Mensaje pronunciado por el presidente Arturo Frondizi el 29 de diciembre de 1958.
Programa de estabilización para afirmar el plan de expansión de la economía argentina
Sumario
I. El país que recibimos
- Oportunidad del programa de estabilización
- La situación real
II. Hacia la estabilización económico-financiera
- Comercio exterior
- Créditos
- Precios
- Gastos Públicos
- Empresas del Estado
III. Los créditos del exterior
- Prueba de confianza
- Todo depende de nuestro esfuerzo
IV. Hacia la expansión nacional
- Salir del estancamiento
- Programa de expansión
V. Verdad, trabajo y grandeza
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I. El país que recibimos
1. Oportunidad del programa de estabilización
Me dirijo al pueblo argentino para darle a conocer las trascendentales decisiones económicas que ha adoptado el Poder Ejecutivo Nacional. Son decisiones que afectan a toda la vida del país y que, por lo tanto, interesan a todos y a cada uno de sus habitantes. He escogido esta oportunidad para formular su anuncio, precisamente en las postrimerías de un año que se va y en las vísperas de un año nuevo, porque estas decisiones de orden económico señalan también el final de una era y marcan el comienzo de lo que debe ser una vida nueva para toda la Nación. Pero será un amanecer arduo y lleno de asechanzas, porque ésta es también una de las horas más graves y comprometidas de nuestra existencia nacional.
El 1° de mayo expusimos con claridad la situación económica del país. Señalamos su gravedad y anticipamos que iba a ser necesario adoptar medidas de fondeo para evitar que la Nación cayera en cesación de pagos internos y externos. Para ello se debía contener el devastador proceso inflacionario, sanear la moneda y crear las condiciones de estabilidad y seguridad que permitieran nuestro progreso. Se debían asegurar, con la urgencia requerida, los recursos financieros indispensables para evitar que el agotamiento de las reservas de oro y divisas condujera a la paralización de los suministros externos, la quiebra industrial, la desocupación y la miseria popular. Ha llegado el momento de afrontar los hechos y adoptar remedios heroicos. A partir del 1° de enero de 1959, el país iniciará una nueva etapa, bajo el signo de un programa de estabilización económico-financiera, que permitirá afirmar, en un plazo de dos años, el programa de expansión nacional que ya hemos puesto en marcha.
Este programa de estabilización, que ha sido estudiado desde que asumimos el gobierno, es la respuesta lógica dictada por una acendrada e inconmovible fe en el país y en el pueblo, a una situación que la Argentina arrastra desde hace años y que en estos momentos hace crisis. Este programa es una ineludible e impostergable necesidad y si no lo hemos aplicado apenas nos hicimos cargo del gobierno, ha sido, en primer lugar, porque una estabilización económico-financiera sin un enérgico impulso de desarrollo hubiera conducido a una economía de miseria y desocupación. Por eso fue previo poner en marcha el programa de expansión nacional, basado en la intensificación de nuestra producción de petróleo, carbón, siderurgia y energía. Lo contrario hubiera sido estabilizar un país postrado y estancado. Vamos a dar, en cambio, fundamentos estables a una economía en pleno impulso realizador, para que ese esfuerzo no fracase y para que la Nación Argentina se lance desde allí a la conquista de su grandioso futuro.
En segundo lugar, debían existir condiciones mínimas de estabilidad político-social. Un país dividido y con vastos sectores impedidos de ejercer sus derechos no permitía encarar un programa de estabilización. Hemos eliminado toda legislación represiva, y puesto en marcha el proceso de reorganización sindical, sobre bases de absoluta igualdad. Por último, era imprescindible restablecer el crédito argentino en el exterior e inspirar nuevamente confianza a los hombres del mundo para que tuvieran fe en el país y quisieran aportar sus capitales, su esfuerzo y su iniciativa a nuestro propio esfuerzo nacional.
2. La situación real
Hemos llegado, pues, al momento en que la aplicación de un programa de estabilización es imprescindible para el bien del país. Vamos a exponer francamente la verdad para que nadie se llame a engaño, ni sobre la gravedad de la situación ni en cuanto a los efectos inmediatos de las medidas que vamos a adoptar.
Pudimos haber escogido un camino aparentemente más cómodo y más propicio al aplauso. El gobierno pudo ordenar que se duplicaran los salarios. Pero en poco tiempo, la suspensión de importaciones por falta de recursos financieros hubiera llevado a la industria a la quiebra y cientos de miles de trabajadores hubieran quedado sin percibir salario alguno. Nadie hubiera facilitado esos recursos financieros a un país que, al borde de la crisis, insiste en disimular su empobrecimiento con una mayor inflación. Mayor cantidad de dinero no significa mayor cantidad de bienes y de servicios. Bastará recordar que en los últimos diez años la circulación monetaria pasó de 7.600 millones de pesos, en 1948, a casi 70.000 millones en 1958, mientras la producción por habitante se mantuvo, en este lapso casi estacionaria. De ahí nuestra decisión de terminar con la emisión incontrolada, para evitar que el país caiga en un inminente desastre. Hasta ahora todo el proceso ha sido de ataque a los efectos y no a las causas. No se atacó al cuerpo que produce el mal, sino a su sombra. Nosotros vamos a atacar todas las causas de la terrible situación actual. La Argentina está sufriendo las consecuencias de muchos errores, de muchas fallas y de muchos años de desquicio y desorientación económica. No nos interesa deslindar responsabilidades ni atribuir culpas, sino salir adelante. No vamos a remediar esos errores en un día, pero un día había que empezar a hacerlo y ese día ha llegado.
En los últimos 15 años, la Argentina ha gastado mucho más de lo que producía, omitiendo reponer las inversiones básicas de capital y endeudándose fuertemente en el exterior. A fines de la última guerra, las reservas de oro y divisas acumuladas por el Banco Central superaban en 1.300 millones de dólares a la deuda externa. En cambio, a fines de abril del presente año, era la deuda externa la que superaba en 1.100 millones de dólares a las reservas de oro y divisas con que contaba la Nación.
Tal como lo anticipáramos el 1° de mayo, el país está al borde de la cesación de pagos, ya que el Banco Central debe hacer frente a compromisos, por importaciones autorizadas con anterioridad, por un monto que duplica la reserva actual de oro y divisas libres y multilaterales, que es de sólo 104 millones de dólares. Con el agravante de atender obligaciones en el año que se inicia por un valor de 200 millones de dólares en concepto de intereses y amortizaciones por créditos externos ya utilizados.
Desde el 1° de enero de 1955 hasta fines de 1958, el país ha acumulado un déficit de más de 1.000 millones de dólares en su comercio exterior. Las empresas del Estado pierden muchos millones de pesos por año.
Solamente los ferrocarriles pierden anualmente 14.000 millones de pesos, pues los ingresos son de 6.000 millones y los gastos de 20.000 millones, sin realizarse amortizaciones ni reposición de equipos. De 1946 a la fecha la Tesorería de la Nación ha retirado de las Cajas de Jubilaciones más de 55.000 millones de pesos y muchas de esas cajas carecen de fondos para hacer frente a sus obligaciones. Y esto prueba en qué medida el país ha estado viviendo a costa del consumo de sus propios ahorros. Ni siquiera ha escapado a ello el ahorro del trabajador, depositado en las Cajas de Jubilaciones, que debía protegerlo contra los infortunios de su trabajo y darle tranquilidad en su vejez.
La Nación, las provincias y las municipalidades cuentan con 1.800.000 funcionarios, empleados y operarios que con sus familias significan siete millones de habitantes. Más del 80% de los ingresos del Estado se va en sueldos, y ello explica que no haya dinero para hacer viviendas, ni caminos, ni escuelas, ni siquiera para reparar pavimentos o dar más luz a nuestras oscuras calles.
Pero ello no es todo. Solamente el Estado Nacional cuesta más de 100.000 millones de pesos al país. Apenas la mitad de ese monto se cubre con recursos provenientes de tasas, impuestos y otras contribuciones. El resto debe ser cubierto con créditos o emisión o sea que la administración pública gasta el doble de lo que percibe. Por lo tanto, de cada peso moneda nacional que gasta el Estado, cincuenta centavos no están previstos dentro de sus recursos normales. O sea que cada vez que el gobierno paga, la mitad de ese pago gravita directamente sobre el bolsillo del pueblo, como confiscación de hecho, que envilece el salario del trabajador, destruye el progreso real de la República y acelera la inflación.
Así se explica que el costo de la vida ascienda incesantemente y que en sólo diez años, desde 1948 hasta hoy, haya aumentado en más del 600 por ciento. Vivimos en déficit permanente y si no reaccionamos a tiempo las generaciones futuras nunca podrán perdonarnos el crimen que estamos cometiendo contra el bienestar y aun contra su libertad.
El problema básico que afecta a la economía argentina es un proceso de paulatino empobrecimiento, debido a que el crecimiento de la capacidad productiva del país no acompañó al de la población y su nivel social. Como hace treinta años, el país depende de la explotación de un campo que cada vez proporciona menores y menos valiosos saldos exportables. Se demoró la explotación del petróleo y del carbón, la creación de nuevas fuentes de energía eléctrica, el aprovechamiento de los yacimientos minerales y el desenvolvimiento de la siderurgia y de la industria pesada. Los recursos materiales y financieros que pudieron emplearse para cumplir esos objetivos, se aplicaron a inversiones improductivas y al mantenimiento de niveles de consumo que excedían la real capacidad de producción del país.
La inflación fue el vehículo de descapitalización, derroche y final empobrecimiento. La abundancia de numerario creó una apariencia de euforia y bienestar divorciada del efectivo desarrollo económico del país. Impulsó el consumo irracional, la no reposición del capital gastado, la pérdida de reservas por exceso de importaciones y el endeudamiento nacional. Al mismo tiempo, afectó las bases del progreso económico y social, favoreciendo al especulador y al aventurero en desmedro del auténtico productor y de la empresa con real capacidad económica. Posibilitó la formación de rápidas fortunas, amasadas sin esfuerzo y desvinculadas de toda contribución positiva al bienestar común. Destrozó el orden y la jerarquía basados en el propio esfuerzo, en el ahorro, en la capacidad creadora y en la conducta. Es esa la tremenda responsabilidad que corresponde a la inflación en lo que se presenta como una crisis nacional que supera el estricto cuadro de lo económico, pues afecta lo político, lo social y, esencialmente, las bases morales de sustentación del individuo y de la sociedad.
La Argentina ha retrocedido y perdido posiciones en el ámbito internacional. Ha demorado su progreso, agudizado sus divisiones y comprometido su destino. Los argentinos estamos frustrando el maravilloso porvenir que nos asignó la Providencia al dotar a estas tierras de tantas riquezas y de tantas posibilidades. El espectáculo de nuestras ciudades sin luz, con calles intransitables, cada vez más sucias y más hoscas, expresa una absurda decadencia en un pueblo joven y potencialmente rico. Contamos, sin embargo, con las reservas morales y materiales para que la Argentina sea verdaderamente una tierra de promisión y además con la voluntad necesaria para aplicarlas en profundidad a objeto de superar la actual situación.
II. Hacia la estabilización económico-financiera
La Argentina ha estado viviendo una ficción económica cuyas consecuencias están claramente a la vista. Ha llegado la hora de terminar con esa ficción, y de lograr una economía de costos verdaderos. Por lo tanto, vamos a suprimir todos los factores que producen precios irreales, encarecen los costos y crean proteccionismos inmorales.
A su vez, para alcanzar la estabilidad financiera y sanear la moneda, vamos a combatir la inflación en su factor fundamental: el déficit fiscal, ocasionado por los excesivos gastos públicos y las cuantiosas pérdidas de las empresas del Estado.
1. Comercio exterior
En primer término, el programa de estabilización significa que el sistema de malas regulaciones y de erróneo intervencionismo estatal que nos condujo a la actual situación, ha tocado su fin. Hemos dispuesto que, a partir de la cero hora del primero de enero de 1959, termine el régimen de cuotas, permisos de importación, certificados de necesidad y otros procedimientos que arbitrariamente someten la actividad económica a la decisión de un funcionario y que se prestan al error, la demora innecesaria, el privilegio y el peculado.
No habrá más dos mercados cambiarios, uno oficial y otro libre. Habrá una sola cotización del peso moneda nacional, que será libre y fluctuante, y dependerá del juego de la oferta y la demanda. El Banco Central se limitará a influir sobre esa cotización mediante compras y ventas de divisas, pero con el único fin de eliminar variaciones innecesarias y asegurar una relativa estabilidad.
Las importaciones se realizarán al cambio libre pero en los casos que no sean absolutamente esenciales, se impondrán recargos del 20, 40 y 300 por ciento, de acuerdo con su grado de necesidad para el país, sin perjuicio de la aplicación de adecuados depósitos previos. La industria nacional se verá así protegida frente al interés del vendedor extranjero, puesto que ese régimen de recargos y depósitos evitará que el país, en circunstancias en que no puede importar todo lo que necesita, destine sus escasos recursos a la adquisición de bienes suntuarios o que la industria local puede suplir.
Al mismo tiempo se adoptarán las medidas necesarias para que el nuevo régimen de cambios, que encarecerá y limitará las importaciones, no se traduzca en ganancias extraordinarias para algunos sectores. Las exportaciones se efectuarán al cambio libre, pero con retenciones del 10 y 20 por ciento sobre el valor de los productos exportados, sin perjuicio de otras disposiciones que las circunstancias aconsejen adoptar para evitar los efectos de una brusca devaluación.
2. Créditos
En la etapa de estabilización monetaria, el crédito deberá ajustarse el propósito fundamental de eliminar tendencias inflacionarias. El crédito no aumentará sino en la medida que aumente efectivamente la capacidad productiva y la disponibilidad de bienes. Se lo encauzará enérgicamente hacia fines productivos, evitando que se convierta en un instrumento al servicio de la especulación, de la usura o del parasitismo económico.
3. Precios
El fracaso de la política intervencionista de los últimos años, reflejado en el constante aumento del costo de la vida, en el desaliento de la producción, en el auge de voraces intermediarios y en la crónica tendencia a la escasez, es consecuencia del error de pretender combatir los efectos y no el propio mal, que es la inflación.
El gobierno afrontará enérgicamente una transformación del sistema, creando las condiciones económicas que alienten una mayor producción de bienes dentro de un régimen de libre competencia, que concurrirá a reducir los costos y los márgenes de ganancia. Tal ha sido la política puesta en práctica por países europeos, al término de la última guerra, en circunstancias económicas más precarias que las nuestras. La experiencia indica que, luego de un primer impulso de ascenso, los precios y el costo de vida se estabilizaron mientras ascendía la capacidad adquisitiva de la población.
Sin embargo, para atenuar los efectos inmediatos de la reforma cambiaria, el Estado fijará transitoriamente precios máximos sobre un conjunto limitado de artículos de primera y vital necesidad. Se lo hará a niveles económicos, sin subsidios y sin que la intervención administrativa se traduzca en un desaliento de la producción con la consiguiente escasez.
El encarecimiento de los productos de importación, especialmente del combustible, producirá inicialmente un alza del costo de la vida. Pero ello será consecuencia inevitable de la penuria económica en que se encuentra el país y que le impide seguir otorgando subsidios a la importación a través de tipos de cambios artificiales.
También será inevitable la escasez y el encarecimiento de la carne vacuna, como consecuencia de la liquidación provocada por el excesivo faenamiento. Si el país continuara consumiendo y exportando carne con la misma intensidad de los años anteriores, a muy corto plazo sacrificaría hasta el último animal y no habría posibilidad de obtener esa carne a ningún precio.
Tampoco es solución reducir las exportaciones para atender convenientemente el consumo interno, puesto que aquéllas apenas significaron, durante el año anterior, el 24% de la faena total. Además, si dejáramos de exportar carne, ya no tendríamos divisas para adquirir en el extranjero los combustibles y las materias primas necesarias para mantener la actividad industrial. Dejar de exportar significa cierre de fábricas, miles de desocupados y miseria popular.
Debe quedar bien claro que el abandono de prácticas intervencionistas erróneas no implicará, en modo alguno, el retorno a sistemas anteriores, que provocaron en su hora profundas distorsiones en la economía argentina. Cuando hablamos de libre competencia, nos referimos a la auténtica competencia, preservada de deformaciones y puesta al servicio del pueblo argentino y de sus objetivos nacionales. Así como protegeremos a nuestra economía de toda amenaza exterior, enfrentaremos con implacable rigor cualquier interferencia al juego libre y justo del sistema.
Vamos a golpear a los monopolios y a cualquier otra combinación destinada a mantener artificialmente altos los precios. Los monopolios solamente propugnan la libre empresa y la iniciativa privada cuando tratan de conquistar un mercado, para luego regularlo. Pero se oponen violentamente a ellas, apenas la competencia se traduce en costos más bajos y niveles más altos de vida popular.
Libraremos una lucha implacable contra tales maniobras. En esa tarea, los mejores auxiliares son la técnica moderna y la mayor producción, pero el Poder Ejecutivo hará uso de todas las facultades que le acuerda la ley para impedir su consumación.
El gobierno mantendrá una lucha constante contra la especulación. Pero es preciso no llamarse a engaño.
La especulación existe en la medida en que los bajos niveles de producción crean un mercado deficitario, en la medida en que escasean los productos en plaza.
Al agio y a la especulación sólo se los puede extirpar produciendo mucho más y restringiendo los consumos a lo necesario. El gobierno enfrentará a los delincuentes de la economía popular, pero todos deben concurrir, empresarios y trabajadores, a la finalidad de lograr una alta producción y una adecuada distribución de artículos y productos esenciales.
4. Gastos Públicos
Una de las principales causas de la inflación ha sido y continúa siendo los excesivos gastos públicos. Todos los gobiernos han coincidido en la necesidad de reducir los elencos administrativos y las crecientes pérdidas de los servicios públicos, pero año tras año, esos gastos y esas pérdidas han ido en aumento.
El déficit de la administración pública debe ser eliminado drásticamente. Para eso, la primera y fundamental medida, será reducir la burocracia a sus lógicas proporciones, excluyendo paulatinamente al personal sobreabundante cuyo sostenimiento constituye una costosa sangría de la economía popular.
Ya se han puesto en marcha enérgicas disposiciones de racionalización y austeridad destinadas a convertir a la administración pública en una organización eficiente y de alto rendimiento. El Poder Ejecutivo está dispuesto a llevarlas adelante hasta sus últimas consecuencias. Se evitará la creación de nuevos organismos y en cualquier caso se recurrirá a personal existente.
Se asegurará que las oficinas públicas funcionen de manera que la actividad privada no tenga que interrumpir su curso para realizar trámites administrativos.
En esta hora de emergencia nacional, la Administración Pública no puede ser el refugio de la comodidad y del menor esfuerzo. Incompatibilidades, licencias y permisos se ajustarán inexorablemente a lo que dispone la ley. Los honorarios del trabajo se determinarán en función de las necesidades del servicio público y deberán ser rigurosamente cumplidos, haciéndose responsable al personal jerárquico de su observancia. No se hará ninguna nueva designación que no sea absolutamente imprescindible. Salvo casos excepcionales el personal jubilado y en condiciones de jubilarse, deberá dejar sus cargos.
El Estado facilitará la salida de quienes desean buscar nuevos horizontes en la actividad privada, congelándose automáticamente las vacantes que se produzcan.
Se introducirán también economías sustanciales en el plan de Obras Públicas, postergando la ejecución de las que no signifiquen una directa contribución a resolver los graves problemas económicos del país.
Se aumentarán los impuestos internos, especialmente aquéllos que gravan el lujo o no incidan directamente en el costo de los artículos de primera necesidad. La percepción impositiva será mejorada y la evasión fiscal enérgicamente reprimida, para terminar con el comportamiento antisocial de quienes por sus recursos e ingresos deberán ser los primeros en contribuir al progreso del país.
5. Empresas del Estado
Con la misma decisión y energía enfrentaremos la reducción drástica de los déficits crónicos de los servicios públicos que son el otro gran factor inflacionario dentro de la esfera de gobierno. Desde hace años, vivimos la ficción de servicios públicos relativamente baratos que, de todos modos, subvenciona el bolsillo del pueblo. Desde hace años, sus déficits mantienen detenido su indispensable desenvolvimiento, descapitalizan a las empresas que los prestan e impiden la renovación de sus equipos, con lo cual sus prestaciones son cada vez más costosas e ineficientes.
Fundamentalmente el déficit de las empresas estatales tiene triple origen: mala organización, exceso de personal administrativo y precios inferiores a los costos.
El Poder Ejecutivo atacará el problema en todos sus aspectos y ajustará el mecanismo de las empresas a las severas normas de economía que rigen las explotaciones privadas, procurando a todo trance la disminución de los costos y la elevación del rendimiento. Se suprimirá asimismo todo subsidio, sea directo o indirecto, empezando por los subsidios a los combustibles.
El precio del petróleo y de sus derivados tendrá un aumento sustancial para ajustarlo a su costo real. El bajo precio interno fomentado por su importación a un tipo de cambio de 18 pesos el dólar, que implicaba una oculta subvención, ha impulsado el derroche de combustible. Ha impedido también que Yacimientos Petrolíferos Fiscales obtenga los recursos necesarios para impulsar la producción local. Desde ahora quien consuma el combustible deberá pagar por él lo que realmente cuesta. Contribuirá así que Y.P.F. pueda contar con los recursos necesarios para cumplir con el papel que se le ha asignado dentro del objetivo de rápida obtención del autoabastecimiento nacional. Consecuentemente se elevarán las tarifas de transportes urbanos y ferroviarios a fin de reducir sus pérdidas abrumadoras.
Limitando fuertemente los gastos y aumentando los ingresos de la Administración Nacional y de los servicios públicos a cargo del Estado, estaremos en condiciones de renunciar al recurso financiero de la emisión monetaria que ha constituido hasta ahora le principal factor de la inflación.
De no adoptarse medidas drásticas, el presente ejercicio financiero arrojará un déficit de alrededor de 50.000 millones de pesos, el que tendría que ser cubierto por una emisión de moneda, sin respaldo de ninguna clase.
III. Los créditos del exterior
1. Prueba de confianza
En las actuales condiciones del país, la reforma cambiaria necesita contar con una importante ayuda del exterior. Con ese fin se ha recurrido al Fondo Monetario Internacional que ha decidido colaborar con el programa argentino autorizando el retiro de 75 millones de dólares. Con este mismo fin, y también para contar con financiaciones a plazos intermedios y largos para reponer y ampliar equipos productivos de la industria, instituciones pertenecientes al gobierno de los Estados Unidos y firmas privadas de aquel país, han contribuido con la suma aproximada de 254 millones de dólares.
El total asciende, pues, a aproximadamente 329 millones de dólares.
Si, pese al alto grado de endeudamiento y a las presentes dificultades, la Argentina ha podido obtener créditos adicionales de esa significación, es simplemente porque existe confianza en su capacidad de pago. Esa confianza no se origina en el programa de estabilización sino en la movilización de recursos iniciada con anterioridad a fin de asegurar en el más rápido término, la expansión de la producción de petróleo, carbón, electricidad, mineral de hierro y siderurgia. Sin estas últimas perspectivas, la Argentina carecería de capacidad de pago para hacer frente, tanto al reintegro de los créditos nuevos, como a la amortización de los utilizados con anterioridad al primero de mayo.
Los créditos que hemos obtenido en el exterior son, sobre todo, una prueba de confianza en nuestra capacidad económica. Son una prueba de fe en nuestros planes, sobre todo en nuestro plan de expansión nacional. Nos prestan, pese a la dramática situación que hemos heredado, porque saben que vamos a administrar bien, porque saben que vamos a trabajar todos unidos.
Nos prestan, fundamentalmente, porque saben que dentro de dos años tendremos petróleo, electricidad, carbón y siderurgia para acabar con la paradoja de un pueblo cada vez más pobre en uno de los países más ricos de la tierra.
2. Todo depende de nuestro esfuerzo
Pese a la importancia de su monto, no ha de atribuirse a esos créditos el poder de resolver los problemas actuales de la economía nacional. El próximo año, tendremos que remesar al exterior por simple concepto de amortizaciones e intereses de deudas heredadas, unos 200 millones de dólares.
Nosotros pedimos créditos para construir, no para dilapidar. No los destinaremos a mantener durante unos meses la sensación de un falso bienestar. Por el contrario, hemos de aplicarlos rigurosamente a financiar necesidades esenciales de nuestra economía, para que nuestra industria no tenga que paralizarse y para que no sobrevenga desocupación. Esa ayuda impedirá que el obrero calificado de hoy, orgullo de la Argentina, vuelva a la condición de paria que ofendía nuestra condición civilizada y manchaba con su injusticia el ideal cristiano de la nacionalidad.
Tampoco es razonable esperarlo todo del capital y el crédito extranjeros. Las firmas extranjeras no vienen a hacer beneficencia. Son capitales que se invierten para obtener ganancias. Los créditos tenemos que devolverlos y con intereses. La ayuda extranjera, que el país necesita debido a su bajo índice de capitalización, no soluciona por sí los problemas. A lo sumo puede darnos la ilusión transitoria de ser más ricos. No servirá si no trabajamos intensamente.
La grandeza argentina será fruto de nuestro propio esfuerzo. Los créditos constituyen una parte mínima y sólo servirán si aprovechamos al máximo nuestros recursos naturales, nuestros capitales y nuestra capacidad de iniciativa y de trabajo.
Esos créditos nos permitirán abreviar los plazos e ir más a fondo en la solución de los problemas. Pero el gran esfuerzo tenemos que hacerlo nosotros, los trabajadores, los empresarios, los técnicos y los hombres de ciencia argentinos.
Nos esperan tiempos duros, pero cuanto mayor sea la comprensión y la contribución de todos, más breve y menos gravoso será el período de estabilización. Serán dos años de trabajo y de sacrificios, que los argentinos afrontarán con fe y serenidad, porque saben que sin estabilización económica no habrá progreso material, ni habrá paz, tranquilidad, ni vida sindical auténtica. Sin estabilización no habrá libertad ni democracia en el país.
IV. Hacia la expansión nacional
1. Salir del estancamiento
El programa de estabilización es un supremo esfuerzo para impedir que las dramáticas condiciones actuales desencadenen una crisis económica, social y política de dolorosas consecuencias para el pueblo argentino. Pero sería un inútil esfuerzo si al mismo tiempo no se afrontara la transformación de una estructura económica que ya no puede proporcionar a 20 millones de argentinos el nivel de vida a que estos aspiran y merecen.
Esa transformación consiste en promover nuevas fuentes de riqueza que eviten que todo el país siga dependiendo, exclusivamente, de la explotación de la tierra. Consiste en extraer las dormidas riquezas del petróleo y del carbón, en expandir la energía eléctrica, en promover la siderurgia y en aprovechar nuestros yacimientos de hierro. Y esas, a su vez, son condiciones básicas para la ilimitada expansión de la industria argentina que proveerá al campo los elementos que le permitirán participar de los progresos tecnológicos alcanzados en los países altamente desarrollados. Tal fue la preocupación primordial del gobierno desde el momento en que se hizo cargo del país.
Ese programa de expansión fue llevado a la práctica firme y decididamente, porque sabíamos que de su éxito y su celeridad, dependía el bienestar de los argentinos. Ante la insuficiencia del ahorro local para hacer frente a las vastas inversiones requeridas, se crearon las condiciones para la cooperación del capital extranjero, encauzándolo en un sentido paralelo al interés nacional.
2. Programa de expansión
El programa de expansión enfocó primeramente el problema del combustible, nudo vital de la economía argentina. En 1957, el país gastó 317 millones de dólares en la importación de combustible, absorbió por lo tanto casi un tercio del producido de nuestras exportaciones. De seguir en ese proceso es evidente que el crecimiento del consumo interno hubiera exigido, en el término de pocos años, destinar a la importación de combustibles todas las divisas producidas por nuestras exportaciones.
Esa sombría perspectiva ha sido definitivamente descartada. Con celeridad extraordinaria, los contratos petrolíferos ya se han convertido en máquinas que perforan el suelo buscando nuevas riquezas y en barcos que arriban a nuestros puertos, cargados de máquinas, que en pocos días han de entrar también en acción.
En el término de ocho meses hemos modificado radicalmente la situación. Las inversiones realizadas y comprometidas aseguran que dentro de tres años no solamente habremos alcanzado autoabastecimiento en materia de petróleo, sino que contaremos además con un excedente de producción que podremos transformar en nuevas y maquinarias que acelerarán el progreso nacional.
El mismo intenso desarrollo está en marcha en el yacimiento de carbón de Río Turbio. El programa de producción avalado por los recursos financieros necesarios y una alta experiencia técnica, contempla el auto-abastecimiento del país en el más corto lapso, habiéndose previsto la disposición de un millón de toneladas para 1961 y cuatro millones para 1964.
Con la misma energía libraremos la lucha por una siderurgia nacional. No solamente se acelerará la puesta en marcha de San Nicolás, sino que se ha previsto la instalación de dos nuevas plantas siderúrgicas que aseguran al país el autoabastecimiento a niveles de consumo superiores a los actuales. Para impulsar el ahorro de divisas y dar autonomía a ese desarrollo básico, se pondrá en explotación el yacimiento de mineral de hierro de Sierra Grande, enorme riqueza potencial que el país está desaprovechando. Con esa acción, no solamente llegaremos a ahorrar los 162 millones de dólares que el país empleó en la compra de hierro durante el año pasado, sino también, una buena parte de los 309 millones de dólares que insumió la importación de maquinarias y vehículos que la industria nacional, con una buena provisión de hierro y energía, está en condiciones de producir.
El petróleo, el carbón y la siderurgia son los puntos de apoyo de la economía argentina. A ellos se agregará el desarrollo de la energía eléctrica, cuya insuficiencia está retrasando el progreso del país. Los convenios recientemente celebrados permitirán suprimir, en el más corto plazo posible, la angustiosa escasez eléctrica que aflige al Gran Buenos Aires y que constriñe el desenvolvimiento de la industria allí concentrada. Pero el gobierno no descuida el aprovechamiento de las fuentes potenciales de energía hidroeléctrica en el interior del país y ha emprendido las tareas iniciales para convertir en realidad los grandes proyectos de Chocón y Salto Grande y las otras obras que esperan su realización en distintas zonas de la República.
Este programa de expansión se complementará con la promoción de las industrias químicas, de plásticos, metalúrgicas, de papel y de vehículos y maquinarias. En el simple transcurso de dos años se habrá modificado la fisonomía del país y se habrá quebrado definitivamente la línea descendente del empobrecimiento, cuyas consecuencias por ahora tendremos todavía que sufrir.
V. Verdad, trabajo y grandeza
Los objetivos del Programa de Expansión indican lo que la Argentina llegará a ser dentro de dos años, si pueblo y gobierno empeñan su esfuerzo sin otra mira que el bien de la Nación. Pero aquellos objetivos no podrán lograrse si antes de ese plazo el país cae en la crisis que ahora le amenaza. La situación es grave y todos y cada uno de los argentinos deberán soportar las consecuencias de un proceso que no puede ser modificado a corto plazo. No hay arte de magia que permita restaurar de hoy para mañana las reservas de oro y divisas que el país ha derrochado y agotado; reponer el capital desgastado o consumido; cancelar las deudas externas contraídas; equilibrar gastos públicos que duplicaban los ingresos del fisco; devolver a las cajas de jubilaciones los fondos extraídos; restablecer las reservas ganaderas diezmadas y eliminar los profundos daños que casi dos décadas de inflación han ocasionado a la economía argentina.
No hay arte de magia que permita al país eludir su propia realidad. El Programa de Estabilización impedirá la crisis total de la economía y con ello evitará al pueblo excesivos sufrimientos. Pero no puede reemplazar lo que ya no existe, ni distribuir más de lo que hay, ni suprimir las consecuencias de un empobrecimiento que ya es notorio. El nivel de vida de los argentinos ha de descender durante los próximos 24 meses, por la sencilla razón de que no podremos vivir consumiendo más de lo que producimos. Pero ese nivel de vida ha de elevarse para alcanzar alturas insospechadas, cuando el esfuerzo productivo en que ahora vuelca sus energías se traduzca en mayor riqueza para distribuir.
El destino ha deparado a nuestra generación un papel que es un verdadero desafío a su capacidad de realización espiritual y material. Están puestas a prueba nuestras condiciones para la lucha y el sacrificio y los logros que alcancemos deberán ser otros tantos ejemplos de abnegación y patriotismo.
Conscientes de esta responsabilidad, afirmamos que no habrá dificultad ni obstáculo contra los que no lucharemos para lograr, en el menor plazo posible, la efectiva estabilización del país. Estamos firmemente resueltos a superar el odio y las divisiones entre hermanos, que debilitan el ser nacional y desintegran su esfuerzo creador. En la última contienda electoral tuvimos amigos y adversarios, pero en esta lucha no puede haber sino argentinos.
No miraremos hacia atrás ni permitiremos tampoco que las discusiones sobre hechos que debe juzgar la historia entorpezcan la tarea de recuperación que hemos emprendido. Tenemos la convicción del triunfo y sabemos que a la dura realidad de hoy sucederá un mañana de infinitas posibilidades.
Tenemos también clara conciencia de que la responsabilidad argentina trasciende nuestras fronteras. El éxito del esfuerzo que realicemos contribuirá a provocar un verdadero despertar en los pueblos hermanos de América, que hoy atraviesan por situaciones similares o peores que la nuestra.
El enorme potencial de Latinoamérica está dormido, mientras sus pueblos se debaten en las crisis propias de los países que no han alcanzado todavía su pleno desarrollo nacional. El programa de expansión que hemos puesto en marcha, afirmado en los logros permanentes del programa de estabilización económica que vamos a iniciar, servirá de estímulo a los pueblos hermanos y abrirá el camino hacia la integración económica latinoamericana.
Cuando hayamos alcanzado todos juntos el grado de madurez que caracteriza a las grandes naciones de nuestro tiempo, entonces sí podremos afirmar que América es en verdad el Mundo Nuevo. Será de veras el continente de la esperanza humana, donde se realizará el sueño de la vida más justa, más digna y más libre para todos los hombres.
Con esa fe en los valores eternos del espíritu y con esa indeclinable esperanza en la vida nueva de América, aprestémonos a iniciar el Año Nuevo con renovado optimismo y afrontemos virilmente los duros pero nobles tiempos que nos esperan.
Con el alto ejemplo de nuestros antepasados americanos, que lucharon y sufrieron en nombre de un mañana que muchos no alcanzaron a ver, con toda la fuerza que puedan infundirnos las virtudes que ellos nos legaron, con su austeridad y su coraje, vamos a abrirnos camino hacia el futuro. Sobre la verdad como idea moral y el trabajo como esfuerzo material, construiremos la grandeza de la Patria.
Arturo Frondizi