Japón
Caricatura de la portada del libro 'The Rise and Fall of the Great Powers', de Paul Kennedy (1987)

El dibujo representa a EEUU bajando del tope del podio mundial y a Japón escalando para ocupar su lugar. A un costado, un Reino Unido molesto se aleja de las primeras posiciones. Es la portada de The raise and fall of the great powers, un libro famoso de Paul Kennedy sobre relaciones internacionales, publicado en 1987. La metáfora es obvia: Japón iba rumbo a ser la primera potencia mundial. El pronóstico no se cumplió y mucho tuvo que ver una decisión que se había tomado apenas dos años antes, el Acuerdo Plaza.

Todavía no existía el G7, pero sí el G5: EEUU, Japón, Reino Unido, Francia y Alemania Federal. En septiembre de 1985, el grupo de los cinco países entonces más industrializados se reunió en el Hotel Plaza de Nueva York para acordar una política monetaria global. El objetivo era provocar la devaluación del dólar contra el yen y el marco alemán para reducir el déficit comercial de EEUU, que ya alcanzaba niveles que la administración de Ronald Reagan consideraba preocupantes. La política fue un éxito y en dos años el yen se apreció un 100% contra el dólar, lo que dañó la competitividad japonesa. Fue tan efectiva, de hecho, que en 1987 se firmó en París el Acuerdo de Louvre que buscaba frenar la caída de la divisa norteamericana. Algo que no logró.

La apreciación del yen provocó la ralentización de la economía japonesa. El Banco de Japón intentó compensar la pérdida de dinamismo y mantener la tasa de inversión, explica el economista griego Yanis Varoufakis en El Minotauro Global (Capitan Swing, 2011), y para ello implementó una política monetaria expansiva. Baja tasa de interés y exceso de liquidez. Así se sembraron las semillas de la burbuja financiera e inmobiliaria, explica el ensayo del exministro de Finanzas de Grecia. Cuando la autoridad monetaria intentó subir la tasa de interés en 1990 para pinchar la burbuja, el mercado inmobiliario se derrumbó. Fue el fin del largo ciclo de alto crecimiento de Japón. 

Entre 1960 y 1990, el país asiático multiplicó su PIB por seis. Creció una tasa promedio del 6% anual durante tres décadas y se convirtió en la segunda potencia mundial. Tras el estallido de la burbuja, entró en una fase de bajo crecimiento. La crisis del sudeste asiático de 1997 y la crisis global de 2008 golpearon con dureza a la economía japonesa. En los últimos 28 años creció a una tasa promedio de menos del 1% anual.

El milagro japonés

La derrota militar de 1854 frente a EEUU desencadenó la crisis del régimen conocido como shongunato. Fue un golpe duro al orgullo japonés y facilitó la restauración imperial. En 1868 comenzó la era Meiji, que se caracterizó por una modernización acelerada de la economía inspirada en el modelo occidental. Y que tenía como objetivo fortalecer el ejército. El éxito del militarismo y el expansionismo llevaron a Japón a la primera plana internacional. Los sueños imperialistas murieron con Hiroshima y Nagasaki, pero tras las bombas nació el milagro japonés.

Japón y Alemania, los grandes vencidos en la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en dos pilares de la economía de la posguerra. Es sorprendente, pero no casual, según la interpretación de Varoufakis. Formaban parte de lo que el griego denomina el Plan Global. Y eran la contracara de Bretton Woods, el orden económico mundial que rigió a partir de 1945 y llevó a que el dólar se convirtiera en la divisa hegemónica. La idea era crear “al menos dos monedas fuertes adicionales que actuasen como amortiguadores en caso de que la economía americana sufriera una de sus muchas desaceleraciones periódicas”, explica el economista en El Minotauro Global. Japón y Alemania tenían ventajas indudables para los intereses norteamericanos: eran países ocupados militarmente por EEUU, tenían bases industriales sólidas y mano de obra calificada, y podían cumplir un rol clave en el nuevo mapa geopolítico, marcado por la rivalidad entre Washington y Moscú.

El plan para Japón se encontró, sin embargo, con un traspié inesperado. El pequeño país era incapaz de generar demanda suficiente para su desarrollo industrial. Necesitaba un mercado más grande, un destino para sus productos. El candidato natural era China, pero el triunfo de Mao Tse Tung en 1949 cerró esta posibilidad. La Guerra de Corea estalló dos años después y generó una nueva oportunidad. Japón se convirtió en el proveedor del ejército norteamericano, lo que favoreció la recuperación de la industria y provocó un incremento de las inversiones. El Plan Marshall japonés.

La interpretación de Varoufakis pone en el centro del desarrollo económico japonés —también del europeo— a la política exterior norteamericana. EEUU no se limitó a usar a la isla como base para el abastecimiento militar, sino que utilizó la influencia sobre sus aliados para fomentar las exportaciones japonesas. A pesar de la oposición de Reino Unido, logró la incorporación de Japón en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), el antecedente de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Lo más sorprendente, sin embargo, fue que Washington abrió el propio mercado norteamericano a las importaciones de Japón, subraya el exministro griego. Lo convirtió en su área económica de influencia. Una política que cuesta comprender en la actualidad, a la luz de la guerra comercial entre Trump y Xi Jinping.

El modelo del comercio exterior japonés se fortaleció con una nueva intervención de EEUU: la guerra de Vietnam. Un subproducto del conflicto, afirma Varoufakis, fue la industrialización del sudeste asiático. Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur, Tailandia, Filipinas, Indonesia y Malasia crecieron a ritmos acelerados y se ganaron el mote de los tigres del sudeste asiático a raíz de la transformación económica que provocó el enfrentamiento.

Japón y el sudeste asiático marcaron el camino para China. La reforma económica emprendida en 1978 por Deng Xiaoping se inspiró en ambos y tiene fortísimo sesgo exportador, al igual que estos países. El resultado es la China actual. La guerra comercial entre la República Popular y EEUU tiene un trasfondo similar al del Acuerdo Plaza. En Pekín ya están alertados sobre las consecuencias que trabajo esta concesión sobre la economía japonesa, sostiene Bruno Fanelli, asesor de la Dirección de Análisis Estratégico de la Nación Argentina.

La preocupación de Trump con China tiene sustento. El déficit comercial de EEUU con la República Popular creció exponencialmente desde 2001, cuando el país ingresó a la OMC. A pesar de la retórica trumpista, la balanza comercial norteamericana alcanzó en 2018 el mayor saldo negativo en una década: 621.000 millones de dólares. Casi el 70% de ese déficit lo explica el comercio con China

La crisis del sudeste asiático

El Acuerdo Plaza trastocó las bases del modelo de inserción internacional japonés. Tras la apreciación del yen, las compañías japonesas compensaron la disminución de la demanda de EEUU con el incremento de las ventas hacia el sudeste asiático, explica Varoufakis. En paralelo a este movimiento, sostiene el griego, el gobierno de EEUU, el FMI y el Banco Mundial presionaron a los países del sudeste asiático para que liberalizaran sus economías. El objetivo era facilitar las inversiones extranjeras en la región. Los tigres cedieron, los capitales fluyeron y provocaron un alza de los precios de las acciones y de la vivienda. Una nueva burbuja, también alimentada por el exceso de liquidez en Japón. La crisis estalló en 1997, lo que provocó fuga de capitales, la devaluación de las divisas, la recesión y el aumento del desempleo. El FMI socorrió a estas economías, pero exigió duras medidas de austeridad que agudizaron la recesión. Y este fue un nuevo golpe para Tokio.

Japón vivió una transformación espectacular de la economía entre 1960 y 1990. Creó una economía moderna e hipercompetitiva. El Made in Japan pasó de ser sinónimo de baja calidad a estar asociados a altos estándares. Y no perdió competitividad en el camino. Hace tres décadas, sin embargo, el país está en una fase de lento crecimiento. Y los diferentes intentos por dinamizar la economía no han fructificado. El último es el plan del actual primer ministro Shinzo Abe, conocido popularmente como las abenomics. El resultado fue el robustecimiento económico, pero la política de fuerte expansión monetaria, inversión en infraestructura y reformas estructurales que implementó en 2012 cuando llegó al poder no ha cumplido las expectativas.

El espejo japonés devuelve una imagen nítida para Pekín. Pero también la crisis de los tigres asiáticos, que sufrieron las consecuencias más duras tras la liberalización de su mercado de capitales. Ambas explican tanto resistencia del gobierno de Xi Jinping a ceder a las presiones de Trump, como la insistencia del presidente norteamericano para que China revalúe el yuan y abra la economía al capital extranjero.