Las semana previas al referéndum del Brexit las encuestas auguraban un triunfo del remain. Nadie se imaginaba que Reino Unido pudiera abandonar la Unión Europea. Pero los pronósticos fallaron y el leave se impuso por el 51,9% . Fue una verdadera sorpresa. En especial para los escoceses.
Cuatro años y medio después, el Brexit se convirtió en una realidad. La salida de la UE se concretó el 1 de enero de 2020 y fue un trago amargo para Escocia, un país que forma parte de Reino Unido y apoyó abrumadoramente la permanencia: el 62% de los escoceses votó remain. El resultado trastocó el equilibrio político.
El 18 de septiembre de 2014 Escocia había celebrado un referéndum de independencia y la opción de continuar en Reino Unido se impuso por el 55,3%. Pero en ese momento, Reino Unido era parte de la UE. De hecho, la separación de Escocia significaba cortar el vínculo con el bloque comunitario. Tras el Brexit, comenzó a ganar fuerza la idea de celebrar un nuevo referédum de independencia.
La impronta europeísta de Escocia volvió a tomar impulso tras las elecciones regionales celebradas el 6 de mayo pasado, en las que el Partido Nacionalista Escocés (SNP) ganó con más del 47% de los votos y obtuvo 64 escaños en el parlamento regional. Los Verdes, también de tendencia independentista, obtuvieron ocho bancas. Entre ambas formaciones tiene mayoría parlamentaria.
Tras los comicios, la líder del SNP y primera ministra, Nicola Sturgeon, anticipó la intención de convocar un nuevo referéndum independentista con el fin de que Escocia vuelva a ser miembro de la UE.
La oportunidad independentista
Sturgeon, abogada de 50 años, es una líder carismática que domina con precisión los tiempos políticos. Sabe cuándo golpear para sacudir el tablero político según sus conveniencias, a diferencia de su predecesor, Alex Salmond, que en su momento convocó al fallido referéndum de 2014 y terminó derrotado. Salmond no supo interpretar al electorado, contrario a irse de Europa, y esto le costó el cargo.
La primera ministra escocesa sabe de antemano que esta vez puede alzarse con la victoria, por eso advirtió a Londres: «Dado el resultado de esta elección, simplemente no hay justificación democrática alguna para que Boris Johnson [el premier británico] o cualquier otra persona busque bloquear el derecho del pueblo de Escocia a elegir nuestro futuro».
El fundamento de la reivindicación nacionalista escocesa es el cuestionamiento al Acta de Unión de 1707, que integró a Escocia con Inglaterra para formar el Reino de Gran Bretaña. El texto también estableció la obligatoriedad de que el monarca sea protestante. Ambas naciones habían sido gobernadas desde 1603 por un mismo monarca, pero cada una mantenía sus instituciones políticas independientes. Con la unión, los escoceses perdieron su parlamento y vieron cómo su autonomía se esfumaba en manos inglesas. Recién a finales del Siglo XX, tras el referéndum de 1997, los escoceses recuperaron su poder legislativo propio.
Para entender por qué los escoceses aceptaron perder su autonomía hay que remontarse hasta 1690, cuando el Reino de Escocia intentó colonizar Panamá. El proyecto Darién, como se conocía, fue un fracaso que provocó el quebranto de la economía escocesa. «Se estima que entre un cuarto y la mitad de toda la riqueza de Escocia se gastó –y perdió– en la fugaz aventura panameña», cuenta el periodista Arturo Wallace en un reportaje BBC Mundo. La compensación a los inversores fue una de las condiciones para firmar el Acta de la Unión de 1707. Aquel desembolso es concido en Londres como «el precio de Escocia».
Pero solo se trata de reclamos históricos. El efecto económico del Brexit también influye. Escocia se beneficia por un lado gracias al aumento en el cobro de regalías de gas y petróleo en el Mar del Norte, pero sufre el aumento de las cargas impositivas que algunos productos deben pagar para ingresar al bloque europeo, como en el caso del whisky.
A Sturgeon las cuentas de un nuevo referéndum le cierran, sin embargo, sabe que será complicado su retorno a la UE en el corto plazo. La Unión Europea solo considerará la adhesión de Escocia si su separación del Reino Unido este consensuada entre Londres y Edimburgo. Otro factor difícil de explicar es el anuncio anticipado de Sturgeon de que Escocia no adoptaría el euro como moneda oficial si se incoroprara a la UE, sino que conservaría la libra esterlina.
El secesionismo escocés es incómodo para varios países europeos que enfrentan sus propios desafíos separatistas. España lo tiene en Cataluña y Bélgica, en Flandes. Este es, quizás, la mayor resistencia que debería sortear una Escocia independiente si aspira a reemplazar el Reino Unido por la Unión Europea.
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