Basta con ver los precios de otros países respecto de los nuestros.
Basta con ver los precios de otros países respecto de los nuestros.

A inicios de febrero, La Nación publicó un artículo del presidente Milei: “Atraso cambiario: el disco rayado de los economistas”. La metáfora presidencial es certera, pocas veces hubo un consenso tan amplio en la profesión como en este caso, prácticamente todos los economistas coinciden en que la moneda argentina está sobrevaluada y que eso tiene
consecuencias perversas para las empresas y el empleo.

No es necesaria mucha ciencia, basta con ver los precios de otros países respecto de los nuestros. En dólares, los supermercados argentinos están arriba del 20% más caros que los de Estados Unidos, y bastante más comparando con supermercados de Brasil y de, prácticamente, todo el resto de los países del mundo.

Una apertura importadora puede bajar los precios, al mismo tiempo que obliga a las empresas industriales argentinas a cerrar o a reconvertirse en empresas importadoras con drásticas reducciones de personal, una experiencia que repite otros momentos de nuestra historia económica. Por otro lado, con dólar sobrevaluado, difícilmente haya exportaciones suficientes para habilitar la eliminación del cepo.

Como respuesta a este dilema, algunos economistas y empresarios demandan “reformas estructurales”. Esas palabras están en el discurso oficial. No refieren a políticas de reconversión industrial con incorporación de alta tecnología, tampoco a educación y su vinculación con el sistema productivo, o a la ciencia y la tecnología como instrumento de la innovación, y menos aún a cambios institucionales que hagan posible el desarrollo en las condiciones del siglo XXI.

Las reformas estructurales de las que se habla en la Argentina no tienen nada que ver con los procesos en curso en EE. UU., Europa, Israel, Japón, China, India y todos los países de punta. En nuestro país se habla de la eliminación de regulaciones innecesarias, y reducción de impuestos para que las empresas estén en condiciones fiscales similares a las de los competidores de otros países. Se trata de eliminar el impuesto al cheque y las retenciones, reducir el impuesto a las ganancias, y el IVA. En el ámbito de las provincias, eliminar sellos e ingresos brutos. Sustituyendo ese último impuesto por porcentajes del IVA. Todas estas reformas son necesarias pero insuficientes: mejoran el presente, pero no aseguran el futuro.

Lamentablemente esas reformas de corto plazo tienen el problema de que son inconsistentes con la actual política económica: no es posible bajar drásticamente los impuestos y, al mismo tiempo, preservar el equilibrio fiscal -que es el principal logro del gobierno-.

El único camino para sostener el equilibrio y bajar impuestos es una mayor recaudación derivada del crecimiento económico: un crecimiento superior a la recuperación en curso. Pero el atraso cambiario conspira con el desarrollo, más bien alienta la importación.

Pero hay una inconsistencia mayor: el atraso del dólar se financia con el carry trade, dos palabras muy repetidas, con una traducción sencilla: los argentinos vendieron los dólares ahorrados para colocar los pesos a tasas de interés sustancialmente mayores al ritmo de aumento del dólar. Es una apuesta riesgosa: para los inversores, porque si hay algún traspié pueden tratar de recuperar sus dólares en manada, en ese caso, el dólar aumentaría significativamente: nadie recuperaría los dólares invertidos.

Pero más riesgoso sería para el Gobierno, que vería fracasar su modelo, hay 46.000 millones de dólares en plazos fijos en pesos frente a un Banco Central que tiene reservas negativas. Igual de riesgoso sería para el Fondo Monetario Internacional si aceptase financiar al país y éste decide gastar esos dólares para intentar sostener el valor del dólar. Eso atrasaría la debacle, pero dejaría al país más endeudado y al Fondo Monetario, con menos probabilidad de recuperar lo prestado.

El Gobierno anuncia la solución con la exportación de hidrocarburos y minería. Pero hay un problema temporal: para exportar cobre -el mineral que más promete exportaciones significativas-, habrá que esperar no menos de cinco años con inversiones masivas. Y, hasta fin de la década, tampoco serán suficientes las exportaciones de hidrocarburos.

Cuando esas “soluciones” lleguen a impactar en las cuentas externas, el flujo de dólares puede consolidar el atraso cambiario sin recurrir al riesgoso “carry trade”. No sabemos qué gobierno va a disfrutar de esa “bonanza”. Si sabemos que esas actividades no son generadoras de importantes puestos de trabajo y que el atraso cambiario seguirá impactando negativamente sobre el empleo y la diversidad empresaria.

Los gobiernos serios enfrentan los excesos de divisas comprando con moneda local los dólares excedentes, así limitan la apreciación de sus monedas y conforman “Fondos País” que protegen de eventuales caídas en los precios de los commodities y la inevitable sustitución de hidrocarburos por energías limpias. Eso supone un Estado activo y prudente.
¿Alguien cree que ese tipo de intervención estatal puede ser coherente con una dirigencia que adhiere a un imaginario anti estatista y que atrasa el dólar con una maniobra financiera? ¿Si el péndulo político argentino reinstalase en el poder una dirigencia propensa a la demagogia y al “reparto de panes”, ¿sería de esperar que cambie su racionalidad, hacia la prudencia y la promoción de las condiciones para el desarrollo económico?

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Fuente: Clarín