Si uno lee la prensa argentina, parece que las críticas de Alberto Fernández a EEUU fueron lo más importante de la IX Cumbre de las Américas. En cambio, un asunto mucho más relevante para los intereses del país pasó casi inadvertido: la propuesta del presidente estadounidense Joe Biden para crear la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (Americas Partnership for Economic Prosperity, en inglés). Esta iniciativa es la formalización de la estrategia de nearshoring, que impulsa EEUU para generar cadenas de valor regional, priorizando los proveedores latinoamericanos y caribeños. La propuesta también incluye la recapitalización de BID Invest,el brazo privado del organismo, que deberá priorizar inversión privada para la región. Con este giro político, la primera economía del mundo definió a la región como un aliado estratégico y eso es una gran oportunidad para que países como Argentina reciban inversiones y exporten bienes y servicios con mayor valor agregado.
Washington había planteado a mediados de 2021 un cambio de visión estratégica hacia la región, en un documento que coloca al nearshoring como un pilar de la nueva política para revitalizar la industria de EEUU. En la última Cumbre de las Américas, celebrada en Los Ángeles, Biden ratificó esa nueva orientación: «Juntos tenemos que invertir para asegurarnos de que nuestro comercio sea sostenible y responsable y crear cadenas de suministro que sean más resistentes, más seguras y más sostenibles».
La apuesta por el nearshoring tiene también un componente geopolítico. EEUU decide prestar más atención al vínculo con los países de la región preocupado por el avance de China en América Latina. Durante la administración de Barack Obama, la Casa Blanca ya había advertido que la relocalización de las industrias estadounidenses hacia China había sido un error. «EE UU se dio cuenta de que la diversificación no solo era un asunto estratégico fundamental sino un concepto económicamente racional. América Latina, por ser vecina, puede aprovechar esta situación para abastecer al principal mercado del mundo», explica en una entrevista en Perfil Ángel Gurría, economista y diplomático mexicano que estuvo 15 años al frente de la OCDE.
¿Una nueva Alianza para el Progreso?
El nombre elegido por el presidente Biden no parece inocente. Remite automáticamente a otra propuesta similar, planteada seis décadas atrás: la Alianza para el Progreso promovida por el Presidente John F. Kennedy. Planteada en el marco de la guerra fría y tras la Revolución Cubana, la Alianza para el Progreso buscaba recalibrar el relacionamiento de EEUU con Latinoamérica. Tuvo consecuencias concretas, como la puesta en marcha del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los desarrollistas la recuerdan también por el debate entre Kennedy y Arturo Frondizi, que mantuvieron en una reunión reservada en la navidad de 1961 en Palm Beach. A pesar de sus mutuas simpatías y coincidencias, uno estaba preocupado por contener al comunismo con una ayuda económica y el otro pretendía que se destinaran al continente recursos para hacer la transformación industrial que cambiase las estructuras productivas, como una versión latinoamericana del Plan Marshal. Finalmente, la Alianza para el Progreso siguió la línea trazada por Washington: una asistencia financiera para educación y salud que no tuvo efectos multiplicadores en las economías de la región.
EEUU y el ‘nearshoring’, ¿la mejor oportunidad para la industria argentina en 60 años?
La política impulsada por Biden, sin embargo, tiene una impronta más afín con las ideas sostenidas por Frondizi. ¿Puede aprovechar América Latina esta oportunidad para desarrollarse? «Hay que ir con todo hacia el nearshoring, pero debemos hacerlo seriamente», sostiene Gurría. Se refiere a la necesidad de que los países de la región inviertan más en tecnología para dar respuesta a una demanda cada vez más sofisticada y no permanecer en el rol de exportadores de materias primas. El nearshoring permitiría integrar las cadenas productivas nacionales a la mayor economía del mundo, generar exportaciones con mayor valor agregado y, en definitiva, crear empleos de calidad bien remunerados.
Aun así, se echa en falta la puesta en marcha, por parte de la administración estadounidense, de instrumentos concretos que apoyen este proceso más allá de los anuncios. También es cierto que en la región no se muestran los liderazgos que puedan ser una contraparte, como en tiempos de la Alianza para el Progreso fueron Arturo Frondizi y Juscelino Kubitschek en Brasil.
Un país periférico como Argentina tiene que aprovechar estas oportunidades, que no se dan en todos los periodos históricos. Pueden ser determinantes para potenciar un proyecto de desarrollo propio, algo que en la actualidad ni siquiera se vislumbra. En vez de desperdiciar las cumbres internacionales pronunciando discursos para la tribuna local, los presidentes de la región deberían plantear una agenda asertiva y basada en los intereses nacionales. Todavía están a tiempo de aprovechar esta oportunidad.
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