coronavirus
Desinfección por coronavirus en un comercio de calle Valiasr, en Teheán. Foto: Mehr

En el mercado de mariscos de Wuhan, China, vendían koalas. También lobos vivos y cocodrilos. Estaban en la sección de animales silvestres, donde también podías encontrar un pangolín. La venta del pangolín no estaba permitida, pero nadie hacía problemas. El pangolín es un bicho raro, cubierto de escamas que lo hacen parecer un alcaucil que camina. Y es el mamífero más traficado del mundo, justamente por sus escamas, que son utilizadas como medicina tradicional en China. Nunca viste un pangolín en Argentina porque es un animal que vive en Asia y África. Está en peligro de extinción, pero eso no te importa demasiado. Si escuchaste hablar del pangolín y también de Wuhan, es por coronavirus. El pangolín es el principal sospechoso de haber transmitido la enfermedad a los humanos, aunque eso todavía se está investigando. 

Nadie imaginaba tres meses atrás que la principal amenaza para la economía global iba a salir de un animal exótico en una ciudad china de la que jamás había oído hablar. Muchos todavía no saben pronunciarla: ¿se dice guan, huján, guján? Pero es así. La semana del 9 de marzo dejó un tendal de titulares espectaculares en el plano financiero. Cinco días de récords: el lunes se registró la mayor caída del precio del petróleo desde la Guerra del Golfo, el jueves se produjo el desplome más profundo de las bolsas del mundo en un solo día desde el crac financiero de 1987, la semana terminó con los peores resultados bursátiles desde la crisis de 2008. Lo más preocupante, sin embargo, no es la volatilidad de los mercados, sino el riesgo de que el mundo se encamine hacia una recesión global.

China decretó el 23 de enero la cuarentena de Wuhan e implementó medidas muy duras para contener el brote. Estas provocaron el parate de la economía china, lo que encendió las luces de alerta. La OCDE rebajó las proyecciones de crecimiento global para 2020 de un 2,9%, que es lo que había calculado en noviembre pasado, a un 2,4%. Ese era, dice el informe publicado el 2 de marzo, el escenario más probable. Se basaba en la hipótesis de que el impacto del virus quedaría limitado a China y Corea del Sur. La publicación advierte de que en “el peor escenario posible”, si la crisis se extiende a todo el mundo, la economía podría desacelerarse y crecer solo un 1,5%. Pero el peor parece cada vez más probable.

A los argentinos este número tal vez no les dice nada. ¿Qué problema hay con crecer al 1,5%, si Argentina lleva dos años en recesión? Es que Argentina es una excepción y, según el Banco Mundial, el segundo país que pasó más tiempo en recesión desde 1950. El primero es el Congo. La actividad cayó en Argentina en uno de cada tres años durante las últimas siete décadas. Una recesión en el país no es algo extraordinario, pero a nivel global sí lo es.

Tal vez te preguntes por qué se habla de recesión, si el peor escenario es que el PIB mundial crezca un 1,5%. Bueno, porque se espera que haya recesión en el primer semestre y un repunte fuerte en el segundo. 

Un crecimiento del 1,5% a nivel global es un valor muy, muy magro. Desde que el Banco Mundial lleva el registro, en 1961, solo hubo cuatro años en los que la economía global creció a una tasa más baja. La primera fue en 1975, como consecuencia de la crisis del petróleo. Fue un terremoto económico sin precedentes que llevó a que se abandonara Bretton Woods y el patrón oro. El segundo fue en 1982, tras una segunda crisis del petróleo y el alza de la tasa de interés en EEUU. México anunció aquel año la suspensión del pago de la deuda externa y  se desencadenó la crisis de la deuda de los países de América Latina, que dio inicio a la década perdida. La siguiente fue en 1991, año de la Guerra del Golfo. EEUU entró aquel año en recesión. Y fue por la economía, estúpido, que George Bush padre perdió la reelección para la Casa Blanca. La última fue en 2009, tras la crisis financiera mundial. Este último es el único caso registrado que cerró en rojo: la economía global se contrajo en 2009 un 1,7%. El temor más grande sobre la crisis del coronavirus es que desemboque en un recesión equivalente a la de entonces.

Las noticias en ese sentido son alentadoras. La mayor parte de los analistas, incluso los más pesimistas, descartan un escenario similar al de 2008. Aunque todo dependerá de cuánto dure y se extienda la pandemia. Las expectativas están puestas en una rápida recuperación económica, una vez superado el brote. 

Buenas noticias desde China, pero no tanto

China alcanzó el 3 de febrero el pico máximo de contagiados. Aquel día se detectaron 3.887 nuevos casos. El viernes 13 de marzo, hubo solo ocho casos nuevos. Una caída impresionante en poco más de un mes. Esto alienta el optimismo y demuestra que las medidas implementadas, aunque extremas, fueron tremendamente efectivas. Corea del Sur está siguiendo los pasos con buenos resultados e Italia pidió asesoramiento a la República Popular para adoptar medidas similares. 

En Wuhan, una metrópoli de 11 millones de habitantes, los comercios vuelven a abrir y la vida, poco a poco, retorna la normalidad. El presidente Xi Jinping visitó el martes 10 de marzo la ciudad y allí mismo anunció que la epidemia estaba “prácticamente contenida”. Las proyecciones apuntan a una contracción de la economía china en el primer trimestre, según lo anticipado por el Índice de gerentes de compras (IPM), y una rápida recuperación a partir del segundo. La OCDE calcula que China crecerá un 4,9% este año. Aunque parece alto, es un número preocupante. 

La República Popular creció a más del 7% anual entre 1990 y 2015. Desde entonces, la actividad se desaceleró y en 2019 alcanzó el 6,1%, el menor valor en 30 años. La última vez que China creció a menos del 6% fue en 1990, después de la masacre de Tiannanmen. El ejército chino reprimió con dureza las protestas estudiantiles de 1989 y eso aisló al país en el plano internacional. Ni siquiera en 2009 sufrió un impacto semejante. Aquel año, de hecho, creció más del 9%.

Por qué se paraliza la economía

China es el taller del mundo y cumple una función central en buena parte de las cadenas globales de producción. Por eso, el frenazo de la economía china y el corte de la cadena de suministros provocó un retraso en las ventas.  Pero el mayor efecto recesivo de la crisis del coronavirus llega por el lado de la demanda. El comercio, el turismo, las aerolíneas, los hoteles y los restaurantes son los perjudicados más directos. Y esto se extiende más allá de China.

Las medidas de aislamiento de Italia y España, dos países con una fuerte dependencia del turismo, así como los cierres de todos los comercios no vinculados con alimentación y farmacias, golpea de lleno en la actividad económica. Bruselas anunció el viernes que ya que proyecta una recesión en Europa para este año.

Estados Unidos es la gran incógnita. El país crece en forma sostenida desde hace una década. El año pasado se expandió un 2,3% y acumula 113 meses consecutivos de aumento del empleo. La tasa de desocupación alcanzó este mes el 3,5%, la más baja desde 1969. La OCDE preveía una desaceleación económica de EEUU hasta el 1,9% en 2020. Pero estas proyecciones reflejan la situación previa la expansión del brote en EEUU. Ahora todas se están revisando a la baja. Y preocupa que la economía más grande del mundo pueda estancarse. Más aún si no logra controlar la expansión del virus con la misma efectividad que China. 

El gobierno de Donald Trump declaró el viernes 13 de marzo la emergencia nacional. Aún resta ver qué medidas implementará, pero esto le permitiría inyectar dinero en las economías de los Estados y compensar parte de la caída en la actividad. La Reserva Federal (la FED) anunció el jueves anterior que tenía 1,5 billones de dólares listos para ser inyectados en el mercado, lo que frenó la caída en la bolsa.

Pero la medida más fuerte de la FED hasta el momento es el recorte la tasa de interés. El 3 de marzo la redujo en 0,5% y doce días después volvió a bajarla, esta vez a 0%. El objetivo era amortiguar el posible impacto de la crisis y fomentar, con un crédito más barato, el consumo de las familias. El impacto de la tasa de interés de EEUU, la tasa de referencia, en la economía mundial es enorme. Alcanza con recordar que en marzo de 2018 la FED subió la tasa de interés y provocó una salida de capitales en Argentina que derivó en una crisis y el pedido de auxilio al Fondo Monetario Internacional (FMI). 

Bueno, entonces, si ahora bajó las tasas de interés, ¿van a venir las inversiones a Argentina? Es que no funciona exactamente así.

En momentos de incertidumbre, los inversores buscan refugiarse en activos seguros. En dólares, oro o bonos del tesoro americano. Estos últimos son considerados inversiones “libres de riesgo”. Incluso durante la crisis de 2008, provocada tras la quiebra de Lehman Brothers y las hipotecas subprime en EEUU, los inversores vendían los bonos emergentes y compraban bonos de… EEUU.

La crisis del coronavirus provocó la mayor salida de capitales de los países emergentes en la historia, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IFF, por sus siglas en inglés). En solo 45 días salieron casi 30.000 millones de dólares, un monto mayor que el que salió en la crisis de 2008 y en menor tiempo. El estudio del IIF incluye los datos de los principales países emergentes, entre los que se encuentran China y Corea del Sur, los dos más afectados. También abarca India, Brasil, México y Argentina, entre otros.

El impacto en Argentina

China es el segundo socio comercial de Argentina. El país asiático explicó el 14% de las exportaciones argentinas en 2019. China compra casi el 90% de la soja, el 70% de la carne de vacuna y el 22% de la carne de cerdo que Argentina vende en el exterior. 

Un menor crecimiento de China impacta de lleno en el país. Tanto en las cantidades exportadas como en el precio. La cotización de la soja, por ejemplo, cayó un 10% desde que comenzó la epidemia. La tonelada vale casi la mitad del máximo histórico que alcanzó en 2012, cuando cotizaba a más de 600 dólares.

Pero eso no es todo. La crisis tiene un efecto similar en Brasil, que es el primer socio comercial de Argentina. Y no solo compra alimentos, sino que es el cliente de buena parte del tejido industrial nacional. Argentina tiene una alta dependencia de la marcha de la economía brasileña y desde 2017 se ilusiona un repunte salvador del país vecino. Ya el año pasado, sin embargo, los resultados fueron decepcionantes. Aunque el ministro de economía Paulo Guedes había pronosticado que gracias a las reformas económicas para liberalizar la economía el país crecería “al menos” 2,5%, lo hizo solo al 1,1%. El golpe del coronavirus augura una desaceleración todavía mayor del país y, además, acentuó la devaluación del real, que perdió un 17,5% de su valor en lo que va del año

El precio del petróleo, por otra parte, es una noticia desalentadora para el gobierno de Alberto Fernández, que había puesto buena parte de sus esperanzas para conseguir dólares a través de las inversiones en Vaca Muerta. El precio del barril Brent cerró el viernes a menos de 34 dólares, un valor 48% más bajo que la cotización de diciembre de 2019. Este valor desincentiva cualquier inversión en el megayacimiento.

El desplome del precio del petróleo, sin embargo, no se debe exclusivamente al coronavirus. Una parte sí, tanto que el precio había bajado un 20% desde el comienzo de la epidemia. Pero fue el desacuerdo entre Rusia y la OPEP lo que desencadenó la caída abrupta de la cotización. Desde 2017, Rusia y la OPEP mantienen un acuerdo para recortar la producción de petróleo y sostener elevado el precio. El acuerdo vence en marzo y se estaba negociando uno nuevo, que entraría en vigor en abril. Pero el viernes 7 de marzo, Putin pateó el tablero y rechazó la propuesta de Arabia Saudí, en una reunión en Viena. Rusia se opone porque considera que el acuerdo garantizaría un nivel de precios que beneficia las explotaciones de hidrocarburos no convencionales de EEUU. Tras la ruptura, Riad anunció que incrementará la producción y comenzó a ofrecer crudo a menores precios a sus socios comerciales. La caída del precio perjudica las inversiones en Argentina, pero sobre todo a las compañías norteamericanas que tienen mayores costos de producción.

La prioridad es la deuda

La renegociación de la deuda era la prioridad número uno del gobierno de Alberto Fernández en mateiria económica. La crisis del coronavirus alejó el tema de las tapas de los diarios y portales, pero las negociaciones continúan. El presidente, de hecho, dictó un decreto el lunes que habilita al ministro de Economía Martín Guzmán a negociar la deuda con los acreedores privados. El monto es de 69 mil millones de dólares. A su vez, en la conferencia quincenal del Fondo Monetario Internacional (FMI) del jueves 12 de marzo, el portavoz del organismo, Gerry Rice, señaló que las negociaciones con Argentina avanzan por buen camino.

La primera alerta, sin embargo, llegó el viernes 13 de marzo. Para esa fecha estaba prevista la presentación de la propuesta formal a los acreedores privados. Esto no ocurrió, se postergó, y siembra dudas sobre la factibilidad de resolver la negociación antes del 31 de diciembre, la fecha que el gobierno nacional definió como plazo último para cerrar el acuerdo.

La crisis del coronavirus, la que desencadenó en pangolín de Wuhan, pone al gobierno de Fernández contra las cuerdas. La recesión afecta la recaudación y la caída de las exportaciones, la generación de dólares. Esto provoca desconfianza en los acreedores sobre la capacidad de pago del Estado argentino, lo que se vio reflejado en la disparada del riesgo país, que cerró el viernes 13 por encima de los 3.000 puntos.

Y tal vez lo peor aún no haya llegado. La situación podría tornarse más crítica si la epidemia ingresara con fuerza al país y el Gobierno se viera forzado que adoptar restricciones muy duras que castigaran al ya menguado consumo interno