Las pasadas elecciones que se consumaron el 19 de junio, en medio de una polarización implacable, dan cuenta de un cambio real que se producirá en el sistema político cafetero. Pero también de un “cambio” que poco tiene de novedoso si consideramos el perfil y la propuesta del candidato vencedor que accederá a la primera magistratura después de su tercer intento.
Nadie duda que el triunfo de Gustavo Petro significa un cimbronazo para la política colombiana que por primera vez tendrá al mando de la Casa de Nariño un presidente de izquierda, que se asume como revolucionario y con pasado en la guerrilla del M -19. El contraste es enorme si se compara el perfil ideológico del candidato del Pacto Histórico respecto de los presidentes del «uribismo», gravitantes en la vida política de Colombia desde 2002 (más allá de ciertos elementos socialdemócratas que se le puedan atribuir a la gestión de Juan Manuel Santos).
Incluso, antes de la primera vuelta, Colombia asistió a una situación inédita desde hace 20 años hasta aquí: Álvaro Uribe Vélez -hegemónico líder de la derecha y presidente de la República entre 2002 y 2010- ya no estaba en condiciones de ser “el gran elector”. De esta manera quedaba limitada la continuidad a un proceso político que, con enormes éxitos en el campo de la seguridad y la defensa, supo mantener en el tiempo a través de sus ungidos, pese a cierta falta de docilidad de Santos primero y de Iván Duque después.
Claro está entonces que el triunfo de Petro supone una novedad en la historia de Colombia ya que un país que padeció una crueldad inaudita, como pocos en América, por el accionar de la guerrilla marxista, los grupos paramilitares, y de las organizaciones narcoterroristas y tendrá como jefe de Estado a un mandatario auspiciado por el Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla.
Ahora bien, lo que vale cuestionar aquí como “cambio” son las propuestas y el perfil ideológico del presidente electo que gobernará Colombia por los próximos 4 años.
En otras palabras, Gustavo Petro lejos está de ser un recién llegado a la política. Todo lo contrario, es un hombre del sistema a pesar de que su signo político no haya manejado los destinos del país. ¿Desde cuándo se lo juzga como el “cambio” que viene a “renovar” la política a alguien que desde inicios del nuevo milenio se ha desempeñado como alcalde de Bogotá, diputado (desde 1991) y senador nacional? No es precisamente la trayectoria de un outsider. La paradoja tampoco debe sorprendernos a los argentinos… ¿A caso no se machacó todo lo que se pudo desde el marketing generado en las usinas de Durán Barba para presentar a Mauricio Macri como la “novedad” de la política nacional, cuando en realidad ya llevaba dos mandatos como alcalde porteño y otro (sin concluir) como diputado nacional? Nuevamente asistimos a la magia del marketing, o del maquillaje. Como guste. En todo caso, lo verdaderamente nuevo podrá ser su vicepresidenta, Francia Márquez, a quien no se le conoce cargo público alguno más allá de su militancia anti minera y feminista.
Tampoco el líder del Pacto Histórico viene a traer propuestas muy innovadoras que digamos. La obsesión de la izquierda con una reforma tributaria que abarque a un número mayor de trabajadores para aumentar la recaudación, tal como viene agitando Petro, no es cosa nueva. Lo curioso es que él mismo supo ser un férreo opositor a la reforma impositiva que el presidente Duque tuvo que dar marcha atrás en 2019. Lo que cambia ahora es el relato: “la necesidad de redistribuir la riqueza”. Tampoco es nueva la pretendida vocación de trabajar por “las minorías”, que no son otra cosa que distintos colectivos (LGBTQ+, afro, indígenas, etc.) que han ganado visibilidad y fuerza a merced del capitalismo y la democracia liberal pero que se han convertido en insumos revolucionarios y electorales para las distintas organizaciones de izquierda, tanto en América como en Europa.
Por último, quizás la más ambiciosa y polémica de las propuestas de Petro tenga que ver con la crítica petrista a la matriz productiva relacionada con los hidrocarburos, que podría terminar en una paralización de los proyectos petroleros que hay en el país. Sin ir más lejos, este martes se han conocido las primeras reacciones del mercado a los resultados de las elecciones presidenciales registrándose en la Bolsa de Nueva York una estrepitosa caída de la acción de Ecopetrol, que se negocia mediante el American Depositary Receipts -ADR-. En las primeras operaciones del día su valor se cotizó en 12,04 dólares, presentando una baja del 11,86 % reflejada en 1,62 dólares. Habrá que ver hasta dónde llega o puede llegar la pretendida e “innovadora” política energética del flamante presidente electo, y hasta dónde se lo permite el realismo y el establishment político y económico. Pronto sabremos si fue una impostación para resultar disruptivo o si se trató de una provocación para sentar a negociar al sector petrolero.
Pero sea lo que sea, lo importante en política es mirar lo que los actores hacen, no lo que dicen. Muchos más en campaña. Y más aún cuando se agita tanto la bandera del cambio, quizás la más prostituida en la política posmoderna.