Existe el grave error de pretender dar vuelta la página, volver a la normalidad, y dar por superado y olvidado el doloroso episodio de la pandemia. ¿Cómo se mide el impacto de la pandemia? ¿Cómo dimensionar el daño provocado? ¿Cómo separar sus efectos en la vida y en la salud de otros efectos como la pérdida de ingresos o la desvinculación afectiva, por mencionar sólo algunos?
Cuantificar una información le provee de una pátina de prestigio científico que la valida hasta el punto de hacerla incuestionable, pero muchas veces también incomprensible. El significado mentado depende de la intencionalidad del efector de la comunicación, incluso a veces en disidencia y hasta oposición a la mensurabilidad originaria. La relevancia de los datos está dada por el propósito como finalidad. En este sentido, debemos diferenciar el uso científico de los datos de su uso comunicativo o periodístico, de difusión, información, o en algunos casos, hay que decirlo, desinformación que genera miedo, ansiedad y confusión.
Algunas preguntas que recién ahora empiezan a precisarse, por ejemplo, son: ¿cuántos de los muertos con COVID efectivamente murieron por COVID? Y también cuántas muertes se precipitaron o se precipitarán por otras patologías agravadas en el marco pandémico, sea por ausencia de detección temprana, mal diagnóstico o simplemente falta de atención adecuada o incluso mínima. Este punto reviste una importancia notoria, aunque tardíamente notada. La atención de la mayoría de las patologías crónicas y prevalentes ha quedado relegada, a veces hasta puntos críticos. Ese paréntesis que podía parecer lógico en momentos que se privilegiaba la atención por Covid, muestra ahora su alto costo en vidas y salud.
Ciertamente, no podemos suponer que la pandemia no significaría algún tipo de agravamiento sanitario, pero se trata de ser claros respecto a tres grandes cuestiones. En primer lugar, falló la antelación a un escenario pandémico. La fortaleza de un sistema sanitario consiste también en su preparación para las catástrofes y emergencias. Una pandemia no es una invasión alienígena; es un escenario incierto pero previsible, y como tal fue advertido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya en 2015, de manera pública. En segundo lugar, una cosa es relegar las consultas por cuestiones menores y otra cosa es pasar por alto la atención de las insuficiencias renales, cardíacas, y demás, por meses. Por último, se trata de transparentar estos y otros errores para aprender de ellos. Más allá de responsabilidades en la dirección de la política sanitaria, se trata de poder enriquecernos de la experiencia, aunque sea doloroso.
No decimos que hubo o haya una solución fácil a situaciones dilemáticas más que problemáticas, que requieren de tomar decisiones operativas. De inicio hemos señalado que una pandemia es un fenómeno sumamente complejo que abarca dimensiones sociales y económicas, no sólo infecciosas, y que también afectan a la salud de las personas, y que como tal requiere de un tablero de comando que concentre decisiones maestras a partir de un amplio concurso de especialistas. Una vez más, se impone superar con innovación la inmovilidad que representa el miedo al futuro y el cinismo ante el sufriente presente. Y nadie puede sentirse al margen sin ser cómplice.
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