*) Por Hugo Carassai.

Termina un período de 12 años gobernado por el llamado “Kirchnerismo” y luego “Cristinismo”, donde el gran perdedor es el país. Dos lustros, en lo que se ha dado llamar -por la Presidenta- como la “década ganada”, en el que tenemos: más pobres, narcotráfico creciente, actividad económica en receso, alta inflación; reservas (BCRA) tendiendo a cero, altísimo déficit fiscal y destrucción de la infraestructura, con desmejoras en educación y una “deuda social” relevante, con un desempleo (dibujado en 7%) que es en la realidad el triple de lo que dice el Gobierno, porque los “planes” no computan a estos como faltos de trabajo estable.

Déficit energético, sólo atemperado ahora por la baja del petróleo, y una serie de mecanismos distorsionantes que son todos los “subsidios” que hacen que la Argentina sea cara para vivir, pero para “algunos pocos” el país más conveniente.

Caída de exportaciones, disminución de PyMEs que venden al mundo, y una “Chancillería” que se ha esforzado en confrontar con todos, al igual que la Presidenta y el Ministro de Economía, aislando a la Argentina del mundo desarrollado y de los negocios importantes.

Con un acercamiento a China (donde tenemos saldo comercial desfavorable) y a Rusia, pero  alejados de Europa y de los Estados Unidos, que al margen de cualquier razonamiento folclórico e ideológico, siguen innovando, crecen y han superado sus crisis.

Entre manejos inconvenientes, alta presión fiscal, tipo de cambio irreal e inflación de casi treinta puntos, se han destruido las economías regionales, tanto en el Valle como en el NOA o en el NEA, y se ha afectado total-
mente la actividad productiva, con consecuencias lamentables, como sucede en la lechería (reducción de tambos), en las exportaciones de trigo (tuvimos la peor cosecha de los últimos 45 años), maíz y otros cereales, y el emblemático caso de la carne bovina, donde además de perder stocks, se dejaron de atender mercados. No se cumplió la cuota Hilton, cedimos mercados a Uruguay y Paraguay, y ya no figuramos entre los “top ten”.

La generación de empleo en los últimos años ha venido de la mano de una plantilla de personal -en la Nación, Organismos, Provincias y Municipios- cada vez mayor, que lejos de sumar eficiencia generan más gasto im-productivo, y hay cada vez más “trabas” para generar negocios o actividades. El gasto público improductivo, bajo la excusa de que se intenta repartir riqueza, produce el sometimiento cada vez mayor a los que producen, porque el “soporte” de las excesivas erogaciones públicas, tiene cada vez menos contribuyentes.

El superávit comercial se esfumó, hay “cepo”, y todas las regulaciones que se sumaron, que beneficiaron a unos pocos, perjudicaron a toda la economía.

Hay un tipo de cambio oficial (MULC) irreal y diferentes cotizaciones de divisas para las transacciones, con una “brecha” relevante de más del 65% que distorsiona más todavía los “precios relativos”.

El INDEC no sólo no es confiable, sino que además ayuda a la confusión el hecho de la Presidenta a menudo en “Cadena Nacional” pone el acento en un relato distanciado de la realidad. Esa confusión no ayuda, ni a los actores económicos ni a la República, que es algo tan importante como la democracia.

Desde el Gobierno Nacional se promueve la ignorancia y la duda.

El mundo globalizado no funciona con la idolatría de los permisos para exportar, para importar, para negociar, para manejar la política comercial.

A todo esto se suma que estamos soportando la mayor presión fiscal de la historia económica argentina.

El inventario es casi dramático, y lo es más porque se perdieron los años del llamado “viento de cola” (precios altos de comodities, baja tasa de interés internacional y el respiro (no pago de intereses) de la reprogramación de la deuda.

Ahora las condiciones cambiaron, los precios de los comodities bajaron (también del petróleo) y algunas economías empezaron a tener dificultades, como nuestro principal socio del Mercosur: Brasil.

No hay viento de frente y pasó la bonanza. No la supimos aprovechar.

Todo este cuadro negativo, que pretende ser un “inventario real” de los problemas argentinos cuyas soluciones el Gobierno Nacional ha diferido o disfrazado, son sin lugar a dudas, una hipoteca gravísima, para el nuevo presidente, sea cual sea.

Al persistir en estos últimos dos años las mismas políticas de emisión desenfrenada, gasto improductivo y dilapidación de recursos (si bien unos pocos se beneficiaron) se ha sometido a la Argentina a la senda del subdesarrollo.

Lo más grave es que, con esta absurda constelación de mentiras e irrealidades, el país quedó descalzado en materia de inversiones, que son el motor del desarrollo.

Pues bien, no hay recetas, pero siempre hemos tratado de ser proactivos con propuestas, informando la “realidad”, porque si no se conoce el problema difícilmente se encontrará la solución: que debe ser sistémica con todos los temas económicos, productivos, sociales, dentro de un mundo que esta globalizado y donde las ideologías hace tiempo que se sepultaron, pues lo que importa es lo que conviene a cada país, sumando sinergias para aprovechar los esfuerzos.

La discusión de algunos equipos técnicos de los candidatos sobre la conveniencia de shock o gradualismo es estéril.

Es imprescindible que se haga un “inventario” de la realidad, de la herencia que se recibe, y a partir de allí formular propuestas de mediano y largo plazo. Programadas, y dentro de un Plan de Desarrollo e Integración.

No es conveniente la política de decir “lo que se quiere oír” o “lo que no quiere saber”.

Es imprescindible el método de describir bien el problema, la situación y sus alternativas, para determinar la mejor solución, inmediata pero dentro de un plan de largo plazo, explícito, en el cual todos los actores se puedan encolumnar.

Habrá medidas drásticas, como eliminación de subsidios generales y gastos innecesarios, y otras programadas y graduales, pero debidamente planificadas.

El impacto de todas debe ser para alentar la produción y el empleo.

Los argentinos tienen capitales (en el exterior gran parte de estos) legítimos, que pueden ayudar a poner en marcha planes de infraestructura, pero lo primero que la Nación necesita es recuperar su moneda. La inflación además de perjudicar más a los pobres y la clase baja, genera distorsiones que alejan toda posibilidad de inversión.

Sin estabilidad no se puede programar ni invertir.

La especulación con las variables de alta inflación y altas tasas solo benefician a los especuladores. Observar los balances es ver cómo los que están en la producción pierden su capital de trabajo y parte de su patrimonio, y cómo los bancos son los únicos privilegiados del sistema, además de los prestadores de servicios al Estado o de beneficiarios de contrataciones dirigidas, que son superfluas.

Tenemos una serie de «desventajas competitivas» que generan costo. Valga un ejemplo simple: hoy $100 representan u$s7. El capricho de no reconocer que en todos estos años se ha devaluado, hace que se gaste más en impresión (más divisas) y sobre costos e inconvenientes, hasta para lo más sencillo que es el transporte del dinero.

La única verdad es la realidad. Esto que venimos contando desde siempre.

Pues bien, esperanzados, los argentinos debemos volver a las «fuentes». La democracia con la República. La división de poderes. El debate sano, no intencionado. El interés del país, no la torpeza de slogans pasados de moda.

La división o la confrontación entre nosotros no ayuda.

El que gane las elecciones deberá gobernar, y el resto deberá colaborar y controlar, porque la rendición de cuentas en tiempo real es la esencia.

No hacen falta muchas o nuevas leyes, sino cumplir con las que existen.

En su mensaje al país, el Presidente electo democráticamente después de muchos encontronazos en los años 50, nos decía que debíamos lograr el «reencuentro» de los argentinos.

Es bueno analizar que todos estamos en deuda.

No hemos logrado encauzarnos en la senda del progreso y el desarrollo.

Debemos actuar todos y cada uno, cuanto antes, resolviendo en serio los problemas que nos acucian y con un plan para el futuro, sumando y aportando.

El discurso torpe de la confrontación sólo nos hace perder esfuerzos y beneficia a nuestros competidores en el mundo.