El presidente Raúl Alfonsin recibe a Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en la Casa Rosada en los primeros años de su mandato
El presidente Raúl Alfonsin recibe a Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en la Casa Rosada en los primeros años de su mandato

Se puede tener opinión desfavorable; de uno o de ambos. No es posible negar, en cambio, que volaron alto. Observaron paisajes invisibles para el gobernante que sobrevuela encuestas y calendarios electorales.

Arturo Frondizi y Raúl Alfonsín condujeron a la Argentina en tiempos difíciles para Latinoamérica. Epocas de hegemonía militar (los años 50 y 60). Epocas de deuda e inflación (los 80: según la CEPAL, una «década perdida»).

Pese a tamañas dificultades, Frondizi y Alfonsín echaron a andar los dos grandes proyectos que la Argentina conoció en el último medio siglo.

Cuando Frondizi accedió al gobierno, hacía sólo 209 días que se había iniciado —con el lanzamiento del Sputnik I— la era espacial. El descubrimiento del ADN era tan reciente que Watson y Crick aún no habían recibido el Nobel. Faltaban 23 años para la primera PC. El mundo era analógico, la globalización no existía y la ingeniería genética resultaba impensable.

En tales condiciones, el desarrollo económico tenía —salvo por la importancia del petróleo y la electricidad— un sentido distinto del actual. Su motor era la industria pesada.

El ahorro interno no alcanzaba para armar semejante motor. A la vez, los capitales extranjeros, librados a su arbitrio, podían elegir las áreas donde menos hacían falta: industria liviana y servicios. El gobierno fijó prioridades y orientó las inversiones a la industria de base. El propósito era que el PIB creciera a tasas muy altas, en plazos muy breves, diseminando riqueza por todo el territorio. Para eso, había que quemar etapas; como lo harían, años más tarde, los países del sudeste asiático.

La batalla del petróleo. En 1958, la Argentina importaba 75% del petróleo que consumía. Cuatro años más tarde, había logrado el autoabastecimiento. En el mismo período, multiplicó por cuatro y medio la producción de gas. Quedaba atrás una peligrosa dependencia.

«Madre de industrias». La abundancia de petróleo y gas, junto a regímenes de promoción, catapultó la producción de etileno, butadieno, aromáticos, amoníaco, metano y otros derivados. Despertó así la petroquímica, «madre de industrias», que provee plásticos, fertilizantes, herbicidas y pesticidas.

«Sin hierro, acero y energía, no hay porvenir». No fue sólo una frase. En 1960, se inauguró el primer alto horno. En los cuatro años, la producción de arrabio se multiplicó por 12. La de acero, por 2. La generación hidroeléctrica, por su parte, se duplicó; y Frondizi promovió El Chocón, que se concretaría años más tarde.

El «boom» automotor. La Argentina, que había fabricado 15.000 autos en 1957, fabricó 115.000 en 1962. El salto (666%) fue portentoso.

10.000 kilómetros de caminos. El plan oficial requería la expansión acelerada de la infraestructura. En los cuatro años se construyeron rutas a un ritmo sin precedentes: 213 kilómetros por mes.

Balance. Frondizi fue derrocado tras gobernar sólo 1.428 días, en medio de 26 planteos militares y 6 intentos de deponerlo. No importó. Esa breve gestión fue suficiente para cambiar el perfil productivo de la Argentina. El país ya no volvería a ser el mismo.

Tras años de dictadura, guerra y atraso, Alfonsín se propuso enraizar la democracia, asegurar la paz con los vecinos y sentar las bases de una Argentina moderna.

La Segunda República. Según su visión, un régimen «semiparlamentario» —como el francés o el alemán— cerraría las puertas a futuros caudillismos y tentaciones hegemónicas. La idea sobrevivió a su gobierno; pero la reforma constitucional (1994) la desdibujó: se necesitaba un verdadero primer ministro, no un mero jefe de Gabinete.

El Plan Okita. En 1985, se encomendó a Saburo Okita —artífice del «milagro japonés»— un «Estudio sobre el Desarrollo Económico de la República Argentina». Ese estudio (Plan Okita, 1987) inspiró varias reformas económicas. En la era pos Alfonsín, la Argentina pidió a Japón una actualización del trabajo (Plan Okita II, 1996), que definió una estrategia para irrumpir en los mercados del sudeste asiático.

La reforma del Estado. Alfonsín no adhirió al dogma estatista, que vincula empresas públicas con soberanía; ni al dogma privatista, que pone cualquier cosa en manos de particulares. Alfonsín privatizó aquello que el Estado no podía capitalizar ni gestionar: industrias (desde Atanor hasta SIAT) y servicios públicos (Flota Fluvial, Austral, Movicom). El PJ se opuso, sin éxito, a la reforma del Estado; pero, una vez en el gobierno, debió proseguirla. Un elemento diferencial: las privatizaciones radicales fueron transparentes y jamás derivaron en escándalo.

El Congreso Pedagógico. Se inspiró en aquel que, en el siglo XIX, dio origen a la Ley 1420. Este segundo congreso permitió que, a lo largo de cuatro años, la sociedad expresara demandas e ideas. El propósito —modernizar el sistema educativo— trascendió al gobierno de Alfonsín. En 1993 se sancionó la Ley Federal de Educación, que no satisfizo las expectativas; y ahora se está en proceso de reemplazarla por una Ley de Educación Nacional.

Segunda batalla del petróleo. Alfonsín se negó a privatizar YPF; pero, como Frondizi, otorgó permisos de exploración (Plan Houston, 1.300.000 km2) e hizo que la empresa formara joint ventures para la explotación. Resultado: el país, que había vuelto a importar petróleo, recuperó en 1988 el autoabastecimiento. Pese a altibajos, y cambios de política, la Argentina ya no volvería a depender del petróleo importado.

Geopolítica (I). La paz con Chile. La Argentina y Chile habían estado al borde de la guerra (1979) por tres islas en el Beagle. En 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad, que reconocía la soberanía chilena sobre tales islas. Se temía que el Congreso argentino —dominado por la oposición— no lo ratificara. El gobierno llamó a un «plebiscito» voluntario, y 81,5% de la población se pronunció a favor del tratado. El Congreso se vio obligado a plegarse. Se inició así una nueva política regional, que ya no sería modificada. En los 90, se cerraría el último conflicto fronterizo: Hielos Continentales.

Geopolítica (II). Mercosur. Junto con su colega José Sarney, de Brasil, Alfonsín terminó con los ancestrales recelos argentinobrasileños. En 1985, ambos se comprometieron a formar un mercado común. Fue el origen del Mercosur (constituido en 1991), que es política de Estado en ambos países y, también, en Uruguay y Paraguay.

Geopolítica (III). «Imaginación y coraje», pidió Alfonsín en 1986, cuando propuso trasladar la capital a Viedma. Quería promover «la civilización del frío», integrando a pleno la Patagonia. Es dudoso que el traslado de la capital fuera el método. Sin embargo, la visión era correcta. «La civilización del frío» avanza y ahora la Patagonia, con su producción cada vez más diversificada, aparece como una de las regiones más dinámicas del país.

Balance. Alfonsín dejó el poder tras haber gobernado 2.037 días, en medio de 13 paros generales, la crisis de la deuda y la inflación mundial. No importó. En ese tiempo se fijaron los temas que (aún hoy) forman la agenda argentina: calidad institucional, limitación del poder presidencial, rol del Estado, nuevo sistema educativo, efectiva integración de la Patagonia, relaciones con los países vecinos y Mercosur.

Frondizi y Alfonsín fueron fustigados por sus errores: los que cometieron en la Casa Rosada y, después, como ex presidentes dedicados a la política.

La decantación histórica obligará a reconocer sus aciertos gubernamentales y a ignorar lo demás.

Nadie, por ejemplo, juzgará a Frondizi por no haber podido mantenerse hasta el 1º de marzo de 1964; o a Alfonsín por no haberse aferrado al sillón de Rivadavia hasta el 10 de diciembre de 1989. Frondizi y Alfonsín

Para un hombre de Estado, lo importante no es durar. Lo importante es perdurar. Sus ideas deben resultar más poderosas que sus propios gobiernos.

Fuente: https://edant.clarin.com/diario/2006/09/06/opinion/o-02501.htm


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