Diciembre es un mes de fantasmas. Como si cada fin de año volviéramos a 2001, en diciembre recrudece la tensión social y los contrastes se hacen más evidentes. Este año, especialmente duro, termina con un aumento de la inseguridad alimentaria, sobre todo en los barrios pobres. Personas que nunca habían acudido a un comedor o una olla popular se vieron formando una fila a la espera de un plato de comida. Diciembre es también el mes en el que fue asesinado Claudio Pocho Lepratti, un referente para quienes nos involucramos en el trabajo de los comedores comunitarios.
El 19 de diciembre de 2001, Pocho estaba cocinando en el comedor de la Escuela 756 del Barrio Las Flores, uno de los barrios más pobres de Rosario. Estaba organizando el almuerzo, como de costumbre, cuando escuchó la represión policial. Pocho subió al techo de la escuela y gritó: «No disparen, acá solo hay pibes comiendo». Su grito terminó cuando una bala impactó en su garganta y él se desplomó. Las últimas palabras de Pocho resaltan, por su simpleza, la crueldad de la represión y quedaron grabadas en la cultura popular gracias a la canción de León Gieco El ángel de la bicicleta.
Pochormiga, como le decían por su incansable trabajo, se dedicó a ayudar en comedores y a crear huertas en los barrios. Pochormiga fundó hormigueros por toda la provincia de Santa Fe para dar un trato más humano y devolver un poco de dignidad a todos aquellos que la habían perdido cuando se quedaron sin sustento. Siempre listo, Pocho cargaba en su mochila paquetes de fideos y cebollas por si tenía que improvisar algún guiso.
En una Argentina donde había que pasar el invierno, que se volvió eterno, Pocho recorría el gran Rosario en su bicicleta proclamando que juntos podíamos hacer que llegara la primavera. Para muchos era como un ángel.
Décadas de hambre en Argentina
La pandemia de COVID-19 expuso todas las desigualdades argentinas. Y demostró que los graffitis de Rosario dicen la verdad: «El Pocho vive». Porque su legado es el de los militantes sociales comprometidos con la lucha contra el hambre y la pobreza, que fueron centrales para mitigar los efectos de esta crisis, que es mayor que la de 2001.
«Pocho vive» también es una crítica social. Porque señala que Argentina no encontró en 20 años una verdadera solución para el hambre. En 2019, la inseguridad alimentaria era de 18,3% en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), en mayo de este año alcanzó el 20%, según la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA) de la UCA. Con un fuerte aumento en la inseguridad alimentaria severa, que registró un 8,6%. La inseguridad alimentaria es la falta de alimentos por motivos económicos, que se traduce en la disminución de las porciones, el salteo de comidas o la sensación de hambre.
El hambre lleva décadas en Argentina. La ley de emergencia alimentaria fue proclamada un tiempo después del asesinato de Pocho y aún sigue vigente. El hambre está en las patas flacas de los chicos que van a los comedores comunitarios y en las calles de tierra, están en cada casa de chapa y rancho improvisado con cartones.
A comienzos de 2020, antes de que llegara la pandemia, el gobierno lanzó la tarjeta AlimentAR, en el marco del Plan Argentina Contra el Hambre. También aumentó a más de dos millones de pesos las partidas presupuestarias para asistencia alimentaria directa a través de comedores escolares, merenderos y comedores. Esto último provocó una reducción de la inseguridad alimentaria severa, en especial en los hogares pobres que no eran beneficiarios de la tarjeta AUH – AlimentAR.
Las políticas contra el hambre paliaron una crisis muy dura. Ayudaron a que la gente comiera, lo que no es poco. Pero, como dice León Giego en La Navidad de Luis, parece que por momentos creemos que la pobreza termina cuando damos un trozo de pan. Las medidas de emergencia están lejos de una política alimentaria que cumpla los requisitos nutricionales básicos.
Los hormigueros como los que armaba el Pochormiga ayudaron en las dos últimas décadas a contener a las familias más carenciadas. Pero la inclusión social no puede depender del voluntarismo. El Estado debe trabajar para coordinar las políticas con estos hormigueros, hasta que algún día ya no sean necesarios. Pueden seguir existiendo como lugares de encuentro y construcción de comunidad, pero nadie en Argentina debería necesitar la ayuda de otro para garantizar una alimentación de calidad para sus hijos o para sí mismo. Es un objetivo de mínima en el que tendríamos que ser capaces de ponernos de acuerdo. Eso nos haría más nación, como decían Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio.
Diciembre es un mes de fantasmas. Espero que la noche del 24 el fantasma de El Pocho saque a pasear a más de uno con su bicicleta por los barrios pobres de Argentina. Para que vean cómo viven millones de compatriotas y se convenzan de que cambiarlo es necesario y posible. Que después de este largo invierno, la primavera está más cerca de lo que parece. Acá hay una hormiga que lo cree.
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