
El 2 de septiembre celebramos el Día de la Industria, en recuerdo de la primera exportación realizada desde el actual territorio argentino en 1587 (la carabela San Antonio, rumbo a Brasil, llevaba en sus bodegas un cargamento proveniente del Tucumán, fletado por el obispo de esa ciudad. Se trataba de tejidos y bolsas de harina producidos en la por entonces próspera Santiago del Estero). Más allá de la efeméride, esta fecha invita a reflexionar sobre el rol de la industria en la economía nacional y sobre los desafíos que enfrenta en un mundo atravesado por tensiones geopolíticas y revoluciones tecnológicas.
El peso de la industria argentina
Lejos de ser un actor marginal, la industria argentina mantiene un rol decisivo en el entramado productivo y social. El sector manufacturero representa el 19,2% del PIB y emplea a 1,2 millones de trabajadores formales, casi el 19% del empleo privado. Sus salarios superan en promedio a los de otros sectores, aportando el 21% de la masa salarial total.
En exportaciones, las manufacturas de origen industrial y agroindustrial representan más del 60% de las ventas externas. A su vez, la industria explica el 23% de la recaudación nacional y concentra dos tercios de la inversión en investigación y desarrollo (I+D). Con 52.000 empresas distribuidas en todo el país, es un sector que combina generación de empleo, creación de divisas y densidad tecnológica.
Por su capacidad de integrar socialmente y de impulsar cadenas de valor, la industria sigue siendo un pilar para cualquier estrategia de desarrollo económico.
Una economía global en reconfiguración
El contexto internacional plantea un escenario inédito. La guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China no se limita a aranceles: es una competencia estratégica por insumos críticos como semiconductores, baterías, minerales estratégicos y tecnologías de frontera.
Washington respondió con la Inflation Reduction Act, que destina más de USD 370.000 millones en subsidios e incentivos para energías limpias, electromovilidad y producción de semiconductores. Europa sigue la misma senda tras la pandemia y la guerra en Ucrania, promoviendo el retorno de inversiones industriales a su territorio.
El modelo de off-shoring de los años 90 —trasladar fábricas a Asia para reducir costos— está siendo reemplazado por el reshoring y el near-shoring, con el objetivo de producir más cerca de los mercados y en países aliados. La producción ya no se define solo por costos laborales, sino también por seguridad geopolítica.
Para Argentina, este proceso abre oportunidades: integrarse a cadenas regionales de valor, convertirse en proveedor confiable de alimentos, energía y minerales, y captar inversiones de empresas que buscan diversificar su localización. Pero también expone un riesgo: quedar atrapados en un rol exclusivamente primario-exportador si no logramos desarrollar nuestras capacidades industriales.
Inteligencia artificial y robótica: la nueva frontera
A la par de las tensiones geopolíticas, la revolución tecnológica redefine la producción. La inteligencia artificial y la robótica avanzada se consolidan como factores diferenciales de competitividad. No se trata solo de reducir costos, sino de rediseñar procesos, anticipar fallas, personalizar productos y aumentar la eficiencia.
La llamada Industria 5.0 propone una integración entre automatización, sostenibilidad y talento humano. La robótica colaborativa deja de ser amenaza para convertirse en aliada, liberando a los trabajadores de tareas rutinarias. Para las PyMEs, la incorporación de IA puede significar un salto de productividad similar al que en su momento significó la electrificación o la informática.
Sin embargo, la brecha tecnológica es un riesgo real. Sin acceso a financiamiento, capacitación y transferencia tecnológica, muchas empresas pueden quedar fuera de juego. La clave estará en diseñar políticas que faciliten la digitalización, el acceso a tecnologías y la formación profesional de la fuerza laboral.
Argentina ante sus desafíos estructurales
Nuestro país combina fortalezas y debilidades. Del lado positivo, abundancia de recursos naturales, un mercado interno de 46 millones de habitantes, capital humano calificado y un sistema científico-tecnológico reconocido en áreas como biotecnología, energía nuclear, software y satélites. También una industria diversificada que, pese a crisis recurrentes, ha mostrado resiliencia.
Del lado negativo, una macroeconomía inestable, bajo perfil exportador (Argentina participa con apenas 0,25% del comercio mundial, contra el 2,4% que llegó a tener en los años 20), trabas regulatorias y un sesgo anti-exportador siempre latente.
Superar esas restricciones exige una estrategia de neo-industrialización, basada en:
- Integración de cadenas de valor ligadas a sectores tractores (energía, minería, agroindustria, forestoindustria).
- Inversión en digitalización, IA, robótica e industria 4.0/5.0.
- Políticas de marca, diseño, certificación de calidad y sostenibilidad.
- Desarrollo de proveedores y clusters regionales.
- Transición energética y productiva verde, entendida no solo como requisito externo, sino como fuente de nuevas rentas y empleos.
En síntesis: aprovechar nuestras ventajas comparativas, pero transformarlas en ventajas competitivas.
Un país sin industrialización no solo no crece, sino que retrocede
El rol de la política pública
La experiencia internacional muestra que la política industrial está de regreso. Estados Unidos y Europa lo entienden y actúan en consecuencia. Argentina no puede resignarse a un camino desregulado: necesita un Estado que articule políticas de desarrollo productivo con estabilidad macroeconómica.
Los ejes prioritarios son claros:
- Estabilidad: moneda estable y acceso a financiamiento.
- Apertura inteligente: dinamizar exportaciones sin descuidar el mercado interno.
- Agenda tecnológica y social: digitalización de PyMEs, capacitación laboral en IA y robótica, y políticas ambientales consistentes.
Una industria fuerte no solo genera divisas y empleo; también refuerza la cohesión social y otorga capacidad de negociación internacional.
Conclusión
El Día de la Industria debe ser algo más que un homenaje al pasado. Es una oportunidad para proyectar el futuro. El mundo se reorganiza en torno a la disputa tecnológica entre potencias y a la adopción masiva de inteligencia artificial. Argentina no parte de cero: tiene recursos, capacidades y una historia industrial consolidada.
El desafío es no repetir errores. La neo-industrialización debe ser nuestra brújula: un proyecto que combine recursos naturales, innovación tecnológica y apertura exportadora. Porque en el siglo XXI, ningún país sin industria será plenamente soberano.
