Finalmente, la elección presidencial en Turquía fue reñida con saldo positivo para el inoxidable Recep Tayyip Erdogan que logró en la primera vuelta una diferencia de 2,5 millones de votos a favor frente a su rival el socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu. Al mismo tiempo esto significó para una oposición unida un duro golpe porque la mayoría de las encuestas daban ganador al líder del Partido Republicano del Pueblo (CHP), e incluso, que se podía imponer en primera vuelta. Pero al pasar las horas del escrutinio y ya con los resultados que marcaron un 49,4% de los votos a favor del presidente quedando a tiro de la mayoría absoluta contra el 44,4% de Kilicdaroglu, la desazón fue el denominador común de la Alianza para la Nación, la coalición opositora que reúne al socialdemócrata laico CHP y otras cinco fuerzas desde nacionalistas, kurdos e islamitas.
De estar al borde del abismo a un posible renacer político
Un contexto desfavorable auspiciaba la derrota de Erdogan, que gobierna Turquía hace 20 años mostraba síntomas de desgaste por un giro autoritario en sus políticas y una creciente corrupción en la administración sumado a una crisis económica que azotea al país con una inflación cercana al 50%, la lira devaluada. El desastre del pasado terremoto en febrero en el sur del país que terminó con la vida de 55.000 personas, parecía ser un escollo infranqueable. A esto se le sumaba una oposición que logró dejar de lado las diferencias y se unió para terminar con la hegemonía del líder turco. Sin embargo, Erdogan, líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) islamita y socialconservador y nacionalista, estuvo cerca de ganar en primera vuelta sumando un total de 27 millones de votos, cifra menor a la que obtuvo en los comicios de 2018 por una diferencia de tres porcientos, y aún más sorprendió que ganó de manera contundente en las regiones más golpeadas por el sísmo, ganando en ocho de las once provincias afectadas. También, el AKP mantiene junto a su aliado el ultraderechista Partido de Acción Nacionalista (MHP) la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional compuesta por 600 escaños donde el oficialismo de Erdogan tiene 286 diputados y su aliado, el MHP, 48, pero no en votos. Erdogan envalentonado por los resultados que dieron cierto alivio al oficialismo, prometió que el 28 de mayo, día de la definitiva segunda ronda en las presidenciales, logrará un triunfo que marcará «el comienzo del siglo de Turquía».
Aunque el optimismo reina en las filas del AKP de cara al balotaje del próximo domingo no es un dato no menor que Erdogan dejó en el camino los triunfos resonantes con mayoría absoluta que ganó en las presidenciales de 2014 y revalidó en 2018. Por primera vez, se ve forzado a acudir a una segunda vuelta. Además, fue primer ministro entre 2003 y 2014; luego tras el fallido golpe de Estado de 2016, al año siguiente, en 2017, convocó a un referéndum constitucional donde se cambió el sistema político del país y se pasó de ser una republica parlamentaria a una presidencialista.
No cabe dudas que el líder opositor Kemal Kilicdaroglu hizo una buena elección(44,9%) comparado a las elecciones del 2018 donde obtuvo un 30,6%. El aumentó de votos fue posible por la unión de gran parte de la oposición. Tras los comicios el líder socialdemócrata manifestó que el mayor mensaje que salió de las urnas es que el país quiere un cambio. El tercero en discordia de la primera vuelta fue Sinan Ogan que obtuvo 2,8 millones de votos. Ogan, fue diputado hasta 2015 y perteneció a las filas del MHP, con un perfil ultranacionalista y antiinmigrante y expuso esa postura durante la campaña que abogó por la necesidad de proteger las fronteras, expulsar a los 3,5 millones de refugiados sirios y luchar contra el terrorismo.
Ogan fue un crítico de Erdogan al que acusa mirar al costado por el tema de los refugiados. El presidente, por ahora, mantiene que no los expulsará, los considera hermanos y mantiene la política de brazos abiertos que se intensifico en el 2011 con el inició de la guerra civil siria. En este sentido, Kilicdaroglu tiene la intención de hacer retornar a los refugiados en un plazo de dos años, pero para captar el voto de Ogan en la última semana ha endurecido su discurso con condimentos nacionalista para atraer el voto de esté electorado. Pero Ogan, además, exige la ilegalización del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), de tendencia kurda, lo cual genera una controversia para Kilicdaroglu que necesita el apoyo de ese partido de cara al balotaje. En cambio, Erdogan que tiene entre cejas a los kurdos ha iniciado un proceso de ilegalización del HDP al cual considera el brazo político de la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), clasificada como terrorista por la Unión Europea. Independientemente Kilicdaroglu y su partido CHP ha comenzado a tender puentes con Ogan y sus seguidores cuidando con sutilezas el apoyo con el HDP. Finalmente, entre idas y vueltas, el líder ultranacionalista decidió dar su apoyo a Erdogan lo que generó una división entre sus seguidores contrarios a la decisión tomada.
Erdogan, el sultán turco del SXXI
Durante toda la campaña Erdogan acusó a su adversario que acepta el apoyo de los «terroristas» y también descalificó a la oposición a la que tildo de “maricones”.
Esa es la manera que adopta el líder turco que lleva 20 años en el poder y con su impronta islamita y autoritaria en los últimos años generó una cicatriz en la sociedad turca que esta ampliamente polarizada. El ascenso al poder del “rais” («jefe» en turco, como lo apodan sus más acólitos seguidores) gobierna al país con mano de hierro desde 2003. Erdogan, de 69 años, es el líder turco que más poder acumuló desde el padre y fundador de la patria Mustafá Kemal «Atatürk». Erdogan oriundo de Estambul se crio en una familia modesta de las montañas del Mar Negro. Si bien estudió Administración de Empresas en la Escuela de Economía y Ciencias Comerciales de Aksaray, según sus biógrafos no esta claro si obtuvo el título o no. Su carrera política tomó ascenso cuando fue elegido alcalde de Estambul. Estuvo al frente de la alcaldía, entre 1994 y 1998, cargo que ejerció con eficiencia. Al terminar su mandato fue encarcelado por haber recitado un poema religioso, un episodio que no hizo sino reforzar su fe devota al islam. Juntos a otros políticos de tendencia islamitas, quienes habían sido censurados e ilegalizados sus formaciones políticas bajo un estricto laicismo que reinaba en Turquía bajo la vigilancia garante del ejército, Erdogan cofundó el Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Con un moderado discurso y carismático en sus formas logró captar la atención del público tanto dentro de Turquía como en el extranjero. Los problemas económicos y la reinante corrupción que quedó al desnudo en el terremoto que tuvo de epicentro a la ciudad de Izmit, en 1999, del gobierno izquierdista, Bülent Ecevit, permitió en las elecciones parlamentarias del 2013 la victoria del AKP y el ascenso al poder de Erdogan.
Sus primeros años de gobierno fueron eficaces en la gestión económica que permitió megaproyectos de infraestructuras y mostró al principio moderación en lo religioso. Pero a medida que pasaba los años su actitud cambió en una creciente deriva hacia el autoritarismo con condimentos islamita. Mientras duró la economía estuvo al alza y con mayoría absoluta se acrecentó su perfil autoritario y se comenzó a saber de los sucesivos casos de corrupción.
Tras diez años en el poder, en 2013, se originaron protestas multitudinarias que duraron semanas en contra del gobierno por un sector de la sociedad turca laica, cosmopolitan cansada del avance en contra de la libertad de prensa y la moral religiosa. A pesar de la intermediación del presidente de ese entonces Abdullah Gül para conciliar a las partes, Erdogan optó por la mano dura y la confrontación total.
Pero todo cambió con el fallido golpe de Estado en 2016. Erdogan convocó al año siguiente a un referéndum que cambio el sistema político. Se suplantó el parlamentarismo por el presidencialismo con amplios poderes para el jefe de Estado. En sus primeras medidas purgó al ejército con una renovación total colocando a sus fieles acólitos. Lo mismo hizo en la administración pública y en el Poder Judicial cortando con los lazos de laicismo en las oficinas de gobierno. Atacó con mano dura a la minoría kurda y ahogó a los medios de comunicación independientes a través de la pauta pública. Colocó a Turquía en la esfera internacional como un actor principal en el Cáucaso, medio oriente y Asia central que generó roces con sus tradicionales aliados occidentales principalmente por su ambigüedad en la guerra de Ucrania.
En estos últimos años Erdogan comenzó a gobernar en solitario y practicó el nepotismo al colocar a familiares en puestos claves de la administración, un caso testigo es su yerno frente al manejo de las finanzas, y varios de sus aliados del AKP abandonaron sus puestos y cargos partidarios y se aliaron al opositor socialdemócrata Kilicdaroglu. Su aura se empezó a pagar por los graves problemas económicos que arrastran una inflación galopante del 50%, la caída de la lira turca, el desempleo que alcanza un 22% y la gota que rebalsó el vaso fue el devastador terremoto de febrero que dejaron al descubierto la corrupción reinante en la administración.
Con una oposición unida y un fuerte rechazo de sectores de la sociedad al modo de gobernar de Erdogan la elección presidencial indicaba la posibilidad de una derrota y el fin del reinado del líder turco. Pero Erdogan sobrevivió y con el 49,4% de los votos quedó a un suspiró de ganar en primera vuelta y obtuvo la mayoría absoluta con aliados en la Asamblea Nacional. Sabe, Erdogan, que necesita medio punto para retener el poder por eso mantiene la misma postura que en la campaña y encima logró el apoyo de Ogan que lo deja a pasos de un nuevo mandato.
El “Gandhi Turco” con un estilo conciliador busca poner fin a la hegemonía de Erdogan
El resultado fue un golpe duro para la oposición que al otro día de los comicios puso en marcha un operativo para seducir a los que no fueron a votar (votó el 87% del padrón) y el electorado de Ogan dividido por la decisión de su líder de apoyar a Erdogan.
El líder opositor Kemal Kilicdaroglu es todo lo contrario a Erdogan. De carácter conciliador, abierto al diálogo, impasible por momentos y afable en sus modos, este economista, de 74 años, busca poner fin a la hegemonía de Erdogan. Desde 2010 lidera al CHP, formación política creada por el padre de la República, Mustafá Kemal. Dice ser el heredero de los principios laicos y las reformas modernas que llevó a cabo Kemal.
El líder opositor nació en el seno de una familia humilde en la ciudad de Tunceli, en el este del país. Sus antepasados son aleví que son un grupo etnorreligioso islámico heterodoxo y sincrético que siguen las enseñanzas místicas de los doce imanes.
Se recibió de economista en 1972 en la Universidad de Gazi. Ingresó a la administración en el Ministerio de Finanzas donde pasó por varias áreas de la administración, siendo nombrado, en 1992, director general de la Seguridad Social. Apodado el “Gandhi turco” por su comportamiento pacifico, humilde y dialoguista. Su figura tomó relevancia cuando en 2017 inició una marcha en protesta a pie donde recorrió 450 km desde Ankara a Estambul en contra del autoritarismo de Erdogan. En las elecciones presidenciales 2018 no pudo lograr los acuerdos con otros grupos opositores que facilito la victoria de Erdogan. Fue un duro trago amargo para Kilicdaroglu. Pero para la próxima elección no iba a fallar en su intento de aglutinar a la oposición para hacer frente al presidente. Y no falló. Kilicdaroglu tras arduas negociaciones logró reunir una coalición heterogénea que suman partidos desde la centroizquierda a la derecha nacionalista como el Buen Partido (IYI), el derechista Partido del Futuro (Gelecek Partisi) exaliados de Erdogan o el Partido de la Felicidad (Saadet Partisi) de carácter islamita hasta de un partido kurdo. Estas formaciones crearon una Alianza de la Nación de seis partidos o como lo llama la prensa turca: “la mesa de los seis”. Además, recibió el apoyo del HDP que no presentó candidato presidencial. Su lema de campaña es «Reconstruir Turquía, mejorar la democracia, el Estado de derecho, luchar contra la pobreza, el desempleo y la corrupción». Otro objetivo que se plantea es terminar con el gobierno unipersonal de Erdogan y cambiar el sistema presidencialista instaurado en el referéndum de 2017. Su partido el CHP busca volver ser el partido dominante de la política turca racha que se cortó en la década de 1970. Para Erdogan, el líder opositor ya le generó un fuerte dolor de cabeza cuando en las elecciones municipales de 2019 el CHP se alzó con la victoria en las principales ciudades del país como Ankara, Estambul y Esmirna.
Una victoria de Kilicdaroglu pondrá a Turquía en la senda de un país secular y más democrático con plena libertad de prensa y con alianzas firmes con la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea. Pero la mayor misión será unir el país que se encuentra polarizado. Un dato menor es el giro total hacia la derecha en Turquía que dejó expuestos los comicios que con una victoria de Erdogan acentúe su postura autócrata todo un peligro para la débil democracia turca.