Discurso pronunciado en ocasión de la visita de 28 Gobernadores de los EE.UU., en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, el 14 de noviem­bre de 1960.

La visita que la Argentina se honra en recibir inviste singular trascendencia porque establece, en una forma sin precedentes, un profundo contacto entre dos países estre­chamente ligados por una fraternal amistad. En efecto, vosotros, señores gobernadores de 28 estados de los Esta­dos Unidos, representáis todas las modalidades de la vida regional de vuestro gran país y sois portadores de sus` ex­presiones, intereses e inquietudes peculiares.

En el diálogo que mantendremos, ahondaremos el conocimiento y la comprensión del gran país del norte. Y, por Vuestra parte, tendréis la oportunidad de observar la realidad argentina y de llevar y transmitir (a vuestro regreso) impresiones y conclusiones que recojáis, a todos los sectores representativos de vuestra vida nacional.

Habéis atravesado de extremo a extremo un continente pertenece al mismo mundo que el vuestro, porque está hecho con la misma sangre, la misma cultura y la misma historia brotada con renovado vigor del tronco de Occi­dente. Al cabo de vuestra travesía encontraréis un país que aprecia los valores del espíritu por encima de los materiales y la dignidad y libertad humana por sobre todas las cosas; un país que en el culto a esos principios se siente solidario con todos los otros pueblos que creen en ellos y los practican.

Dentro de esa raíz común hallaréis rasgos semejantes a los de vuestro país, pero también notables diferencias.

En poco más de un siglo, los Estados Unidos cimentaron una vigorosa unidad nacional en un vasto ámbito geográ­fico, dentro del cual un pueblo emprendedor y pujante supo utilizar y desarrollar los abundantes recursos naturales y_ crear, con esfuerzo tenaz, una comunidad económica­mente próspera y socialmente estable.

Todo ello se concretó en un desarrollo sólido e integrado de la actividad primaria, agrícola y minera, y del sector industrial, sostenido por un gran mercado consumidor in­terno y por un activo comercio internacional.

Vuestra cohesión política, vuestra magnitud geográfica, vuestra capacidad de trabajo y vuestras riquezas se conju­garon en una pujante empresa nacional. Ella permitió a los Estados Unidos conquistar la posición de gran potencia mundial que otros países sólo alcanzaron a través de la construcción de vastos imperios coloniales; los cuales nunca lograron la solidez y permanencia de una gran unidad nacional.

El desarrollo nacional argentino se llevó a cabo en una escala material mucho más modesta. Las condiciones na­turales del país lo orientaron durante algunas décadas a la producción y exportación de productos agropecuarios que proporcionaron prosperidad, mientras las exportaciones mantuvieron un volumen relativamente elevado y los precios de dichos productos se sostuvieron a niveles favorables.

En estas circunstancias el desarrollo económico del país no se llevó a cabo de una manera suficientemente equi­librada y diversificada y actuaron factores determinados por la subordinación de nuestra economía a los mercados exteriores. Entre los resultados de esas influencias puede seña­larse el retardo en la explotación de recursos naturales como el petróleo, una desigual participación de las diversas regio­nes geográficas en el desarrollo nacional y la falta de un crecimiento industrial sostenido y eficiente.

Finalmente, el país sufrió una profunda perturbación política y social que lo llevó a una situación de virtual estancamiento económico.

Ahora nos corresponde la dura tarea de promover la reac­tivación y aceleración del desarrollo económico nacional, dentro de nuestro régimen democrático. Para ello, debimos comenzar por aplicar una drástica política monetaria y fiscal a fin de detener el agudo proceso inflacionario que afectaba al país, estabilizar el valor de la moneda y nivelar nuestra balanza de pagos. Se concretó una amplia liberalización de la política _comercial exterior; se acentuó un fuerte impulso para acelerar la expansión del sector agro­pecuario en condiciones de alta eficiencia; se puso en mar­cha un amplio esfuerzo de desarrollo industrial en condiciones de más alta productividad y, sobre todo, se adoptó una vigorosa política para alcanzar en breve plazo el auto­abastecimiento energético, del país mediante el desarrollo de sus recursos en petróleo y gas natural.

Estas medidas no constituyen sino parte de una política nacional de desarrollo que hemos considerado indispensable llevar a cabo dentro del lapso más breve como condición esencial para el progreso económico y la estabilidad política social del país.

Dentro, de esta política de desarrollo se cuentan también otros aspectos, igualmente esenciales cuyo enfoque es im­postergable.

El país necesita fortalecer su desarrollo tecnológico. Ne­cesitamos contar con un número fuertemente creciente de técnicos altamente especializados, de hombres de ciencia y de centros de investigación científica y tecnológica, para darle al país un ritmo de progreso coherente con el del progreso mundial y al crecimiento económico, la indispen­sable sustentación tecnológica.

Necesitamos aplicar un gran esfuerzo para mejorar y expandir nuestros transportes y nuestra red vial a fin de asegurar un desarrollo nacional geográficamente balanceado, ampliar los mercados internos y facilitar el acceso económico de nuestros productos exportables a los puertos.

La Argentina necesita consolidar definitivamente las bases para un desarrollo industrial sólido y eficiente. Ya nadie discute hoy que no puede haber desarrollo económico sin industrialización y que el mantenimiento de un ritmo adecuado de desarrollo agrícola, que asegure condiciones competitivas a las exportaciones, no puede lograrse sin un sustento industrial. Los países por tradición predominante­mente agropecuarios constatamos que las grandes naciones industriales han volcado vastos recursos, resultantes de su avance tecnológico- industrial, a sus sectores agrícolas. Co­mo resultado de ello han expandido el ritmo de aumento de su producción agropecuaria con impresionante incre­mento de su productividad, a la vez que en los mismos sectores industriales la tecnología crea constantemente nue­vos productos sintéticos que van sustituyendo en forma creciente a productos tradicionales de la agricultura. Como consecuencia, los países principalmente productores y ex­portadores de materias primas se han quedado cada vez más rezagados en su ritmo de crecimiento con respecto a los países industriales y su participación relativa en el comercio mundial ha declinado también fuertemente.

Por eso, nos hemos propuesto auspiciar en nuestro país el desarrollo de sectores industriales básicos, como la siderurgia y la industria química y petroquímica, para los cuales existen ya condiciones que aseguran su funcionamiento económico, a la vez que estamos favoreciendo el reajuste de otros sectores industriales a niveles de mayor eficiencia y productividad.

Naturalmente, el comercio exterior es y seguirá siendo para la Argentina un factor esencial en su proceso de desarrollo. Además de las importantes medidas adoptadas, tenemos la intención de agotar todos los recursos a nuestro alcance para expandir nuestras exportaciones tradicionales y abrir nuevas corrientes de exportación con productos competitivos en precio y calidad. Desde luego, en este campo probablemente más que en ningún otro, es indis­pensable la cooperación y comprensión internacional para que los esfuerzos de cada país rindan fruto. Las condicio­nes en que se desenvuelve actualmente el comercio interna­cional provocan las más fuertes dudas y preocupaciones. Como he señalado anteriormente, los países tradicional­mente exportadores de productos agropecuarios, especialmente de la zona templada, como el nuestro, nos hemos en­contrado con que los países de mayor desarrollo industrial se han convertido en nuestros fuertes competidores. Ello ha ocurrido a raíz de su mayor desarrollo tecnológico y po­derío económico, como es el caso de los Estados Unidos, o la utilización de esa capacidad económica para sostener políticas autárquicas en materia agropecuaria, restringiendo las posibilidades de aumentar nuestras exportaciones a sus mercados, como es el caso de muchos países de Europa Occidental.

La misma existencia de los excedentes agrícolas, princi­palmente en los Estados Unidos, constituye un serio fac­tor de inquietud, en lo que respecta a las perspectivas de expansión sana del comercio mundial en condiciones com­petitivas a la vez que expresa una contradicción de muy

difícil solución con respecto a las condiciones de sub-consumo que prevalecer en grandes áreas del mundo.

Un grupo de países latinoamericanos, hemos llevado a la conclusión de que es necesario un mayor esfuerzo de cooperación entre nosotros mismos, principalmente median­te la expansión de nuestro comercio interregional para cuyo objeto decidimos establecer la Asociación Latinoameri­cana de Libre Comercio, que esperamos comenzará a ope­rar próximamente. Este ha de ser el primer paso en un largo y difícil esfuerzo tendiente, a promover una mayor complementación económica que pueda, dar una base más amplia para acelerar el crecimiento de los países latinoame­ricanos. Esta. cooperación resulta también indispensable para defender la posición competitiva de América latina en una economía mundial estructurada sobre la base de grandes conglomerados económicos.

En nuestro esfuerzo de desarrollo estamos recibiendo una amplia colaboración económica, financiera y técnica del gobierno y de los sectores privados de los Estados Unidos, materializada en empréstitos, inversiones y asistencia téc­nica. Nosotros estamos convencidos de que esta coope­ración ha de cimentar e intensificar nuestros vínculo económico en condiciones ventajosas para ambos países.

El mundo occidental atraviesa hoy una nueva prueba en su historia, cuyo resultado tendrá un efecto profundo sobre el destino humano. Múltiples fuerzas están en juego en el mundo contemporáneo: un mundo colonial y sub­desarrollado que emerge a la independencia política pug­na por alcanzar lo más rápidamente posible niveles más altos de bienestar; por otra parte un mundo comunista, que acelera su propio desarrollo y procura al mismo tiempo acelerar el logro de su objetivo de revolución mundial.

El mundo Occidental atraviesa hoy una nueva prueba en su historia, cuyo resultado tendrá un efecto profundo sobre el destino humano.  Múltiples fuerzas están en juego en el mundo contemporáneo: un mundo colonial y subdesarrollado que emerge a la independencia política y pugna por alcanzar lo más rápidamente posible nieles más altos de bienestar; por otra parte un mundo comunista, que acelera su propio desarrollo y procura al mismo tiempo acelerar el logro de su objetivo de revolución mundial.

El mundo Occidental, amenazado por la presión externa y la penetración comunista y requerido por las áreas subdesarrolladas, debe llevar a cabo un gran esfuerzo defensivo frene al enemigo y cooperar con las áreas subdesarrolladas.

El pueblo de los Estados Unidos, que ha logrado en forma más amplia dentro de Occidente el goce de los beneficios de la libertad, la estabilidad política y el bienestar social, es también el que comprende con más claridad la necesidad de defender estas conquistas.  Pero, en otros países occidentales y principalmente en América latina, que constituye la región menos desarrollada de Occidente, no se verifican todavía condiciones óptimas en su realidad política, social y económica.  En estos países existe una adhesión y una fe profunda en los valores tradicionales de Occidente, pero, al propio tiempo, existe el anhelo de asegurar que la justicia social y el progreso económico se realicen plenamente dentro de las instituciones democráticas, a fin de asegurar la estabilidad de éstas contra todos los embates.

Como gobernante de un país que aspira a promover ese desarrollo y fortalecer la vigencia de las instituciones democráticas, os aseguro que esa tarea no es fácil. Cuando en un país faltan recursos y condiciones para un rápido desarrollo, los sectores menos favorecidos se impacientan ante la postergación de sus aspiraciones, mientras otros grupos no comprenden claramente sus responsabilidad, ni la necesidad de un intenso esfuerzo común.  Al mismo tiempo, en el ámbito internacional no se percibe siempre la magnitud de los problemas y los peligros implícitos en la demora para atenuarlos y resolverlos.  A veces, la reacción ocurre cuando la situación es casi irreparable.

Todo ello hace indispensable estrechar contactos para fomentar la comprensión mutua y la discusión franca amplia de los problemas de interés común.

He tenido el privilegio de iniciar esos contactos con el presidente Eisenhower, tanto en Washington como en Bue­nos Aires. Jamás mi país había hallado tanta simpatía y comprensión de parte del pueblo y el gobierno de los Es­tados Unidos como en conversaciones con vuestro presi­dente y vuestros políticos y hombres de negocios.

Estoy sinceramente convencido de que los norteameri­canos confían en la Argentina y desean de verdad cooperar con nosotros. He recibido pruebas concretas y reiteradas de vuestra amistad. En forma enfática, vuestro gobierno y vuestro pueblo me han transmitido la inequívoca con­vicción de que consideran a la República Argentina como un bastión de la democracia y la libertad en nuestro con­tinente y que apoyarán a los argentinos para que manten­gan la solidez de sus instituciones libres.

Por eso, no me cabe ninguna duda, a través de mi cono­cimiento y vinculaciones con los dirigentes del Partido Demócrata, que el nuevo presidente Kennedy confirmará esa política de íntima relación entre los Estados Unidos y la Argentina. Más aún: creo que se abre una era de in­tensa participación de los Estados Unidos en el desarrollo de América latina. La visión audaz e inteligente del sena­dor Kennedy le ha señalado la urgente necesidad de forta­lecer a las jóvenes democracias de América latina, como lo ha expresado en sus discursos. El pueblo norteameri­cano lo ha elegido en comicios que demuestran el alto grado de discernimiento y madurez de vuestra democracia, por­qué en estos comicios, quizás sin precedentes en vuestro propio país, cada ciudadano ha pesado y reflexionado su decisión antes de votar.

Estas elecciones han sido un alto ejemplo para el mundo y demuestran la infinita superioridad de la democracia sobre los regímenes totalitarios. El pueblo se expresa den­tro de la ley y quedan entonces descartados todos los inten­tos demagógicos de los extremistas.

La América latina espera mucho del nuevo equipo que regirá los destinos de su hermana del norte. No puede olvidar que John Kennedy y sus colaboradores comparten los ideales de Franklin Delano Roosevelt, el genial esta­dista que, entre las cuatro libertades básicas del hombre, mencionó la de sentirse libre de la necesidad, la cual, «tras­ladada a términos mundiales, significa iniciativas económi­cas que asegurarán a todas las naciones una vida pacífica y vigorosa para sus habitantes, en todas partes del mundo».

Y agregaba el ilustre presidente, después de enumerar las cuatro libertades: “Esta no es la visión de un lejano milenio. Es una base concreta para un mundo que pode­mos lograr en nuestra época y en nuestra generación».

Cuando regreséis, señores gobernadores, a vuestro país, diréis a vuestro pueblo que América latina confía en que se cumpla ese sueño y en que ha de lograrse en nuestra generación. Porque solamente una paz justa y la satisfac­ción inmediata de las necesidades espirituales y materiales de toda la humanidad derrotarán a las fuerzas oscuras del comunismo. El mundo de Occidente compite con un po­deroso adversario y no debe perder un minuto.

Como muy bien lo vio Roosevelt, la historia marcha demasiado de prisa y “el único límite a nuestras conquis­tas de mañana serán nuestras vacilaciones de hoy».

Señores gobernadores:

Bienvenidos a tierra argentina.

Arturo Frondizi