sociales cuando hablo de la grieta como la gran traba al desarrollo argentino. No es un mensaje a la Gandhi de amor y paz. Se necesita mucha musculatura política para articular un proyecto que busque un desarrollo modernizador y mantenga la cohesión social. Necesitas justamente desagrietar para que haya una mirada común frente a este problema
Hablás entonces de que la solución pasa por la confluencia entre un peronismo más productivista y una oposición más abierta políticamente, menos gorila.
. El problema es que las dos coaliciones que existen hoy están muy armadas desde los extremos y es más difícil ver emergente de centro. Pero te digo sinceramente, yo soy muy optimista con la potencialidad de la Argentina productiva. Pero depende mucho de esta articulación política. Me da esperanza ver que, con sus matices, mucha gente en la política piensa parecido.
¿Ves viable que en el próximo gobierno la oposición que pierda acompañe un programa de desarrollo en un país donde en los propios oficialismos hay oposición como se evidenció con el tema del pago de la deuda?
Y la pregunta obvia es: ¿por qué va a venir el opositor a ponerle el hombro al ajuste? ¿Para qué ser socio en ese desafío? ¿Qué gana el opositor? Si la cosa va bien al oficialismo lo reeligen y si va mal, el opositor que colabora queda pegado. ¿Cómo resolver este problema de incentivos? Quizás la clave pase por tener políticos que sean más modestos y digan «es sólo un mandato”. Que salga en cadena nacional firmando que va por un solo periodo, que hay un pacto de desarrollo y unión nacional que implica grandes sacrificios y que va a ser un presidente de transición. Sus socios políticos opositores podrán ser eventualmente sus sucesores, pero van a ser parte comprometida. El peligro es que se engolosinen. Si les va bien al principio, es popular y dicen «lo hacemos solos», «somos el mejor equipo del mundo»¿». Ta gana la soberbia y chau. Eso es lo que tiene que cambiar. Por eso, la traba es política y la solución comienza por ahí.