¿Sabías que en 1974 Argentina tenía un nivel de industrialización mayor que el de Corea del Sur, China y Taiwán? No hablamos de un mito del pasado, sino de un país que, en plena década de 1970, alcanzaba un nivel de sofisticación productiva que lo colocaba entre las economías emergentes más avanzadas del mundo.
La Argentina de entonces exportaba manufacturas diversificadas, producía bienes de capital, maquinaria agrícola, automóviles, textiles de calidad y comenzaba a consolidar un entramado industrial capaz de competir regionalmente. Según datos del Banco Mundial, el PIB per cápita argentino en 1974 rondaba los 8.000 dólares PPP, mientras Corea del Sur se movía entre 1.500 y 2.000, y China apenas entre 500 y 1.000. La capacidad tecnológica y productiva argentina era palpable: sectores como la automotriz, la metalurgia, la química y la industria alimentaria funcionaban con encadenamientos complejos que integraban proveedores locales y generaban empleo calificado. La industrialización por sustitución de importaciones (ISI), con todos sus límites, había dejado un activo formidable: infraestructura energética y de transporte, saberes técnicos avanzados y empresas capaces de aprender y competir.
Pero algo pasó. La historia argentina de las últimas cinco décadas muestra un quiebre que va más allá de crisis puntuales como el fracaso del Pacto Social de Ber Gelbard / Rodrigazo de 1975 o la política económica de Martínez de Hoz. La divergencia respecto de países que en los 70 tenían desarrollos comparables —Corea, China, Taiwán— no fue un accidente: fue el resultado de la incapacidad argentina de convertir su industrialización temprana en una economía sofisticada, diversificada y con inserción estratégica en los mercados globales.
Por supuesto es fundamental aclarar que el gran desarrollo industrial que Argentina exhibió en 1974 fue la culminación de la llamada segunda etapa de sustitución de importaciones y el período desarrollista iniciado con Frondizi en 1958 Este lapso estuvo marcado por una transición hacia la producción de bienes durables, maquinaria, vehículos, siderurgia y petroquímica, requiriendo inversiones a gran escala y una complejidad técnica superior. Durante los gobiernos que impulsaron el desarrollismo, se buscó instalar industrias con tecnologías modernas, promover la industrialización pesada para integrar la estructura productiva, y se fomentaron las exportaciones de manufacturas como automóviles y productos químicos y metalmecánicos mediante estímulos de crédito y devolución de impuestos. Si bien este modelo generó dependencia de insumos importados y financiamiento a través de endeudamiento externo, consolidó la base productiva, el capital humano y los encadenamientos necesarios para alcanzar el alto nivel de sofisticación y diversificación industrial que se registró a mediados de los 70.
Rougier: «La edad de oro de la industria argentina comenzó con Frondizi»
La Argentina industrial de los 70
En 1974, Argentina combinaba tres elementos clave para un despegue industrial sostenido:
- Diversificación industrial y capital humano: La producción de bienes de capital —tractores, maquinaria agrícola, equipos eléctricos— generaba conocimientos técnicos de difícil imitación. La CEPAL (1978) destacaba la amplitud y la complejidad de la industria argentina en comparación con el resto de América Latina.
- Encadenamientos productivos y capacidad tecnológica: La industria automotriz, consolidada por plantas nacionales y multinacionales, impulsaba redes de proveedores locales que absorbían tecnología y desarrollaban know-how. La metalurgia, la química y la industria de procesos operaban en niveles de complejidad intermedia, base ideal para evolucionar hacia industrias de frontera.
- Infraestructura y estabilidad relativa: El país contaba con infraestructura ferroviaria, energética y portuaria suficiente para sostener el crecimiento industrial. No era perfecta, pero sí funcional para un salto tecnológico.
Argentina no era un “milagro económico”, pero sí una economía con capacidades para convertirse en un actor industrial relevante.
La divergencia: Corea y China, la historia de la apuesta estratégica
Mientras Argentina se estancaba, economías menos desarrolladas dieron saltos extraordinarios.
- Corea del Sur: Bajo Park Chung-hee, Corea diseñó una estrategia de industrialización orientada a la exportación, con sectores prioritarios, crédito dirigido, protección selectiva y metas estrictas. De textiles pasaron a acero, electrónica, autos, semiconductores y luego tecnologías digitales.
- China: Desde 1978 implementó un modelo gradual (“dual track”) que combinó control estatal, zonas económicas especiales y aprendizaje tecnológico acelerado a partir de la inversión extranjera directa. Desarrolló empresas nacionales en sectores estratégicos y elevó el gasto en I+D hasta superar el 2% del PIB.
Argentina: el camino inverso
Tras el Rodrigazo y la apertura financiera y comercial de los 80 y 90, la economía argentina perdió complejidad productiva. Sectores industriales estratégicos se desarticularon, la inversión en I+D se desplomó (0,5–0,6% del PIB entre 1980 y 2020 según OECD, 2023) y la integración de proveedores locales se debilitó. La apertura comercial fue incompleta y descoordinada: se liberalizó sin una estrategia industrial que protegiera sectores con potencial, promoviera la innovación o fortaleciera la competitividad internacional.
La trampa de la renta media y el costo de la inacción
Como señalan Gill y Kharas (2007), los países de ingreso medio se estancan cuando no desarrollan capacidades tecnológicas. Argentina llegó al umbral de los 8.000–10.000 dólares PPP en los 70, pero no hizo el salto hacia sectores de alta productividad. El resultado fue un estancamiento prolongado, exportaciones concentradas en commodities y erosión de capacidades industriales complejas.
Limitantes estructurales y decisiones clave:
- Fragmentación política y ausencia de consensos duraderos.
- Apertura comercial sin estrategia productiva.
- Desinversión en ciencia, tecnología y educación técnica.
- Dependencia creciente de commodities.
- Heterogeneidad productiva cada vez mayor.
La globalización asimétrica: apertura sin estrategia industrial
A partir de los 80, las cadenas globales de valor reorganizaron la producción mundial. Argentina llegó a esa cita internacional con una estructura envejecida, heterogénea y poco preparada. La apertura fue defensiva, sin política industrial, sin financiamiento productivo, sin desarrollo de proveedores y sin estándares de calidad que permitieran competir por valor. La globalización no fue el problema; el problema fue cómo nos metimos en ella.
Los desafíos actuales: industrialización y globalización
Hoy Argentina enfrenta el desafío de recuperar protagonismo industrial sin repetir viejos errores. La clave es construir una industrialización inclusiva, exportadora y basada en el conocimiento.
Un modelo viable implica:
- Planes estratégicos sectoriales: Identificar sectores con ventaja competitiva internacional (biotecnología, energías renovables, software, maquinaria agrícola avanzada).
- Política industrial coherente y coordinada: Incentivos fiscales, crédito productivo, formación técnica, articulación con universidades y centros de I+D.
- Políticas de calidad y diferenciación: Estándares internacionales, certificaciones sectoriales, sistemas de metrología sólidos y estrategias de marca país. Sin calidad sostenida, todo termina commoditizado.
- Clusters y encadenamientos locales: Proveedores nacionales más fuertes = más competitividad y resiliencia industrial en sectores tractores como minería, oíl & gas, foresto-industria, etc.
- Inserción estratégica en cadenas globales de valor: Participar donde tenga sentido, con reglas de transferencia tecnológica y desarrollo local.
Como muestran Corea y China, estos procesos llevan décadas. Lo importante es que hoy existe conciencia sobre la relevancia de la complejidad económica, la diversificación y el rol del Estado estratégico.
Conclusión: recuperar el tren del desarrollo
Argentina alcanzó en 1974 un nivel de industrialización comparable al de las economías que hoy lideran el mundo. Pero careció de continuidad estratégica, abandonó políticas industriales inteligentes y dejó deteriorar capacidades productivas. La apertura sin visión desarrollista solo reforzó la dependencia de commodities y su consecuente impacto en la sociedad, con la falta de empleo calificado para esa clase media vinculada al empleo industrial y sus externalidades.
Subirse al tren industrial deli siglo XXI exige visión, paciencia y decisión política: innovación, educación, mercados globales, calidad y un Estado capaz de sostener políticas de largo plazo. Argentina tiene recursos y capacidades. La pregunta es si esta vez elegirá convertirlos en desarrollo.


