De Mendiguren
El presidente del BICE, José Ignacio de Mendiguren

La crisis de 2001 sobrevuela toda la entrevista con José Ignacio de Mendiguren. Es lógico: el Vasco asumió en 2002 como Ministo de Producción de la Nación. Fue el primero que ocupó ese cargo en la historia del país. Desde allí hizo frente a una de las mayores crisis que atravesó Argentina. Se jacta de haber sido parte de aquel Gobierno. Un Gobierno que, asegura, resistió las presiones por dolarizar la economía y salió adelante con un modelo consistente, basado en el tipo de cambio competitivo, la baja inflación y los superávit gemelos. La comparación con la crisis actual es inevitable, pero De Mendiguren remarca dos diferencias claras: en ese momento había más «colchón social» que ahora y hubo un acuerdo político entre Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín que permitió fijar un rumbo. Hoy ve difícil un consenso tan amplio para la recuperación, pero mantiene la esperanza. Y considera que la única salida es un modelo desarrollista.  «Hay que volver al desarrollismo porque hay que repensar el país en su conjunto. No alcanza con medidas aisladas», asegura el presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) en la entrevista con Visión Desarrollista

PARTE 1 | EL VÍNCULO CON EL DESARROLLISMO

Te identificás como desarrollsista e incluso se afiliaste al MID. ¿Por qué?

Soy industrial. Comencé en la gremial empresaria. ¿Por qué me metí en política? Porque la causa indelegable en Argentina es pelear por un proyecto que transforme la matriz productiva y permita que el país salga de la crisis recurrente por la falta de dólares. Argentina vende al mundo lo que vale poco y compra lo que vale mucho. La consecuencia lógica es más pobreza, más primarización de la economía, más dependencia. En 1999 era secretario en la UIA [Unión Industrial Argentina] y me llamó el [Melchor] Cholo Posse. Me dijo: “Vasco tenemos que militar por el desarrollismo”. Le dije que yo nunca había militado y me contestó: “Pero vos sos desarrollista, las cosas que decís son el desarrollismo puro”. 

¿Cuándo te afiliaste al MID?

Hace cuatro años. El padre de Mariano de Miguel me decía: «Vasco, lo que no van a decir es que fuiste oportunista» [se ríe]. Realmente creo en el desarrollismo. Argentina es el país con la brecha más grande entre su potencialidad y su realidad. Hay que recordarlo para animar a la gente. Si no somos capaces de meter una bandera de entusiasmo, la política va a desaparecer y va a triunfar la antipolítica. 

¿Tiene sentido seguir hablando del desarrollismo hoy?

Entre 1976 y 2001, Argentina fue el país del mundo más se desindustrializó. Y tuvo la volatibilidad socioeconómica más grande del mundo. Tuvimos el Rodrigazo, la tablita de Martínez de Hoz, el Plan austral y el Plan primavera, que terminó en la híper. Después la convertibilidad, que terminó con la explosión del 2001. ¿Qué faltó probar?  Los argentinos éramos cobayos de laboratorio; probaban con nosotros todas las excentricidades que en el mundo nunca se probaban. Las decisiones macroeconómicas de las últimas décadas dicen: «No queremos el desarrollo económico». Ponele un cartel luminoso. Creo que con esta matriz productiva no se pueden resolver los problemas estructurales de Argentina. El que cree que sí es porque le han lavado la cabeza. 

¿Por qué alguien querría lavarnos la cabeza?

Desde que mundo es mundo la lucha es dónde se agrega el valor. Es la historia de la guerra de secesión de EEUU. Había un país desarrollado, Inglaterra, que quería convencer a EEUU con armas, plata o ideología de que le tenía que seguir comprando a ellos. Cuando el general [Ulysses] Grant asumió la presidencia, dijo: «Prefiero asumir con un traje de hilo de mala calidad, pero que sea nuestro, que con una alpaca inglesa. Conozco mucho a mi pueblo y puedo asegurar que después de 200 años de proteccionismo, como hizo Inglaterra, nosotros también vamos a proclamar el librecomercio». En esa época, EEUU estaba discutiendo la implementación de un arancel del 15% a las importaciones para darle aire a la industria. 

¿Considerás que en Argentina se impuso la ideología del sur de EEUU?

Acá ganó el sur, eso está clarísimo. El sur se basaba en la esclavitud y el algodón e importaba los bienes elaborados en Inglaterra. ¿Cómo se resolvió el conflicto? Con un millón de muertos. El que cree que se llega al desarrollo sin conflictos, está equivocado. Hay que conocer quién es tu adversario.

¿Quién se opone al desarrollo?

Nuestros adversarios son los que lucran con el subdesarrollo de Argentina. [Arturo] Frondizi lo vivió con el petróleo. Lo atacaban los importadores que perdían el negocio. Para transformar la estructura productiva tenés que tocar intereses: las cerealeras, la banca, las petroleras, los importadores. En el mundo está claro el rol de Argentina. Somos proveedores de materias primas y recursos naturales. Un día le dije a [Eduardo] Duhalde: «Eduardo, nosotros decimos que somos un país agrícola o ganadero, pero somos fasones agrícolas».

¿Por qué fasones?

Compramos los insumos a las multinacionales que te fijan el costo de siembra. ¿Y a quién le vendemos la cosecha? A los mismos. Tienen hasta los barcos de acopio. ¿Qué decidís de un negocio en el que no manejás ni el costo ni la comercialización? Por eso sos un fasón. Con la ganadería pasa lo mismo. En su momento, los brasileños compraron todos los frigoríficos de Argentina y el país dejó de manejar la comercialización. Macri decía «vamos a insertarnos al mundo». Estoy de acuerdo, ¿pero con qué modelo?  Para vender trigo, sirve el que tenemos ahora.

Discutir el modelo de desarrollo parece una tarea imposible. ¿Por qué cuesta tanto generar consensos?

Hay que darse cuenta de que el desarrollo es una batalla. Frondizi hablaba de la batalla del petróleo. ¿Vamos a agarrar las armas? No. Pero tenemos que tomar conciencia nacional de las posibilidades. Por eso es fundamental la unidad nacional cuando quieren dividirnos. Antes venían con el ejército, ahora ya no pueden. ¿Cuál es la técnica? Limpiarte la cabeza y hacer que labures para ellos. ¿Quiénes defienden el proceso de primarización? El concierto de economistas y entidades que repiten lo mismo siempre: los Cachanosky, los Broda, los Artana. No tienen ninguna autoridad moral para hablar, con todo lo que se han equivocado. Y nos quieren convencer de que los argentinos tenemos que ser pobres en la abundancia. Tenemos todo para hacer, pero dicen que hay que seguir ajustando. 

¿Cómo se puede plantear un eje de debate distinto?

Ese es el rol del desarrollismo. Basta de eslóganes vacíos de conenido. La política tiene que recuperar la grandeza de objetivos. ¿Podemos hacerlo? Sí, lo demostramos en 2002. Lo hice desde la dirigencia industrial, primero, y desde el Ministerio de Producción después. Y así me costó. Cuando vos te planteas esto, el enemigo es implacable.

PARTE 2 | LA CRISIS DE LA CONVERTIBILIDAD 

¿Sentís que te atacaron durante la crisis de 2002?

Sufrí la peor persecución. Me atacaban los bancos, [Antonio] Laje, [Daniel] Haddad. Me decían Mendicurren, me acusaron de ser el promotor de la devaluación y de la pesificación. Dieron mi teléfono y mi dirección al aire. Era el enemigo al que había que atacar, tanto que nadie se animara a defenderlo. 

¿Por qué te atacaban tanto?

Después de la explosión de la convertibilidad hubo una pelea a muerte contra los defensores del modelo americano y contra los europeos, que no querían que le pesificaran las tarifas ni le pusieran retenciones al petróleo. Nos querían matar, pero había que dar esa pelea. Les recomiendo el libro La doctrina del shock, de Naomi Klein. Allí dice que si se quiere que un pueblo acepte cosas que nunca aceptaría en su sano juicio, hay  que llevarlo a una crisis profunda. Se desorienta y acepta cualquier cosa. Intentaron hacerlo en 2002 y puede pasar ahora.

¿Qué intentaron hacer en 2002?

Si habia una crisis anunciada, era la crisis de la convertibilidad. Después de la devaluación de Brasil, estaba muerta. En vez de reconocerlo, los factores de poder seguían alimentándola. Llegamos a emitir 18 cuasimonedas para sostener al muerto. Pusimos el club del trueque, cerramos los bancos, nos comimos un blindaje, un megacanje, bajamos el 13% a los jubilados; y, aún así, terminó explotando. El establishment financiero internacional proponía dolarizar la economía y poner una banca offshore. Es decir: que los depósitos de los argentinos fueran a la Gran Caimán. Proponía la privatización del Banco Nación, del Banco Provincia, incluso privatizar la recaudación. O entregar los parques nacionales y que viniera un equipo de notables para intervenir la economía argentina. En medio de este caos, ¿recuerdan alguna protesta de gente racional en la puerta del CEMA, que era de donde salían? Ninguna. La actitud era: bueno, parece que viene la dolarización, quizás tienen razón. Nuestro mérito fue enfrentar todo eso.

¿Cómo plantearon la salida de la crisis?

Lo primero que dijimos fue que íbamos a salir de la crisis con una economía normal. Se acabaron los inventos y los parches. Ni hablar de dolarizar. ¿Qué país se dolariza? Definimos tres cosas. Primero, Argentina no es el desierto del Sahara, tiene sectores integrados al mundo. Segundo, el país tiene capacidad de transformación a través de la industria. Y tercero, tiene plata: Argentina no es deudora del mundo, es acreedora. Hay un PBI entero fuera del sistema. Lo tiene gente que duerme en el país y manda a los chicos a la escuela acá. Por supuesto, en medio de todo este quilombo, lo tiene afuera del sistema. 

¿Se puede evitar la dolarización de los ahorros?

Sí, claro. El argentino, cuando ve el negocio, la pone. Y hasta invierte mal, porque se tienta. Pero es una actitud que hay que tener en cuenta. Después de 2002, cuando volvió a ser negocio producir en Argentina, la plata apareció: fue el desatesoramiento de los argentinos. Aldo Ferrer decía algo que era clave: Argentina va a salir adelante el día que, para un argentino, no haya mejor lugar para invertir sus ahorros que Argentina. Yo prefiero traer esa plata y no la de Black Rock.  

Existe una idea bastante difundida de que hay una especie de obsesión de los argentinos con el dólar. ¿Es así?

Eso se lo discuto a todos. Dicen que el argentino vive y piensa en dólares. No es así. Solo compra cuando lo ve barato. Entre 2003 y 2008, ¿quién compraba dólares? Me acuerdo que en Unicenter había carteles que decían: «No se aceptan dólares». 

En 2002 hubo un sinceramiento de precios. También en el gobierno de Frondizi. ¿Debería hacerse ahora un sinceramiento, en especial del dólar?

Hoy estamos en el ojo de la tormenta. En la incertidumbre, el dólar toma un valor que no tiene nada que ver con la realidad. Cuando salimos en 2002, el tipo de cambio era 1,4 más CER. ¿Por qué? Porque era el valor de equilibrio con el resto de los países. Por supuesto, toda la prensa bélica decía que nos íbamos al infierno. Que el dólar se iba a ir a 10.000. [Miguel Ángel] Broda decía: con suerte 10.000, sino 20.000. La Corte Suprema decretó el 31 de enero la inconstitucionalidad del corralito. Los bancos cerraban para defenderse de los oficiales de justicia, que iban con un soplete a abrir las cajas de los bancos. Ahora, ¿qué pasó cuando volvió la calma? Nosotros continuamos en el rumbo y empezó a darse vuelta la cosa. El dólar bajó a 2,5. Y a los tres años, cuando la Corte Suprema tenía que dictaminar sobre la pesificación, dijo que el tema era abstracto. ¿Por qué? Porque 1,4 más CER de enero de 2002 hasta esa fecha daba exactamente la cotización que tenía en ese momento: 3,1 pesos el dólar. ¿Qué quiero decir? En las circunstancias actuales, donde no hay claridad y hay pujas por todos lados, el dólar no tiene un valor representativo. El problema no es el tipo de cambio, sino el desorden macroeconómico.

¿Cómo fue el momento en el que te propusieron que fueras ministro de Producción?

Me estaba yendo de vacaciones y me llamó [Raúl] Alfonsin. Fui a su casa y me adelantó que al día siguiente la Asamblea Legislativa iba a nombrar a Duhalde de presidente. Y me dijo: «Se va a crear por primera vez en la historia argentina el Ministerio de la Producción y necesitamos que nos acompañes». Me quedé helado. Pensé en los muertos, el desastre. Le pregunté a Don Raúl como la veía. Y me contestó: «Vamos a enfrentar la peor crisis social, política y económica que el país recuerde y tenemos el menor poder político para hacerlo. Nos queda un retazo del peronismo de la provincia, un retazo del radicalismo de la provincia y unos náufragos del Frepaso». ¿Probabilidades de éxito?, le pregunté. Se encogió de hombros y me dijo: 7% u 8%. «Igual, cuando uno levanta la compuerta, a los primeros pueblos se los lleva la corriente», me dijo. Me estaba advirtiendo de que aunque nos fuera bien, a nosotros la crisis nos iba a matar.

De Mendiguren
El presidente del BICE, José Ignacio de Mendiguren

PARTE 3 | LA CRISIS DE 2020 Y EL MODELO DE DESARROLLO

¿La crisis actual puede ser una oportunidad para replantear el modelo de desarrollo?

La visión desarrollista tiene una gran oportunidad porque hay que repensar el país en su conjunto. No alcanza con tomar medidas aisladas, como bajar el IVA. No es que falta la sintonía fina. Con la renegociación de la deuda se ganó un plazo. Con el FMI también se va a ganar tiempo. ¿Qué se va a hacer en ese plazo? ¿Lo mismo? Ya se está preparando el próximo default

El debate público parece bloqueado por las posiciones más extremas, ¿se puede debatir un modelo de desarrollo en estas condiciones?

Les aseguro que existe un consenso sobre un proyecto de desarrollo nacional. Lo vi cuando estuve en el Congreso de la Nación y en la militancia empresarial. Lo que no tenemos todavía es la capacidad de construir ese proyecto. Tenés una oposición sin ideas y una prensa que no apoya precisamente un proyecto desarrollista, pero es la que marca la agenda. Entonces, la oposición sigue esa agenda y del desarrollo nunca se habla.

¿Creés que se puede cambiar esa dinámica

Existe una esperanza porque hay una generación de políticos jóvenes que están en cargos electos y tienen futuro en la política. Como Karim Alume, Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Cristian Ritondo, Máximo Kirchner o Wado De Pedro. Ellos no se van a suicidar políticamente. Cuidado, que una crisis de esta naturaleza… En 2002 no decían «que se vaya De la Rúa», decían «que se vayan todos». Y el problema social hoy ya no tiene colchón para aguantar como en 2002. Creo, aspiro y trabajo para que cada uno, desde el espacio en el que esté, sepa construir un acuerdo. Hay algo a favor de nosotros, los desarrollistas: todo este grupo puede tener matices, pero ninguno está en las antípodas. Y además, no existe otra alternativa. 

¿No hay más alternativa que el desarrollismo?

No hay otra: es como el embudo. En el embudo vos podés pegarle a todas las paredes, pero solo salís por el agujero. El modelo que encaja mejor y une más a todos, que genera menos resistencia y es capaz de poner objetivos concretos, es el desarrollista. Cuando vos ponés un objetivo concreto, se acaba la mitad de las discusiones. Si lo que ponés tiene fundamentos, empezás a alinear los planetas. Ningún país se suicida. Este país tiene recursos. Lo que falta es discutir el proyecto. Yo creía que en 2002 habíamos aprendido. 

¿Qué pensabas que habíamos aprendido en 2002?

En ese momento definimos un modelo de tres patas: tipo de cambio competitivo, baja inflación y superávit gemelos. Con esos tres instrumentos, el argentino volvió a invertir, la industria creció un 105% y nos desendeudamos. Pero vinieron las elecciones y le dimos a la maquinita. Vino la inflación y, para taparla, rompimos el INDEC. Pasamos de una inflación del 3% al 30%. Y con la inflación perdimos el tipo de cambio competitivo. Teníamos cuatro puntos de superávit fiscal y pasamos a tener cuatro de déficit. ¿Qué tenía que ver eso con el modelo de 2002?  Escribí mil notas: el tren del desarrollo está pasando de nuevo y nosotros nos estamos peleando en el andén. 

¿El Gobierno actual tiene los elementos para recrear un modelo como el que acabás de describir?

No están los elementos, pero hay que ayudar al Gobierno. El rumbo es el correcto. Cuando llegó la pandemia, Alberto podría haberse inmolado en el altar del equilibrio fiscal, pero la definición fue que había que salir al rescate de las pequeñas y medianas empresas y apuntalar la demanda. Pero en una crisis de estas, nada es suficiente. Si el país no vuelve a crecer, el resto es abanicar a un cadáver. Ahora hacen falta los instrumentos para definir a dónde se quiere ir, fijar los ritmos, las prioridades y entusiasmar. No se sale de una crisis así con un pueblo deprimido. Y con razón: no es que se deprimió porque es exigente. El desarrollismo puede hacer ese aporte hoy. Argentina no da para sanata, no da para frases huecas, no da para voluntarismo. 

Un proyecto de desarrollo exige esfuerzos y sostener un rumbo, ¿creés que la sociedad argentina puede aceptar una propuesta de ese tipo?

Un proyecto de desarrollo requiere liderazgo. La política no puede actuar en función de las encuestas. La política  lidera, marca el rumbo. Creo que un líder que levante la bandera del desarrollo en el que la sociedad se vea incluida, puede tener un gran apoyo. ¿Pero qué le estamos diciendo a la gente? En los últimos cuatro años le hablamos de las LEBAC, las LELIQ, el FMI. ¿Cómo no van a querer que se vayan todos? Miren, soy un empresario textil. Cuando tengo un problema, llamo al contador y me dice que recorte gastos: ahorrá luz, suspendé el Uber, cancelá las suscripciones a los diarios. Ese es su rol. Pero el que te va a sacar adelante no es el contador, sino uno mismo, como empresario, y el equipo comercial. Los que ven qué mercado atacar y cómo podemos facturar el doble, en vez de pensar solo en recortar los gastos.

¿Y cómo se puede revertir la situación?

Hay que hacer un acuerdo político. En 2002 existió, con Duhalde y Alfonsín. Y, después, hay que tener convicción en el rumbo.

¿Por qué no lo pudo hacer Mauricio Macri?

Macri definió su alianza ni bien asumió. Muchos tardaron en darse cuenta. Ni bien asumió, decretó el libre ingreso y egreso de capitales, planchó el tipo de cambio y subió la tasa de interés. ¡Ya está! Eso ya lo vivimos. Cuando un industrial argentino ve que veranear en Santa Teresita es más caro que en la Costa Azul y en Ezeiza hay más gente que en Constitución, ya sabe cómo termina. Es solo cuestión de tiempo. 

¿Cómo se empieza a discutir un proyecto de desarrollo nacional?

Les cuento cómo fue en 2001. Ya veíamos venir la caída de la convertibilidad. Nos reuníamos en la UIA, en una sala con una mesa grande. Y alguien decía: ahí, en la mitad de la mesa, hay una bomba. Y todos respondían: ¿Vieron la bomba? Qué quilombo la bomba, ¡cuando explote esta bomba! Y yo les decía: muchachos, somos la UIA, ¿qué vamos a hacer? Entonces hicimos un plan económico y hablamos con todos. Créanme que hoy falta el equipo que escriba la propuesta, y después, hay que buscar los consensos. Argentina está lleno de políticos que gastan el 90% de su tiempo en construir poder y después ve qué hace cuando llega. Y después están los intelectuales, que escriben papeles, pero sin poder. El tema es cómo coordinar poder atrás de las ideas.

¿Y ese puede ser el rol del desarrollismo?

Sí, pero hay que revalorizar el concepto del desarrollo en clave moderna. Me junté con muchos compañeros nuestros, desarrollistas, y el 90% de las reuniones me lo pasaba hablando del pasado. Y de las peleas del pasado. Es imposible buscar en el pasado la solución para los problemas del futuro. Conmigo trabaja un equipo que ustedes conocen: Mariano De Miguel, Diego Coatz, Daniel Schteingart. Mi gerente general, Gabriel Vienni, es un monstruo. Hay un equipo, a parte de ideológicamente bien plantados, que empujan el lápiz. Porque acá son todos guitarristas. Empezamos a armar este equipo con Mariano De Miguel cuando me echaron de la UIA. 

¿Cuándo te echaron?

Después de 2002; después del éxito. En la crisis más grande de la historia llamaron al presidente de la UIA para que sea el primer ministro de la Producción. Era un hecho histórico. Pero algunos en la UIA creían creían que en 2003 ganaba [Carlos] Menem. Y saltaron con él. Perdimos la elección 70% a 30%. Fue un mes antes de las presidenciales que ganó [Néstor] Kirchner. Después me dijeron que, si quería volver, tenía que ir como segundo vocal suplente de la junta. Ni siquiera me dejaron estar en el Comité Ejecutivo. Es como si me dijeran: «¿Querés volver? Andá a servir café». Y yo dije: «¿Dónde están los platitos?». Al otro año ya estaba en el comité y, al siguiente, era presidente de vuelta. Cómo decía el general: no es que fuera bueno, sino que los que vinieron después fueron peores.

Unos días atrás se reunió el Consejo Económico y Social. ¿Es una herramienta útil?

Para mí, es clave. Soy un obsesivo del Consejo Económico y Social; fue mi primer proyecto de ley. Cuando era presidente de la UIA, viajé  tres veces con la CGT a España y estuve una semana metido en el Consejo Económico y Social. España le dio rango constitucional cuando se preparaba para entrar a la Unión Europea. Los españoles vieron que iban a tener sectores con oportunidades y tenían que crearlos, sectores que iban a tener que adaptarse y sectores en los que les iba a ir mal. Ahora, ¿qué veo en Argentina? Se habla del Consejo Económico y Social, pero no sabemos de qué estamos hablando. Uno cree que va a ser una paritaria ampliada o un acuerdo de precios y salarios; un disparate. 

¿Y qué debería ser?

Para mí, el Consejo Económico  Social tiene que poner en debate el modelo de desarrollo de Argentina. ¿Queremos vender trigo o fideos? ¿Qué queremos hacer con Vaca Muerta, un gasodocto para exportar el gas desde Bahía Blanca o aspiramos al polo petroquímico más importante del hemisferio sur? ¿Cuál es nuestro sistema tributario y para qué modelo? Esto, que es lo más importante, no está en discusión en Argentina.  Te pregunto por la infraestructura. ¿Cómo me vas a hablar de infraestructura si no sé para qué país? Hoy estamos recuperando el Ferrocarril Belgrano [aplaude]. Ahora, ¿a qué producción responde? A la de los ingleses de principios del siglo 20, que era llevarse los cereales de Salta al puerto. 

España se enfrentó al dilema de que tenía sectores viables y otros que no. ¿Qué industria es posible en Argentina?

Hay que dejar que eso lo decida cada industrial. Si le das estabilidad macroeconómica, a la mayoría de ellos le asusta cualquier cosa menos la competencia. Un alemán, no sabés la estabilidad que tuvo. Estos tipos sobrevivieron a tasas de 120%, a la mayor presión tributaria de la historia y está vivo. Están para dar clases en Harvard. Hay que darle estabilidad y tenerle fe. Lo otro es el crédito, que es clave. 

Sos presidente del BICE. ¿Qué papel cumplen para vos los bancos en el proyecto de desarrollo?

Un proyecto de desarrollo sin crédito es lo mismo que un submarino sin agua: imposible. ¿Cuándo nacen los bancos de desarrollo? Después de la segunda guerra. Se dan cuenta de que la banca tiene que dirigir la recuperación. Así sale el Plan Marshall, que se aplica a través de la banca de desarrollo de Alemania. Hoy el banco de desarrollo alemán tiene activos por el 14% del producto bruto del país. En Brasil, el BNDES tiene activos por el 9% del PBI, con aporte de los trabajadores. El banco de desarrollo de Japón tiene más fondos que el Banco Mundial.

¿Qué pasó con el Banco de Desarrollo en Argentina?

Fue creado en los cuarenta. Los gobiernos industrialistas lo desarrollaron, pero los muchachos de Martínez de Hoz lo destruyeron y después lo estigmatizaron. La banca privada combate la propuesta y dice que la única forma de financiar el desarrollo es a través del subsidio de tasa, pero con créditos administrados por ellos. Son pícaros. Volvamos a entender el problema: no es ideológico, es de negocios.

¿En qué sentido no es ideológico?

Yo discutía con [el exministro de Producción Francisco] Cabrera. Le decía: ¿vos querés que compita con un textil español? Cada máquina que compra él se financia a sí misma. Nunca saca un mango del capital de trabajo para una máquina. ¿Tiene 10 años de vida útil? Le dan un crédito con 10 años de plazo. ¿Tarda un año la instalación? Le dan un año de gracia. La máquina se tiene que pagar ella misma. En cambio yo, que tengo que competir con él, tengo que poner toda la guita antes de que llegue la máquina. El español tiene tasa de interés negativa. ¿Yo? 80%. La previsibilidad macroeconómica de España es que en 20 años siga todo igual. Acá hay una devaluación tras otra. 

¿Pero no creés que hay una tara ideológica antiindustrial?

Claro. Mariano de Miguel dice: los marxistas leen a Marx, los liberales no leen a nadie. Tienen cuatro o cinco ideas y las repiten: «Achicar el Estado es agrandar la nación». Pero son ordenados, nadie discute. Nosotros no podemos concentrarnos en las cuatro ideas en las que nos tenemos que enfocar para ganar la batalla cultural.