Milei ha responsabilizado a la “casta” (algunos políticos, empresarios y jueces) de servirse del Estado para su propio beneficio. Con ese argumento deduce maliciosamente que es necesario destruir el papel del Estado. Otra alternativa sería sanear la corrupción y hacer eficiente el estado, como ocurre en otros países; pero esa razonable posición es soslayada por Milei porque su plan (un modelo enmascarado) proviene de teorías económicas minoritarias y prácticamente no utilizadas por ningún gobierno del mundo. Dice adherir únicamente a Occidente, a EEUU y a Israel. Pero eso no aclara demasiado. Miremos con quien se lleva bien y con quién no.
Milei ha “amonestado” ideológicamente a los dirigentes reunidos en el Foro de Davos (establishment bien occidental, liberal, cosmopolita, mediático, académico e intelectual), pertenecientes a las grandes transnacionales tradicionales, que impulsan prácticas políticas globales, basadas en la estrategia del financista Soros, consistentes en alternar gobiernos conservadores y socialdemócratas, ambos sostenedores de una gobernanza global centralizada, fraccionando a las sociedades y así desalentando cualquier proyecto nacional, mediante acciones culturales, tales como el wokismo, feminismo extremo, indigenismo y otros.
Sus expresiones políticas están concentradas en Bruselas (sede de la Unión Europea) y en el Partido Demócrata (USA). Por eso Milei enfatiza sus diatribas opositoras contra la socialdemocracia (Sanchez en España, la UCR y las variantes “progres” del peronismo, en Argentina), además de ignorarlo a Macri y al PRO aún no absorbido por la LLA. Del evidente castigo ideológico que hace Milei contra todas estas corrientes que abrevan, directa o indirectamente en el Foro de Davos-Soros, se infiere que no es éste su soporte principal, aunque sus funcionarios pueden estar negociando temas puntuales para suavizar su política internacional.
En relación a otras partes del mundo, Milei plantea una excesiva obsesión contra el “Comunismo”, casi inexistente como teoría política global, ya que muchos países están expresando diversas variantes nacionalistas, con distintos sesgos organizativos del estado. Son el caso de China, Rusia y la de numerosas potencias intermedias, como India, Indonesia, Arabia Saudita, Vietnam y en particular a los agrupados en el BRICS, del cual Milei ha decidido rechazar la entrada de Argentina a dicho Foro. A eso se suma otro grave error estratégico de Milei, como haber maltratado “ideológicamente” a China y haber obstaculizado sus obras y proyectos locales, sólo por “atender” las indicaciones de las autoridades norteamericanas, a las cuales “adhiere” sin condiciones, al igual que su enamoramiento precoz con Israel y su defensa de Netanyahu. También adopta una prédica obsesivamente contraria a varios líderes socialdemócratas o socialistas, de países amigos o importantes para nuestro comercio internacional. Tal es el caso de Lula da Silva en Brasil. Hasta aquí podríamos encontrar una cierta coherencia ideológica personal, pero extraña para un presidente, en un mundo dominado por la defensa (no ideológica) de los Intereses Nacionales.
Desliza cierta simpatía con Trump y se reúne con sus partidarios. Independientemente de sus formas y expresiones ostentosas, claramente Trump es proteccionista, poco liberal en comercio internacional y amigable con Putin. Milei se reúne en Europa con los representantes de la llamada “extrema derecha”, siendo que en realidad son un conjunto variopinto, unidos sólo por sentirse agredidos, política y culturalmente, por los burócratas de Bruselas. Inclusive el premier húngaro Viktor Orban es un declarado pro-Putin y enemigo de su “amigo” Zelensky. Casi todos son conservadores, soberanistas y parcialmente proteccionistas, opuestos frontalmente a las doctrinas anarco-libertarias, aunque haya coincidencias (parciales) en cuanto a expresiones emotivas extremas de índole religiosa o racial. Demasiadas contradicciones para que nadie las expone localmente; ni los partidos progresistas ni los liberales ni sus respectivos periodistas o medios de comunicación. Extraña paradoja de los que parecen ser opositores, pero tal vez no lo sean tanto.
Los líderes de las grandes empresas tecnológicos (META-Zuckerberg, TESLA-Musk, GOOGLE-Pichai, OPENAIAltman y APPLE-Cook) son exóticos transhumanistas billonarios claramente beneficiarios de una cultura anarco-libertaria y creen que el modo de conducir al mundo del grupo Davos-Soros ya está agotado por la resistencia popular. Se inclinan por lograr los mismos objetivos de poder mediante el fraccionamiento y control social por la vía ultra-tecnológica, sin un gobierno global centralizado aunque favorecen un caos sólo ordenable desde las plataformas. Como dice Giuliano da Empoli “hay una transferencia de poder desde la dimensión política a la tecnológica”. Los “ingenieros del caos” (Giuliano da Empoli) utilizan los algoritmos para incentivar los odios subyacentes en cualquier sociedad, buscándolos y potenciándolos en cada segmento, para lograr los fines buscados en cada caso. La ubicación estratégica de Milei debe deducirse de sus movimientos actuales y sus reiterados viajes internacionales. A partir de resultar electo como presidente, fue rodeado por los poderes externos tecnofinancieros de EEUU, Israel y GB, brindándole una cobertura mediática mediante invitaciones internacionales, en su calidad de showman carismático, y que lo utilizan para dar la “batalla cultural” en la lucha del poder global. Tantos viajes internacionales sin haber visitado ni recibido a los presidentes de los países vecinos, ni aún los del Mercosur, suena a algo poco lógico para un presidente que debería atender los Intereses Nacionales más cercanos y elementales de su país. Se parece al Menem sobreactuando su participación extra-OTAN y sus “relaciones carnales”, pero sin su carisma y su habilidad política, pero similar en sus probables resultados destructivos del patrimonio público y de las pymes industriales; casualidad o no, volvió a aparecer Cavallo.
Según el mismo declaró, Milei pretende liderar un proceso de inserción de Argentina siguiendo lo que hizo Irlanda hace dos décadas atrás, en simultaneidad con un ajuste social alla griega, que diez años después no pudo recuperar el mínimo nivel de vida de sus habitantes. Sus esperanzas personales se centran en ser el adalid ideológico y difusor mediático de los líderes de las empresas tecnológicas. No nos olvidemos que estas empresas han crecido notablemente minimizando al máximo el pago de impuestos; reducción que producen el deterioro de las prestaciones del estado, lo que implica un deterioro de su imagen pública. Para ello las tecnológicas hacen competir a las naciones, ofreciéndoles algunas inversiones a cambio de pedirles, rotativamente, mayores bajas de impuestos para las empresas, mientras sus casas matrices se instalan en los paraísos fiscales para repartir regalías.
Es decir, Milei apuesta a que, con su sola presencia mediática, se convertirá en el catalizador de las grandes inversiones de las tecnológicas, sin necesidad de concertar con el resto del arco político local y sin la “aprobación” de la sociedad. Resultaría una profunda transformación productiva, que habría que planificar con mucho detalle, para no dejar en la miseria a más de la mitad de la población, por las obvias exigencias de bajas impositivas. Milei pone todas sus fichas a ese capitalismo informacional (Manuel Castells dixit), la nueva fase ultra-tecnológica (viajes al espacio, tecnologías de control social, ciborgs, robots, inteligencia artificial y similares) del capitalismo financiero. Al menos el presidente debería exponer claramente el modelo que propone para ser debatida por toda la sociedad, analizando sus beneficios, pero también sus riesgos.
Sin la conducción patriótica de un proyecto nacional debatido abiertamente y acordado por ciertas mayorías, el desorden y el fraccionamiento interno, crean las condiciones para la privatización de las decisiones soberanas del estado; la política se convierte en la pantalla de lo que se programa o ejecuta desde las sombras. La política se convierte en puro show; las nuevas reglas (más emociones extremistas que debate racional) se imponen desde las plataformas tecnológicas, las redes o el celular. La relación entre la ficción y la política se transforma en estructural. El debate parlamentario se debilita y las democracias crujen. Por todo ello, tanto en Europa como en EEUU algunos políticos patriotas comienzan a tratar de ponerles límites. En China o Rusia esos problemas también existen, pero más moderados porque el Estado aún mantiene un poder superior a las tecnológicas y regula esos conflictos. Lo mismo ocurre en todas las potencias intermedias, como la India, Turquía, Arabia Saudita, Israel, Indonesia, Vietnam, y otros.
Milei tiene en mente un modelo tipo enclave, para una minoría poblacional, en que las tecnológicas se instalarían en Argentina porque se ofrecerían condiciones impositivas muy bajos, abundancia de recursos humanos apropiados y adhesión incondicional a EEUU. El modelo de Milei se completa reduciendo el papel internacional de Argentina a ser un proveedor de productos primarios agrícolas, con extractivismo minero, exportador de petróleo y gas sin valor agregado, y además permanentemente amenazado por su deuda eterna. Hasta ahora el apoyo externo recibido es meramente político y comunicacional. El verdadero éxito económico solo se verificará cuando haya reales niveles de inversión, crecimiento del empleo y mejora de los salarios. Todo aún demasiado lejano como para opinar. Hoy estamos en presencia de una fuerte recesión, una caída enorme del consumo, creciente desempleo, pobreza desatendida, una inflación aún elevado y problemas de gestión de carácter estructural, dado que el presidente “no entiende la política local”.
No hay dudas que hubo un fracaso de los gobiernos anteriores, y que el Estado debe transformarse en uno más chico y eficiente, para cumplir sus objetivos definidos en un nuevo modelo de desarrollo, democráticamente adaptado a estas épocas. El éxito político de Milei estará determinado por la evolución de la situación política local más que por sus shows admonitorios y su mesianismo autocelebratorio externo.
Si no mantiene una iniciativa mediática constante que le garantice una atención permanente no podrá controlar la agenda diaria o semanal, ya que ésta es la que conduce el proceso político, e imprime su sello a la percepción de la realidad cotidiana; lo que de ese modo facilita que las mediciones de imagen se mantengan dentro de ciertos valores, relativamente altos. Si todo esto decayera fuertemente, perdería su importancia hasta para sus “controllers externos”, y se iniciaría otro escenario.
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