La democracia ha logrado en décadas ser la mayor oposición y antítesis de los regímenes autoritarios y en sus variadas vertientes, a veces imperfectas, que van desde ideologías socialdemócrata, liberal y conservadora ser el instrumento para mejorar la vida de la gente y ser el garante del estado de derecho.
A pesar de ser el sistema político que garantiza la participación de toda la sociedad que ha logrado grandes avances en décadas, en estos últimos años hemos sido testigos que las democracias vienen atravesando diversas dificultades con la aparición de partidos políticos que se disfrazan de democráticos y esconde por debajo de la alfombra sus verdaderas intenciones que generan un obstáculo en la consolidación en el sistema, sino también ponen en riesgo la gobernabilidad de los países.
La falta de creencias y confianza en los partidos tradicionales y en las instituciones, circula como un virus que envenena a la sociedad y se expande generando un profunda polarización social con fuertes condimentos de violencia y pérdida de cohesión social.
Cuestionamientos múltiples con un claro rechazo a los gobiernos, sus instituciones y a la dirigencia política, señalada por casos de corrupción y de ser la causa fundamental del fracaso para lograr un progreso socioeconómico con mayor equidad social. Allí radica la crisis de confianza en las élites gobernantes que son vistas que utilizan las herramientas del Estado en beneficio propio, desprotegidos de una globalización sin control, falta de ingresos sustentables y de empleo, deficiencias en el sistema de salud y un fuerte crecimiento del crimen organizado.
A pesar de que las democracias tras el fin de la Segunda Guerra Mundial fueron artífices de avances de derechos políticos, libertades civiles, de expresión y conciencia, crecimiento económico con reducción de la pobreza, sin embargo, su impacto fue desigual.
Si bien la democracia en conjunto con la globalización generó nuevos incentivos y oportunidades que integraron al planeta que permitió más prosperidad y redujo la pobreza no pudo impedir la desigualdad económica y un poder desmedido de las corporaciones. La mitad de la riqueza mundial pertenece al 1% más rico de la población que deja en evidencia un aumento en la concentración de la riqueza.
Este desequilibrio muestra una notable disminución en los niveles de movilidad social, pocos incentivos intergeneracional con grados de pobreza sumado a faltas de incentivos que provocan frustración en los más jóvenes y privilegios desmedidos en los actores del poder no compatible con los valores de la democracia.
En un mundo cambiante como el actual con nuevas tecnologías que emergen con desafíos explícitos que aceleran con rapidez y pueden generar incertidumbre y desestabilizar los patrones anteriores de manera positiva y negativa, con una coexistencia de optimismo y esperanza, pero que puede generar un temor a futuro.
La aparición de liderazgos populistas, tanto de izquierda como de derecha, en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos, con lideres mesiánicos que cuestionan al sistema al que consideran podrido y ser el causante de todos los males de la sociedad, con su irrupción desmedida a través del uso de fuerza verbal y con un temario radicalizado que tiene como misión terminar con las élites gobernante acusada de corrupta y de un gasto excesivo del estado de bienestar. También, apunta a soslayar a la justicia, criticar y manipular a los medios de comunicación tergiversando la información con infundios desmedidos con el objetivo de exacerbar y polarizar aún más a la sociedad.
Estos nuevos lideres carismáticos, en algunos casos, explotan lo peor de la sociedad desde el resentimiento con altos contenidos de racismo y xenofobia apuntando a un sector de la población con baja autoestima, hartazgo generalizado en la política tradicional y cero expectativas de un futuro mejor. Al captar a ese sector generan un vínculo pseudorreligioso de dependencia divina con los ciudadanos que los aleja de los valores democráticos tradicionales sea liberal, conservador o socialdemócrata.
No es una novedad estos tipos de liderazgos. Se dice que la historia es cíclica y se repite. Suelen aparecer tras crisis socioeconómicas como sucedió en el siglo pasado en la décadas del 20 y 30 como sucedió en varios países del Viejo Continente y en Latinoamérica.
El desafío actual de las democracias en un mundo que atraviesa la Cuarta Revolución Industrial en un clima de insatisfacción y una creciente segmentación poblacional es adaptarse a los nuevos desafíos no solo tecnológicos sino políticos ante la incipiente marea populista. Las democracias deberán cumplir con su contrato social original con gobiernos modernos que se adapte a estos nuevos tiempos acompañados de una estabilidad social y política con desarrollo económico que generen nuevas oportunidades de ascenso social, educación y un sistema de salud de calidad y, sobre todo, una gobernanza ética y sustentable.
El germen populista suele ser fértil cuando encuentra una sociedad sin esperanza de un cambio real. Defraudados los ciudadanos apuestan a algo distinto que cambie su realidad. Para evitar este escenario se necesita que las democracias sean una responsabilidad de todos los ciudadanos y los grupos de poder velar por su sostenibilidad y participar activamente para mejorar las deficiencias del sistema.
Al contrario, si son cómplices, por conveniencia u omisión, de apoyar a estos populismos autoritarios y los ciudadanos por cualquier índole optan por seguir este camino el mundo será más individualista, decadente y sombrío.