
Al igual que hace 2 años, el pueblo se expresó mediante un claro rechazo, en este caso, a Javier Milei persona. Es muy bueno que haya sido el voto popular quien le ha indicado su desconformidad total a su política antisocial y antinacional. La envergadura de la derrota nos muestra que no fue un aval político al “periperonismo” bonaerense o al gobierno de la PBA, sino que a sus propios adherentes se les ha sumado el voto de expresiones políticas diversas o apolíticos, que se cansaron de las falsas y difusas expectativas que ofrecía Milei, reñidas con la dura realidad socioeconómica.El discurso del gobernador Kiciloff fue prudente; lo cual indica que supo leer bien el resultado real de esta votación. Es una buena reacción, pero no alcanza.
El drama estratégico es que no hay una organización nacional para conducir un proyecto, que nos permita soñar con un futuro de desarrollo económico, humano y colectivo. Solo se asoma en el horizonte cercano, una serie de administradores de la crisis permanente, con recetas clásicas: más orden macroeconómico y apuntalar las commodities clásicas exportables: minería, campo y energía. Todas necesidades promocionadas por la demanda externa y no por la urgente necesidad de industrializar el país, crear empleo registrado y de calidad, y distribuirlo en todo el interior del país. Faltan dirigentes más interesados en construir un solo proyecto nacional que en desarrollar sus múltiples proyectos personales.
Es sensato pensar que el único o principal responsable de esta formidable derrota es Javier Milei, porque siempre el máximo dirigente es el máximo responsable. Además, su impronta personal es indiscutible y permite inferir que sus obsesiones simplistas contribuyeron como ningún otro intrigante de su gobierno, a hacer más profundo este fracaso político, social y económico.
Factores psicosociales. Mucho de sus adherentes se han cansado, luego de haberlas soportado sufridamente y haber fingido demencia, su soberbia, su impericia, sus contradicciones ideológicas, y su estilo agresivo, copiada de alguna teoría de la guerra cognitiva, pero evidentemente bastante estéril. Muchos sectores humildes o menos favorecidos habían depositado ilusiones en la motosierra, pero descubrieron tardíamente que no se aplicaba a la casta, sino que rebotaba sobre sus ingresos y empleos. Sin duda ha sido un proceso lento, pero inexorable de toma de conciencia de la realidad que se aceleró cuando quedaron expuestos los escándalos de presunta corrupción ($ libra, coimas ANDIS, y otros), que, pese a que han resultado verosímiles para la mayoría social, no fueron los detonantes de esta derrota electoral, claramente de índole económica, sino los aceleradores de la toma de decisiones.
La prueba de su inconsistencia psico-argumental fue el discurso post elección, donde acepta la dura derrota y luego de indicar que tomará medidas de corrección, manifiesta que seguirá insistiendo en todas y cada una de sus políticas públicas, inclusive el rumbo económico. O leyó mal lo que ocurrió o habla por hablar.
Factores políticos. Pareciera querer echarle la culpa del fracaso a los primos Menem y a Pareja, por la política implementada de “violeta o nada”, así como también por la recolección de candidatos o funcionarios (todos militantes residuales provenientes del PRO, del menemismo o del kirchnerismo). No fueron ellos los principales responsables de la debacle, sino “el Jefe”, decisora última de las decisiones. Ni hablar de sus internas, que a partir de su fracaso político se van a profundizar o bien perderán rápidamente funcionarios, militantes y adeptos.
La narrativa política de la LLA era un balbuceo simplista, destartalado y poco convincente, articulado por un continuo, monótono y agresivo “combate”: a la “casta”, a las “recaudaciones”, a periodistas ensobrados, a los “econochantas”, al uso de punteros, iglesias evangélicas, pago de asistentes a los actos partidarios, y la contratación de barras brava del futbol. Narrativa desmantelada por la realidad, que al descubrirse o volverse pública los deja atónitos, en silencio, con pocas reacciones y entran en pánico. El modelo del odio sistémico ha demostrado su fracaso.
Mala praxis política: enemistarse con sus aliados o con una parte de gobernadores e intendentes que podrían haberlos acompañado. Creer que es sostenible un modelo antidemocrático, sostenido en un régimen de vetocracia prolongada.
Factores económicos. Ha quedado demostrado que el gobierno ha perdido el control de la dinámica económica y se muestra impotente para estabilizar la economía. No podrá sostener en el tiempo esta política simplista para bajar la inflación. Se está consolidando la percepción entre los empresarios y el mundo financiero, que el plan está en un limbo, dado los imprevistos manotazos a que han apelado, como ser la absurda suba de las tasas de interés y de los encajes bancarios. Cualquiera sea el resultado electoral, es imposible que desde la política se fortalezca el supuesto plan económico. El “mercado” reclamará un reseteo bien profundo de su política económica, mejor aún si es sostenida por miembros o equipos de otros partidos políticos. Cuando los economistas más cercanos al gobierno, como Broda, Arriazu y Cavallo se apresuran en alertar acerca de los graves errores de la macro y de la política monetaria y terminan coincidiendo con las advertencias de otros profesionales como Melconian, Dal Poggetto, Lacunza, Redrado y Laspina, es que está terminada la credibilidad del “mejor gobierno de la historia”. Desde el exterior, el riesgo país muy alto, indica lo mismo. FIN. Diría el vocero Adorni.