A comienzos del siglo XXI, el boom de las exportaciones de soja reconfiguró el mapa del comercio internacional argentino. La economía argentina, aún tambaleante luego de la crisis del 2001, encontró así una fuente de divisas que traccionó la recuperación del país. Sin embargo, se levantaron voces críticas contra esta lucrativa producción en dos frentes: el ambiental y el de modelo económico. Con respecto al segundo ítem, se criticaba fuertemente la reprimarización en la producción y exportación de bienes de bajo valor agregado. ¿Cuántas veces expresamos el deseo de agregar valor y producir carne de cerdo nosotros mismos en vez de vender la soja con la que eran alimentados en la lejana potencia oriental?
Bueno, a veces la economía internacional es generosa y concede sus deseos a los países emergentes. Este es el caso de las anunciadas inversiones chinas para la producción de carne porcina en nuestro país por más de 3.700 millones de dólares. Y para ser totalmente justos, no le otorguemos todo el crédito a la economía internacional, sino que agradezcamos a la peste porcina africana, que llevó al sacrificio de millones de cerdos en Asia y desnudó las vulnerabilidades de la seguridad alimenticia china.
El anuncio de estas importantes inversiones es un doble deseo cumplido. Beijing ha pasado a jugar un rol más cauto como inversionista global, luego de numerosos contratiempos sufridos en países en desarrollo. Además, y especialmente luego de la desaceleración de su crecimiento económico, China ha decidido dedicar más recursos para financiar su consumo interno. Este panorama chino, sumado a las difíciles condiciones económicas nacionales, hacen valorar doblemente las inversiones en el sector.
Así como sucedió con la soja, se levantan nuevamente las voces críticas acerca del medio ambiente y de la primarización económica. Frente a la primera hay que reconocer que cualquier actividad económica tiene un costo ambiental. No hay que negar esto y hay que escuchar aquellas críticas constructivas y trabajar fuertemente para reducirlo. Con respecto a la primarización y tal como lo demuestran nuestros 210 años de historia económica independiente, Argentina posee innegables ventajas comparativas en aquellas producciones asociadas a nuestros recursos naturales. Así como en la cuestión ambiental, es una necedad negar esta realidad. Hay que abrazar estas ventajas y potenciarlas lo más posible de manera que sirvan a la creación de cadenas de valor que integren distintos sectores de nuestra economía y regiones de nuestro país. Argentina debe generar las condiciones para que tanto el comercio internacional como las inversiones extranjeras sean piezas fundamentales en el rompecabezas que asegure nuestro desarrollo económico.