No sorprenden las declaraciones del futuro embajador de EEUU en Argentina, Peter Lamelas; simplemente son coherentes con quienes gobiernan hoy a Argentina. Las potencias se manejan con flexibilidad táctica. Leen la realidad de cada país y actúan acorde a esa lectura. No cambió EEUU; simplemente tanto se degradó Argentina, que un futuro embajador adopta posiciones abiertamente anti-diplomáticas, porque tiene conocimiento cierto que el gobierno de Milei, ha puesto en venta los restos de la soberanía nacional, solo para obtener ventajas personales, reemplazar a la “vieja casta” por una nueva, de menor nivel intelectual e institucional, encabezada por él mismo.
No seamos ingenuos; siempre las potencias (todas, todas) ejercen su poder, su influencia, para defender y acrecentar sus propios intereses nacionales. Lo hace presionando, ofreciendo, sobornando, atacando, casi siempre en forma sutil o al menos, no demasiado visiblemente. Pero es poco frecuente, al menos en este siglo XXI, donde el mundo ya no es hegemónico, sino multinodal, que un diplomático, exprese abiertamente que pretenda ejercer el mando directo de lo que debe hacer Argentina, interna y externamente.
En principio, viola el artículo 41 de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961) que establece claramente: «Los agentes diplomáticos no deberán inmiscuirse en los asuntos internos del Estado receptor”. Sus palabras, ejercidas como un algoritmo, que el nuevo paradigma argentino debería obedecer, choca contra la voluntad popular y viola elementales principios diplomáticos, que transformarían a la embajada en una plataforma de corrección ideológica. Pretende intervenir políticamente, ejerciendo presión directa sobre el poder judicial argentino (ref. a CFK); vulnerar la mínima neutralidad, apoyando explícitamente el proyecto político partidario de LLA, que es sólo una fracción ideológica de un país democrático; supervisar a los gobiernos provinciales para “vigilarlos” para que no hagan convenios con China u otros países no aprobados por EEUU; esto viola además la organización federal del país.
La pregunta pertinente es porqué en estos tiempos la diplomacia abandona su máscara de neutralidad. No se trata de un error personal o meras transgresiones protocolares, sino el ejercicio de un nuevo paradigma global, donde el derecho internacional se subordina, sin explicaciones racionales, a los intereses nacionales, geopolíticos, militares, tecnológicos o comerciales. Para ello se avanza sobre la soberanía que cada nación no defiende, por debilidad estructural, por hiper-fraccionamiento interno, o por acción deliberada de gobiernos o intermediarios locales vasallos.
Las potencias tienen una estrategia activa (guerra irrestricta o híbrida) de injerencia política, judicial, territorial e institucional sobre el resto de los países, pero toman recaudos para actuar cuidadosamente cuando éstos y sus gobiernos hacen respetar sus respectivas autonomías estratégicas. Pero no cuidan las formas diplomáticas más elementales cuando se encuentra con gobiernos que se sienten cómodos con estar alineados automáticamente (ser colonias preferenciales), sin defender los intereses nacionales propios.
La presente es una versión moderna de la recordada Doctrina Monroe, tan rechazada por las diversas escuelas diplomáticas argentinas, o de otras versiones, como las del Proceso Militar o de las épocas de Menem (aliado extra-OTAN). Deberían recordar que “Roma no paga Traidores” y que cuando ya no sean de utilidad, se los descartará y si es necesario se los juzgará, utilizando los mismos archivos de sus “colaboradores”, que las potencias guardan celosamente. (Junta Militar argentina, Pinochet, Noriega, otros)
La cuestión de declinar la soberanía es siempre la misma: que se obtiene a cambio para los intereses nacionales. En la actualidad, como reemplazar inversiones chinas, país con el cual tenemos más del 45 % del comercio exterior, aunque seguimos siendo deficitarios, al igual que con los EEUU. La solución no es, precisamente, la alineación automática, sino por el contrario, se trata de ejercer la máxima “autonomía estratégica”; ser en lo posible, amigo de todos y negociar todo con todos, siempre con el objetivo de lograr beneficios para los Intereses Nacionales.
Argentina ya es muy endeble, con fuertes debilidades institucionales, políticas y económicas. A tal extremo de degradación hemos llegado que permitimos que tales declaraciones se emitan sin consecuencias inmediatas, y más grave aún, hasta son incluso celebradas por parte del oficialismo. La consigna de los años 70, de “Liberación o dependencia”, parece una consigna marciana en estos momentos.
Bien decía Zygmunt Bauman: “En la era del descarte, hasta las naciones tienen fecha de caducidad”. La soberanía nacional es descartada como valor simbólico, tan importante como lo material, porque hace a la esencia misma de la existencia nacional. Reducir la diplomacia a los negocios, y entregarnos a manos de un poder hegemónico, subordinándonos a intereses externos, no es una opción de un país que pretende ser libre y soberano. Después podrían venir para cambiar la Constitución Nacional ….
Asistimos a una estrategia de gobernanza poswestfaliana, coherente con las doctrinas de guerra actuales; la “no injerencia” se subordina a los intereses estratégicos, comerciales y de seguridad de las potencias. Cada embajador actúa como operador político con inmunidad, sin límites institucionales efectivos, convirtiendo a los estados en zona de conflicto; donde la claridad de los gobernantes es la clave para las opciones posibles: mantenerse defendiendo sus intereses personales, aunque sacrificando a sus pueblos bajo supervisión ideológica extranjera, o bien arriesgarse personalmente para clarificar la política nacional con firmeza y transparencia, recuperándola para ser un instrumente inteligente de un proyecto colectivo de unidad nacional, y de paz con el resto de las naciones