Frondizi ejerce hoy un sorprendente atractivo sobre dirigentes políticos de ideas muy distintas. ¿Qué es lo que los atrae? La clave está en que Frondizi no fue un administrador de las cosas sino un transformador que quiso transformarlo todo: la política y la economía.
La política, porque apostó a integrar bajo su liderazgo a los derrotados de setiembre de 1955; la economía, porque apostó a convertir a la Argentina en una nación capitalista industrial moderna. Transcurrido medio siglo desde su arribo a la presidencia, esa apuesta simultánea a la democracia y al desarrollo no ha acertado todavía con el pleno que la realice. Y porque el tiempo ha pasado, quizás el abordaje más certero a los problemas que enfrentó Frondizi no sea el que él eligió. Ya no hay un peronismo marginado. En cuanto a los caminos del desarrollo, es una cuestión en debate, y probablemente la fórmula de Frondizi aparezca impregnada ahora de un sabor excesivamente proteccionista.
Que la Argentina no sea a principios del siglo XXI una democracia desarrollada seguirá siendo materia de explicaciones históricas y habrá asimismo lugar para el reparto de responsabilidades. Pero más allá del rosario de infortunios y de errores, la pregunta es: ¿por qué fracasó Frondizi en aquello que fue su empresa? Ensayemos una respuesta: tal como la concibió Frondizi esa empresa era un teorema de resolución imposible. La democracia sin restricciones irritaba a la familia antiperonista y generaba la desconfianza del propio Perón; provenía de la dimensión económica una dificultad adicional: el desarrollo en su nueva fase –industria pesada, energía, petróleo– requería una distribución del ingreso más regresiva que la heredada del peronismo. En consecuencia, Frondizi tenía que lesionar los intereses económicos de los sectores populares a los que quería tentar políticamente.
Esos conflictos no emergieron durante sus primeros seis meses de gobierno. Los dos pilares de su política parecieron en ese momento coexistir. Por un lado, el gobierno legalizó el accionar de los peronistas, derogó los decretos proscriptivos, concedió a los sindicatos la Ley de Asociaciones Profesionales y combinó todo ello con un generoso aumento salarial del 60%. Por otro lado, el impulso desarrollista marchó a igual velocidad: a los cincuenta días de gobierno se presentó el plan siderúrgico, pocas semanas más tarde los célebres contratos petroleros y se envió al Congreso el proyecto de ley de inversiones extranjeras.
Todo esto no fue gratis para Frondizi: los favores políticos al peronismo exasperaron a los septembristas consecuentes, a la vez que la desconfianza crecía entre aquellos que lo habían votado por sus posturas nacionalistas y antiimperialistas y comprobaban ahora su viraje a favor del capital extranjero y sus flamantes inclinaciones pro occidentales.
De todas maneras, la coalición política de izquierdistas y peronistas que lo había llevado al poder en febrero de 1958 se desgastaba pero no terminaba de morir. Hubo, finalmente, un golpe de gracia a la coalición y tuvo una fecha precisa: 29 de diciembre de 1958, el día en que Frondizi anunció su plan de estabilización, que más que eso fue un cambio profundo y persistente en la distribución del ingreso.
En lo que constituyó el primer acuerdo argentino con el FMI, el gobierno liberalizó el mercado de divisas después de 27 años de control de cambios y tomó las consabidas medidas fiscales y monetarias de ajuste. El tipo de cambio comercial se cuadruplicó con retenciones a las exportaciones agropecuarias de apenas entre el 10% y el 15%, la inflación sobrepasó por primera vez en la historia argentina
el 100%, la economía se contrajo y los salarios reales cayeron un 30%.
Frondizi pidió paciencia: el sacrificio daría sus frutos en dos años, cuando las prometidas inversiones en masa que estaban en la matriz del desarrollismo se materializaran. Algo, sin embargo, se había quebrado. Las masivas huelgas del verano y el otoño de 1959 constituyeron el contragolpe del sindicalismo peronista. Frondizi se quedó sin sus aliados políticos originales.
Ese fue el peor momento de su gobierno hasta el derrocamiento. La lápida sobre la coalición de febrero de 1958 no parecía ser al mismo tiempo la piedra fundamental de otra coalición. Así fue hasta comenzar el invierno cuando, tras la renuncia en pleno de su gabinete, Alvaro Alsogaray ocupó la cartera de Economía y Trabajo. Esa designación se convirtió en la potente señal que el Presidente necesitaba para calmar las aguas económicas, políticas y militares. Gradualmente las turbulencias se aplacaron, la inflación cedió y la economía comenzó a crecer. Y lo hizo con inusitada intensidad en 1960 y 1961.
Sería, sin embargo, otro crecimiento, distinto al conocido y con otros beneficiarios. Las nuevas actividades instaladas por el capital extranjero demandaban menos trabajadores, más capital, más insumos importados y disponibilidad de divisas para remitir utilidades y dividendos. Requerían moneda y salarios devaluados. Mientras tanto, las antiguas industrias orientadas al consumo popular se modernizaban equipándose con maquinaria nueva, incorporando métodos organizativos menos amables con los trabajadores y ofreciendo productos para sectores de ingresos más altos.
La contracara social de este proceso económico fue una sociedad más segmentada. El indicador preciso fue que la expansión del consumo se disoció de los salarios reales. La fotografía que mejor ilustra los tiempos económicos y sociales de Frondizi no puede hacer foco sobre las chimeneas de la pujante industria pesada de insumos (como el carbón, el acero, el petróleo o la química); pero debería incluir a la nueva clase media comprando automóviles. Más todavía, quizás esa parte de la fotografía debería ocupar el primer plano: durante la presidencia de Frondizi casi el 80% del crecimiento manufacturero se explicó por la industria automotriz.
El hilo que conectaba el nuevo patrón productivo con la nueva distribución del ingreso se convirtió en una oportunidad política. Frondizi ya no sería el líder democrático de una coalición antiimperialista, pero sí podía ser el líder democrático de una coalición modernizadora que completara «el gran salto hacia adelante».
¿Lo quiso así? Sin embargo, predominó en él el espíritu de un hombre talentoso y práctico. En abril de 1961 despidió a Alsogaray para que no hubiera dudas sobre la jefatura política y se puso al frente de la campaña electoral de los comicios intermedios, ya no pidiéndole los votos a Perón (como lo había hecho en febrero de 1958) sino enfrentándolo.
No vamos a narrar en detalle esta historia. Sólo recordemos que estuvo cerca de ganar y que si perdió fue por los resultados de la Provincia de Buenos Aires y más específicamente del Gran Buenos Aires, donde el peronismo obtuvo una victoria arrolladora. Los dramáticos días que siguieron culminaron en su desplazamiento por un golpe militar y la anulación de las elecciones. También quedó Frondizi a las puertas de ganar la batalla del desarrollo.
¿Por qué perdió? Años antes, Rogelio Frigerio había acuñado la fórmula «Petróleo + Carne = Acero + Industrias Químicas», con lo que quería decir que el ahorro de divisas proveniente de la sustitución de importaciones (petróleo) más las divisas provenientes de las exportaciones tradicionales (carne) financiarían la industrialización. Ocurrió que las nuevas industrias consumían muchas divisas y que las exportaciones tradicionales faltaron a la cita, con lo que la experiencia terminó en una nueva devaluación.
Surge entonces el último interrogante: ¿no será este presente desde el cual escribimos, rebosante de exportaciones, la cuna de un desarrollismo de nuevo estilo? ¿No habrá un innominado nuevo Frondizi en nuestro futuro? Si no son estos los tiempos para resolver aquel teorema imposible, ¿cuándo?
Frondizi transformador Frondizi transformador Frondizi transformador Frondizi transformador
Fuente: Clarín