Una de las mayores paradojas de gobierno desarrollista es el nombramiento de Álvaro Alsogaray como Ministro de Hacienda y de Trabajo. Fueron veinte meses en los que Frondizi y Frigerio debieron llevar adelante el programa de gobierno con el mayor adversario ideológico comandando, formalmente, la economía. Está claro que Alsogaray no aportó un ápice al programa de desarrollo diseñado por Frigerio, y hasta fue un obstáculo al mismo, pero ¿fue un factor imprescindible para llevar adelante la política de estabilización, algo de lo que el propio Alsogaray y sus discípulos liberales presumen?
Si bien la única coincidencia con Frigerio era la necesidad imperiosa que recuperar y estabilizar la moneda argentina, tenían diferencias siderales al respecto en política monetaria. La estabilidad monetaria es una bandera desarrollista independientemente de la presencia de Alsogaray. El Programa de estabilización para afirmar el plan de expansión de la economía argentina se puso en marcha seis meses antes de su asunción, junto con sus medidas más drásticas. Lo mismo que el acuerdo con el FMI. Alsogaray no aportó la pata de la estabilidad monetaria al desarrollismo. Esta ya estaba incorporada en su lógica e ideario. Él fue un administrador del mismo, con aciertos y críticas.
Alsogaray no vino a estabilizar la economía, como él presumía, sino a estabilizar la política, puesto que con su nombramiento se paralizó durante un buen tiempo –clave– la maquinaria golpista.
Un nombramiento producto de la necesidad
Si alguien no quería, ni nunca quiso, a Alsogaray en el gabinete, ese era Arturo Frondizi. Para entender su nombramiento tenemos que comprender lo que Alsogaray significaba, no desde el punto de vista de su visión de la economía, sino como alfil del juego político.
Ya en el gobierno de la Revolución Libertadora, Álvaro Alsogaray –que había hecho la carrera militar y la había abandonado al llegar al grado de capitán, para finalmente recibirse de ingeniero–, se había granjeado cierto prestigio en los círculos de influencia más liberales, y había llegado a controlar las áreas de comercio e industria. No es menor el dato de que su hermano Julio era coronel del ejército y había sido parte del fallido golpe contra Juan Perón en 1951, hecho por el que pasó más de tres años preso y se convirtió en un referente del antiperonismo en las Fuerzas Armadas.
En la elección de 1958, el capitán ingeniero se presentó como candidato a presidente por su propio partido, el Cívico Independiente. Obtuvo 40.000 votos, una cifra insignificante.
¿Por qué se lo nombró? Sólo una coyuntura política y económica sumamente crítica pudo permitir sea nombrado ministro de Hacienda.
El 11 de junio de 1959, desde Ciudad Trujillo, Perón denunció “el pacto con Frondizi” y publicó un texto del supuesto acuerdo, con la presunta firma del presidente. Inmediatamente se generó un gran revuelo en las Fuerzas Armadas. Los sectores más antiperonistas estaban dispuestos a derrocar a Frondizi. No toleraban ningún entendimiento con Perón y se sentían burlados. Vítolo y Frondizi negaron tajantemente el acuerdo. “No he suscripto pacto político alguno. La firma que se atribuye ha sido falsificada. Puede usted empeñar en esta afirmación mi honor ante Dios y ante la historia. Los únicos compromisos que tengo adquiridos son los que asumí ante el pueblo de la nación”, afirmó el presidente públicamente. Si bien hubo un acuerdo de Perón con Frigerio, no hubo nunca una suscripción del mismo por Frondizi. La firma que se mostró fue identificada por peritaje como falsificada.
El 15 de junio hubo un intento fallido de golpe de Estado. En esa situación de crisis total, el 22 de junio renunció medio gabinete y ahí, en ese contexto, en esos días críticos y desesperantes, se resolvió nombrar a Álvaro Alsogaray en la doble cartera del Ministerio Hacienda y de Trabajo. Frondizi dio más detalles años más tarde: «No existió ninguna otra razón para nombrarlo que la crisis militar. En junio de 1959, el gobierno prácticamente no existía. Había que romper el círculo de la nada con un hombre que pudiera ser factor de distensión. Elegí entre los posibles a Alsogaray porque se comprometió a proseguir con la política que estábamos realizando».
Fue el propio Rogelio Frigerio quien convenció a Frondizi de que era una decisión acertada. Creyó que, bajo su influencia, Alsogaray continuaría los objetivos del programa de desarrollo. Don Rogelio lo explicó tiempo después: «(…) la designación de Alsogaray es quizás el único acto realizado por Frondizi en el cual su íntima decisión estuvo influida por el asesoramiento de quienes estábamos a su lado en el sentido de demostrarle la necesidad de incorporar a Alsogaray en ese momento. Frondizi se oponía porque creía preferible afrontar las dificultades políticas antes que sortearlas con el expediente de incluir en el gabinete a un hombre tan frontalmente opuesto a nuestras ideas».
Alsogaray había solicitado audiencias con Frigerio meses antes para ser considerado en el Gobierno. Enfatizaba que estaba de acuerdo con las políticas desarrollistas. Rogelio ponderó que el gran capital político que aportaba el capitán ingeniero en ese momento de crisis valía el intento, pero le pidió el compromiso de continuar las políticas económicas ya trazada y dirigidas informalmente por él. Él mismo se iba asegurar de que así fuera: «Asumió el formal compromiso de continuar con la política que estaba en aplicación. Yo puedo hablar de esto porque lo asumía ante mí. Hicimos una mera concesión táctica con la designación». También Roberto Noble, fundador del diario Clarín, se atribuyó la intermediación para el nombramiento de Alsogaray. Años más tarde, mantuvo una disputa abierta con el ingeniero y le recordó las gestiones que hizo a su pedido para ser designado ministro.
A causa de esa coyuntura tan crítica, con el ascenso de la estrella de Alsogaray, se produjo el ensombrecimiento de la figura de Frigerio, al menos desde un rol formal en el gobierno. Y no sólo eso, el propio Frondizi se encontró totalmente jaqueado y tuvo que concentrar las pocas fuerzas que le quedaban en la concreción de sus prioridades estratégicas. Alsogaray aprovechó ese espacio para ganar autonomía y protagonismo. A pesar de su compromiso, no se limitó a ser el ejecutor de las políticas diseñadas por otros y que claramente no compartía. Buscó dejar su impronta, sabiendo que el propio presidente no tenía fuerza para ofrecerle mucha resistencia. Alain Rouquè, en su obra Radicales y Desarrollistas, define la situación de la siguiente manera: «Para preservar lo que queda de legalidad, el presidente sacrifica a sus colaboradores, uno a uno a fin de aplicar, a pesar de todo, el programa, lo que a veces será un mal cálculo. No solamente Frondizi sobreestima el poder de sus adversarios en el seno del ejército, sino que, a menudo las presiones así aceptadas le hacen trazar una política opuesta a la que ya estaba trazada. Álvaro Alsogaray es de esta manera, durante veinte meses, una especie de primer ministro que conduce una política independiente».
El garante de la estabilidad
Hay una cuestión muy interesante planteada por sectores de la ortodoxia liberal que pretenden interpretar que el éxito del programa de estabilización, y su impacto en el programa de desarrollo, se dio gracias a las medidas dispuestas por Alsogaray. De alguna manera pretenden hacer creer que su política monetarista fue la garantía de la estabilización y el desarrollo, que ya antes de la caída de Frondizi comenzaba a mostrar sus brotes verdes.
En su biografía de Rogelio Frigerio, Mario Morando precisa la influencia de Alsogaray en el plan de estabilización: «Cuando Alsogaray asumió el cargo, la inflación semestral había alcanzado el 75%, y el tipo de cambio contra el dólar se había devaluado 70% hasta $98,8, al compás de la salida de capitales. Recordemos que la emisión monetaria se había descontrolado por encima de las metas comprometidas con el FMI, debido a la monetarización del servicio de los seguros de cambio y al propio déficit fiscal puro. Pero hacia agosto, el tipo de cambio había regresado a $83 por dólar, donde se estabilizó, y la inflación del segundo semestre se desaceleró al 15%. No pueden atribuirse estas mejoras al nuevo ministro, sino al efecto que comenzaban a surtir las medidas del plan de estabilización lanzado a fin de año anterior. Especialmente, la concreción del ingreso de capitales externos (productivos), que transformaron al BCRA de vendedor de dólares a comprador neto. Además, el 80% de la declinación del poder adquisitivo de los salarios promedio se había producido durante el primer semestre de 1959. El cambio general de expectativas bajo a su vez la velocidad de circulación del dinero. El déficit fiscal, que en 1958 había sido de 5,4% del Producto, se había reducido al 2,6%, el más bajo de los últimos 15 años».
Oscar Camilión, en sus Memorias Políticas, explica lo mismo: «[Al asumir Alsogaray] todas las medidas fundamentales habían sido ya tomadas, incluso las políticamente más costosas: eliminación del control de precios, de los controles de cambios, el acuerdo con el FMI y la devaluación». Páginas más adelante, sin embargo, no reniega Camilión de que Alsogaray realmente haya dado un aporte fundamental al gobierno desarrollista, pero a esto lo define y diferencia claramente de la visión revisionista liberal: «Fue un gran colaborador de Frondizi en el área político militar y también había contribuido a preservar la estabilidad monetaria y a consolidar la imagen internacional argentina».
Alsogaray pasó a la historia, pero no por su empeño en las políticas desarrollistas, sino por aquella frase inmortalizada en la cultura popular que pronunció por cadena nacional el 24 de junio de 1959, a cuatro días de asumir sus funciones y donde auguraba a los argentinos sacrificios para ordenar las cuentas públicas: «Hay que pasar el invierno».
Frigerio, el opositor
Paradójicamente, Rogelio Frigerio se volvió en pleno gobierno de Frondizi el primer opositor a la política económica. El plan económico no estaba siguiendo el ritmo y las prioridades que había definido junto con Frondizi. Alsogaray aprovechaba la pérdida de poder de estos para impulsar sus propias medidas, orientadas a focalizar la política económica en el ajuste y provocando una recesión, en detrimento de políticas netamente desarrollista. Para Alsogaray, como todos sus seguidores, el fin era la estabilización en sí misma. Frigerio entendía que había que estabilizar, pero no potenciando la recesión, sino a la par de medidas expansivas. Si se limitaba la inversión, que podría resolver estructuralmente los problemas económicos de la Argentina, las duras medidas serían solo pasajeras. Además, hacía hincapié en la necesidad de paliar el alto costo de la recesión para las clases más postergadas. Se trataba de reanimar la economía para sanear la moneda. El esquema impulsado por Alsogaray, monetarista, era más bien sanear la moneda para reanimar la economía.
En su obra Treinta años de historia argentina, Juan José Real es contundente en esta cuestión: «El ingeniero Alsogaray creyó que la estabilidad monetaria era un fin en sí mismo, y a su logro consagró sus energías y su original oratoria. Se trazó un objetivo y determinó los plazos: exigía un sacrificio hasta pasar el invierno y luego vendría el maná de la abundancia. Pero en nuestro país y en la situación que atravesábamos no habría estabilización monetaria sin obturar los canales que alimentaban el déficit fiscal, el déficit de balanza comercial y de pagos».
Había con Alsogaray profundas discrepancias ideológicas. Mientras el desarrollismo pugnaba por la industrialización de base, Alsogaray no salía de la óptica liberal, que limitaba a Argentina a producir sólo aquello para lo que tenía ventajas comparativas. Camilión cuenta en sus Memorias que Alsogaray se lamentaba de que se hubiera destinado capital para desarrollar la industria petroquímica, en vez de haber sido utilizado para comprar fertilizantes y tirarlos sobre la pampa húmeda. Eran dos modelos de país antagónicos.
Varias décadas después de su gestión en el gabinete desarrollista, Alsogaray dejó plasmado en su libro Bases liberales para un programa de Gobierno, su opinión del desarrollismo: «El desarrollismo representa en el país una versión vernácula de las viejas ideas mercantilistas y proteccionistas de los siglos pasados, que siempre encuentran trasnochados adherentes en la época actual. Los desarrrollistas pretenden forzar el desarrollo, concediendo privilegios a un determinado número de empresas dispuestas a trabajar dentro de ciertas prioridades fijadas por los funcionarios. Esas empresas tendrían la propiedad de producir un efecto multiplicador capaz de dinamizar la economía en general. No importa el costo de esos privilegios ni quién los paga; aun trabajando a pérdida esas empresas estarían impulsando el desarrollo».
Más allá del debate teórico e ideológico, Frigerio le achacaba dos criticas certeras desde dos frentes. Por un lado, cierta inoperancia para ejecutar medidas estabilizadoras con las que estaba de acuerdo. En particular, referidas a achicar el gasto de la administración pública. Camilión, en sus ricas «Memorias» da detalles concretos: «Muy poco se había hecho en el tema central de la reducción del aparato burocrático, que Frigerio consideraba condición sine qua non de una estabilidad monetaria real. Alsogaray siempre le preguntó a Frondizi por qué le había pedido la renuncia, y la respuesta la dan dos números: cuando se hizo cargo de Hacienda, los ferrocarriles tenían 214.000 empleados, cifra que se mantuvo prácticamente intacta durante su gestión. Sus sucesores la redujeron a 70.000 puestos”.
Por otro lado, le criticaba que no hubiera cumplido con su compromiso y hubiera bloqueado la política de desarrollo orientada en inversiones para el cambio de la estructura productiva. En su obra Treinta años de historia argentina, Juan José Real le dedica especiales párrafos donde describe esta aversión a las políticas expansivas: «Creía incluso que había que aminorar el ritmo de inversión «para no poner el peligro el plan en su conjunto», con lo cual negaba su concepto de economía social de mercado. En efecto, al atenuar los ritmos de la inversión para el desarrollo, al limitar el crédito a proporciones incompatibles con el mantenimiento de los niveles normales de producción, al no encarar con energía la nivelación de los recursos y gastos fiscales, estaba provocando desocupación y deprimiendo el valor adquisitivo de los salarios, estaba despojando a la política económica de todo su sentido y contenido social».
En estas circunstancias, Frigerio cuestionó públicamente la gestión de Alsogaray. «Debí escribir en folleto contra su gestión y debí asumir el rol de opositor de nuestro propio gobierno». El folleto se llamó La falacia de la estabilización monetaria sin expansión económica, donde denunció como pretendían desnaturalizar el plan de desarrollo económico. Este debate, que tomó cariz en folletines y cartas abiertas, refleja la profunda disputa entre liberales ortodoxos y desarrollistas en relación al rol del Estado en la economía y es altamente recomendable releerla.
La particularidad del rol de Frigerio opositor a la gestión económica es que tenía en el propio Frondizi un aliado. La oficina de prensa presidencial difundida los mensajes críticos de Frigerio sobre Alsogaray. Esto evidencia también las limitaciones que tenía Frondizi, cercado continuamente por varios frentes, y como a pesar de ello mantenía el timón del desarrollo nacional.
Causus Belli
En abril de 1961, Frondizi había recuperado cierto margen político para maniobrar. Frigerio esperaba ansioso ese momento: «Cuando las condiciones políticas o institucionales fueron cambiando y Alsogaray se opuso a un proyecto siderúrgico, lo cual para nosotros era causis belli, el doctor Frondizi lo obligo a renunciar».
Efectivamente, el plan de estabilización empezaba lograr objetivos, aunque precarios. Se necesitaba combinarlo y coordinarlo con el programa de desarrollo simultáneamente, cosa que Alosgaray resistía. «La estabilización que se había logrado era precaria, a base de una permanente contracción del peso: era estabilidad del dólar. En gran medida, esta se mantenía con la venta de esta divisa cada vez que el mercado presionaba».
Aún así, a un menor ritmo que el pretendido por Frigerio, las prioridades estratégicas del desarrollo nacional avanzaban en paralelo. Los contratos petroleros eran un éxito y se estaba acortando la brecha en velocidades inéditas hacia el abastecimiento energético. El avance en infraestructura, caminos, diques, aeropuertos, se evidenciaba a lo largo de todo el país. Es cierto que habían caído los salarios reales de los trabajadores, que enmarcaba un contexto social altamente politizado, hervidero de huelgas y protestas, e incluso algunos brotes terroristas. Pero en un gobierno que continuamente se vio flanqueado por planteos, revueltas y problemas, una breve tregua parecía el paraíso. Era el momento de apostar fuertemente a la prioridad estratégica del desarrollismo: la siderúrgica. Y también ir a fondo con el gran déficit que tenía la administración pública, en particular sosteniendo un esquema ferroviario anacrónico, altamente deficitario, poco eficiente y con un altísimo gasto en personal innecesario.
En la ya citada biografía sobre Frigerio, Morando explica: «Alsogaray fue desplazado en abril de 1961, cuando el ministro, en presencia del presidente del Banco Mundial, reiteró su oposición al proyecto siderúrgico de Sierra Grande». Para un desarrollista, no producir y generar valor a través del hierro que tenemos en nuestra propia tierra es ir en contra de nuestra propio interés y potencial de la Nación. En gran medida, desarrollo quiere decir consolidar una estructura industrial no dependiente de las importaciones de materias primas que impusieran periódicos estrangulamiento de la balanza de pagos. Para Alsogaray y el liberalismo económico nacional, eso era una herejía. Producir acero era antieconómico; había que importarlo. Años más tarde, cuando fue ministro de Economía de José María Guido dijo: «La enfermedad del país es la sobreinversión. Exhibe signos de cierta producción industrial, en detrimento de la industria más eficiente del país, que es la agricultura y la ganadería».
Tras su caída se dieron batallas claves en el propósito de reducción del déficit estatal, llevadas a cabo por Juan Ovidio Zavala bajo la supervisión directa del presidente. A pesar de que medidas como el plan de reestructuración ferroviaria no pudieron ser concretadas debido a la enorme resistencia de los gremios del sector, el programa de estabilización cumplió sus objetivos independientemente de la ausencia del capitán ingeniero. Tampoco hubiese sido una garantía su presencia en el gabinete frente a las dos grandes crisis militares que tuvo en el último tiempo de gestión: el encuentro con Guevara y la determinante victoria del peronista Andrés Framini en la provincia de Buenos Aires. En concreto, Alsogaray cumplió su cometido en el gobierno: atenuó a los militares durante 20 meses al costo de haber apaciguado el ímpetu frigerista del programa de expansión y desarrollo.
Apenas uno años después se pudo ver la esencia del ideario liberal ortodoxo que pregonaba Alsogaray. Fue en el gobierno de Guido donde volvió a ser Ministro. Frondizi comentó al respecto: «En el fondo, y pese a las críticas que el ingeniero Alsogaray formula al desarrollismo, en general y a la política de desarrollo de mi gobierno en especial, su posición está emparentada a la CEPAL, aunque desde luego, on un bagaje teórico mucho más modesto (…) Naturalmente que esta suposición es un desenvolvimiento teórico de las ideas del ingeniero Alsogaray ya que, en la práctica, cuando tuvo la oportunidad de manejar exclusivamente la conducción económica después del 29 de marzo (cuando fue ministro de Economía de Guido) no hubo siquiera desarrollo del campo ni de la industria liviana y si recesión que afectó, simultáneamente a todos los sectores del país«.
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