* Por Sebastián Ibarra y Francisco Uranga.
Trabajar en pijama parecía el sueño del futuro laboral. Muchos comprobaron en estas semanas que también puede ser en una pesadilla. La pandemia de COVID-19 impuso el teletrabajo a escala masiva. Antes de marzo, el home office era visto como un beneficio que ofrecían las empresas más avanzadas: los empleados podían trabajar algunos días de la semana desde sus casas. Flexibilidad horaria, mayor bienestar y equilibrio entre la vida personal y profesional, eran las promesas del empleo a distancia. Sobreexplotación, estrés e intromisión de la vida laboral en el hogar fue lo que sufrieron en estos meses millones de trabajadores. El nuevo coronavirus aceleró el cambio tecnológico. Y puso de golpe en agenda todos los problemas que vienen de la mano. Este jueves, la Cámara de Diputados dio media sanción a una ley que busca regular esta modalidad laboral en Argentina.
El estrés que provoca el teletrabajo es un privilegio, pese a todo. Menos del 30% de los empleos en Argentina podrían realizarse en forma remota, según un estudio publicado en abril por CIPPEC. La enorme mayoría de los trabajos no son teletrabajables, ya que exigen el trato personal o requieren actividades manuales. Muchos de ellos tienen bajo valor agregado y correr el riesgo de desaparecer en el futuro de la mano de la automatización. El teletrabajo agrava, además, un problema estructural en Argentina: la desigualdad. El 70% de los empleos de mayores ingresos podría realizarse a distancia, mientras que solo podría hacerlo el 8% de los empleos del decil inferior, sostiene el informe de CIPPEC, titulado Evaluando las oportunidades y los límites del teletrabajo en Argentina en tiempos del COVID-19. El estudio se basa en la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, que se enfoca en 31 aglomerados urbanos. Excluye, por lo tanto, al mercado laboral de las ciudades pequeñas y el ámbito rural.
Para conectarse a un trabajo remoto hay dos condiciones necesarias: Internet y una computadora. No todos los hogares argentinos las cumplen. Por eso, CIPPEC calcula que solo el 18% de los empleos son efectivamente teletrabajables. Es decir, las tareas pueden hacerse a distancia y los trabajadores tienen acceso a la tecnología que necesitan. Este es uno de los primeros puntos controvertidos sobre la implementación del home office masivo. ¿Quién tiene que hacerse cargo de los costos laborales? ¿Las empresas pueden ahorrar en equipamientos, gastos de Internet, mobiliario, alquileres de oficinas y seguros? ¿Tiene que afrontarlo el trabajador?
El proyecto de ley de teletrabajo que aprobó la Cámara de Diputados define expresamente que el empleador debe proporcinar el equipamiento para el trabajo remoto, lo que incluye tanto el software como el hardware y los costos de instalación, mantenimiento y reparación. También deberá compensar los mayores gastos de conectividad o consumo de servicios en los que incurra el trabajador. Las pautas para cubrir estos costos serán establecidas en negociaciones colectivas y las compensaciones estarán exentas del Impuesto a las Ganancias, precisa el texto aprobado por la Cámara baja.
Derecho a la desconexión
Una de las grandes conquistas laborales del siglo XX fue la jornada de ocho horas. Esto comenzó a crujir de la mano de la tecnología. La sobreexplotación laboral es una curva en forma de «u», señala Ramiro Albrieu, investigador principal de Desarrollo Económico de CIPPEC y autor del informe. Tanto los empleos más físicos como los más modernos tienden a una jornada laboral de más de 10 horas, mientras que en el medio existe una amplia capa de empleos tradicionales que respeta el horario acordado. El trabajador del delivery y el programador de sofware sufren jornadas extenuantes, cada uno en un extremo de la escala salarial.
La norma aprobada en Diputados incluye el derecho a la «desconexión digital». Significa que el trabajador puede dejar de responder los dispositivos tecnológicos fuera de su horario laboral y durante los periodos de licencia. La jornada laboral, por otra parte, deberá ser pactada por escrito en el contrato de trabajo. Este punto regula el vínculo entre las partes, pero no evita otro problema frecuente: la autoexplotación y la sobreexigencia.
«El dueño de una empresa no va a decirte que estás trabajando demasiado, pero eso puede afectar tu bienestar», destaca Albrieu. Las compañías con mayor experiencia en teletrabajo implementan estrategias para asegurar el bienestar de sus trabajadores, explica el especialista. Entre ellas, el uso de plataformas digitales que calculan cuántas horas trabajan al día y los horarios de conexión, que elaboran reportes automáticos para alertar a los empleados en caso de que esté trabajando demasiado.
El teletrabajo transfiere parte de la responsabilidad de organizar los tiempos al empleado, subraya Albrieu. Antes esto estaba regulado por medio del sindicato y las normas. «Era muy fácil para la política pública regular a través de un establecimiento, hoy eso se pierde. La política ya no sabe cómo evitar que las relaciones asimétricas de poder se manifiesten», advierte el especialista.
La oficina en el hogar
Que el puesto de trabajo sea la mesa del comedor tiene un peso psicológico. Cualquiera que haya trabajado desde la casa en la cuarentena lo ha sentido. Que no haya una diferencia clara entre el ámbito laboral y personal se parece más a vivir en la oficina que a trabajar en la casa. Y en esto pesa, una vez más, la desigualdad: pocos tienen un espacio en la casa que pueda dedicar exclusivamente como oficina. Menos aún equipado con mobiliario adecuado para pasar una jornada de ocho horas. «Un factor adicional en Latinoamérica tiene que ver con el arreglo del hogar. Hay cuestiones de hacinamiento, ruidos externos. No es tan fácil para todo el mundo trabajar desde la casa. No todo es color de rosa, la tecnología no soluciona todo», plantea Laura Ripani, especialista principal en la División de Mercados Laborales del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El confinamiento obligatorio para combatir la pandemia del COVID-19 agrava este punto por la suspensión de las clases, lo que, en muchos casos, exige la combinación de la vida laboral y el cuidado de los hijos al mismo tiempo y en el mismo espacio. Esto afecta más a las mujeres. El 51% de la mujeres manifestó que siente una mayor sobrecarga en las tareas del hogar durante la cuarentena, según la Encuesta Rápida de UNICEF publicada en abril. Las causas de la sobrecarga son la limpieza de la casa (32%), la tarea de cuidados (28%), la preparación de la comida (20%) y la ayuda con las tareas escolares (22%). A su vez, el 4% de las mujeres reporta una mayor carga laboral. En contextos normales, en Argentina las mujeres destinan en promedio 6,4 horas diarias a actividades domésticas y de cuidado, mientras que los varones declaran invertir 3,4 horas.
Con un enfoque de género, el teletrabajo también evidencia la desigualdad entre varones y mujeres en el mercado laboral. Sin considerar las restricciones tecnológicas, podrían convertirse en teletrabajo el 34% de los empleos de los varones, según el estudio de CIPPEC. En cambio, solo el 25% de los empleos de las mujeres son potencialmente teletrabajables. Albrieu explica en el texto que esto se debe a la distribución del empleo por género. Por ejemplo, el 70% de los roles directivos son ocupados por varones y son teletrabajables. En cambio, los trabajos en servicios sociales o empleo doméstico son ocupados mayoritariamente por mujeres y no pueden realizarse en forma remota.
Socialización virtual
La masificación del home office a tiempo completo puede cambiar el concepto del trabajo y el vínculo con la empresa. Un empleo también es un lugar físico y un ámbito de socialización. ¿Qué tipo de relaciones laborales se forman entre compañeros de trabajo que casi no interactúan en persona? «Se va a hacer más natural la socialización digital. Vamos a ser más adolescentes en ese sentido«, sostiene Laura Ripani. La especialista considera que la nueva normalidad va a ser una combinación entre trabajo virtual y presencial, en el que solo asistan a la oficina aquellos empleados cuyo trabajo en el lugar sea impresncindible. «Vamos a asistir alguna reunión durante el día, pero no vamos estar ocho horas en la oficina como antes», señala.
Un riesgo asociado a la dilusión del vínculo entre la empresa y el empleado es la uberización del mercado laboral. Es decir, el reemplazo de la relación de dependencia por un vínculo laxo entre el empleado, visto como el proveedor de un servicio profesional, y el empleador, en el rol de cliente. La expansión del empleo remoto aumenta el incentivo para este tipo de contratación, que es una clara precarización de las condiciones laborales y quedaría excluida de las condiciones definidas por el marco ragulatorio propuesto por en la ley de teletrabajo. Si bien no existe el riesgo de una migración inmediata de una modalidad a otra, es una tendencia sobre la que debe prestarse atención.
El debate sobre el modelo de teletrabajo en Argentina no se agota en el proyecto de ley que votó Diputados. Por las consecuencias económicas, laborales y sociales, es un tema que seguirá en agenda durante los próximos años. La sanción de una norma será, sin embargo, un primer paso importante. «Hasta ahora, el sector público venía mirando el cambio tecnológico de costado. Como era un tema de largo plazo, parecía que a nadie le importaba. Ahora se hace urgente, porque tiene que ver con el ingreso del mes que viene», señala Albrieu.