Es común escuchar por parte de la izquierda que Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) constituyeron, y constituyen, una alternativa progresista frente a “la derecha neoliberal”. En esta nota intento desmitificarlo. Voy a centrarme en la política macroeconómica adoptada durante el gobierno de Lula y de Dilma.
¿Cómo llega Lula y el PT a la presidencia?
El PT se fundó como partido a principios de 1980. Era el resultado de una oposición colectiva y popular a la dictadura militar. En su génesis, lo integraban sindicalistas, intelectuales, dirigentes de movimientos populares, cristianos inspirados en la teoría de la liberación y otros movimientos sociales. Hablaban de la necesidad de crear en Brasil un nuevo partido independiente, de clase y socialista. El PT ha sido y continúa siendo uno de los partidos obreros más grande del mundo y el más importante de América Latina.
Luego de más de veinte años y tras tres derrotas electorales sucesivas en las elecciones presidenciales, el partido ya no era el mismo. El PT había sufrido una transformación de su composición social, dando mayor lugar a las clases medias e intelectuales, a la burocracia estatal y a sus parlamentarios. A pesar de los cambios ocurridos, la victoria de Lula en 2002 despertó esperanza entre los sectores progresistas del país, e incluso en toda América Latina.
Presidencias del PT
Corría el año 2003 y Lula asumía su primera presidencia. Su programa económico por esos días era una continuación de la política económica de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, con acento en la estabilidad de precios y la disciplina fiscal. Inmediatamente después de asumir, Lula ajustó las clavijas del gasto publico y aplicó una política de superávits fiscales por encima de lo que exigía el FMI.
Por su parte, el Banco Central elevó la tasa de interés de referencia (Selic) con el propósito de controlar la inflación. El país venía afrontando el embate de los mercados contra su moneda y activos financieros ante la posible asunción de Lula y el PT, de esa manera el gobierno buscó restablecer la confianza en los mercados e inversores.
La situación general de la economía comenzó a mejorar a partir de 2004, con el aumento de la demanda mundial, principalmente por parte de China, y la devaluación del real. Si bien el real se había revaluado, debido a la entrada de capitales por las medidas tomadas, aún se encontraba por encima del nivel previo a la devaluación preelectoral del 2002.
Como resultado, durante el año 2004 las exportaciones se incrementaron 32%, las importaciones 30% y el saldo de la balanza comercial mejoró 37%. En 2005 las exportaciones volvieron a crecer 22,6%, mientras que las importaciones lo hicieron en un 17,1%, y el saldo mejoró otro 32%.
La demanda agregada se recuperó y en 2004 el PBI creció 5,8%; mientras que durante el 2005 se incrementó en un 3,2%. De todas formas y a pesar de recuperada la confianza con los inversores y estabilizada la moneda, el gobierno continuó aplicando una política monetaria “ortodoxa”.
Durante los años 2004 y 2005, por ejemplo, producto de la recuperación del consumo y su impacto en la inflación, el Banco Central no titubeó en elevar la tasa Selic y en afianzar el superávit primario, llevándolo al 4,8% del PBI. Durante el año 2005 Brasil canceló toda la deuda con el FMI, como muestra de “autonomía” y de capacidad de pago.
La política antiinflacionaria que aplicaría tanto el gobierno de Lula como el de Dilma, sería la de metas de inflación, en inglés inflation targeting. Esta política consiste en subir la tasa de interés para enfriar el consumo, contraer la oferta monetaria y atraer capitales, apreciando artificialmente la moneda para domar la inflación, disciplinamiento de precios.
Durante el año 2006 se acentuó el “viento de cola”, entiéndase como el incremento de los precios de las materias primas, que alcanzaría su pico en 2008. Esta mejora de los términos de intercambio permitió esconder bajo la alfombra los problemas de competitividad sistémica de la economía brasileña, agravada por la apreciación del real: a mediados de 2008 el dólar estaba por debajo de los 1,6 reales.
Como era predecible, el incremento de las exportaciones generó un fuerte incremento de la producción agrícola y del agro-negocio. También fue beneficiado el complejo ferro – siderúrgico ante el incremento en el precio internacional del mineral de hierro. Además, se incrementó en consumo interno, debido a las políticas de aumento del salario mínimo y del empleo. De igual forma, la fortaleza del real y la estabilidad macro, propiciaron el crecimiento del crédito privado alimentado por el “efecto riqueza”.
El primer gobierno de Lula cerraría con un incremento promedio del 3,5%; y durante su segundo mandato del 4,6% anual.
Por aquel entonces, la construcción del mito de gobierno hablaba del nuevo milagro brasileño, del Brasil acreedor neto, del gobierno “Nacional y Popular” que había logrado reducir la pobreza. Todo hacía creer que Brasil había sentado las bases para el desarrollo a largo plazo.
Sin embargo, a pesar de los indicadores macroeconómicos y sociales, el “modelo” no propicó cambios significativos en la productividad industrial y en la acumulación de capital físico productivo. Las exportaciones de productos manufacturados retrocedieron en términos relativos, pasando del 53% del valor de las exportaciones en 2005 al 35% en 2012. Se produjo un fenómeno de desindustrialización relativa: la industria presentó un fenómeno de desintegración, que se venía desarrollando desde los años 90 y se acentuó en los años 2000 con la pérdida relativa de la competitividad de la industria de transformación.
El promedio de inversión privada durante el periodo 2003 – 2015 se mantuvo por debajo del 20% del PBI, muy por debajo del promedio de los países que experimentaron grandes transformaciones productivas. La inversión es el principal motor de crecimiento económico sostenible en el tiempo.
Por contraparte, las elevadas tasas de interés internas promovieron durante años la especulación financiera. Esto es, en un contexto de bajas tasas de interés mundial y apreciación continúa del real, emergió la bicicleta financiera (carry trade). Este continuo flujo de capitales especulativos ayudaron a financiar los crecientes déficits de cuenta corriente.
Como afirmaba la revista Veja el 12 de septiembre del 2014: “Os bancos lucraram 279,9 bilhões de reais durante todo o governo do ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva, contra 34,4 bilhões de reais durante mandato de seu antecessor, Fernando Henrique Cardoso, ou seja, oito vezes mais. Os números constam em levantamento feito pelo jornal Valor Econômico com base em dados dos 50 maiores bancos, mas que não incluem o primeiro semestre do governo FHC.”
Durante el año 2014, el saldo de la balanza comercial fue negativo en algo más de 4.000 millones de dólares. En consecuencia, el acumulado de déficits de cuenta corriente de balanza de pagos fue de más de 326.000 millones de dólares (periodo de 2010 a 2014).
En octubre de 2014, Dilma Rousseff ganó el balotaje en las elecciones presidenciales. En su campaña denunció repetidamente el “plan de ajuste neoliberal” que impondría Aécio Neves. Sin embargo, apenas asumió apretó el freno al gasto público y consolidó la disciplina fiscal, también se incrementó la tasa de interesa activa y devaluó la moneda, lo que impactó en el salario real.
En resumen
Durante los gobiernos del PT hubo continuidad de las medidas de apertura y desregulación tomadas por Fernando Henrique Cardoso, también desindustrializacion relativa y afianzamiento del modelo de explotación masiva de materias primas y la apertura del país al capital multinacional. Se llevaron a cabo varios programas sociales asistencialistas, especialmente durante el segundo mandato, muy rentables electoralmente. El ejemplo más notorio es Bolsa Familia, un programa de ayuda financiera condicionado a la escolarización infantil, que han logrado sacar de la miseria extrema a más de 20 millones de brasileños. La cobertura social y los sueldos mínimos también aumentaron.
Con el aplauso de las elites brasileñas, de los grandes empresarios y del FMI, el gobierno de Brasil practicó tasas de interés muy elevadas, para gran beneficio de los capitales especulativos internacionales. Si bien la pobreza cayó, se incrementaron de las desigualdades estructurales. Durante su mandato, las rentas de los más pobres aumentaron de manera notable, pero las de los ricos todavía más. La gran reforma agraria tan esperada, tan anunciada durante la campaña, no se llevó a cabo.
En definitiva, se podría concluir que los gobiernos del PT conjugaron una política macroeconómica monetarista con el asistencialismo social. Atrás quedaron los ideales clasistas y revolucionarios de los años 80, reemplazados por el mito de gobierno Nac & Pop que se escuchan por estos días.