Siendo los dos polos de una relación antagónica, a primera vista, podría dar la impresión de que se trata de términos que poseen en su significación, uno y otro, el rango de equivalentes, aunque con signos opuestos. Desde esa óptica su superación implicaría admitir que tanto el peronismo como el anti-peronismo tendrían en su origen un valor equiparable, como si se tratara de las dos mitades de dividen a un todo que es necesario volver a unir por la vía de dejar a un lado las diferencias.
En ese enfoque, naturalmente, existe una parte de verdad que no puede pasar inadvertida, pero lejos está de abarcar la complejidad del problema que supone en los hechos lograr efectivamente la superación de éstas y otras antinomias desde la perspectiva del interés que representa el objetivo del desarrollo y la integración nacional. Ya en un plano más general, el ejemplo más ilustrativo es el de las apelaciones abstractas a la unidad nacional, planteada como un principio ante el cual difícilmente alguien podría oponerse, pero que al estar vacío de contenido concreto carece de toda posibilidad de ser plasmada en los hechos. Porque ni bien se explicitan los contenidos inherentes a los antagonismos que impiden la unidad, emergen instantáneamente, antes o después, las contradicciones que se pretendían superar, volviendo todo al punto de partida como sucedió innumerables veces en nuestro país.
La salida del laberinto tampoco se encuentra por la vía de proponer eliminar uno de los términos que operan como causa del antagonismo. Se trata de una visión que reconoce innumerables ejemplos en nuestra historia reciente, donde el término “eliminación” (que en el lenguaje actual tiene su equivalente en el vocablo “cancelación”), no ha sido aplicado precisamente en un sentido figurado. Esa forma de “salvar” el antagonismo se basa en la idea de que las oposiciones se resuelven mediante la afirmación absoluta de uno de sus términos y la consiguiente exclusión (no integración) del otro. Un enfoque, por cierto, presente como pocas veces había sucedido en el debate político actual, no solo a través de la resignificación de los términos opuestos peronismo-antiperonismo sino mediante la instalación de un antagonismo mucho más amplio y abarcativo: el de la política-antipolítca.
En el pensamiento de Frigerio la superación de la contradicción peronismo-antiperonismo, exigía ahondar en el análisis del contenido histórico del proceso que dio origen al peronismo y, concomitantemente, de lo que significó el antiperonismo como reacción a la transformación social y económica impulsada por Perón durante sus dos primeras presidencias.
Cuando el desarrollismo, al igual que sucedió con otras antinomias que dividían las aguas, planteó la necesidad de superar el antagonismo que nos ocupa, no casualmente, lo hizo utilizando el término “superación”, concepto que desde el punto de vista del “método de análisis” que inspiraba el pensamiento de Frigerio tiene un significado preciso. En ningún caso se relacionaba con una apelación de orden principista consistente en proponer que ambos polos antagónicos depongan sus posiciones en aras de evitar el conflicto, como si hubiera sido posible abstraerse de la base real que lo había engendrado. Ni tampoco, como un enfoque de carácter formal, para el cual sólo uno de los términos de la contradicción es el “verdadero”, propiciando en consecuencia, como se señalaba, la eliminación o cancelación del otro.
El término “superación”, en la cosmovisión dialéctica de Frigerio, es concebido como el “momento” que surge de un movimiento que tiene como fuerza motora al “lado activo” de la contradicción, que en su desarrollo, por decirlo así, arrastra e integra al “lado pasivo” que actúa como fuerza conservadora y retardataria, y lo conduce hacia una síntesis que representa un “salto de calidad” respecto al estado anterior, incluyendo e integrando en un nivel superior no a uno sino a los dos polos de la contradicción, ya en esa instancia, “superada”.
Ubicándonos en el contexto de la época, frente el antagonismo peronismo-antiperonismo, ¿Cuál era el término “conservador” (el lado pasivo) y cuál el “transformador” (el lado activo) que impulsaba la superación de aquella contradicción? En la abundante literatura desarrollista la respuesta a este interrogante, como se sabe, no da lugar a dudas.
El peronismo, aun no pudiendo completar el cambio estructural de la economía argentina, era la fuerza transformadora y el anti-peronismo representaba la reacción impulsada por las fuerzas conservadoras del viejo orden económico y social. Sin embargo, en la dinámica de un proceso de cambio que profundizara aquella transformación estructural de la economía y la sociedad argentina (superando los alcances que en esa misma dirección había logrado el peronismo) amplios sectores que hicieron suyas las banderas del antiperonismo -algunos por factores puramente ideológicos, otros por ver amenazados sus intereses inmediatos y en los casos de sectores del radicalismo y del comunismo por haber sido desplazados de sus posiciones de poder en la clase obrera organizada– en el curso del proceso de desarrollo e integración nacional estaban destinados a formar parte de una nueva síntesis que expresara la unidad nacional en un nivel superador del estadio anterior.
Frigerio, sin evadir la discusión en el terreno ideológico (donde nuca hizo concesión alguna a las campañas que buscaron estigmatizar al peronismo) concibió la superación del antagonismo en el campo concreto de las transformaciones económico-sociales. Y lo hizo, junto a un Frondizi que había revisado sus propias posiciones, como el principal ideólogo del grupo político que, en las condiciones reales de la época, es decir, con Perón en el exilio y su movimiento proscripto, se propuso encontrar el camino, no para frenar o revertir la transformación que había plasmado el peronismo (que era el “plan continuista” de la Revolución Libertadora a través del Radicalismo del Pueblo) sino justamente para completarla, acelerarla y otorgarle la profundidad necesaria hasta hacerla irreversible.
En ese aspecto, el desarrollismo (aún a pesar de la incomprensión de buena parte de la dirigencia justicialista nacida al calor de la Resistencia y que inspiró a la izquierda peronista de los ´60 y ´70) fue un intento de profundizar el recorrido del peronismo, centrando sus esfuerzos en resolver aquello que, justamente, representaba su debilidad o insuficiencia: el construir la base material que le diera fortaleza a las conquistas sociales o, dicho de otro modo, completar el proceso de industrialización e intensificar la explotación de nuestros recursos energéticos, para liberar, por esa vía, el desarrollo sostenido de las fuerzas productivas, poniendo fin a la estructura del modelo agroimportador.
Por esa razón, la reacción antiperonista fue, durante la presidencia de Frondizi y durante los años posteriores, al mismo tiempo, agresivamente anti-desarrollista, o más precisamente, anti-frigerista, en tanto identificaba en la figura de Frigerio al ideólogo más peligroso por el alcance y la ambición del programa de transformaciones que se proponía llevar adelante para cambiar el país y la sociedad argentina. No es casual, que durante un extenso período -incluso hasta entrados los años 80- los sectores liberales intentaron reiteradas veces “rescatar” a Frondizi de las influencias “nocivas” de Frigerio, al igual que había sucedido por parte de sectores de la vieja UCRI, tanto en la etapa del propio gobierno desarrollista como en los años posteriores al golpe de estado de 1962, en tanto veían a Frigerio como el “monje negro” que explicaba todas las “desgracias” que tuvo que afrontar Frondizi.
Se trataba de volver al Frondizi de la etapa pre-desarrollista, un procedimiento emparentado a lo que hoy, por otras vías, sucede con el propio Frigerio, a quién genéricamente se lo rescata al precio de vaciar de contenido lo que históricamente representó él, su grupo y su corriente política. Lo propio que sucede con el desarrollismo en general: hoy “todos son desarrollistas” porque, justamente, el desarrollismo como tal, desde esa perspectiva, se ha transformado en un significante vacío donde cada uno, apelando a definiciones abstractas como la del “desarrollo” y otras tantas, agrega luego el contenido que mejor encaja según las circunstancias y conveniencias del momento (un malentendido que “funciona” no para quienes conocieron y vivieron con intensidad las luchas del desarrollismo, sino para los que solo tienen una referencia vaga de lo que este movimiento verdaderamente representó en el campo de las ideas y de las luchas políticas de la Argentina)
El Peronismo (1946-1955) bajo un análisis metodológico desarrollista
La base de la antinomia y su “superación”
La base de la antinomia peronismo-antiperonismo tuvo sus raíces en la estructura económico-social de la época. Consecuentemente, su superación, en el sentido señalado, no se podía resolver solo en el campo de las ideologías, ni tampoco en el de las prácticas políticas, sino a través de una transformación mucho más abarcadora y profunda. El germen de esa transformación ya estaba activo en los años previos a 1945, incubado por los efectos producidos por la Segunda Guerra Mundial, cuando aún no existían nominalmente, por decirlo así, el peronismo ni, por lo tanto, el antiperonismo. Pero sí estaban en curso los cambios económicos y sociales que fertilizaron el terreno para su irrupción en la escena nacional. Los cambios provocados por la inocultable crisis del modelo agroimportador que, ante la afectación del intercambio comercial con el exterior, forzó el crecimiento de una industria que sustituyera con producción nacional lo que antes importábamos desde las metrópolis.
El crecimiento de la industria, en su mayoría, establecimientos pequeños, trajo consigo el aumento del número de trabajadores que conformaron las bases del futuro movimiento justicialista (Según consigna Mario Rapoport entre 1941 y 1947 el número de establecimientos industriales pasó de 57.940 a 84.440) Sin ese antecedente no hubiera sido posible el 17 de Octubre o, dicho de otro modo, el nacimiento del peronismo no puede explicarse sin detenerse en el análisis de los efectos de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, Perón, primero desde la Secretaría de Trabajo y Previsión y luego desde la presidencia, no hizo otra cosa que actuar sobre aquellas fuerzas existentes, fijando su prioridad inicialmente en revertir la injusticia que significaba el contraste entre una fuerza social en ascenso (la de los trabajadores), impulsada por la acelerada industrialización, y la permanencia de condiciones paupérrimas de la masa proletaria, despojada de los mínimos derechos. La sanción del Estatuto del Peón Rural, como se sabe, abrió el cauce de las conquistas y los derechos de la clase trabajadora, y la sindicalización le dio organización y proyección al movimiento obrero como un actor ahora gravitante en la vida política nacional. Dos condiciones inherentes al proceso que explica la transformación de Perón en el líder de masas que fue.
Ahora bien, ¿El conflicto peronismo-antiperonismo fue, esencialmente, una expresión de la antinomia capital-trabajo de acuerdo a las condiciones de la época?, ¿Se explica acaso por la tensión provocada con las patronales como consecuencia de la “imposición” de los derechos de los trabajadores? Sin negar el juego de tensiones generadas por un cambio de semejante envergadura, en tanto alteró dramáticamente las ecuaciones de poder pre-existentes y produjo modificaciones notables en la interacción social a partir de la presencia activa de los trabajadores en “territorios” que hasta el momento eran propios de los sectores más encumbrados de la pirámide social o de los sectores medios; las raíces profundas del antiperonismo no se explican sólo por el antagonismo de clases, aunque éste fuera utilizado no pocas veces para inculcarlo especialmente en las clases medias.
Siguiendo el pensamiento de Frigerio y su grupo, el antiperonismo tiene su origen profundo en el conglomerado de intereses que se resistían al cambio del modelo agroimportador, oponiéndose férreamente a la industrialización de la Argentina. En este sentido, junto al antagonismo de clases, existió la puja hacia el interior de la propia burguesía entre la fracción articulada a la estructura de la producción e intercambio con el exterior, basada en los moldes del modelo agroimportador en crisis, por un lado, y la corriente ascendente de una burguesía industrial nacional que pujaba por transformarlo, por el otro, y cuyo desarrollo traía aparejado, indefectiblemente, el crecimiento de la masa de trabajadores y la ampliación del mercado interno.
En su fase ascendente, el peronismo, aún tendiendo como columna vertebral a los trabajadores, se conformó como un movimiento poli-clasista, es decir, en la terminología de Frigerio, como un verdadero “frente nacional”. Además, había impulsado la nacionalización de la clase obrera, reduciendo el peso de los movimientos gremiales de base anarquista y comunista que propiciaban la lucha de clases en los términos de la supresión del sistema capitalista.
El peronismo, en contraposición, actuaba en el marco de una “alianza” de clases, donde las reivindicaciones de los derechos del trabajador (sin excluir el cometido de no pocos “excesos”) se resolvían en sintonía con una dinámica marcada por el aumento de la inversión, el crecimiento y las mejoras en los niveles de productividad de una economía y una industria que se iban diversificando, aunque sin lograr edificar los pilares del basamento de una industria pesada ni tampoco de una producción energética que le otorgara, a nivel de la economía nacional, niveles crecientes de autodeterminación e independencia.
Aquella debilidad (que no casualmente al momento de caída Perón, es justo decirlo, el líder justicialista se orientaba a revertir) puso freno al proceso de desarrollo impulsado por el peronismo, generando grietas en el propio frente nacional, y facilitando las condiciones en las que el conglomerado de fuerzas que se resistían al cambio estructural de la economía argentina, agitando la bandera del antiperonismo, pudo prevalecer con el objetivo de restaurar el viejo orden. El acceso del desarrollismo al gobierno, en aquellas circunstancias, tanto por el contenido de su política transformadora como por el hecho de haber establecido el pacto con Perón, fue para aquellas fuerzas (siempre identificadas con las banderas del liberalismo, en sus distintas versiones) un “accidente imprevisto” que el golpe de estado del 62 vino a “corregir”.
La superación del antagonismo peronismo-antiperonismo no pudo realizarse, fundamentalmente, porque las transformaciones económicas y sociales del país que lo hubieran hecho posible, quedaron truncas. O aún más, se agravaron en el peor sentido, otorgándole nuevos contenidos y significados a un antagonismo que sigue marcando en buena medida la dinámica de la política argentina. Y que, por esa misma razón, representa el síntoma de un país que sigue inmerso en los conflictos (ahora inmensamente agravados) que pudieron ser superados hace décadas, pero que sin embargo, siguen allí presentes y activos, desafiando a una dirigencia cada día más alejada de la sociedad que aspira a representar, y que ha demostrado hasta hoy ser incapaz de fijar el rumbo para superar verdaderamente las contradicciones que imposibilitan el progreso de la Argentina.