Reflexiones sobre la geopolítica

La geopolítica requiere una meta representativa del interés nacional, sin perjuicio de que cada época reconozca un contexto, cuyo diseño generalmente fue producto de disputas de poder entre los principales protagonistas, reduciendo el margen de maniobra de potencias menores obligadas a alinearse con aquellas de algún modo

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La geopolítica requiere una meta representativa del interés nacional, sin perjuicio de que cada época reconozca un contexto, cuyo diseño generalmente fue producto de disputas de poder entre los principales protagonistas, reduciendo el margen de maniobra de potencias menores obligadas a alinearse con aquellas de algún modo
La geopolítica requiere una meta representativa del interés nacional, sin perjuicio de que cada época reconozca un contexto, cuyo diseño generalmente fue producto de disputas de poder entre los principales protagonistas, reduciendo el margen de maniobra de potencias menores obligadas a alinearse con aquellas de algún modo

Al término le cabe como a “globalización” en su momento, cuando aquel breve decenio unipolar norteamericano desde la desaparición de la URSS hasta el atentado a las Torres Gemelas en 2001. La globalización explicaba -y justificaba- cualquier situación, pese a tratarse de hechos constatables como en otras épocas de la historia; y esta en la que vivimos continúa su marcha con aspectos positivos y negativos (bastantes, en ambos casos).

Paradójicamente, pareciera que en tiempos de multipolaridad la globalización se “regionaliza” dada la necesidad de acceso a recursos naturales, inversiones, seguridad, requeridos por vecinos con rasgos e intereses parecidos. La próxima cumbre CELAC–UE -para noviembre próximo en la caribeña Santa Marta- dará más pautas.

En tal escenario, esta nota también emite un SOS frente al horror vacui, instilado por la confusa política criolla a quienes apostamos por la ancha y esquiva avenida del medio.

El regreso de la geopolítica

La geopolítica se canceló en la última posguerra, en rechazo de la doctrina del “espacio vital” de K. Haushofer (“Ciencia de la vinculación geográfica de los acontecimientos políticos», la denominaba), inspiración del expansionismo nazi.

Sin embargo, durante la Guerra Fría, nunca fue desatendida por fuerzas armadas, agencias de seguridad e inteligencia, nutrida con estudios que proporcionaban sus marcos teóricos. De a poco empezó a percibirse como “praxis del poder” (Kissinger); o un “elemento vertebrador de las relaciones internacionales”  para que el mundo fuese más estable atendiendo condicionantes geográficos, históricos y culturales (J. Pardo de Santayana).

A. Methol Ferré (Los Estados continentales y el Mercosur – HUM, Montevideo – 2015) expuso que los seres humanos hacemos geopolítica “naturalmente”, y como no hay Estado sin territorialidad, más allá de cada poderío nacional, toda política es geopolítica en tanto “perspectiva global de la historia en la dinámica de los espacios”. Algo parecido A. Koutoudjian, al señalar que “[…] lejos del fárrago político cotidiano, los hechos o factores geopolíticos están presentes, consciente o inconscientemente en el accionar no solo del Estado, sino también de la sociedad”.

Así pues, la geopolítica, simbiosis de geografía y ciencias políticas, arraiga en factores naturales –territorio, espacios marítimos y aéreos, población, cultura- y factores políticos, en función de objetivos estratégicos preestablecidos para mediano y largo plazos según la vocación protagónica y recursos de poder disponibles por cada actor. De allí la obligación de recuperar, analizar y replantear sus conceptos elementales.

¿Para qué? J. Pardo de Santayana lo resume por “cuatro imperativos geopolíticos”, que todo Estado ha de considerar al diseñar un proyecto nacional: 1- alcanzar y mantener un nivel adecuado de poder relativo, 2- mantener la unidad territorial, 3- proteger las fronteras y 4- asegurar las conexiones externas (recuperado de https://www.gehm.es/actualidad/n-modelo-de-analisis-geopolitico-para-el-estudio-de-la s-relaciones-internacionales/).

Podríamos sumar citas, pero a los efectos de esta nota lo expuesto alcanza para dimensionar la importancia de una geopolítica nacional inserta en un orden internacional equitativo y seguro.

Geopolítica y cambio epocal

Se habla demasiado de ‘orden geopolítico’, ‘geopolítica mundial’, ‘crisis geopolítica’, ‘geopolítica energética’, ‘geoeconomía’, como sinónimos intercambiables; o, peor, ‘geopolítica de género’, ‘del entretenimiento’, ‘de las religiones’, y cuanta majadería por el estilo producto de la ignorancia.

La geopolítica requiere una meta representativa del interés nacional, sin perjuicio de que cada época reconozca un contexto, cuyo diseño generalmente fue producto de disputas de poder entre los principales protagonistas, reduciendo el margen de maniobra de potencias menores obligadas a alinearse con aquellas de algún modo.

H. Kissinger (Orden mundial. Reflexiones… – Ed. Debate. Buenos Aires, 2016), observó que el “sistema westfaliano” iniciado en 1648, mediante el cual Occidente dominó el mundo por más de tres siglos, usó métodos para adjudicar y preservar poder sin resolver un problema de fondo: “Todo orden internacional -escribió- debe afrontar, tarde o temprano, el impacto de dos tendencias que desafían su cohesión: la redefinición de su legitimidad o un cambio significativo en el equilibrio de poder”. Y esto ocurre exactamente ahora ante la ausencia de mecanismos que garanticen el equilibrio multipolar en gestación; lo comprueban las crisis de Ucrania y Gaza, que rebasan el inerte multilateralismo de seguridad colectiva de Naciones Unidas.

Atravesamos turbulencias de un cambio de época, pese al empeño occidental en ignorarlo. No obstante, ciertas reglas definidas desde Westfalia en adelante deben sostenerse porque blindan al Estado nacional, todavía principal actor del derecho y política internacionales: soberanía, autodeterminación, integridad territorial, jurisdicción exclusiva, no intervención, et alii, que el trío Trump-Putin-Netanyahu trituran insolentemente. Mientras, y hasta que alumbre el nuevo equilibrio, aumentarán tensiones entre países aferrados al poder naval y países cuya fortaleza es territorial, tal lo describieran A. Mahan y H. Mackinder, respectivamente. Para considerar: R. Aron sostenía que podrá haber dos potencias globales, pero no implica que el sistema sea bipolar.

Enorme Argentina

Si lo pueblos no atienden su geografía, ésta termina vengándose. Bajo nuestros pies y a la vista, somos la octava superficie planetaria de 2.780.085 km²; sumado el Sector Antártico e islas del Atlántico Sur (889.626 km²) llegamos a 3.669.711 km², justificamos nuestra bi-continentalidad. El perímetro argentino, lindero con cinco vecinos, es de 9.376 km.

En cuanto a espacios marítimos, medidos según la CONVEMAR de 1982, incluyen zona económica exclusiva hasta las 200 mm y plataforma continental (solo ella 1.782.500 km²), totalizando 6.581.000 km². El litoral marítimo llega a 4.725 km de costa atlántica y 11.235 km de litoral isleño y antártico. Por ello, somos además país oceánico, aunque no lo ejerzamos cabalmente. Y está el espacio aéreo, cada vez más importante desde que registramos avances significativos en materia satelital, en un siglo oceánico y espacial.

Todos son  datos de IGN

El conjunto territorial, espacios marítimos, plataforma y espacio aéreo, exige geopolítica nacional integral, la cual -aún en borrador- no se cuestiona en ámbitos especializados. ¿Tenemos realmente conciencia de la significancia de esa inmensidad, que debemos proteger por cuestiones económicas, de defensa y seguridad nacionales? Su ausencia en debates políticos es un mal indicio.

Por lo demás, una pregunta central opera como big-bang de una opción geopolítica: “¿Qué nos hace más Nación?”, imprescindible para determinar meta y objetivos estratégicos bien diseñados, que constituirán las políticas de estado.

Ejemplificaré, para mayor claridad, con la vulnerable Patagonia Argentina, punctum dolens de la geoestrategia nacional por su extensión y vacío demográfico. Para potenciar esta región clave más allá de la difunta vaca (o las que se vayan encontrando), y asumiendo nuestra cualidad marítima, Nación y provincias costeras necesitan -sobre todo- articular y multiplicar la actividad industrial relacionada con defensa, seguridad y pesca. Esto requiere bases militares y puertos comerciales estratégicamente distribuidos, astilleros para construir buques civiles y militares, hoy desarticulados.

El Vicealmirante Segundo R. Storni (1876-1954), cuya visión “insular” era propia de un mundo con eje atlántico, en sus conferencias sobre Intereses Argentinos en el Mar (¡de 1916!), criticó la falta de interés por el aprovechamiento del mar y propuso una serie de líneas todavía vigentes. La tragedia del ARA San Juan marcó el ápice de esa decadencia tolerada por todos los partidos políticos: sesenta años perdidos. Botón de muestra y noticia reciente: el Gobierno nacional decidió eliminar la inversión progresiva para el Fondo de la Defensa del presupuesto 2026. Mientras Brasil, con Lula o Bolsonaro, avanza en la construcción de un submarino nuclear.

Desde esta sucinta reseña patagónica podríamos mencionar la Región del Norte Grande, mutatis mutandi tan postergada como la anterior, pero con la misión geoestratégica de integrar la Argentina de este a oeste, y a la vez servir de articulación continental por el centro oeste suramericano. Y así siguiendo, las piezas encajarán solas de menor a mayor hacia un Polo Iberoamericano, antes que sea tarde.

Volviendo a la realidad nacional de nuestra Argentina partida en tres (ver “El apático regionalismo argentino”) ¿cómo habilitar una vía del medio para suturar tanta grieta insensata, sin considerar esta categoría de planteos? El último esfuerzo implicará siempre mirar más alto y más lejos.

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