Los gobiernos de casi todos los miembros del Mercosur cambiaron de signo en los últimos años. Esto hizo que tomara fuerza la disputa entre dos visiones sobre el futuro del bloque: flexibilizarlo o fortalecerlo.
Quien encabeza la postura de flexibilizar el bloque es el propio gobierno de Brasil, por lo que podemos denominar a esta postura la visión Bolsonaro, la cual es respaldada por los gobiernos de Uruguay y Paraguay. Frente a la misma se encuentra la postura manifestada por el presidente argentino Alberto Fernández, que busca consolidar y ampliar el Mercosur, postura a la que podemos denominar la visión Argentina.
En cada uno de los países miembros, este debate se da también hacia adentro, ya que las consecuencias de cada camino son muy diferentes y potencialmente tienen efectos en todos los sectores de sus sociedades. En Argentina, este debate incluso se ha llevado adelante en ámbitos institucionales como el Congreso de la Nación, manifestándose algunos sectores políticos a favor de una y otra postura.
Curiosamente, algunas solicitadas impulsadas por los sectores que apoyan la idea de la flexibilización citan en sus fundamentos al presidente Raúl Alfonsín, que fue uno de los grandes promotores de lo que luego logró materializarse como el Mercosur. Alfonsín aspiraba a creación de un espacio común que generara oportunidades comerciales y de inversiones. La integración competitiva de las economías nacionales, pensaba el presidente radical, potenciaría el comercio interregional y daría mayor fortaleza para actuar como bloque en el mercado internacional. Esto resulta absolutamente contrario a la idea de flexibilización del Mercosur.
«Industria y desarrollo son la misma cosa»
La disputa entre estas dos posturas no es reciente, sino que fue tomando fuerza a través de los años y los cambios de colores políticos. En el año 2012 se llevó adelante la 18 Conferencia Industrial de la Unión Industrial Argentina (UIA), que tuvo la particularidad de contar con la participación igualitaria de representantes de Argentina y Brasil, tanto del sector público como privado. El título de la conferencia era Argentina y Brasil, integración productiva para el desarrollo regional. Ocho años después, nos encontramos en la vereda de enfrente, discutiendo la idea de la flexibilización del Mercosur. Por eso es importante recordar algunas de las conclusiones a las que se llegó en aquella oportunidad, que plantean otra forma de abordar el tema:
- «Ningún país desarrollado del mundo ha resignado su industria, ni lo hará jamás, industria y desarrollo son la misma cosa».
- «Entre las encrucijadas que enfrenta nuestra región es que la tendencia muestra el riesgo de primarización. El mundo nos quiere productores de materias primas sin agregado de valor. La clave: nadar contra la corriente».
- «La desindustrialización y la consecuente primarización de las economías son amenazas concretas que deben ser desarticuladas, para lo cual la integración regional, y dentro de ella la integración productiva, resultan el mejor antídoto posible».
- «Las naciones del Mercosur deben comprender que el desarrollo de los países y regiones está íntimamente ligado a un comercio interregional fuerte».
Cada una de estas conclusiones ponen en evidencia las diferencias entre el camino de flexibilizar y el de la integración productiva y el desarrollo regional.
«Un corset para la economía»
Que la visión Bolsonaro haya adquirido fuerza y tenga voceros en todos los países del bloque merece un análisis. Comprender en qué se basa la posición de la flexibilización del Mercosur, que no es otra cosa que un intento de reprimarizar la economía.
Los países miembros tienen matrices productivas disímiles y asimétricas. Uruguay y Paraguay tienen economías menos industrializadas y, por lo tanto, es lógico que haya sectores que respalden la flexibilización como solución a dichas asimetrías, cuando en realidad lo que debemos es trabajar en la integración productiva de nuestro bloque que de respuestas a las mismas. Algunos, incluso, ven al Mercosur como un límite para su desarrollo. De hecho, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, revalorizando las palabras de un antecesor, calificó al Mercosur como un «corset» para la economía del país. Estas declaraciones son una advertencia: es poco creíble quieran de vender la flexibilización como un mecanismo para fortalecer el bloque los mismos que la ven como un obstáculo.
El caso más interesante, sin embargo, es el de Brasil. En definitiva, el principal impulsor de la flexibilización. La visión Bolsonaro nace como la decantación de una mirada pesimista del gobierno actual sobre el Mercosur. Las autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores y el mismo presidente han planteado que el Mercosur no es una prioridad para el país. Bolsonaro incluso sugirió que Brasil podría abandonar el bloque.
La posición inicial de Bolsonaro, apenas asumió, se encontró con una oposición interna y el presidente se vio obligado a reverla. El principal freno vino de la mano del sector industrial brasileño, que considera que el Mercosur es un pilar de la economía del país. Dicha postura no es caprichosa: el mercado argentino es muy importante para las exportaciones de manufacturas. Bolsonaro entonces viró hacia la opción de la flexibilización como un método para socavar el Mercosur desde adentro.
Los argumentos a favor de la flexibilización
Los propulsores de la flexibilización acompañan su prédica con expresiones como: «Dicha forma de integración trae mas beneficios que costos»; «Vamos a cuidar a los sectores productivos del Mercosur que estén más expuestos y sean menos competitivos, ayudándolos a reconvertirse y mejorar sus capacidades»; «Es una oportunidad para los sectores industriales del Mercosur de ser realmente competitivos a nivel internacional»; «No solo habrá un aumento de las exportaciones sino también de las importaciones, pero esta vez de insumos estratégicos y bienes de capital”; entre otras».
Todas estas frases nos resultan familiares a los argentinos. Son las mismas que usó Marcos Peña, como Jefe de Gabinete, para defender ante el Congreso de la Nación la apertura de nuevos mercados y la supuesta «inserción internacional inteligente». Esta política, llevada adelante por el gobierno de Cambiemos durante cuatro años, impulso fuertemente la llegada de productos importados a nuestro mercado de consumo y tuvo como resultado la caída de la actividad del sector industrial, con la consecuente pérdida de empleos, y dañó de manera grave la matriz productiva nacional.
Las diferentes posturas sobre el Mercosur también se enfrentan con respecto a la posición a tomar frente a la crisis mundial que estamos atravesando. Unos plantean la necesidad de acelerar las negociaciones, mientras que otros sostenemos la necesidad de tener prudencia frente a la incertidumbre económica mundial. Una incertidumbre que ya venía creciendo como consecuencia de la guerra comercial entre las dos principales potencias mundiales —EEUU y China—.
La propia crisis ha llevado a transformar el concepto de soberanía. No solo a revalorizar la necesidad de una «soberanía con vocación regional», como pedía Aldo Ferrer, sino que ha comenzado a vincularse al concepto de autodeterminación con la capacidad de producción local, con el desarrollo tecnológico y científico, cosa que se logra en nuestra región integrando y fortaleciendo el Mercosur, no flexibilizándolo y primarizando su producción.
Para tomar perspectiva: la Unión Europea definió, como estrategia de bloque ante la crisis mundial, la consolidación la unión, la mutualización de las perdidas y el fortalecimiento de los lazos comunitarios. En nuestra región, ante la misma situación, algunos proponen la flexibilización.
Cuando lo que está en juego es el trabajo de los argentinos, debemos tener prudencia, no arrojarnos a satisfacer los apetitos ideológicos. Creo que frente a estas dos posiciones que hoy se debaten en nuestra región, lo correcto es apoyar la visión Argentina, que reclama fortalecer y ampliar el Mercosur para cuidar nuestra industria, nuestra producción, a nuestras empresas y, por sobre todo, a nuestros trabajadores.