
Hace treinta años, Zbigniew Brzezinski, el asesor de Seguridad Nacional del presidente, Jimmy Carter, advirtió que «una gran coalición de China, Rusia e incluso Irán, una coalición antihegemónica unida no por ideología, sino por agravios complementarios», sería un escenario peligroso para la hegemonía estadounidense.
La profecía de Brzezinski se hizo realidad. La relación especial entre China y Rusia es una alianza afianzada y sin límites. El líder chino, Xi Jinping y su homólogo ruso, Vladimir Putin, mantienen de manera solemne un alto nivel de cooperación en lo político, económico y seguridad para contrarrestar el predominio de Estados Unidos.
Ambos líderes visualizan un orden internacional anacrónico en declive aún dominado por los Estados Unidos, que inflige con sus acciones que ninguno de los dos países tenga un ascenso como corresponde a pesar de su poderío. Tras la invasión rusa a Ucrania, Pekín es el máximo sostén en el plano económico y diplomático de Moscú. Los gastos extraordinarios que implica la aventura bélica de Putin han adoptado a los chinos como su principal proveedor de los bienes que produce el país que antes eran comprados por Europa. Ante este escenario, China sale ganando con la compra de hidrocarburos rusos a buen precio y de calidad. Además, Xi ayudó a saltar las sanciones económicas impuestas a Moscú con diversas ayudas económicas. Este movimiento deja a Rusia como un socio menor frente a China.
Putin es consciente de esta situación. Y en cierta medida la acepta, aunque también posee otros recursos energéticos como la energía nuclear de la cual depende aún varios países europeos. Independientemente el líder ruso aspira con la venia de Pekín a formar un binomio contra Washington con el objetivo de avanzar hacia un mundo más multipolar. Sin embargo, la idea esconde un propósito claro que es la legitimidad de ambos sistema políticos sobre las críticas de Estados Unidos.
La alianza Pekín-Moscú que se sostiene con estabilidad y perdura en el tiempo desean reemplazar la influencia mundial de Estados Unidos en Europa, Oriente Medio, en el Pacífico, África y en el Sur Global. El Kremlin es partidario de una mayor inestabilidad en el tablero mundial, pero China mantiene una precavida estabilidad en el orden mundial. Mantener ciertas apariencias es una constante actitud de Xi.
Si bien la economía es la punta de lanza de China que le permitió alargar sus tentáculos con varias iniciativas de negocios a lo largo y ancho del mundo que le permite influir en esas zonas, en cambio Rusia, desde lo económico debilitada, apunta a cambiar los equilibrios militares en varias zonas en detrimento de Estados Unidos. Xi es partidario de esa movida. Aunque tanto China y Rusia, entre sí, tienen escenarios opuestos en conflicto latentes como el caso de India y Pakistán. Históricamente aliados, Moscú y Nueva Delhi, mantienen una alianza inquebrantable y actualmente el gobierno indio es uno de los principales socios comerciales tras la pérdida del mercado europeo. China hace décadas apoya a Islamabad en contrapeso con la India, con la que mantiene conflictos fronterizos. Además, ambas naciones compiten por la influencia en Asia Central, que durante siglos estuvo bajo la órbita de Moscú.
Con la llegada nuevamente de Donald Trump a la Casa Blanca y sus acciones en política exterior ayuda mucho a las intenciones de Pekín-Moscú de socavar la influencia estadounidense alrededor del planeta. Estados Unidos puso patas para arriba el orden geoeconómico establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Aranceles para todos y sometimiento ante Washington. Son las reglas de Trump para pertenecer al entorno del gigante del norte.
A este complejo escenario, se suman los desaires constantes del magnate republicano tanto desde lo económico y a la alianza atlántica con sus aliados tradicionales europeos que trastocó la estabilidad en Occidente. Sus ciertos entendimientos con Putin en detrimento de Kiev en la Guerra de Ucrania, puso en alerta máxima a Europa. Con amenazas constantes de abandonar la OTAN, Trump, en definitiva, logró su objetivo que los países miembros se comprometan a futuro a elevar el gasto militar. Pero hasta el momento no ha podido doblegar la intransigencia de Putin a un cese el fuego en Ucrania. Ni muchos menos quebrar la alianza entre Pekín-Moscú.
Los intentos en vano de Trump de romper la alianza chino-ruso
Durante toda la campaña presidencial, Donald Trump manifestó que terminaría la Guerra de Ucrania en solo 24 horas. Además, el republicano abiertamente fue un crítico de su predecesor, Joe Biden, al considerarlo responsable de las relaciones carnales entre China y Rusia. «Separar a las dos potencias nucleares será una prioridad de mi Administración. Voy a tener que separarlas y creo que puedo hacerlo», dijo el magnate.
Ni bien asumió su segunda presidencia, Trump mostró una sintonía favorable a su homólogo ruso, Vladimir Putin, en el conflicto con Ucrania. Más de una vez acusó al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, de jugar con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, de ser un desagradecido de las ayudas económicas y militares estadounidenses y ni hablar de la encerrona junto a su vicepresidente, J.D. Vance, en el Salón Oval que sufrió el líder ucraniano. En el actual escenario mundial, Trump buscaba la forma de imitar al expresidente republicano, Richard Nixon, que se acercó a China para alejarlo de la Unión Soviética. En ese entonces el “hermano mayor era Moscú”. En la actualidad la posición de fuerzas es a la inversa a favor del gigante asiático.
A pesar de un giro prorruso en el conflicto con Ucrania, Putin se mantuvo firme en sus posiciones y su intransigencia es una constante en todas las negociaciones. Al mismo tiempo la alianza con el líder chino, Xi Jinping, se mantiene sin alteraciones e intacta. El fracaso de Trump es total. Por eso, el republicano en un movimiento inesperado, ahora, amenaza a Moscú con nuevas sanciones económicas y aranceles severos si no resuelve con un acuerdo de paz su guerra en Ucrania en un plazo de 50 días. Además, hizo extensivas sus amenazas económicas a terceros países que comercializan con Rusia como es el caso de China e India, con el fin de generar fricciones entre Pekín-Moscú.
Inmutado e indómito, Putin continúa con sus ataques aéreos con misiles y drones sobre Ucrania e inicia una nueva campaña de verano en territorio ucraniano. También, ante la amenaza de Trump, China salió en defensa de Moscú alegando que la “coerción” del republicano no resolvería el conflicto.
Desde el comienzo de la invasión rusa a gran escala de Ucrania en 2022, Pekín mantiene una actitud ambivalente de apoyo económico a Moscú, pero muestra ser un actor neutral y predispuesto a mediar por la paz. En su momento, China propuso una propuesta de paz que planteaba el derecho a la soberanía de Ucrania y un alto el fuego. Sin embargo, consideró legitimo la preocupación en materia de seguridad de Rusia sobre la expansión de la OTAN.
En ese sentido, más de una vez los líderes europeos solicitaron a Xi su influencia sobre Putin para poner fin a la guerra. Las peticiones no tuvieron eco. A pesar de sus precauciones, Pekín no permitirá una derrota de Rusia o cualquier desenlace que determine un cambio de régimen que tenga como opción un acercamiento a Occidente en detrimento de China. Por el momento, Trump no ha logrado poder doblegar a Putin y tampoco quebrar la relación especial entre China y Rusia.