El coronavirus y el racismo fueron la pólvora que prendieron la mecha en EEUU. La pandemia que azota al mundo golpeó fuerte a la mayor potencia mundial. Tras la aparición del COVID-19, el presidente Donald Trump subestimó la situación y la magnitud de la nueva enfermedad. Acusó a China, su rival mundial, de haber ocultado información del virus y de actuar en complicidad con la Organización Mundial de la Salud (OMS). En represalia, por el supuesto complot, EEUU dejó de financiar al organismo.
La pandemia dejó al descubierto las fallas del modelo de Estado en la superpotencia, como las graves deficiencias del sistema de Salud y la desigualdad profunda, que afecta en especial a los más vulnerables y las minorías. También evidenció los desequilibrios entre los Estados y los déficits en materia de federalismo.
Ningún país estaba preparado para una pandemia como la actual. Pero EEUU, la mayor economía, el autoproclamado líder del mundo libre, fracasó estrepitosamente en la gestión de la crisis sanitaria. Mucho más de lo esperado, dado su poderío económico. EEUU ostenta el mayor número de fallecidos en el mundo —unos 115.000— y, junto a Brasil, se convirtió en el epicentro de la pandemia en el continente.
Black Lives Matter
El cruel asesinato del afroamericano George Floyd en manos de la policía de Minneapolis, hace dos semanas, desató un estallido de repudio social con movilizaciones a lo largo y ancho de todo el país. La extensión y la masividad de las protestas superó la de otras manifestaciones contra la violencia policial contra los afroamericanos, como las de Ferguson en 2014, por la muerte de Michael Brown, o las de Baltimore en 2015, por la de Freddie Gray. Las manifestaciones de Black Live Matters («las vidas negras importan») traen al recuerdo las jornadas de la lucha por los derechos civiles en la década del 60. En especial, las que siguieron al asesinato del pastor Martin Luther King en 1968.
EEUU nació como país marcado por la discriminación racial. Y aunque hubo avances significativos desde aquel país con cuatro millones de esclavos cuando comenzó la Guerra de Secesión, al de la presidencia de Barack Obama, es innegable que aún perdura la desigualdad estructural y el racismo profundo, que no sólo afecta a los afroamericanos sino también a las minorías de origen latino, asiático o incluso por motivos religiosos.
El fenómeno de Black Lives Matters se trasladó el pasado fin de semana a varias ciudades europeas. Londres, Bruselas, París, Roma, Berlín y Madrid fueron algunos de los tantos puntos de protesta, a pesar de las estrictas reglas de distanciamiento social impuestas para combatir el COVID-19. Las marchas en Europa fueron en solidaridad con la comunidad afroamericana de EEUU, pero también incluyeron reclamos antirracistas dentro de los mismos países. Una de los actos más simbólicos ocurrió en Bristol, Reino Unido, donde un grupo de manifestantes lanzó la estatua del esclavista Edward Colston al río Avon.
La ola de protestas global llega en el contexto de la dura crisis económica que provocó el COVID-19. No son hechos completamente desvinculados. Y un factor que también contribuyó a enardecer los ánimos en EEUU fue la cercanía de las próximas elecciones presidenciales.
Cómo impacta en la campaña de EEUU
En clave electoral, Trump dijo que él sería el presidente de «la ley y el orden». Una expresión que tomó prestada del expresidente Richard Nixon. No es casual: Nixon ganó las elecciones de 1968 con esa promesa, justamente en un año marcado por manifestaciones estudiantiles y por marchas por los derechos civiles. Lo primero que hizo Trump, sin embargo, fue intentar saltarse la ley. Anunció que involucraría a los militares en tareas de control y represión, tanto de las marchas pacíficas como de los saqueos furiosos. El mensaje generó una conmoción en EEUU: la ley Posse Comitatus de 1878, prohíbe que el Ejecutivo despliegue las fuerzas armadas para atender cuestiones de orden público. En el mismo tono duro, acusó a Antifa, una difusa red de activistas de izquierda, de ser la organización «terrorista» detrás de las protestas.
Antes de la pandemia y las protestas antirracistas, muchos analistas daban por descontado que Trump sería reelecto presidente el segundo martes de noviembre de este año. Su gobierno mostraba buenos números en la economía y el presidente cumplía las promesas de campaña, lo que era celebrado por su electorado. La tasa de desempleo bajó al menor nivel desde 1969. Incluso el desempleo de los ciudadanos afroamericanos tocó el mínimo histórico de 6,8%. El dato, sin embargo, era significativamente más elevado que el desempleo de la población blanca, que alcanzó el 3,7%.
La crisis económica barrió de un golpe todos los logros económicos del gobierno de Trump y en solo siete semanas el desempleo aumentó en 40 millones. Tras más 10 años de crecimiento, EEUU entró en febrero en recesión.
La pandemia y el asesinato de George Floyd hundieron la campaña de Trump. El demócrata Joe Biden es el favorito para las elecciones, con un 55% de intención de voto, frente al 41% del presidente, según una encuesta publicada el 8 de junio por CNN. El dato puede leerse en clave inversa: la caída en las encuestas no es tan grave como la crisis. Trump cometió un sinfín de errores desde principios de año: subestimó la pandemia, atacó con un discurso violento a los medios y opositores, buscó en China un enemigo exterior, no tuvo un discurso pacificador tras la muerte de Floyd y pidió el uso de las fuerzas armadas para reprimir las movilizaciones. Se mostró divisivo y confrontativo, una fórmula que le funcionó en 2016, pero que esta vez puede ser insuficiente. La mecha ya está encendida. Se verá si Trump es capaz de apagarla o si, en definitiva, le termina de explotar en la mano.