El gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, uno de los convocados para el “Pacto del 25 de mayo”, que se realizaría en su provincia señaló al respecto del mismo que “ A este plan fiscal le faltaba un plan productivo, y sin el plan productivo el plan fiscal se cae. Se necesitan medidas que generen producción y empleo “. Algo similar ocurre con la cuestión educativa.
Y efectivamente, al igual que en los ejes del DNU y la frustrada ley ómnibus, la producción brilla por su ausencia en el mentado Pacto de Mayo. Se plantean desregulaciones, reformas aperturas comerciales pero no el que como y quien vamos a producir, ni a quienes vender. Y es que el liberalismo prescinde de estas cuestiones claves del interés nacional pues la respuesta le es obvia: lo definirá el mercado.
Es así que el decimo mandamiento del Pacto del 25 propone “La apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina vuelva a ser una protagonista del mercado global”. Esto sin un plan estratégico tecnológico industrial, como tienen Estados Unidos, Brasil, China o cualquier país que piensa el desarrollo, implica exportaciones de los sectores transables competitivos de siempre (agro, turismo, economía del conocimiento, algunos servicios mas y minería) pero importaciones de industrias manufactureras que hoy no pueden ser competitivas. Es el afianzamiento de la estructura productiva que nos ha limitado desde principios del siglo XX al subdesarrollo (sí de cuando Milei dice que eramos potencia mundial).
Pero el verdadero problema es que estas industrias tan criticadas son precisamente aquellas que sostienen el empleo y la cada vez más castigada clase media trabajadora de los conurbanos. Sin consumo interno, en una economía recesiva e inflacionaria, con jubilaciones y sueldos informales que no acompañan la inflación, la travesía ya es per se ardua para las pymes y las familias que viven en ese ecosistema. Una apertura sin contemplaciones será terminal.
El dato, de por si preocupante, es grave porque en Argentina, el conjunto de las PyMEs genera el alrededor del 85% del empleo privado y aporta casi el 50% del PBI. Son aquellas empresas que fueron otrora el núcleo del modelo de sustitución de importaciones en los 70 pero también en estos últimos años de proteccionismo cepos y restricciones a las exportaciones. Son medianas, pequeñas y micro empresas y comercios que crecen cuando el consumo se expande y entran en crisis cuando se estanca. Podrían ser competitivas con otras condiciones logísticas, laborales, impositivas o financieras —por no mencionar la inflación—, pero necesitan protecciones estatales y subsidios para sostenerse en la coyuntura actual. Incluso un peldaño más abajo están los sectores de baja productividad que estos sí solo se sostienen gracias a la asistencia estatal. Son actividades que, sin embargo, cumplen un rol importante desde el punto de vista social porque generan muchos puestos de trabajo. “Garantiza la paz de los conurbanos”, según el politólogo José Natanson. La contracara es que suelen generar empleos mal remunerados, muchos en la informalidad, y de baja productividad. Empleos de subsistencia que si dejan de existir no podrán incorporar aquellos sectores pujantes y competitivos como ya demostró la experiencia liberal de los 90. No alcanza solo con estos sectores si queremos tener una sociedad con paz, equidad y armonía, es decir vivible .
El peligro es enorme, directo a nuestra propia esencia como sociedad, Así lo plantea Ignacio Fidanza en LPO: “si Milei tiene éxito y alcanza el equilibrio fiscal y logra bajar la inflación, el camino despiadado que eligió puede terminar consolidando un país con más de la mitad de su población en la pobreza. Con destrucción de empleo y con salarios recuperándose en dólares de los privilegiados que tengan trabajo. Una sociedad dual como en el menemismo, pero con el doble de pobres. Milei habrá conseguido así la hazaña de meter a la Argentina por la puerta grande en Latinoamérica. Adiós al gran país sudamericano de clase media.”
La ceguera de la lógica eficienticista del Dios Mercado
Por convicción y dogmatismo Milei entiende que serán las propias leyes del mercado las que se encarguen de normalizar y dinamizar a la producción. Si los populistas se enfocan en la micro y descuidan la macro, claramente los liberales se preocupan por la macro pero tienen un total desinterés por la micro. Solo el desarrollismo comprende la relevancia de ambas dimensiones y su estrecho vínculo, e incluso de la meso economía.
Es posible haya medidas dentro de la cartuchera liberal, como puede ser el fin de mucha regulaciones y burocracia ineficientes, así como la imprescindible reforma laboral, que si esta bien diseñada traerá amplios beneficios a todo el sector productivo. Pero claramente lo que no habrá serán políticas públicas productivas directas para los sectores menos competitivos que las necesitan para no sucumbir antes la apertura promovida.
Se da entonces una paradoja que no entiende el gobierno: privando de estas políticas productiva de apoyo a la producción y al trabajo de las industrias hoy menos competitivas se genera un ahorro que posiblemente se convierta en un gasto mucho más oneroso y peligroso pues la crisis del sector implicara inevitablemente desempleo y el consecuente ingreso de muchos trabajadores a situación de pobreza y necesidad, que el Estado deberá paliar con más planes y asistencia social. ¿No es preferible mantener la actividad y el empleo de las pymes al menos hasta que se regularice y estabilice la macroeconomía? La lógica del mercado, de la eficiencia sobre las personas impide verlo. No la ven.
«Más allá de que celebremos se atienda finalmente seriamente al problema de la macro, los desarrollistas sabemos que un plan de desarrollo exige estabilidad macroeconómica pero también políticas sectoriales, si falta una de las dos patas no funciona», advierte el ingeniero Horacio Rieznik en linea con lo planteado por el gobernador Llaryora. Y agrega “Hay que hacer un ajuste y en simultáneo generar más producción, sin comprometer la calidad de vida de la población. Al desarrollo de Inglaterra lo pagaron las mujeres y los niños que trabajaban siete días a la semana con jornadas de 12 horas. Y es lo que pasa hoy en los países asiáticos. La macroeconomía sola no alcanza y la microeconomía sin ordenar la macro no funciona. Las dos patas juntas son el desarrollismo”, advirtiendo a quienes celebran lo positivo de la propuesta pero olvidan la relevancia de atender y potenciar la microeconomía.
Y si aún hay desarrollistas escépticos en reconocer la gravedad del asunto, vale entonces recordar al Tapir: “Sin estabilidad era imposible impulsar la expansión, pero la estabilidad sin expansión equivalía a congelar la economía a niveles de depresión” señalaba Frigerio respecto al plan del 58 profetizando la actualidad de una recesión donde el logro fiscal, esa aspiradora de pesos, es a costo de una recesión que ya es una realidad en el bolsillo de los argentinos (el consumo masivo cayó en enero –el primer mes completo de Javier Milei como presidente– un 3,8%). En ese sentido el economista Carlos Rodríguez ex vice de Cavallo en los 90, y hasta hace poco asesor de Milei, señalo el detalle de que “el BCRA acumula reservas gracias a las restricciones cuantitativas a las importaciones y a las compras con pesos que rápidamente son esterilizadas con nueva deuda. La contrapartida del boom financiero es recesión al consumo , producción, caída los salarios reales jubilaciones y amento de la pobreza”.
No se puede negar que era necesario y correcto sincerar precios y tarifas, incluido el tipo de cambio, y se sabe que llevar adelante esas correcciones es inflacionario. También sabemos que el gradualismo no funcionó, pero lo inteligente hubiese sido administrar ese ajuste a lo largo de un tiempo a la par de que se recomponga el salario, no cebarlas con el objetivo de licuar para ir hacia los equilibrios fiscal y financiero, porque el costo lo paga la gente común más allá de que reduzcan 20 cargos, 50 autos y cierren el INADI.
El verdadero desafío del gobierno es estabilizar y ordenar la macroeconomía, pero al menor daño social posible y sentando bases sólidas para el desarrollo productivo. Por eso la dimensión macroeconómica y la dimensión productiva (micro) deben ser pensadas en conjunto. Además, los hacedores de la política deben tener el suficiente pragmatismo y fortaleza como para llevar adelante las transformaciones necesarias potenciando los activos y cuidando que no se destruyan capacidades, aplicando las políticas activas, industriales, tecnológicas y de innovación necesarias. Argentina sale adelante poniendo reglas claras y libres en su mercado pero con un Estado que administre y contenga el proceso recesivo, pero que también piense y promueva la salida productiva de la crisis, y de un sector empresario responsable socialmente que entienda que el juego de los negocios no es solamente sacar ganancias. Lo productivo no solo no debe estar afuera del debate, debe ser la clave de la discusión: el cómo generar mas riqueza para garantizar el bienestar de la mayor cantidad de personas. El cómo recomponer el ciclo de la inversión y la acumulación de una vez por todas. Se necesitan las medidas estabilizadoras de la macro sí, e implican un sacrificio. Pero se necesita apuntarla la otra pata, no dejar en manos del mercado nuestro futuro.
Que el rechazo al populismo y la corrupción de años pasados no nos cegué en tomar el camino de un liberalismo dogmático que ya ha sido capaz de cometer errores con altísimo costo social. El mercado es necesario y deber ser promovidas sus leyes y desregulaciones pero no para quedar a merced de él, sino para orientar las inversiones más eficientemente desde un Estado que defina y promueva las estrategias claves para nuestro bienestar y desarrollo y en ellas la diversificación productiva, el agregado de valor y la innovación industrial tecnológica deben ser objetivos primordiales que deben estar en el centro de cualquier Pacto que defina política de Estado.
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