El primer ministro de la India Narendra Modi / OneIndia
El primer ministro de la India Narendra Modi / OneIndia

Por Nicolás Foscaldi y Sebastián Ibarra

La invasión rusa a Ucrania ha cambiado de manera drástica el orden mundial, generando una desestabilización imprevista en el viejo continente. La respuesta de las democracias de occidente, y especialmente de aquellos de la OTAN, fue inmediata, evidenciando una unión moral y militar para apoyar a Ucrania frente a la autocracia rusa. Sin embargo ese no fue el caso en la propia Asia. De hecho la India, la mayor democracia del mundo, se abstuvo de condenar la invasión pero tampoco la avala. Sus lazos de amistad históricos con Rusia, su principal proveedor de material militar, junto a su histórica tradición neutralista, son suficientes para resistir las presiones de occidente para condenar la invasión. Sin embargo, el aumento de la influencia de su rival, China, sobre los rusos hace que la decisión se complejice mucho más y pueda trastocar los alineamientos en la región.

Entre la neutralidad, la amistad rusa y la rivalidad con China

Por tradición y pragmatismo, la India tiene ciertos reparos a la hora de estrechar determinadas alianzas con otras naciones. Suele optar por una política de no alineación. De hecho, en plena Guerra Fría, la India fue uno de los impulsores de la creación del Movimiento de Países No Alineados con el objetivo concreto de mantener cierta independencia soberana en relación con las dos superpotencias de ese momento: Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero la alianza estratégica estadounidense con Pakistán, acérrimo enemigo de la India desde la división de ambas naciones en 1947, la cual los enfrentó en tres guerras.-dos por la región de Cachemira en 1947 y en 1965; y el último conflicto, en 1971, por la liberación de Bangladés- generó que Nueva Delhi se acercara a los soviéticos y firmaran el tratado Indo Soviético de paz, amistad y cooperación en 1971 que también estaba basado en la mutua rivalidad con China.

Fue desde ese entonces que el Kremlin se convirtió en el mayor proveedor de armas para la India. Por eso no resultó extraño que en pleno debate en febrero de este año por la invasión rusa a Ucrania en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas la India, que ocupaba un asiento no permanente, pidiera un cese de las hostilidades, pero en la votación final se abstuviera. Fue una reacción pragmática para apoyar a un fiel amigo que es Moscú. El presidente ruso, Vladimir Putin, considera a la India un aliado histórico valioso. Independientemente de ello, durante el actual conflicto bélico la India envió ayuda humanitaria a Ucrania.

Como consecuencia de esta posición, Occidente viene presionando a la India para que termine con su apoyo a los rusos y apoye las sanciones internacionales económicas impuestas a Moscú. Pero la India no ve con agrado que le digan qué debe hacer. Todavía quedan en ella vestigios de rechazo a la época colonial, cuando otros decidían por ellos. Su postura se sustenta, además, en el hecho de que  ellos consideran que cuando ocurrieron los enfrentamientos fronterizos con los chinos en 2020, los cuales dejaron un saldo de 20 soldados indios y cuatro chinos muertos, el mundo miró hacia otro lado.

China es, junto a Pakistán, su más histórico y acérrimo rival. Las diversas avanzadas del ejército popular chino tienen la intención concreta de arrebatar territorio dentro de los 3000 kilómetros de frontera que tienen en disputa. Un claro ejemplo es la ciudad de Tawang que pertenece al estado de Arunachal Pradesh en el noreste del país; China considera propia esa región por los lazos históricos y culturales que guarda con ella, argumentación que guarda cierta similitud con el discurso de Putin para justificar su invasión a Ucrania.

Una de las consecuencias imprevistas de la invasión rusa es que acercó como nunca a Rusia con China, también históricos antagonistas, desequilibrando el mapa de alianzas en la región. La cada vez mayor dependencia comercial y financiera de su aliado con su rival, obliga a India a pensar alternativas de nuevos aliados frente a la siempre latente amenaza de su principal rival.

Si su “amigo” histórico Rusia empieza a debilitarse no podrá seguir proveyéndola con armamento. Existe la posibilidad real de que los rusos dejen de ser para India un socio estratégico relevante, máxime si caen bajo la dependencia china. Por eso es que la guerra de Ucrania se plantea como un dilema clave entre apoyar a su aliado histórico con el riesgo de que quede condicionado por su rival, o romper amarras con el pasado y alinearse definitivamente con las democracias occidentales.

Por ahora se niega a condenar la invasión rusa, aunque tampoco la avala, pero por sobre todo, tiene claro que debe evitar a toda costa  el aislamiento y el empobrecimiento de Rusia que implicará irreversiblemente que Moscú quede bajo la influencia de PekínPutin lo ve de la misma manera y encuentra en India un contrapeso de su peligroso acercamiento a su histórico rival. Esa afinidad entre ambas naciones se ve en el dato de que un 40% de indios apoya la invasión de Ucrania y más de la mitad tiene buena opinión de Vladímir Putin.

La posibilidad de aumentar el acercamiento a Occidente

Tras la disolución de la Unión Soviética, las relaciones de la India con EE. UU. avanzaron en varias direcciones. En ese sentido, el apoyo indio, tras los atentados del 11 de septiembre, a la cruzada estadounidense contra el terrorismo fue fundamental para afianzar el acercamiento entre ambas naciones.

La relación también se profundizó porque ambos países son parte del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral que tiene como fin, a futuro, crear un organismo similar a la OTAN del Indo Pacífico para hacer frente a la amenaza de Pekín. Actualmente es un foro estratégico informal que ambos comparten con Australia y Japón, más conocido como Quad, lo cual no es menor porque este club es explícitamente contrario al expansionismo agresivo chino en toda la región.

Su rol geopolítico, como potencia nuclear vecina a otras tantas, la vuelve también un relevante actor del cual la propia India es muy consciente. Desde que asumió el primer ministro Narendra Modi en mayo del 2014, la posición histórica del no alineamiento indio se convirtió en una especie de multialineamiento, pero aun así siempre mantuvo cierta neutralidad y pragmatismo que no está dispuesto a perder.

Este acercamiento a Occidente en gran medida se produjo gracias a la visión particular de Modi quien aun siendo miembro del partido popular indio, Bharatiya Janata Party (BJP), tiene una mirada de la política económica más abierta que hizo posible tejer los lazos con Occidente.

En lo que sí Modi es coherente con la doctrina partidaria del BJP es en la visión de un nacionalismo hindú muy represivo. Dentro de esta mirada segregacionista, a Modi se lo acusa por excluir minorías étnicas o religiosas y por eliminar cualquier tipo de discurso disidente. El foco de esa mirada está dirigido principalmente hacia los musulmanes. Precisamente es su defensa ultranacionalista hindú lo que genera simpatías y fanatismo en la sociedad india y lo tiene en alta popularidad aún con los problemas económicos y sociales que arrastran.

Y es que a pesar del crecimiento que trajo la liberalización de la economía, India se ha vuelto mucho más desigual. Por un lado “Un crecimiento tan acelerado y la liberalización de su economía ha hecho que en India se alumbren plataformas, soluciones tecnológicas e innovadores negocios que están enriqueciendo a sus líderes disruptivos”, apunta el profesor de economía de IE Business School Gonzalo Garland, pero al mismo tiempo advierte que “tanta riqueza está generando que la distribución de la renta sea todavía más desigual en el país que más pobres tiene del mundo”. Hablamos de cada vez más mega millonarios en un país de altos índices de pobreza extrema. Y si hablamos de desigualdades, no podemos dejar de resaltar la grave situación de las mujeres en la India, donde prácticamente no tienen derecho a expresar su voluntad ni a hacer uso pleno de su propia autonomía.

Pero a pesar de sus inconsistencias sociales, el fanatismo religioso y su enorme brecha de género, su amplitud demográfica, política y económica hacen que India tenga un atractivo inmenso. De hecho en 2021 Estados Unidos se convirtió en el mayor socio comercial de la India, superando a China. India también afianzó su relación comercial con la Unión Europea (UE), donde alcanzó la cifra más alta de todos los tiempos en 2021: 88.100 millones de euros, según informa EuroNews. También ha logrado acuerdos comerciales con los Emiratos Árabes Unidos y con Australia. Además, está trabajando en otros nuevos convenios con el Reino Unido, Israel y Canadá.

Esto no implica que India se alinee económicamente con occidente aunque sin dudas lo necesita para crecer. No todo responde a una lógica maniquea y menos en el comercio: India y China (e incluso Rusia) son parte de los BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghái. Es decir, hay disputas y recelos pero también intereses comerciales y económicos en juego aun entre rivales. Habrá que ver hasta qué punto prevalecen estos sobre la aspiración de una China que anhela disputar la hegemonía global norteamericana, pero que paradójicamente en su propio vecindario está rodeada de rivales y adversarios que no le dejan ser aún determinante en su continente.

En ese contexto y con esos actores, el desafío de la India es el de profundizar ese vínculo con occidente, a partir de un gesto como puede ser condenar explícitamente la invasión rusa a Ucrania. Se entiende que en ese caso India quedará alineada con Estados Unidos, algo que tampoco quiere. Acorde con su tradición y nacionalismo, India no quiere alinearse explícita y definitivamente con ningún bando. Incluso con democracias occidentales cuya naturaleza liberal no comparte.

Por el momento hace equilibrio y espera. India deberá equilibrar su autonomía estratégica con sus intereses económicos y de seguridad a largo plazo, un desafío constante que tiene sus costos y riesgos pero que no podrá dejar de asumir.

Por el momento hace equilibrio y espera. India deberá equilibrar su autonomía estratégica con sus intereses económicos y de seguridad a largo plazo, un desafío constante que tiene sus costos y riesgos pero que no podrá dejar de asumir.