Por la cartografía que conforma el Frente de Todos, estamos frente a un gobierno sui generis. Cristina Fernández de Kirchner es la vicepresidenta, pero es quien tiene los votos. Su fortaleza reside que representa a los sectores pobres del conurbano bonaerense. Tiene peso demográfico. Y el fracaso del gobierno de Mauricio Macri hizo que consolidara su base electoral. Cristina Fernández eligió a Alberto Fernández como compañero de fórmula, con la singularidad de que ella designó a quién encabezaba la boleta. Es un candidato sin territorio propio, a diferencia de Sergio Massa, y sin volumen político con capacidad de movilización como los sindicatos y los movimientos sociales.
Alberto Fernández es el presidente de la transición peronista. La vicepresidenta es el centinela, junto a Máximo Kirchner y La Cámpora, de que su proyecto no pierda vigencia en el territorio bonaerense. Al mejor estilo de Maquiavelo, Cristina Fernández planea la consolidación y expansión del kirchnerismo. Ella controla también la sala de máquinas del entramado peronista. Esto quedó en evidencia el 17 de octubre, en el acto conmemorativo de los 75 años de Lealtad. Su ausencia generó intriga y permitió que su imagen no se desgastara y prevaleciera en la opinión pública.
Otro componente sui generis es la forma en que el Frente de Todos diseñó el gobierno. Adoptó un corte horizontal: las segundas y terceras líneas de cada ministerio responden a diferentes jefes políticos y no necesariamente al mando natural de los ministros de cada cartera. A veces, tampoco al propio presidente. En los términos del politólogo Luis Tonelli, es un presidencialismo segmentado, donde cada repartición o sector del gabinete funciona con su propia lógica. Eso hace que la toma de decisiones sea menos efectiva, más lenta o contradictoria. Alberto Fernández se ocupa de la táctica de gobierno y Cristina Fernández de la estrategia. Cuando no coinciden la táctica y la estrategia, hay tensión en el oficialismo.
La reacción al modelo
También es sui generis el comportamiento de los ciudadanos argentinos. Mauricio Macri ganó las elecciones de 2015 con la promesa de fortalecer las instituciones y reactivar la economía. Cuatro años después, el Frente de Todos fue electo con el mandato de sacar al país de la recesión. El incremento de los niveles de pobreza, inflación y desempleo se sigue agravando, pandemia de por medio. Se entiende por ello que, en plena crisis de representación, económica y social, surjan nuevos liderazgos. Muchos de ellos reaccionarios al modelo imperante. Eso explica el crecimiento en las encuestas de figuras extremas como el de José Luis Espert, Javier Milei o Sergio Berni. Tiempo atrás fueron personajes marginales o satélites, que se expresaban en concordancia con una minoría ideológica. En el contexto actual se vuelven competitivos para la contienda electoral. La pregunta es si lograrán representar al sector social que cayó durante la cuarentena: comerciantes, clase media baja, monotributistas y empleados públicos. Es el sujeto social que ya venía en retroceso con el gobierno de Mauricio Macri.
En ese marco llama la atención la fortaleza en las encuestas de Horacio Rodríguez Larreta, una rara avis en el espacio de Juntos por el Cambio. Larreta viene construyendo su carrera política desde el gobierno de Carlos Menem, tras su paso por la gerencia general de la ANSES y como interventor del PAMI en el gobierno de Fernando De la Rúa. Como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, armó un área dedicada a tejer vínculos con municipios y provincias, bajo la órbita de Bruno Screnci, de cara al 2023. Su imagen pública es valorada como un buen gestor, con capacidad de lograr acuerdos dentro y fuera de su espacio político.
El sistema político argentino está marcado por un gobierno sui generis y una oposición en proceso de redefinición, pero también por la presencia determinante e la tecnología. En la posmodernidad, la arena política también se disputa con la big data, la inteligencia artificial y las redes sociales. El líder carismático y los partidos de masas, propios del siglo XX, quedaron atrás. La popularidad del líder en el siglo XXI se sostiene en el crédito que le otorga la ciudadanía a su persona y no sólo del control de recursos organizacionales que le brinda el aparato partidario. Aunque los partidos aún son necesarios para acceder al poder y gobernar.
La agenda de temas políticos también se está transformando. Ganan fuerza las demandas por una agenda verde, ecológica, sustentable y con perspectiva de género en la implementación de políticas públicas. Problemas que tienen que ver con nuevas realidades, valores y necesidades para desarrollarse adecuadamente. Estamos inmersos en una nueva política, donde lo tradicional no termina de morir y lo nuevo apenas se asoma. La política no desaparece, sino que converge en una nueva normalidad.